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EE.UU. Nacido en una celda: la extraordinaria historia de un huérfano del movimiento de liberación negra


Era 1978, Debbie tenía 22 años y llevaba cinco semanas de una condena que terminarían siendo 40 años en la cárcel. Para poder pasar un valioso tiempo con su bebé, estaba decidida a dar a luz por su cuenta, sin que intervinieran los funcionarios de prisión. 

La placenta sería lo más difícil, ¿cómo deshacerse de ella sin armar un desastre que alertase a los guardias de que acaba de nacer un niño en una celda de la prisión? 

No había equipo médico, calmantes, toallitas esterilizadas, o material higiénico de ningún tipo. La parte fácil era cortar el cordón umbilical sin tijeras: bastaba con usar los dientes. Pero a Debbie Sims Africa lo que más le preocupaba era la placenta. 

Al final, una reclusa que había sido encarcelada junto a ella la ayudó: recogió la placenta en sus manos y la llevó en secreto hasta el cuarto de baño para tirarla por el inodoro de la prisión.

El plan funcionó y pudo pasar tres días maravillosos con su bebé escondiéndolo debajo de una sábana. Cuando lloraba, otras mujeres de la cárcel se ponían de pie por fuera de su celda y cantaban o tosían para ocultar el ruido. Pero Debbie era consciente de que aquello no podía durar mucho. Las reglas de la cárcel prohibían a las madres estar con sus hijos. A los tres días, informó a los carceleros de la existencia del bebé. Cuando salieron de su asombro, se encargaron de separar a madre e hijo para que el niño fuera llevado al mundo exterior.

Así comienza la extraordinaria vida de Mike Africa hijo, un hombre nacido en una celda de prisión, y de sus padres encarcelados. A punto de cumplir 40 años en septiembre, Mike reflexiona sobre la aventura que ha sido su vida.

Cuando nació, su madre había sido acusada de asesinato en tercer grado durante uno de los enfrentamientos más espectaculares entre las fuerzas del orden y el movimiento de liberación negra de los años setenta. 

Debbie Africa no fue la única condenada a 30 años de cárcel por la muerte de un oficial de policía. Involucrado en el mismo enfrentamiento, su esposo y padre de Mike, Mike Africa padre, fue castigado con una condena similar.

Las sentencias contra sus dos padres convirtieron a Mike junior en un huérfano penal del Black Power. Durante casi 40 años los visitó en prisiones separadas pero nunca los vio fuera de los muros de la cárcel. 

El mes pasado, Debbie salió por fin de la cárcel en libertad condicional, pero su padre sigue encerrado. Hasta el día de hoy, nunca ha visto a los dos juntos.




Debbie y Mike padre, ambos de 62 años, forman parte de los Nueve de Move, el grupo de activistas radicales negros que fue considerado colectivamente responsable por la muerte del oficial James Ramp durante el tiroteo policial del 8 de agosto de 1978 contra su casa comunal de Powelton Village (Filadelfia). El grupo, cuyos miembros usan “Africa” como apellido y como insignia política, se resistió al desalojo.

Move fue uno de los movimientos más singulares en la lucha de liberación negra de los años setenta. 

Profundamente comprometidos con la lucha contra la brutalidad policial en las comunidades afroamericanas, también se preocupaban por el cuidado de los animales y del medio ambiente. Eran como una mezcla de Panteras Negras con hippies amantes de la naturaleza. 

El black power y el flower power juntos.


Sus miembros vivían en una casa comunal con un montón de perros y gatos de la calle. Allí predicaban sus creencias políticas día y noche, a todo volumen y usando unos megáfonos que desquiciaban a los vecinos. Con el tiempo, la policía y el gobierno de la ciudad de Filadelfia los clasificó como peligrosos, lo que provocaría un prolongado enfrentamiento. 

Culminó en el asedio y tiroteo de 1978 con la participación de cientos de policías, la muerte del oficial Ramp, y el encarcelamiento de nueve de los activistas negros, con condenas que potencialmente serían perpetuas.

Los Nueve de Move fueron acusados de disparar el primer tiro y de matar a Ramp. 

