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Nicaragua: La anti solidaridad de la politiquería


Una cosa es hacer política y otra ser politiquero. La política es arte, es ciencia, es encontrar salidas a los tranques, soluciones a los problemas, es ser tan pragmáticos como tener los pies bien puestos en la tierra para no perder el norte.

  La politiquería es todo lo contrario, es amorfa, carece de sentido común, es una pared contra la que gente buena estrella sus ilusiones, es cultivo de controversias, es un cachinflín que se dispara sin saber para donde va y ante todo es miserablemente hipócrita.

He vivido a lo largo de mi vida experiencias extraordinarias que me han llenado de satisfacciones y otras que me han quebrado la espina dorsal y que me han llevado del encanto al extremo del desaliento total. 

Por decisiones que tomé desde muy joven o por los avatares y circunstancias del destino me he involucrado en tantas cosas, en el campo de la política y de la politiquería que terminaron siendo la mejor universidad en mi existencia porque me permitieron determinar, con solo observar, quien camina cristianamente en los zapatos de la nobleza y quien en los espinados caites del diablo.

En la vida uno no nace aprendido porque siempre vamos haciendo la ruta andando y en ese caminar nunca dejamos de aprender, por muy viejos que nos volvamos, pero de jóvenes, dependiendo de los nutrientes que hayamos sido capaces de absorber, de los valores con que nos formaron, llagamos a creer, desde la nobleza ingenua de la sangre noble, que nos será fácil conquistar el mundo, que todas las personas a las que nos acercamos o se nos acercan son buenas y muchas veces, aunque de nosotros haya salido entregarnos por entero a una causa a un ideal, no faltan aquellos que con pretensiones de líderes, te utilizan y aprovechándose de tu candidez te manipulan como marioneta, te exaltan, te dicen que eres la mamacita de Tarzán, que eres el mejor, que no hay nadie como vos y todo ese bla, bla, para que sin chistar, uno creyendo en la franqueza de esos halagos, sucumbas al verdadero interés de quien canta como sirena con la intensión de embrujarte.

Esta escena o pasaje estoy seguro que no les ha pasado a pocos, muchos lo hemos sufrimos en carne propia. Sucede en todos los estamentos de la vida, alguna vez alguien anduvo sobre esas brazas y terminó hecho papillas porque la conclusión final es que fuiste traicionado por alguien que abusó de tu confianza, que te usó, que te fue desleal, que no correspondió a la franqueza con que te entregaste sentimentalmente, en la empresa o dentro del espíritu de un ideal o de una lucha compartida por el interés nacional que finalizó con una puñalada trapera en la espalda.

Por saber y venir de todo eso puedo hablar con propiedad del tema. En este oficio del periodismo, desde muchísimo antes de comenzar a ejercerlo hace 38 años, porque nací, me críe y viví entre periodistas, escuchaba a grandes señores que llegaban a mi casa hablar de los cuchillos largos de sus tiempos y así oír, en esas ruedas bohémicas e intelectuales, los nombres de los politiqueros de turno que los afectaban y que ahora qué hago el repaso a la vuelta del tiempo son los mismos de hoy en sus miserias humanas.

Esos grandes del periodismo de los que hablo, a pesar que no padecían las limitaciones de los periodistas de hoy, pues eran otras circunstancias porque para empezar eran pocos, pero espesos, compartían cómo la politiquería de sus tiempos los usaba para que proyectasen la imagen o el interés de personas o grupos y al final terminaban sintiéndose utilizados o en el peor de los casos traicionados porque aquel a quien por simpatías o supuesta amistad habían servido, después de haberlos utilizado los escupían como bagazos.

Siempre he dicho que mi origen es liberal y sigo siendo liberal y desde el 25 de abril de 1990, hasta el 10 de enero de 2007, que concluyeron tres administraciones supuestamente “demócratas” me relacioné con mucha gente que se disfrazaron de “libertadores y salvadores de la patria”, las mismas que compondrían el mundo que Nicaragua vivía, un discurso que me atrajo, porque para mí era la esperanza del progreso y del desarrollo que siempre quise para mi país y en ese afán vi que Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y el infame e ingrato de Enrique Bolaños Gueyer se fueron para nunca más volver, pero sin pena ni gloria, con más reclamos que promesas cumplidas y en medio de las más tenebrosas historias de corrupción jamás conocidas en la vida pública nacional.

Hay muchas cosas conocidas de esos tiempos. Me acuerdo cómo muchos que llegaron a los ministerios, a los entes autónomos, a las curules parlamentarias y a las alcaldías a tomar posesión de sus nuevos cargos, cargos jamás soñados, inmerecidos porque nunca lucharon por ellos, que llegaron a valer hasta 10 mil dólares de salarios mensuales y que ocuparon inicialmente hasta con camisas prestadas, resultaron para esos que se presentaron a sus elegantes oficinas con las bolsas volteadas, mostrando que entraban pobres, lo que al final les resultó el gordo no de la lotería, sino el gordo de la vida, porque muchos cuando salieron se fueron cargando costales de oro ya no por los jugosos salarios sino por lo que adicionalmente robaron y a manos llenas.

