En el Puerto de Barcelona se levanta un monumento en honor a Antonio López y López, primer marqués de Comillas, destacado prohombre de la ciudad que hizo fortuna con la trata de esclavos en las Antillas. Su hija se casó con Eusebi Güell, mecenas de Antoni Gaudí e inspirador del espectacular parque Güell, que a la vez había recibido una considerable fortuna de parte de su padre, Joan Güell i Ferrer (también con un monumento en plena Gran Vía), que se había enriquecido también con la trata de esclavos.
Josep Xifré, primer presidente de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona (el embrión de La Caixa), también se lucró con el negocio de los esclavos.
La familia Vidal-Quadras (los antepasados del eurodiputado del PP, Alejo Vidal-Quadras) participaron del mercado esclavista en el siglo XIX. Alicia y Esther Koplowitz, dos de las empresarias más conocidas de España, son hijas de Esther Romeu de Juseu y Armenteros, aristócrata cubana y como ellas marquesa de Casa Peñalver, de Campoflorido, del Real Socorro y de Bellavista, pomposos títulos unidos a las grandes plantaciones familiares en Cuba con cientos de esclavos. Pablo Epalza, futuro fundador del Banco de Bilbao (BBV) amasó también gran parte de su fortuna con la trata.
No son los únicos, en la actualidad nuestras calles están repletas de reconocimientos en forma estatuaria o en placas nominales a grandes nombres asociados a la trata de esclavos en los siglos precedentes.
La reina María Cristina de Borbón, con monumento frente al Casón del Buen Retiro y célebre parada de metro en Barcelona, en compañía de su segundo esposo, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, I Duque de Riánsares, practicó y promovió la trata de esclavos en las islas caribeñas y tuvo participaciones en diversos ingenios azucareros en el siglo XIX.
Otro ilustre de nuestra historia es Leopoldo O’ Donnell, ex presidente de gobierno que ejerció la Capitanía general de Cuba con puño de hierro entre 1843 y 1848, ordenó una cruel represión tras una revuelta esclava en la isla, conocida como Conspiración de la escalera, por ser el utensilio que utilizaron para torturar a los sediciosos.
Sin duda le interesaba controlar un negocio del que se lucraba indirectamente, según el cónsul británico en la isla, por cada “pieza” desembarcada recibía 51 pesos de los negreros. Los ingleses calcularon que debió amasar hasta 500.000 pesos durante su estancia en la isla (el equivalente a diez millones de reales en la moneda española de la época, una fortuna).
Incluso en los últimos años del negocio negrero, cuando solo subsistía en Brasil y en las Antillas, el ilustrísimo político español Antonio Cánovas del Castillo lucho ferozmente contra los proyectos abolicionistas que surgieron en las Cortes entre 1869 y 1870.
Son solo algunos de muchos ejemplos que ligan nuestro actual stablishment político y financiero con la luctuosa y desconocida trata de esclavos española, un negocio grandioso que permitió financiar la revolución industrial que vivieron principalmente Cataluña y el País Vasco en la segunda mitad del siglo XIX.
Una terrible lacra que pervivió en territorio español hasta la cercana fecha del 7 de octubre de 1886, cuando la puesta en libertad de los últimos 25.000 esclavos en Cuba y los territorios de ultramar ponía fin a más de 400 años de comercio esclavista español. Solo Brasil conservaba la esclavitud hasta entonces.
Ejemplos como estos y unas cifras escalofriantes son las que podemos leer en el excelente libro “La esclavitud en la Españas: Un lazo transatlántico” del catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I de Valencia, José Antonio Piqueras.
Una lectura que nos descubre un pasado desconocido y ‘conscientemente’ olvidado de nuestra historia reciente.
La esclavitud en España
Durante toda la historia de España la trata de esclavos fue una realidad hoy olvidada pero muy común entre nuestros ancestros.
La esclavitud y la negritud asociada a esta vil consideración social eran moneda de cambio común en el pasado.
Desde cuadros de Goya como La Boda (1792) donde aparece a un mulato, a diversos pasajes de El celoso extremeño de Cervantes, cuadros de Velazquez o Murillo, muestran una realidad muy común en el Siglo de Oro español.
Se calcula que vivían en España cerca de 58.000 esclavos a finales del siglo XVI, una cifra que fue decreciendo paulativamente hasta su desaparición bien entrado el siglo XIX, al tiempo que en las américas su número iba alcanzando cifras estratosféricas. El negocio de la esclavitud estaba en América.
La historia de la esclavitud en España, como en otras partes del mundo, es amplia y sus orígenes se pierden en el tiempo.
Conducta habitual durante la Antigüedad, la caída del Imperio Romano hizo que su uso fuera en declive en Europa, comparativamente con los años de bonanza imperial, pero la trata de esclavos seguía siendo habitual como comercio basado en los cautivos de guerra: musulmanes en la vertiente mediterránea e infieles de origen báltico en el norte europeo.