Pero ellos siempre sostuvieron su inocencia. Niegan haber disparado a nadie y culpan de la muerte del oficial al “fuego amigo” accidental de otros policías armados.

Ramp era un ex marine que llevaba 23 de sus 52 años en el destacamento de policía de Filadelfia. A pesar de que sólo lo alcanzó una bala, los nueve miembros de Move fueron condenados por su muerte.

Conocí a Debbie Africa y a su hijo durante la investigación sobre activistas radicales negros encarcelados que inicié hace más de dos años con el caso de los Tres de Angola, unos ex Panteras Negras que sufrieron inéditos períodos de incomunicación en Angola, la célebre prisión de Luisiana.

Así comenzó un viaje que me llevó a entrevistar a varios de los Nueve de Move, así como a ex Panteras Negras y a miembros del Ejército de Liberación Negra aún encarcelados (en algunos casos, llevan medio siglo allí). La experiencia culminó el día que pasé con Debbie y Mike junior, madre e hijo, celebrando su primera vez juntos fuera de los muros de la prisión.

Debbie Africa tenía un embarazo de ocho meses cuando ocurrió el asedio policial de 1978. Durante el tiroteo se escondió en el sótano de la casa. Hasta que, acosada con cañones de agua y gases lacrimógenos, salió a tientas en la oscuridad llevando a Michelle, su primera hija que entonces tenía dos años.

En el juicio no presentaron ninguna prueba de que ella hubiera apretado el gatillo o tocado un arma. A pesar de eso la condenaron como asesina y conspiradora.

Mike padre sigue encarcelado en el instituto correccional de Graterford, en Pensilvania, pero Debbie Africa se convirtió en junio en una de las pocas luchadoras por el movimiento de liberación negra que han logrado convencer a la junta de libertad condicional de que han dejado de ser una amenaza para la sociedad y pueden salir de la cárcel tras condenas por actos violentos que comenzaron en los años setenta.

Dos semanas después de que saliera de la cárcel de Cambridge Springs en régimen de libertad condicional, Debbie y su hijo Mike hablaron conmigo en la casa del pequeño pueblo a las afueras de Filadelfia donde viven. Después de tanto tiempo, a los dos les seguía pareciendo sorprendente estar en compañía del otro. Las visitas esporádicas de Mike a las cárceles de sus padres no tenían nada que ver con la nueva situación.

A Mike, las pequeñas cosas son las que más lo desconciertan. La primera mañana en su casa, los dos se sentaron a desayunar sin zapatos. “Fue la primera vez que vi sus pies, y fue la primera vez que ella veía mis pies desde que yo tenía tres días en su celda”, cuenta.

Debbie Africa habla de oleadas de emoción abrumadoras. “No puedo creer que esto esté pasando”, dice. “Me pongo a abrazarlo en el supermercado y todo el mundo nos mira raro”. También, del dolor de dejar a su hijo cuando sólo tenía tres días. “Fue una decisión muy, muy difícil; quería lo mejor para él y sabía que eso era no acercarse a mí de ninguna manera; así que tuve que romper el vínculo”.

Durante su infancia, a Mike lo criaron su abuela y una sucesión de mujeres de Move, como parte de la ética comunitaria del movimiento. “Yo era un niño de la comunidad, tenía muchas madres”, dice Mike sin cambiar de expresión, como quien habla del tiempo.

Cada Día de la Madre Mike hace una ronda para pasar por las casas de sus “madres”. En el coche lleva tarjetas y flores para al menos seis mujeres. Las enumera: Bert, Sue, Romana, Pam, Mary, Teresa.

Ahora podrá llevar flores a su verdadera madre biológica. No tuvo ni idea de quién era ella, ni su padre, hasta los seis o siete años, cuando le explicaron su relación. “No sabía que estaba en prisión, no sabía nada de eso; pensaba que la persona que me cuidaba era mi madre”.

Al recordar su infancia, Mike reconoce que algunos aspectos de su educación no fueron ideales. “¿Quién le enseña a un niño a lavarse los dientes o a bañarse si no son sus padres? No supe cómo lavarme el pelo hasta los 15 años”.

