Pablo Gonzalez

Todos somos rehenes del 9/11


Año tras año, el 9/11 es esencialmente una ceremonia ritual del “tienes derecho a aceptar solo la versión oficial”, aunque la evidencia generalizada sugiere que el gobierno de EE.UU sabía que el 9/11 sucedería y no hizo nada por evitarlo.
Por Pepe Escobar

Pakistaníes levantan sus armas en la ciudad fronteriza de Bajour mientras gritan consignas antiestadounidenses antes de partir hacia Afganistán en octubre de 2001. Miles de personas de esta zona tribal se unen a los talibanes en su "guerra santa" contra Estados Unidos. Foto: AFP / Tariq Mahmood.

Después de años de informar sobre la Gran Guerra contra el Terrorismo, muchas preguntas relacionadas con los ataques en Estados Unidos siguen sin esclarecerse.

Afganistán fue bombardeado e invadido a causa del 9/11. Estuve allí desde el principio, incluso antes del 11 de septiembre.

 El 20 de agosto de 2001, entrevisté al comandante Ahmad Shah Massoud, el "León de Panjshir", quien me habló a cerca de una "alianza impía" de los talibanes, al-Qaeda y el ISI (inteligencia paquistaní).

De regreso en Peshawar, me enteré de que algo muy importante estaba por suceder: mi artículo fue publicado por Asia Times el 30 de agosto. 

El comandante Massoud fue asesinado el 9 de septiembre: recibí un breve correo electrónico de una fuente de Panjshir, que solamente decía: "le han disparado al comandante”. Dos días después, ocurrió el 9/11.

Y, sin embargo, el día anterior, nada menos que Osama bin Laden, en persona, estaba en un hospital paquistaní en Rawalpindi, recibiendo tratamiento, como informó la CBS. A las 11 am del 9/11 y sin ninguna investigación, Bin Laden era proclamado el autor.

 No debería haber sido del todo difícil localizarlo en Pakistán y "llevarlo ante la justicia".

En diciembre de 2001, me encontraba en Tora Bora siguiéndole la pista a Bin Laden, bajo bombarderos B-52 y al lado de los muyahidines pashtunes. Posteriormente, en 2011, reexaminaría el día en que Bin Laden desapareció para siempre.

Un año después del 9/11, me encontraba de regreso Afganistán para una investigación a fondo sobre el asesinato de Massoud. Para entonces, era posible establecer una conexión saudita: la carta de presentación de los asesinos de Massoud, que se hicieron pasar por periodistas, fue facilitada por el comandante Sayyaf, un agente saudí.

Durante tres años mi vida giró en torno a la Guerra Global contra el Terrorismo; la mayor parte del tiempo viví literalmente viajando, en Afganistán, Pakistán, Irán, Irak, el Golfo Pérsico y Bruselas. 

Al comienzo de "Shock and Awe" en Iraq, en marzo de 2003, Asia Times publicó mi investigación detallada sobre como los neoconservadores fraguaron la guerra contra Iraq.

En 2004, en un recorrido por los Estados Unidos, examine de nuevo el viaje de los talibanes a Texas y cómo una de las principales prioridades, desde los años de Clinton hasta los neoconservadores, era lo que yo había bautizado como "Pipelineistan" -en este caso, cómo construir el gasoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India (TAPI), sorteando a Irán y Rusia, y extendiendo el control estadounidense sobre Asia Central y Meridional.

Posteriormente, ahondé sobre aquellas preguntas complicadas que la Comisión del 9/11 nunca abordó, y cómo la campaña de reelección de Bush de 2004 estuvo totalmente condicionada y subordinada al 9/11.

Michael Ruppert, un delator de la CIA, que puede o no haberse suicidado en 2014, fue uno de los principales analistas del 9/11. Intercambiamos mucha información, y siempre enfatizamos los mismos puntos: Afganistán tenía que ver con heroína (existente) y oleoductos (inexistentes).

En 2011, el fallecido Bob Parry se encargaría de desacreditar muchas de las mentiras sobre Afganistán. 

Y en 2017, me encargué de pormenorizar sobre una de las principales razones por las que Estados Unidos nunca abandonará Afganistán: la línea de la ruta de la heroína.

Actualmente, el presidente Trump parece haber vislumbrado un posible acuerdo afgano -que los talibanes, que controlan dos tercios del país, están resueltos a rechazar, ya que permite la retirada de solo 5,000 de los 13,000 soldados estadounidenses. Además, el "Estado Profundo" estadounidense está absolutamente en contra de cualquier acuerdo, así como la India y el precario gobierno de Kabul.

Pero Pakistán y China están a favor, sobre todo porque Pekín planea incorporar a Kabul en el Corredor Económico China-Pakistán y que Afganistán sea admitido como miembro de la Organización de Cooperación de Shanghái, de esta manera conectando el Hindu Kush y el Paso Khyber al proceso de integración en curso de Eurasia. .