Por lo que en los años siguientes a la Reconquista era muy habitual la tenencia de esclavos en las casas, principalmente de origen musulmán. Tanto es así que cabe recordar que en el Decreto de 1609 de expulsión de los moriscos se incluyó una salvedad en el reino de Valencia (donde eran uno de cada tres habitantes), se excluía a los que fueran de estado esclavos, que seguirían perteneciendo a sus dueños.
En cuanto al comercio de esclavos negros africanos, los árabes ya habían alentado un próspero mercado comercial en sus incursiones más allá del Sahara en los albores de la Edad Media. Se calcula que entre el siglo VIII y el XIX los árabes sustrajeron de África subsahariana y oriental entre ocho y doce millones de personas.
Como veremos a continuación los europeos se incorporaron más tarde al comercio africano pero lo hicieron con mucha más energía, sin duda. Desde el siglo XVI al XIX los europeos pudieron haber reducido a la esclavitud a cerca de 18 millones de negroafricanos, de los que se calcula que unos 700.000 (no solo negros) fueron llevados a la península ibérica.
Por este motivo durante siglos la presencia de esclavos negros no fue una nota exótica presente en cuadros o novelas sino que era más bien una realidad. Si bien la preferencia de los españoles estaba en los esclavos de tez clara (principalmente eslavos y euroasíaticos) que salían mucho más caros.
La esclavitud doméstica y urbana
Un buen ejemplo lo encontramos en Barcelona, puerto que hasta la guerra civil catalana del siglo XV había sido uno de los puertos de entrada de esclavos más importantes del Mediterráneo occidental.
Pero cuando los mercaderes catalanes reemprendieron sus labores, la irrupción del poderoso reino de Portugal y sus expediciones africanas habían hecho cambiar las tornas del comercio de esclavos.
En ese momento los comerciantes catalanes se embarcaron hacia las costas atlánticas para conseguir las preciadas mercancías.
Según los registros notariales, tan abundantes en los archivos catalanes, podemos hacernos una idea de la magnitud del comercio en esta época.
Entre 1494 y 1506 se aseguraron 61 cargas de barco por un valor de 39.990 libras que incluían oro plata, salazones, azúcar, curo y esclavos, pero de éstos 21 eran sólo de esclavos africanos y canarios sumando 16.870 libras.
Teniendo en cuenta que de media un esclavo costaba unas 36,20 libras, la cifra es más que destacable. En palabras del profesor Iván Armenteros, investigador del CSIC especializado en Historia de la esclavitud Medieval y Moderna, en Barcelona aproximadamente el 10% de la población era esclava en el siglo XV, proporción muy similar a la que podía verse en la Sevilla del siglo XVI.
En otro puerto importante del sur de España, en Cádiz, entre 1600 y 1649 el número de hijos de esclavos o esclavos adultos que fueron esclavizados fue de 11.420 (uno de cada diez bautismos).
Por lo que respecta a la América recién conquistada, su desarrollo está muy ligado a la manufactura del azúcar de caña y implantación de los “ingenios azucareros”: la unidad agrícola que comprende las tierras de cultivo y las instalaciones manufactureras además del grupo humano que trabaja en ellos.
Muy pronto son los esclavos africanos los que sustituyen a la mano de obra nativa, muy perjudicada por las enfermedades trasladadas al continente por los primeros exploradores, en las minas, construcciones y en la agricultura.
En esta primera época de comercio negrero se calcula que entre 1501 y 1641 llegaron a los puertos americanos cerca de 300.000 africanos. A partir de 1595 la Corona Española optó por conceder el comercio de esclavos por “asientos”, para poder recaudar grandes rentas fiscales en todos sus puertos, así el negocio de la trata quedó hasta 1789 casi siempre en manos extranjeras.
El caso más emblemático es el de los Países Bajos que con escasísimas colonias en América movilizó una importante flota esclavista.
El papel financiero de Norteamérica
Otro importante actor en el negocio esclavista en las américas fue la recién nacida nación estadounidense. A finales del siglo XVIII los astilleros de Nueva Inglaterra se concentran en la producción de barcos negreros que en su mayoría navegan hacia los mercados caribeños.
En 1806 de los 62 barcos entrados en el puerto de La Habana que se dedican al negocio de la trata, todos consignados por casas locales, 58 eran de bandera y tripulación norteamericana.
Hay que destacar que el tráfico ilegal de esclavos africanos en Cuba y Puerto Rico, actividad declarada ilegal a principios del siglo XIX en gran parte de los países europeos, sólo pudo llevarse a término con la participación naviera y financiera de ciudadanos norteamericanos, paradójicamente radicados en su mayor parte en los estados del norte, “teóricamente” abolicionistas.
El capitalismo colonial y el comercio de esclavos
Pero es a partir de 1789, cuando la trata se convierte en una actividad libre en los territorios españoles, que el negocio de la esclavitud entra de lleno en el mercado español, principalmente en las ciudades de Cuba, en Buenos Aires, Cádiz, Barcelona y Santander. La importancia que tuvieron estos réditos económicos en la revolución industrial que acaeció en el norte y el levante español es más que significativa, representándose en inversiones posteriores en la industria, banca, navieras y compañías de seguros.