Durante su infancia lo llevaban una o dos veces al año a visitar a sus padres en prisiones separadas. Pero durante años no supo por qué estaban encerrados. Cuando los amigos del colegio le preguntaban por sus padres, no respondía o se inventaba historias. Se avergonzaba de reconocer que no sabía.

No entendió lo que había pasado hasta que cumplió los 14 años. Mientras visitaba a su padre en Graterford, le preguntó si en la prisión había gente que hubieran hecho cosas malas de verdad, como matar a alguien. “Sí”, contestó Mike padre, “yo”.

“No siguió explicando”, recuerda Mike hoy. “Me asusté, ¿iba a estar en la cárcel para siempre? Yo lloraba a mares mientras trataba de entenderlo, pero no podía explicarle por qué estaba llorando, no podía expresarlo con palabras”.

A Mike le llevó años juntar las piezas. “Me dejaron para que lo averiguara por mí mismo, para valerme por mí mismo”.

Pero ni el hijo ni la madre son de los que se quedan en las heridas del pasado. Le pregunto a Debbie Africa si se arrepiente de que sus acciones como miembro del movimiento de liberación negra y de Move hayan hecho sufrir tanto a su hijo. “Siempre habrá cosas en mi vida que desearía que no hubieran ocurrido”, dice. “Desearía que lo que le pasó a mi hijo no hubiera sucedido, de verdad; pero miro al hombre en que se ha convertido y me encanta”.

Tras dos días en las afueras de Filadelfia junto a Mike Africa hijo, entiendo qué quiere decir. Para alguien con una experiencia de infancia tan caótica como la suya, se ha convertido en una persona notablemente preparada. Dirige su propio negocio como paisajista, está casado y tiene cuatro hijos. Es un orgulloso miembro de Move y nunca ha tenido un arma. Su casa es cómoda, muy luminosa y, tras la liberación de su madre, está notablemente más ordenada. Debbie ha podido cumplir por fin con el ritual de todos los padres: limpiar el desorden de sus hijos.

Mike hijo está igualmente encantado de que su madre haya resultado tan equilibrada, sociable y positiva tras 40 años en cárceles. “Siento alivio. Un gran alivio. Nunca supe que saldría con vida. Cuando la gente sale de la cárcel puede tener trastornos mentales, pero esta transición de ella viniendo a mi casa ha sido la transformación más suave de mi vida”.

El desafío ahora es ayudar a que Mike Africa padre obtenga la libertad condicional y completar así la familia. En septiembre es su próxima comparecencia ante la junta que lo decide. Ya están todos en vilo.

Una de las paradojas en la excarcelación de Debbie Africa es que su libertad condicional no le permite comunicarse de ninguna manera con su esposo. Está clasificado como co-acusado y, por lo tanto, prohibido para ella. La última vez que se vieron en persona fue en 1986. Desde entonces se les permitió escribirse. Así lograron mantener vivo su vínculo.

Ahora que no pueden mandarse cartas, todo lo que tienen es a Mike hijo como intermediario, que informa a cada padre sobre el estado del otro. También hace de intermediario para mí, con preguntas que su padre contestó durante una llamada telefónica con él.

¿Cómo está su nivel de confianza en la decisión de la audiencia de libertad condicional?, le pregunto. “Confío en que voy a decir la verdad; estoy seguro de que merezco la libertad condicional; estoy seguro de que nunca más seré considerado un peligro para la comunidad; nunca pretendimos que nadie saliera herido y nos arrepentimos de que alguien saliera herido”. Luego añade: “De lo que no estoy seguro es de lo que van a hacer, sobre eso no tengo ningún control”.

Mike padre dice que saber que su esposa está ahora en casa con su hijo y su hija es un gran consuelo para él. 

Pero que también aumentó su deseo de estar junto a todos ellos. “Cuarenta años queriéndolo, imaginándolo… 

Es como saltar a la comba. Siempre en el filo de la cuerda listo para saltar, arriba, abajo, esperando a entrar, esperando tu turno”.

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