Las campañas de venta de ropa estampada con marcas "venezolanas", alguna ya vendida a consorcios extranjeros y otras provenientes de transnacionales, aparecen en las redes sociales como "emprendimientos de la diáspora" que afirman "lo popular venezolano".
Sin embargo, se aprecian señales de un profundo adoctrinamiento que surge desde la médula del capitalismo actual: el poder de las marcas.
PLANETA MARCA SAQUEO
El plan globalizador que ha venido instrumentándose desde una pequeña esquina del planeta llamada Europa, con Estados Unidos como sobremarcha, busca homogeneizar gustos, hábitos y dietas. Sin embargo, no nivela las reglas del juego global, mucho menos el acceso a la tecnología, beneficios laborales ni a los servicios; se trata de un sistema de acumulación de beneficios para pocos países que se sirven del atraso de muchos.
El discurso neoliberal, que salpica todo con la competencia, termina convertido en empleos temporales en países periféricos, obsolescencia programada que crea dependencia tecnológica y monopolios que fagocitan todo cuanto signifique variedad de ofertas. No propician todo esto para crecer en producción sino para crecer en "presencia".
Perder espacio en el mundo de las cosas para ganarlo en el mundo simbólico, posicionar y mantener una marca, es garantía de rentabilidad y de acumulación para el dominio global. Hace ya casi 100 años que las empresas de éxito deben producir, ante todo, marcas y no productos.
La imagen equivale al capital financiero: son muchos los cuentos de corporaciones cuyo valor fluctúa más por lo que le suceda a la marca que por las capacidades de producción, endeudamiento o cualquier otra variable que le ocurra a lo palpable.
La presencia mundial de ciertas marcas no es solo una invasión de logos y eslóganes sino la concentración de obreros de maquilas mal pagados y apiñados en ciudades en las que también están obligados a consumir.
Por su parte, las clases medias y altas, tanto o más esclavas de modelos impuestos de consumo, denostan de ellos y sus "cinturones de miseria". Dice la investigadora estadounidense Naomi Klein que el Tercer Mundo siempre ha existido para mayor comodidad del Primero; sucede en lo global como en lo local.
Las grandes empresas asumen que en cualquier lugar del planeta se puede fabricar y así se han liberado de obreros, fábricas y emisiones para existir en el plano de la imagen. Las tareas terrenales son tercerizadas a actores económicos que cumplen los pedidos de manera puntual.
Esto ocurre en actividades que van desde la fabricación de alimentos hasta la confección de ropas, más que todo en el Sur Global donde la mano de obra es barata, las leyes son permisivas y las exenciones impositivas sobrepasan cualquier imaginación sana.
En el caso venezolano, las grandes corporaciones que han construido marcas "fuertes" poseen una alta dependencia de tecnologías extranjeras y de los petrodólares del Estado.
MARCAS: ¿MERCANCÍA O EXPERIENCIA?
En sus sedes, las corporaciones transnacionales se dedican al verdadero negocio: darle significado a la mercancía mediante una "mitología corporativa".
Aun cuando la publicidad se ha asumido como una ciencia con instrumentos de medición precisos, tiene en su médula un componente metafísico muy denso: ofrece a quien la consume un imaginario de calidad, comodidad y confort que hace de sus productos sinónimos de experiencias culturales y sociales positivas.
La gente no compra objetos, compra marcas y, con ellas, adquiere el estatus que lo salve de ser común y corriente. Para tener, en el mundo corporativo, no solo hay que llenar mercados de objetos sino convertir a dichos objetos en una experiencia o expectativa, prometer un estilo de vida placentero a través de ese objeto.
Hoy en día, las empresas se enfocan en hacerse de una poderosa personalidad convirtiendo su concepto de marca en una fiebre cuyo contagio, dice Klein, es inoculado mediante diversos vectores: el patrocinio cultural, la controversia política, la experiencia del consumo y las ampliaciones de marca.
Las multinacionales vociferan sobre diversidad, pero el resultado visible de sus estrategias es un gentío uniformado de adolescente eterno, señora sin líneas de expresión, top model, ejecutivo engominado… siempre gente distinta pero amparada bajo el mismo mantra de "consumir es vivir".
Las marcas venden un estilo de vida. En un tiempo vendían lo nuevo para el uso, hoy lo nuevo son las sensaciones que ellas producen o ahondan.
A eso le llaman "valor añadido conceptual", es decir, márketing. Las grandes empresas pueden llegar a adquirir en sí mismas su propio significado y el producto pasa a un segundo plano.
No hay espacio que no inunde la publicidad, se ha convertido en el Espíritu Santo del capitalismo, todo lo inspira, todo lo toca. Desde la escuela hasta la religión, todos estamos comprando-vendiendo paraísos imaginarios...
¿LA OTRA VENEZUELA O PROPAGANDA DE GUERRA?
Los hábitos de consumo que hoy conforman el mercadeo venezolano han sido moldeados en el marco de la cultura petrolera. Esto se ha planteado desde distintos ángulos, pero nada los dibuja mejor que esta campaña basada en ciertas marcas como parte de los valores venezolanos.
La mayoría de las cuentas pertenecen a venezolanos que han migrado en los últimos años, quienes en un ejercicio de "añoranza" promocionan mercancías alusivas a productos alimenticios o golosinas, casi todos empacados por empresas que operan u operaron en Venezuela.
Tal ejercicio se inspira en una Venezuela que, según ellos, existió y que volverá si el presidente Maduro es derrocado, pero que en el fondo es una puesta en escena que busca vender un estilo de vida que solo existió en medio de una política sistemática de redistribución de la renta por parte del chavismo en el gobierno.
Pudiera compararse la puesta en escena con la telenovela, mecanismo modelador de la cultura moderna venezolana mediante el cual las élites venden un mensaje en el que los pobres son redimidos al final de cada relato, aun cuando sufrieron todo tipo de desgracias a lo largo de la trama. El efecto tranquilizador de la telenovela es evidente en las mismas redes sociales: el final feliz es exigido aun en medio de la clara determinación por parte de la Administración Trump de llevarnos a la guerra.
Ninguno de los posts que vende un futuro de marcas y retorno a la prosperidad asoma al menos los efectos de una intervención militar para las mayorías empobrecidas por el mismo bloqueo que promueve el antichavismo, todos venden el paraíso imaginario del consumo ilimitado que, hay que insistir, nunca ha existido para todos.
Un dato curioso es que en el discurso antichavista ha estado el anhelo interminable de "poder comprar de todo", sin embargo la campaña en cuestión vende una marca de alimentos entre tantas que están radicadas en Venezuela. Se habla de libre competencia pero la "otra Venezuela" privilegia a un monopolio e intenta convencer de que las sanciones, bloqueos, robo de empresas estatales en el exterior, son parte del mal que hay que soportar para llegar al final feliz.
Se trata de infundir una realización inmaterial de las carencias que el bloqueo impone; proyectando el deseo del público se pretende movilizar a la población desde el adoctrinamiento extremo del capital que significa convertir una o varias marcas en valores espirituales en los que se proyecte un país.
http://misionverdad.com/opinión/adoctrinamiento-estampame-una-marca
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