Desde el derrocamiento de Mel Zelaya en Honduras, los golpes de Estado han vuelto a ser la principal forma de llegar al poder para los grupos políticos al servicio de los intereses del imperialismo norteamericano en América Latina y el Caribe. Después siguieron Paraguay y Brasil.
Ya antes del golpe en Honduras lo habían intentado en Venezuela y lo intentaron después en Ecuador estando Correa de Presidente, una primera vez en Bolivia hace unos años, y por último en Nicaragua, el año pasado.
De seis países en los que la izquierda ha perdido el gobierno en años recientes, sólo en dos (Argentina y El Salvador) ha sido por elecciones.
En los otros cuatro fue por golpes de Estado o por malversación de la voluntad popular (es el caso de Ecuador, donde el pueblo votó por un candidato que luego puso en práctica el programa de las fuerzas contrarias).
Ahora se suma Bolivia, con un golpe de Estado militar, casi al mejor estilo de los viejos golpes de la época de las dictaduras militares impuestas por Estados Unidos y que en algunos casos llegaron gobernando hasta los años ochenta.
De cívico es lo que menos tiene, porque las acciones principales fueron (y siguen siendo) los actos violentos de vandalismo y agresiones a partidarios del gobierno de Evo Morales, tan sorprendentemente parecidos a los llevados a cabo en Nicaragua el año pasado.
Ni siquiera la derecha golpista pudo negar que Evo obtuvo muchos más votos que el candidato de la derecha, ni que el partido de Evo, el MAS, ganó por amplio margen las elecciones legislativas. Lo único que alegaban, por un asunto de decimales, era que la diferencia no le permitía a Evo ganar en primera vuelta, a pesar de que los resultados indicaban que sí.
El argumento era que en determinado momento no llegaba al porcentaje requerido y luego sí, lo que sin embargo es claramente explicable por el hecho de que faltaban los votos del área rural, donde todo el mundo sabe que Evo tiene aplastante mayoría.
En las más recientes elecciones en Honduras no fueron decimales ni fue para definir si el que quedó de Presidente ganaba en primera vuelta, sino que fueron varios puntos porcentuales de ventaja, pero a favor del candidato opositor, los que desaparecieron repentinamente, invirtiéndose el resultado a favor del otro, lo que ocasionó un repudio generalizado y expresado en movilizaciones masivas, pero nada pasó, porque el resultado cuestionado favorecía al candidato de Estados Unidos y la OEA.
Ante los absurdos señalamientos de fraude por parte de la oposición en Bolivia, que no presentó prueba alguna de sustento, Evo pidió la auditoría electoral a la OEA, a sabiendas de la parcialización de ésta en su contra, pero la oposición golpista no aceptó la auditoría, que de todas maneras le favoreció, ante lo cual Evo, acatando el resultado de esa falsa auditoría, llamó a nuevas elecciones en las que él mismo se autoexcluía de participar, pero la oposición golpista tampoco aceptó.
Entonces, y luego de que días antes la Policía se insubordinara al Gobierno, el Jefe del Ejército pidió la renuncia a Evo, quien finalmente renunció, que era la demanda de la oposición golpista para cesar los ataques a los simpatizantes del gobierno; pero los ataques han continuado.
Además, la ex Presidenta del Tribunal Electoral, María Eugenia Choque, ha sido detenida, y a estas alturas ya hay decenas de asilados políticos en la embajada de México en La Paz, que ya está siendo asediada por las enloquecidas hordas golpistas, al igual que la de Cuba, mientras la embajada de Venezuela ha sido tomada.
Nadie sabe en qué parará esto. Ni siquiera se sabe el rumbo institucional que tomarán los acontecimientos, porque todos los integrantes de la línea sucesoria prevista en la Constitución en caso de renuncia del Presidente, han renunciado también.
Se menciona incluso la posibilidad de que el Jefe del Ejército, un regordete blanco y racista, asuma la Presidencia, en lo que sería la cereza del pastel golpista en el país latinoamericano con la mayor cantidad de golpes de Estado en su historia.
Es de esperarse que las autoridades golpistas (cualesquiera que éstas sean) convoquen a nuevas elecciones para legitimar el golpe; elecciones en las que todas las fuerzas políticas (entre ellas el MAS, dirigido por Evo) eventualmente estarían llamadas a participar, a no ser que el golpismo prefiera ilegalizar al MAS, renunciando ya casi a toda apariencia democrática.
Sin embargo, en todo caso, en una nuevas elecciones presidenciales el MAS tendría que contemplar incluso la posibilidad de ni siquiera participar para evitar que su participación sea tomada como legitimación del golpe, y también debido a la descomunal desventaja que constituye el chantaje golpista de que si volviera a ganar el partido de Evo, la violencia continuaría (muy parecido a lo que sucedió en Nicaragua en 1990); todo esto además de la evidente falta de garantías ante seguras agresiones contra sus candidatos.
Por otra parte, aunque ni siquiera la oposición golpista pudo cuestionar que el MAS obtuviera la mayoría en el poder legislativo, es prácticamente seguro que también se repetirán las elecciones a este poder del Estado, pero ya sin mayores perspectivas para la izquierda, por las condiciones ya señaladas.
En total, desde el derrocamiento de Mel Zelaya en Honduras, ha habido en América Latina siete golpes de Estado organizados por el imperialismo norteamericano, de los cuales cuatro han tenido éxito logrando derrocar gobiernos de izquierda democráticamente electos por el pueblo (en Honduras, Paraguay, Brasil y ahora, Bolivia), y tres han sido fallidos (Venezuela en varias ocasiones, Ecuador en tiempos de Correa y Nicaragua el año pasado).