Suplicando por un nuevo Pearl Harbor

Dieciocho años después del hecho que cambió la reglas del juego, todos continuamos siendo rehenes del 9/11. Los neoconservadores estadounidenses, agrupados en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, habían estado rezando por un "Pearl Harbor" para reorientar la política exterior estadounidense desde 1997. Sus suplicas fueron respondidas más allá de lo que alguna vez se imaginaron.

Con anterioridad en The Grand Chessboard, también publicado en 1997, el ex asesor de seguridad nacional y cofundador de la Comisión Trilateral, Zbigniew Brzezinski, nominalmente no un neoconservador, había señalado que el público estadounidense "apoyó la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en gran parte debido al efecto de la conmoción del ataque japonés a Pearl Harbor”.

Por lo tanto, añadió Brzezinski, Estados Unidos "puede que tenga más dificultades para lograr un consenso sobre temas de política exterior, excepto en el caso de una amenaza externa directa realmente significativa y ampliamente percibida".

Considerado como un ataque al suelo patrio, el 9/11 generó la Guerra Mundial contra el Terrorismo, lanzada a las 11 de la noche del mismo día, inicialmente bautizada como "The Long War" por el Pentágono, luego suavizada como Operaciones de Contingencia en Ultramar por la administración de Obama.

 Esto costó billones de dólares, mató a más de medio millón de personas y mutó en guerras ilegales contra siete naciones musulmanas, todas justificadas por "razones humanitarias" y supuestamente respaldadas por la "comunidad internacional".

Año tras año, el 9/11 es esencialmente una ceremonia ritual del “tienes derecho a aceptar solo la versión oficial”, aunque la evidencia generalizada sugiere que el gobierno de EE.UU sabía que el 9/11 sucedería y no hizo nada por evitarlo.

Tres días después del 9/11, el Frankfurter Allgemeine Zeitung informó que en junio de 2001, la inteligencia alemana advirtió a la CIA que terroristas del Medio Oriente "planeaban secuestrar aviones comerciales para usarlos como armas para atacar símbolos importantes de la cultura estadounidense e israelí".

En agosto de 2001, el presidente Putin ordenó a la inteligencia rusa que le dijera al gobierno de los Estados Unidos "de la manera más enérgica posible" sobre ataques inminentes en aeropuertos y edificios gubernamentales, reveló MSNBC en una entrevista con Putin que se transmitió el 15 de septiembre de ese año.

Ninguna agencia del gobierno de EE.UU ha publicado información alguna sobre quién utilizó el conocimiento previo del 9/11 en los mercados financieros. El Congreso de los Estados Unidos ni siquiera planteó el tema. 

En Alemania, el periodista de investigación financiera, Lars Schall, ha estado trabajando durante años en un estudio extenso que detalla en gran medida el uso de información privilegiada antes del 9/11.

Mientras NORAD duerme

Desacreditar la inmutable versión oficial del 9/11 sigue siendo el último tabú. Cientos de arquitectos e ingenieros involucrados en una refutación técnica meticulosa de todos los aspectos de la historia oficial del 9/11 son desestimados como "teóricos de la conspiración".

En contraposición, el escepticismo arraigado en la tradición griega y latina ha producido posiblemente el mejor documental del 9/11: Zero, una producción italiana. 

Como también lo es, probablemente el libro más estimulante sobre el 9/11: El mito del 11 de septiembre, de Roberto Quaglia, que ofrece una historia delicadamente matizada del 9/11 como un mito estructurado como una película. El libro se convirtió en un gran éxito en Europa del Este.

Interrogantes cruciales sugieren que es bastante creíble la existencia de sospechosos a ser investigados con respecto al 9/11, más que los 19 árabes con navajas multiusos. Hace diez años, en Asia Times, formulé 50 preguntas, algunas de ellas muy detalladas, sobre el 9/11. Después de las peticiones y sugerencias de los lectores, agregué 20 más. Ninguna de estas preguntas fueron abordadas de manera convincente, mucho menos respondidas, por la versión oficial.

A la opinión pública mundial se le ha hecho creer que en la mañana del 9/11 cuatro aviones, presumiblemente secuestrados por 19 árabes con navajas multiusos, viajaron sin ser molestados, durante dos horas, a través del espacio aéreo más controlado del planeta, supervisado por la maquinaria militar más devastadora de la historia.

El vuelo 11 de American Airlines se desvió de su trayectoria a las 8:13 a.m. y se estrelló contra la primera torre del World Trade Center a las 8:57 a.m.

 Solo hasta las 8.46 a.m., el NORAD, el Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte, ordenó que dos interceptores F-15 despegaran de la base militar Otis.

