La tercera intervención militar gringa a Nicaragua a principios de 1927, aunque perniciosa y fatal para la república, resultó muy oportuna y útil para Somoza, el verdadero poder detrás de un presidente civil débil.
La presencia gringa en suelo patrio, fue el caldo de cultivo de donde se nutriría la naciente dictadura militar somocista, que volcó los recursos financieros y oportunidades derivadas de aquella (además de iniciar su colosal enriquecimiento ilícito) en iniciar la reconstrucción de la derruida capital, tratando de convertirla en una vitrina, una suerte de golpe de imagen y relaciones públicas de “la visión y espíritu de progreso” del régimen en ciernes.
Por necesidades derivadas de la guerra contra Sandino en las Segovias, Managua fue convertida por los marines yanquis, en sede de su estado mayor y en el principal acantonamiento, zona de desembarco, refresco y embarque para sus tropas y aviación.
Razón por lo cual construyeron cuarteles, pistas de aterrizaje, hospitales, calles, centrales de telégrafo, telefonía y correos, áreas de descanso y esparcimiento (clubes y casinos militares), talleres de servicios para sus equipos, etc.
Los marines, además de acantonarse en la ciudad, organizaron, entrenaron y armaron un nuevo ejército cipayo, asentaron los cuarteles para sus tropas élites, mecanizadas, artillería y aviación; crearon una academia militar y otros centros de entrenamiento, campos de aterrizaje (de donde partirían los biplanos a bombardear las ciudades segovianas), convirtiendo a Managua en el centro no solo político, económico y administrativo, si no en el primer bastión militar de todo el país.
A partir del golpe militar al gobierno del presidente Sacasa en 1937, Anastasio Somoza García, con el apoyo incondicional del gobierno yanqui inicia una serie de acciones encaminadas, en primer lugar, a la consolidación de su poder omnímodo y nacional, cuyo anclaje primario sería la subordinación total de la guardia nacional (construida formal e ideológicamente como un ejército de ocupación en su propio país, por la marinería yanqui y que por un largo periodo contaría con mandos y luego asesores de ese cuerpo de intervención) y en segundo lugar, el control social total por medio de una burocracia estatal corrupta y prebendaría.
Inaugurando en el país su nueva “Política de buena vecindad”, el presidente gringo de turno, Franklin Delano Roosevelt abrió con generosidad la cartera del Imperio a este “desinteresado” esfuerzo de sus tropas y otorgó financiamiento en forma de donaciones y créditos onerosos para la reconstrucción de la derruida ciudad, que empezó a animarse con algunas obras públicas y edificaciones comerciales privadas.
De manera coincidente, el inicio de la II Guerra Mundial (y trece años más tarde, la Guerra de Corea) trajo consigo la necesidad de enormes cantidades de alimentos, materia prima y mano de obra, que produjo gran alza en las exportaciones nicaragüenses, sobre todo de productos de la industrialización del algodón, que para los años cincuenta se había convertido en el rubro estrella de la economía nicaragüense.
En Occidente y sobre todo en Managua se instalaron varias empresas agroindustriales de transformación de materia prima como el café, maíz, pulpa de madera, leche, al igual que mataderos cárnicos, desmotadoras, laboratorios farmacéuticos y de productos de uso agrícola, etc., dándole valor agregado a la producción industrial y fomentando una cultura exportadora, que a su vez debía de ser capaz de atraer inversión extranjera y recursos frescos para una economía ansiosa de encadenarse al sistema capitalista mundial, el modelo de desarrollo que precisamente, los marines yanquis habían venido a “incentivar”.
LUCHA SIN PAUSA CONTRA LA DICTADURA
El terremoto de 1931, el inicio de la dictadura militar somocista y el desmantelamiento de la lucha organizada del general Sandino en las Segovias, dan el banderillazo de arranque a un periodo de casi cuarenta años de alza económica (reflejada en el bienestar de las élites, el nacimiento de una tímida clase media urbana y el veloz y descarado enriquecimiento de la cúpula del somocismo, principalmente asentada en la capital) que sin embargo, no será un tiempo de paz, ni de sometimiento total de la lucha social y libertaria.