De todos ellos, este golpe de Estado en Bolivia es el más infame y descarado. Pero el respaldo popular que tiene el proyecto revolucionario que encabeza Evo Morales, es una entre varias razones que ya señalaremos, para considerar estos sucesos como el preámbulo de lo que será el inicio de una nueva etapa victoriosa en la lucha revolucionaria del pueblo de Bolivia por sus justas reivindicaciones históricas; por la justicia social, la soberanía, la dignidad y la paz.
La Revolución Cubana fue el inicio de la lucha armada de liberación nacional en la época de las dictaduras militares de derecha impuestas por el imperialismo en América Latina y Caribeña, cuando los triunfos electorales de la izquierda eran aplastados de inmediato, como había sucedido ya en Guatemala con el derrocamiento de Jacobo Arbenz, y como sucedió luego en República Dominicana con Juan Bosch y en Chile con Allende.
La Revolución Sandinista desencadenó la caída de las dictaduras y la Revolución Bolivariana impulsó la ocupación del gobierno por las fuerzas de izquierda, luego de intensas jornadas de luchas populares en todo el continente.
De modo pues, que esta no es la América Latina donde los gorilas golpistas hacían lo que querían sin ninguna consecuencia inmediata.
Este continente ya despertó, el nivel de conciencia es mucho mayor, la capacidad de organización y movilización del movimiento popular es muchísimo más grande que la de esos tiempos, cuando sólo brillaba como un faro solitario la Cuba revolucionaria.
Hoy tenemos un liderazgo político y social desarrollado, con gran capacidad de acción y con vocación de poder; una Cuba socialista consolidada, una Venezuela Bolivariana en resistencia, una Nicaragua sandinista en pie de lucha.
En estos tres bastiones del movimiento revolucionario continental las fuerzas armadas poseen profunda vocación patriótica al haber surgido de los procesos de lucha revolucionaria en cada uno de estos tres países, a diferencia de Bolivia, país donde la presencia de esas fuerzas armadas entreguistas fue siempre un punto de débil en comparación con los otros tres donde al igual que en Bolivia, los procesos de cambio social han tenido un carácter revolucionario.
Pero además de eso, este mismo año en México llegó al gobierno una formidable fuerza de izquierda con un liderazgo sólido y un consistente programa de transformación social profunda, mientras en Argentina volverán al gobierno las fuerzas populares, luego de ganar las recientes elecciones presidenciales, y en Uruguay la izquierda quedó en primer lugar en la primera vuelta electoral, con posibilidades de triunfo en la segunda.
En Chile, Ecuador y Honduras hay todo un movimiento popular en pie de lucha, y en estos dos últimos hay fuerzas políticas de izquierda cuyo regreso al poder es sólo cuestión de tiempo (y de poco tiempo), al igual que en Brasil, con Lula libre y en ofensiva política, mientras en el caso de Chile la articulación de una fuerza política que exprese el sentir de la actual lucha popular contra el neoliberalismo es más que probable, con un pueblo cuya tradición de lucha revolucionaria es de las más grandes en nuestro continente.
En Bolivia la derecha golpista está cayendo en su propia trampa, imposibilitada siquiera de poner un disfraz institucional al golpe de Estado (a diferencia de lo que ocurrió en Honduras, Paraguay y Brasil), lo que permitirá un rápido aislamiento político del régimen dictatorial que pretenda imponerse; aislamiento no necesariamente entre los gobiernos, pero sí entre los pueblos, cuyos movimientos populares y fuerzas de izquierda serán gobierno en poco tiempo, y cuyos gobiernos surgidos de la lucha popular y revolucionaria se consolidan a pesar de los ataques desesperados de un imperio decadente que no podrá con la formidable capacidad de lucha demostrada por el pueblo boliviano y su líder indiscutible, el Presidente legítimo Evo Morales, ejemplo de dignidad para todo nuestro continente en lucha por su segunda y definitiva independencia.
Y nadie mejor que nosotros los sandinistas para estar seguros del destino victorioso de la lucha del pueblo boliviano, con la amplia experiencia que tenemos de transformar derrotas en victorias, lo que nos ha permitido tener el honor de ser una de las fuerzas revolucionarias más victoriosas de la historia.
Finalmente, hay algo en lo que debemos ser absolutamente claros, y es que frente a la estrategia imperial de renuncia a la democracia, se plantea inevitablemente ante el movimiento revolucionario en nuestro continente, como un posible escenario, otra vez, la lucha armada, sólo que ahora, de plantearnos ese camino, esa lucha sería mucho más efectiva que en los años sesenta y setenta (cuando después de Cuba, sólo hubo un país en el que los revolucionarios conquistaron el poder mediante esa forma de lucha, que fue Nicaragua), porque ahora estaríamos hablando de una lucha armada que tendría como respaldo un movimiento popular bien organizado y movilizado, de manera que no habría peligro de aislamiento para los nuevos combatientes armados de la revolución continental. Sin embargo, esperamos que no sea este el camino al cual nos obligue la esquizofrenia imperial, pues la lucha por la paz es una de las más importantes luchas revolucionarias, pero por encima de eso, la lucha revolucionaria misma es la más importante forma de lucha por la paz.
- Carlos Fonseca Terán.