Amparados en la protección de la Corona Española una gran oleada de peninsulares llegados a las Antillas entre 1814 y 1833 hicieron fortuna con la trata o la explotación de esclavos en los ingenios cubanos, son los que luego serían llamados indianos.
Entre ellos se cuentan muchos catalanes. Ya hemos hablado al principio de Josep Xifré, futuro presidente y fundador de la Caja de Ahorros de Barcelona (embrión de La Caixa), pero fueron muchos otros los que hicieron también fortuna con este lucrativo negocio como Miquel Biada i Bunyol, conocido por ser el principal promotor del primer ferrocarril peninsular: la línea Barcelona Mataró (1848).
Durante su estancia en Cuba su compañía, la Biada y Cía. Se dedica a multitud de transacciones, entre ellas la trata de esclavos africanos, lo que proporciona una gran capital que después invertirá en ferrocarriles.
Desde la localidad tarraconense de Torredembarra surgieron dos grandes nombres de la economía catalana que cimentaron su riqueza en la trata de esclavos. Joan Güell i Ferrer se trasladó a La Habana en 1818 donde hizo una enorme fortuna en unos pocos años gracias a su habilidad para los negocios, principalmente la trata de esclavos.
A su vuelta Barcelona fundó su propia empresa metalúrgica La Barcelonesa y promovió la creación de La Maquinista Marítima y Terrestre y la megafábrica del Vapor Vell en Sants.
Su contribución al dinamismo económico catalán es innegable, fue también el fundador de la futura patronal catalana (Foment), pero sus oscuros inicios financieros en la isla una lacra que parece pudo salvar: la Gran Via de les Corts Catalanes de Barcelona lo recuerda con una gran estatua.
Otro vecino ilustre de Torredembarra, Esteve Gatell, también invirtió su gran fortuna amasada en el comercio de esclavos en el negocio del ferrocarril, además de otras muchas inversiones industriales, navieras y financieras.
Al principio hablamos de Pablo Epalza, futuro fundador del Banco de Bilbao, pero no fue el único norteño que se adentró en el goloso mercado del comercio de esclavos. Antonio López y López, Marqués de Comillas, fue el fundador también del Banco Hispano Colonial, cimentó su fortuna como negrero y dueño de cuatro cafetales y cuatro ingenios que aprovechaba para vender sus dotaciones de esclavos.
Juan Manuel Manzanedo, natural de Santoña, cuyo pasada oscuro registró Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, llegó a Cuba como sirviente y acabó amasando una gran fortuna como traficante que después reinvirtió en la promoción del prestigioso barrio de Salamanca en Madrid.
Desde el sur de España surgió otro hombre importante en el negocio negrero, el gaditano Manuel Pastor Fuentes, un coronel retirado que aprovecho su capacidad técnica y organizativa para impulsar el negocio de la trata de esclavos hasta sus más altas cotas de beneficios financieros y políticos.
Se conoce que fue quién implanto la cuota pro cada negro introducido en la isla que después él mismo se encargaba de trasladar a la reina madre María Cristina de Borbón. Su hija, la reina Isabel II le nombraría senador vitalicio y otorgaría el título de conde de Bagaes.
Se calcula que los beneficios de la trata ilegal entre 1821 y 1867 ascendieron a 58 millones de dólareshaciendo un cálculo sobre los 443.399 esclavos vendidos, pero se cree que esta cifra en realidad pudo rondar los 500.000 o 700.000, por lo que es probable que los beneficios se acercaran a los 100 millones de dólares (cerca de 2.000 millones de reales en moneda peninsular).
Y estas estimaciones no se incluye todo el negocio paralelo generado a su alrededor: navieras, astilleros, manufacturas, etc.
El largo y tortuoso final de la esclavitud
Un negocio tan lucrativo fue muy complicado de terminar así como así, por muchas presiones abolicionistas que surgieran en el Congreso o en las embajadas internacionales, sólo la cruenta guerra de Cuba (1868-1878) de marcado carácter antiesclavista y anticolonialista puso sobre aviso a la aristocracia financiera de la isla y sus potentados políticos y económicos en la península sobre la necesidad de realizar cambios sociales profundos en las colonias.
En noviembre de 1879 se presentaba en las Cortes un proyecto de abolición de la esclavitud: incluía un patronato de ocho años, seguido de la obligación de contratarse otros cuatro años más en la transición al trabajo libre.
La ley de abolición de la esclavitud se publicaba el 13 de febrero de 1880 y debía hacerse finalmente efectiva en 1888, tras ocho años de transición del patronato al trabajo libre.
Las presiones internacionales, especialmente tras el fracaso español en la Conferencia internacional de Berlín de 1885 en las que las potenciales internacionales se repartieron África, forzó al ministro de Ultramar, Germán Gamazo a decretar con dos años de antelación la liberación total de los esclavos en la isla de Cuba.
Así, el 7 de octubre de 1886 quedaban en libertad los últimos 25.000 esclavos africanos o hijos de africanos de los territorios españoles de ultramar.
Únicamente Brasil conservó la esclavitud hasta 1888, ahora empezaba el largo camino del olvido de una terrible institución que, paradójicamente, ayudaría a modernizar a España.
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