El general que nunca estuvo en combate ni dirigió personalmente ninguna batalla, sonrió al ver sus pies en el patio del campo de Marte en el centro de Managua, la calavera engusanada sacada de una alforja llena de lodo y envuelta en hojas de chagüite.
Era la cercenada cabeza del último gran general de la gesta sandinista, el general Pedro Altamirano, el seguidor más fiel del general Sandino que logró mantener viva la llama de la resistencia en las Segovias y la zona del Rio Coco hasta casi finalizar 1937, cuando fue asesinado a traición junto a Miguel Ángel y Melesio, sus hijos y lugartenientes.
Nuevos edificios públicos y privados y obras emblemáticas como el malecón, en las costas del lago, la catedral, el estadio nacional, el palacio nacional, el aeropuerto internacional, los edificios de los bancos central y de américa, el edificio de la empresa de luz y fuerza, del seguro social, el hotel intercontinental, algunos parques, monumentos (como el del poeta Rubén Darío), el teatro nacional, nuevas avenidas y calles y la ampliación de los linderos de la vieja ciudad marcaron la época.
Atrás quedaba aquel pueblón (donde jugaron en su tierna infancia, Andrés Castro, José Santos Zelaya, Ramón Montoya y en donde un Darío adolescente llegado de León, iniciaría su gran periplo creador y fatal), dando paso a una ciudad más pragmática y estandarizada con los niveles de desarrollo de las capitales centroamericanas.
Este espejismo desarrollista de alcance continental, impulsado por las doctrinas de dominio y control gringo y administrado por gobiernos autoritarios (en su mayoría, dictaduras militares o “gorilatos” latinoamericanos), en Nicaragua alcanzó su mayor longevidad con la dictadura dinástica de los Somoza.
Sin embargo, este periodo de casi medio siglo de duración, también se caracterizó por una gran actividad anti-dictatorial armada (aunque inconstante, desorganizada, atomizada, enfrentada por asuntos de corte político, táctico e ideológico y según algunos autores, profundamente infiltrada tanto por agentes de la dictadura, como de organismos de inteligencia yanquis) organizada por los partidos políticos derechistas adversos a Somoza (motivados por el “quítate tú para ponerme yo”), de patriotas nicaragüenses (y algunas veces, de combatientes centroamericanos) que no debemos de confundir con los políticos profesionales oportunistas y ambiciosos, como el general conservador Emiliano Chamorro.
Managua, en su rol de capital política y administrativa, también se convirtió en el epicentro militar y de planificación de la represión contra los patriotas sobrevivientes a las masacres segovianas luego del asesinato del general Sandino, otros patriotas y movimientos que intentaron luchar contra la inicua dictadura somocista, primero por el general Pedro Altamirano, continuada por el general Colindres y más adelante seguida por el general Ramón Raudales, los coroneles Heriberto Reyes, Lázaro Salinas, Santos López y el capitán Chavarría de la caballería del general Sandino.
El coronel Santos López, como es sabido, es quien eslabona la lucha del general Sandino con la del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Estas acciones militares, levantamientos e iniciativas individuales que les costará la vida a muchos de sus participantes o que terminaran en las cámaras de torturas de otra Managua, la Managua oscura y tenebrosa de la dictadura militar somocista.
LA FACETA OSCURA DE MANAGUA.
Durante veinticinco años, la G.N. y sus organos de inteligencia se mantendrian muy ocupados por las actividades lideradas a veces por un solo individuo o por un reducido grupo (golpes de mano, bombazos, secuestros, atentados, emboscadas, etc.), así como operaciones de mayor organización y planificación tales como invasiones de tropas desde países vecinos, toma individuales o simultaneas de cuarteles y edificios custodiados, desembarcos aéreos, levantamientos armados con participación de población civil, atentados a la propia cabeza de la dictadura, etc.
Muchas de estas acciones (la mayoría de ellas, desesperadas y casi suicidas y otras de gran calidad organizativa, pero todas caracterizadas por el patriotismo y el propósito justo de derrocar a al somocismo convertido en dictadura dinástica), fueron planificadas o ejecutadas en Managua.