Mi periodismo en esos tiempos creía estar apoyando sinceramente la cusa de la democracia pero esa democracia solo era para los oportunistas, para los que yo había servido de escalera para que llegaran a enriquecerse y lo paradójico es que cuando los buscaba para pedirles un favor u ofrecerles servicios publicitarios nunca estuvieron, pero eso sí cuando me miraban en las conferencias de prensa o en las recepciones, cuando andaban con su botella de Whisky entre pecho y espalda, me sobaban el lomo, me decían que yo si los tenía bien puestos, que me rendían el charro, mientras yo pasaba dificultades de salud, no tenía con qué pagar el alquiler de la casa, pues es la fecha y no tengo una propia, no podía componer la carcacha que andaba, tenía problemas para llevar el pan nuestro al hogar y así otras limitaciones que contrastaban con la politiquería de aquellos que nos usaban a los periodistas para el interés de sus ansias de poder y al final nunca te volvieron a ver.

Digo esto porque en este contexto del Coronavirus que hemos sufrido en este 2020, aunque gracias a Dios más reducido aquí que en cualquier otra parte del mundo, esa misma politiquería la estoy viendo en el abandono a otros periodistas por parte de miserias humanas que se dicen “salvadores de la patria” pero en realidad salvadores únicamente de sus propios intereses, de su propio círculo, donde el hombre o mujer de prensa es solo una marioneta en las garras de los vivianes.

A parte política y aparte ideología. Sentí mucho la muerte de Gustavo Bermúdez éste año, a quien llevé a Radio Corporación como mi comercialista cuando en esa emisora tuve la versión vespertina del Radio Periódico “El Momento”, pues no vi detrás de su cortejo fúnebre, aunque sea de larguito y menos donde fue sepultado, a ninguno de esos falsos líderes de la democracia a los que todos los días entrevistaba, como igual sucedió antes con el caso del también apreciado Ramiro Silva y apostaría no estar equivocado si afirmo que los dueños de la Q-20 de Ciudad Jardín, ni un peso partido por la mitad le dieron a sus viudas, para que al menos solucionaran en los primeros meses de soledad que sufrieron.

Me es lastimero que Emiliano Chamorro, quien trabajó 25 años en el partido de papel de la carretera norte, por no querer atenderse en un Hospital Público que aquí son los mejores –ya esa fue su decisión- haya tenido que recurrir a la caridad pública para que fuese tratado en un hospital privado. En su caso nadie en la Prensa ni en la Fundación Violeta Barrios Chamorro fue capaz de decir yo asumo los gastos, yo pago la factura, yo te salvo la vida.

De la misma manera da pena ajena que los “salvadores de la patria” en el COSEP y otras ONGs que se creen partidos políticos hayan permitido que Álvaro Navarro, quien gracias a Dios se recuperó haya ido a parar al Hospital Monte España después de hablar peste de ese centro de salud desde su plataforma “Artículo 66”.

Para los periodistas que tengan ojos que vean y los que tengan oídos que oigan y pongan los pies sobre la tierra. No les digo que renuncien a lo que crean son sus legítimas ideas, sino que observen a quienes los utilizan, a quienes únicamente los ven como un medio para alcanzar las cuotas de poder con las que sueñan.

Los periodistas debemos tener dignidad, darnos a respetar. Podemos estar en una u otra acera, podemos compartir ideas y proyectos con personas o grupos, pero de lo que debemos estar convencidos es si realmente estamos en sintonía de trabajo y propósito con aquel o con aquellos que como nosotros quieren trabajar por el bien común.

En el oposicionismo y no es que me lo cuenten, hay mucho oportunista, hay mucho vivián, que halaga económicamente con algunas minucias a los que les conviene, pero al reportero, al que lleva la materia prima para construir la nota política, pues tampoco es informativa, a ese no lo vuelven a ver, no lo determinan y cuando por necesidad tiene que obligarse a pedir un favor desesperado primero los vituperan por el atrevimiento y después le tiran cualquier cosa como para decir toma si quieres y no me vuelvas a pedir.

Si eso lo hacen contra quienes al final son los que los mantienen inmerecidamente vivos, mediáticamente hablando, imagínense entonces como pueden tratar a los que no andan ni con grabadoras, ni con cámaras. 

Yo vi tratos inenarrables de individuos encopetados, que ahora no son nada, tal vez menos que la Chita, contra gente pobre y necesitada que llegaba a la bancada del PLC en la Asamblea Nacional y muchos buscaban como escabullirse o esconderse para que no los vieran porque decían, esos que también se llamaban líderes, que no tenían tiempo para escuchar los quejidos de nadie.

Por algo están como están. La vida finalmente te cobra por tus actos y te permite recibir únicamente lo que fuiste capaz de dar y si solo desprecio diste cuando estuviste alto pues hoy que estas abajo es exactamente lo mismo que puedes recibir.

Por: Moisés Absalón Pastora.

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