Los huracanes “ETA” e “IOTA” destruyeron y desaparecieron la comunidad de Haulover, de ella quedaron los recuerdos aferrados a la memoria colectiva de un pueblo que se resiste a soltarla. También quedaron la fortaleza y la valentía de una comunidad que ha prometido levantarse desde el pedazo de tierra fértil que un día Dios y el mar les regaló.
El relato con ancianas de la comunidad fluye lentamente entre la tristeza, el dolor y el llanto. Es el rostro de un duelo profundo por la pérdida de todo, incluidos sus sitios sagrados como la iglesia y el cementerio profanado por las aguas del mar. Sus recuerdos siguen allí aferrados a un pueblo que hoy ya no está.
Imposible olvidar ese domingo en que decidieron abandonar su comunidad para salvar sus vidas, pero antes de salir se detuvieron frente a la Laguna y allí lloraron, así se despidieron de su pueblo que algo les decía que ya no volverían a ver nunca más.
Con la lucidez y la sabiduría de sus 99 años a cuesta, Mery James, admite entre lágrimas “que lo que más le duele es que se haya caído la iglesia”. Quien le va a volver hacer su Haulover bello, una creación de Dios”, pregunta.
“Mi nación es Haulover, y no podemos vivir bien porque no escuchamos el mar”, exclama por su parte el Wihta de la comunidad, Lorenzo Budier, en una expresión que resume la importancia que un pueblo le da a su mar, a los vivos y a los muertos, a sus raíces, a sus costumbres y a su propia identidad.
(NOTA: Este reportaje lo dedicó con respeto y cariño a un pueblo que sufre y se levanta en medio del dolor. Gracias infinitas a las mujeres y hombres de Haulover que hacen posible con su relato que yo pueda hablar también.
Gretta Paiz