Desde las primeras rebeliones de oficiales conspiradores de la guardia nacional, los levantamientos populares por el golpe de Estado al presidente Leonardo Arguello, la rebelión del 4 de abril del 54, la conspiración para la ejecución del tirano en León en el 56 (organizada minuciosamente, con una gran cantidad de participantes pero con un solo ejecutor, cuya planificación se prolongó durante varios meses en territorio salvadoreño, en la ciudad de León, pero principalmente en Managua donde , incluso se consiguió el financiamiento para puesta en marcha), la conspiración de la fuerza aérea en el 57 y las tantas acciones conspirativas en contra de la dinastía, la ciudad capital pasó a jugar un rol tenebroso en la historia nacional:
El lugar donde serían encarcelados, torturados, asesinados, enterrados o desaparecidos, cientos de valiosos y valientes patriotas antisomosista.
La capital fué creciendo, alimentada por su propia dinámica de desarrollo, como también por la enorme inmigración de ciudadanos de todos los rincones del país, que llegaban llenos de esperanzas a la ciudad a la orilla del Xolotlan, en busca de mejores perspectivas de vida, huyendo de la pobreza o la indiscriminada represión desatada por el régimen dictatorial somocista.
Ejemplos de lo anterior fueron los masivos desplazamientos demográficos, por la hambruna provocada por las prolongadas sequias (corolario de la desertificación a causa del despale y mecanización durante el auge algodonero) de campesinos del Occidente del país, como también de zonas montañosas de Matagalpa y otros departamentos del Norte, por efectos de la creación de feroces destacamentos contra- insurgentes de la GN.
Mientras tanto, un centro pequeño pero económicamente febril, de calles y avenidas angostas, abarrotadas de transeúntes y un tráfico propenso al embotellamiento vial, daban una idea de progreso incluyente a la sombra de los nuevos edificios multipisos que albergaban bancos, oficinas públicas y privadas y comercios.
La noche era especial en esta capital de contrastes.
Sobre las aguas del lago, el elegante “Copacabana” marcaba el ritmo de los bacantes con la música de los “Churumbeles” de España, las cuerdas y voces del trio “Los Panchos” de México, las bailarinas semidesnudas y los borrachos adinerados, mientras en el “Múnich”, el acuarelista musical Erwin Kruger, cantaba a sus barrios pobres e idealizados (“… barrio de pescadores, nido de amores…”) y por supuesto, al Xolotlán.
Muy cerca de ahí, en las mazmorras del “Hormiguero” o la cárcel de “La aviación” los gritos de los prisioneros del fracasado atentado del kilómetro 12 y medio de la carretera Sur del año 54, los capturados vivos en sus escondites o en las calles luego del exitoso ajusticiamiento del primero de los Somoza (que incluían a un joven estudiante, inocente de esos cargos, llamado Carlos Fonseca), los reos participantes en tantos intentos fallidos contra la dinastía somocista, llegados de todos los confines del país, esperaban condena o la muerte.
El mismo idílico lago que un día de 1955, mientras los “managuas” confiaban en que, como dice la canción, “el romántico lago adormece al atardecer” sus aguas súbitamente crecidas (a causa de una enorme tormenta y sus copiosas lluvias) se tragarían todo lo construido hasta entonces en sus costas y de paso, acabarían con la época dorada de los barcos fluviales a vapor.
Desde mediados del siglo pasado hasta inicios de los años setentas, la Nicaragua urbana se enorgullecía de su capital, de su actividad económica, su desarrollo socioeconómico, de sus nuevos edificios multipisos con ascensores, sus primeras tiendas con sus abastecidos escaparates y escaleras mecánicas, las luces multicolores navideñas de sus principales avenidas y calles, sus grandes mercados populares e incluso, los “del interior” envidiábamos un tanto a sus moradores, “los managuas”, pasando por alto su engreimiento ante su cosmopolitismo criollo, fenómeno común a cualquier residente capitalino en cualquier país del mundo.. Pero también le temían.