Por una extraña coincidencia, en la mañana del 9/11 el Pentágono realizaba un simulacro de guerra, por lo que los radares de los controladores aéreos pueden que hayan registrado solo "señales fantasma" de aviones inexistentes simulando un ataque aéreo. Bueno, fue mucho más complicado que eso, como lo demostraron pilotos profesionales.

“Angel era el siguiente”

A la opinión pública mundial también se le ha hecho creer que un Boeing 757, con una envergadura de 38 metros, logró penetrar en el Pentágono a través de un agujero de seis metros de ancho y a la altura del primer piso. 

Un Boeing 757 con el tren de aterrizaje tiene 13 metros de altura. Los aviones de pasajeros electrónicamente rehúsan chocar, por lo que es toda una hazaña lograr que un avión vuele entre cinco a 10 metros por encima del suelo, con el tren de aterrizaje desplegado, a una velocidad de 800 kilómetros por hora.

De acuerdo al relato oficial, el Boeing 757 literalmente se pulverizó. 

Sin embargo, incluso después de la pulverización, logró perforar seis paredes de tres anillos del Pentágono, dejando un agujero de dos metros de ancho en la última pared pero dañando levemente el segundo y el tercer anillo.

 La versión oficial es que el agujero fue causado por la nariz del avión –todavía bastante difícil incluso después de la pulverización. Sin embargo, el resto del avión -una masa de 100 toneladas viajando a 800 kilómetros por hora- se detuvo milagrosamente en el primer anillo.

Todo eso sucedió bajo el mando de un tal Hani Hanjour, quien tres semanas antes había sido juzgado por sus instructores de vuelo como incapaz de pilotear un Cessna. Hanjour, sin embargo, logró ejecutar un descenso en espiral ultrarrápido a 270 grados, nivelándose a un máximo de 10 metros sobre el suelo, calibrando minuciosamente la trayectoria y manteniendo una velocidad de crucero de aproximadamente 800 kilómetros por hora.

A las 9.37 a.m., Hanjour impactó precisamente la oficina de analistas de presupuesto del Pentágono, donde todos estaban ocupados trabajando en la misteriosa desaparición de no menos de $ 2.3 billones que el secretario de Defensa Donald "Known Unknows" Rumsfeld, en conferencia de prensa el día anterior, dijo que no podía ser rastreado. Así que no solo los Boeings se pulverizaron dentro del Pentágono.

A la opinión pública mundial también se le ha hecho creer que el 9/11 la física newtoniana fue suspendida como un bono especial para el WTC 1 y WTC 2 (sin mencionar el WTC 7, que ni siquiera fue impactado por avión alguno). 

La torre del WTC (de 411 metros de altura) que se desplomó más lentamente tardó 10 segundos en caer, desde el punto de inmovilidad. Lo que quiere decir que cayó a una velocidad de 148 kilómetros por hora. Teniendo en cuenta el tiempo de aceleración inicial, fue una caída libre, sin que el corazón de la estructura de la torre, compuesto por 47 enormes vigas verticales de acero sirviera de obstáculo.

A la opinión pública mundial también se le ha hecho creer que el vuelo 93 de United Airlines de 150 toneladas de peso, con 45 personas a bordo, 200 asientos, equipaje, una envergadura de 38 metros, se estrelló en un campo en Pennsylvania y también literalmente se pulverizó, desapareciendo completamente dentro de un agujero de seis metros por tres metros de ancho y solo dos metros de profundidad.

Repentinamente, Air Force One, era "el único avión en el cielo". El coronel Mark Tillman, que estaba a bordo, recordó: "Recibimos este informe de que hay una llamada que dice que ‘Angel’ era el siguiente. Nadie sabe realmente de dónde vino el comentario: fue mal traducido o embrollado en la Casa Blanca, la Sala de Crisis, los operadores de radio. 

‘Ángel’ era nuestro nombre en clave. El hecho que supieran sobre "Ángel", en verdad, tenías que ser parte del círculo íntimo".

Esto significa que 19 árabes con navajas multiusos, y sobre todo quienes estaban a cargo de ellos, seguramente deben haber sido parte "del círculo íntimo". Desde luego, esto nunca fue investigado a fondo.

Ya en 1997, Brzezinski había advertido, "es imperativo que ningún rival eurasiático emerja capaz de dominar Eurasia y, por lo tanto, también desafiar a Estados Unidos".

Al final, para la gran frustración de los neoconservadores estadounidenses, toda la vocinglería del 9/11 y de la Guerra Global contra el Terrorismo/Operaciones de Contingencia en Ultramar, en menos de dos décadas, terminaron transformándose no solo en un adversario sino en una asociación estratégica entre Rusia y China. 

Este es el verdadero "enemigo", no Al Qaeda, un débil producto de la imaginación de la CIA, rehabilitado y suavizado como "rebeldes moderados" en Siria.

http://lacunadelsol-indigo.blogspot.com/2019/09/todos-somos-rehenes-del-911_15.html

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