La ciudad se convirtió una enorme fosa común para los patriotas asesinados durante las infernales torturas, fusilamientos y “planes de fuga”. Las cárceles públicas y clandestinas, las bases militares de la guardia nacional y hasta la propia casa presidencial en la Loma de Tiscapa se convirtieron en antros medievales de suplicio, que incluía –increíblemente- hasta un mini zoológico de fieras para quebrantar la voluntad de los condenados.
Por ahí pasaron (según el escritor Chuno Blandón, que para mí, es el que mejor documenta ese trágico periodo de nuestra historia, que inicia con el asesinato del general Sandino, hasta llegar a la fundación del FSLN), además de campesinos traídos de Wiwili, Mina la India, exmilitares patriotas, ciudadanos anti-somocistas, políticos, jóvenes líderes y combatientes revolucionarios (y miles de inocentes delatados por inquinas o encarcelados por simple sospechas) participantes de los levantamientos militares de los años cuarenta, la rebelión del 54 de Báez Bone, Pablo Leal y sus patriotas, como también, reos acusados de participar en el ajusticiamiento de Somoza García, la conspiración de los pilotos, la intentona de Lapaguare, la guerrilla del general Raudales, la de Chester Lacayo, la invasión de Olama y Mollejones y la masacre del Chaparral, las guerrillas de Díaz y Sotelo y Chale Haslam, del Frente Revolucionario Sandino, los cuartelazos de Jinotepe y Diriamba, la guerrilla de Julio Alonso, las masacres y marchas estudiantiles de León y todo el país, los jóvenes capturados después de las recuperaciones bancarias y acciones del Frente de Liberación Nacional, la masacre de la avenida Roosevelt y el Gran Hotel el 22 de enero del 67 e infinidad de ciudadanos anónimos ligados a la lucha contra la dinastía somocista.
El Pacto de los generales entre Somoza y Emiliano Chamorro en 1950, marcó el inicio de la decadencia del partido conservador en los asuntos políticos del país y la traición de su último líder popular Fernando Agüero Rocha, clavó el último clavo en el ataúd de ese partido, desapareciéndolo de la conciencia y de la política nacional.
Cientos de ciudadanos, participantes de una manifestación convocada por una coalición de partidos derechistas liderados por Agüero, fueron asesinados, heridos, encarcelados y exiliados como resultado de esa barbarie de la GN en los alrededores de la Avenida Roosevelt, en el centro de la capital.
Esta masacre en Managua, vino a reafirmar que la lucha contra la dictadura somocista solo podía tener éxito mediante el enfrentamiento armado organizado y vanguardizado por un partido revolucionario.
"DE MANAGUA PARTIERON LOS AVIONES"
El rasgo más característico de la ciudad ha sido, desde su nombramiento como capital definitiva de la República, la intensa actividad política tanto de su población, como de sus autoridades.
El somocismo, por ejemplo, que siempre se creyó favorecida por una distinción especial de los gringos como gendarme regional, se sentía en obligación de participar en cuanto complot e intervención en los asuntos de otros países vecinos podía.
Managua, llegó a considerarse la capital más influyente política y militarmente en toda el área centroamericana y del Caribe insular, debido a que los gringos, temiendo un “contagio del comunismo internacional” en América Latina, luego de finalizada la II Guerra Mundial, transfirió un potente arsenal de armas y equipo a la guardia nacional, procedente de los sobrantes de la gran conflagración.
Así, en Managua se ultimaron los detalles (e incluso, del aeropuerto de “Las Mercedes” partieron tropas y aviones) para intervenir y tratar de destruir a los gobiernos legítimos y nacionalistas de Guatemala, Republica Dominicana y Cuba, en distintos momentos de este prolongado periodo.
Este involucramiento de la dictadura somocista, no solo obedeció a las exigencias de su gran protector y patrocinador, sino también a la propia filiación ideológica anticomunista del somocismo, que lo llevó además de armar y entrenar tropas extranjeras en bases militares de la capital, a tomar participación directa con efectivos de la G.N. en algunos conflictos, como en la invasión en 1965 a República Dominicana.
MANAGUA BAILA Y SE EDUCA
Entretanto, las clases populares, por un lado disfrutaban en sus domicilios el placer de la ficción de las radionovelas (y más tarde, tarde la maravilla de la televisión) y por el otro, buscaban esparcimiento en los pequeños establecimientos de diversión diseminados por todo el mapa urbano, que alegraban y esquilmaban a empleados y desempleados, obreros y bohemios de todos los oficios. Estos locales de copas y bailes (con el transcurso del tiempo y producto de la nostalgia), se harían famosos y míticos, al desaparecer abruptamente entre las ruinas de los tantos desastres sufridos por la ciudad.
Esta ilusión de bonanza y placer citadino, no ofrecía mucho para los jóvenes, en una época marcada por el despertar de la conciencia revolucionaria de la juventud latinoamericana.
El gobierno se esmeró en montar grandes eventos masas con el propósito de distraerlos (la Liga profesional de beisbol, el Mundial de beisbol del 72 y 73, el concierto del grupo de rock “Santana” en este mismo año, etc.) y se mostró permisivo con el preocupante aumento del consumo de licor y psicotrópicos entre la juventud.
El crecimiento poblacional de Managua y las necesidades de una economía en expansión a las puertas de un cambio de modelo económico impuesto por los yanquis, condicionaron la apertura de algunas facultades de la UNAN de León en Managua (y a partir de 1966, la construcción del recinto “Rubén Darío”, que en 1980 se convertiría en la UNAN-Managua, independiente totalmente de la UNAN-León y que en pocos años se transformó en la Universidad más grande de Nicaragua) y en 1960 la fundación de la Universidad Centroamericana de los jesuitas.
Estos dos centros de enseñanza superior dotarían profusamente a la capital de nuevos profesionales y especialistas educados “endógenamente”, prescindiendo de las largas ausencias y gastos que acarreaba estudiar en León o en el extranjero, a la vez que aportaban al crecimiento económico de la capital, mejoraban la situación laboral y al rápido crecimiento de la clase media capitalina.
Pero el ingreso a la universidad (inclusive a la UNAN-Managua que dependía del presupuesto público) no estaba abierto totalmente a la base de la pirámide social.
Como todo en el somocismo un sistema favoritista, de compromiso y recomendaciones diseñadas para el control social.
Como todo en el somocismo un sistema favoritista, de compromiso y recomendaciones diseñadas para el control social.
Los muchachos de familias pobres eran condicionados al ingreso a la educación técnica, la academia militar o en el peor de los casos, suspender sus estudios y engrosar el ejército laboral. Alistarse en la guardia siempre era una opción.
La dictadura que mostraba su cara amable a la ciudad, en realidad nunca ocultó su naturaleza clasista, rapaz y represora, sabía que la Juventud, algún día se levantaría contra ella. Y así fue.
EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL REVOLUCIONARIO DE MANAGUA
Los dirigentes del CUUN, el Frente Estudiantil Revolucionario (FER), comprendieron la importancia de organizar en los recién inaugurados centros de educación superior de Managua privados y públicos (en las que cuentan tempranas Escuelas como la de Periodismo, la Escuela de Economía, de Físico-matemática, que luego se convertirá en la facultad de Ingeniería, la Escuela de Agricultura y Ganadería, abiertas en Managua por la UNAN de León), estructuras paralelas a las existentes en León.
Importantes cuadros fueron destacados a la capital con esa misión y pronto fue fundado el Centro Estudiantil de la Universidad Centroamericana (CEUCA) dirigido por Casimiro Sotelo, Julio Buitrago, Carlos Agüero y Rene Tejada, Dionisio Marenco y en el FER de la UNAN-Managua, Hugo Mejía, Edgard “la gata” Munguía, Julián Roque, Pedro Arauz, Cristian Pérez y otros jóvenes que con el tiempo formarían estructuras sólidas locales de apoyo al trabajo clandestino del FSLN en la ciudad capital.
La conquista en 1958 de la Autonomía universitaria, el triunfo de la Revolución cubana en 1959 y la participación de muchos de ellos en las jornadas de protestas y movimientos armados de la época, radicalizarían aún más a este valioso contingente universitario, alejándose de los propósitos de búsqueda de “democracia” liberal de otros participantes de la lucha antidictatorial que perseguían como objetivo principal la instauración, tras la caída del régimen somocista, de la democracia liberal en nuestro país.