Se rumorea que el senador de Arizona y psicópata asesino John McCain está a las puertas de la muerte, y el mundo ya está siendo advertido por leales al imperio de alto perfil para que no exprese ninguna crítica a su larga y odiosa carrera repleta de sangre.
"El twitter anti-McCain parece haber alcanzado nuevas alturas (o profundidades) de repulsión", tuiteó el violador de Irak Bill Kristol, fundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC, por sus siglas en inglés), ante los estruendosos aplausos de #Resistance Twitter.
"Con la esperanza de que algunos de sus enemigos vean esto, déjenme decirles: Estoy orgulloso de haber votado por John McCain para presidente tres veces (en el 2000 y en las primarias del 2008 y en las generales del 2008), y por Donald Trump... nunca".
"John McCain nos recuerda que la grandeza estadounidense está hecha por aquellos que entienden que el carácter es la suma de las decisiones más difíciles de cada uno; que la realidad no es un programa de televisión; que la fama es una niebla, pero el honor es de granito; que los héroes no necesitan afianzadores que los mantengan", dijo David Von Drehle, del Washington Post, elogiándolo anticipadamente en un artículo nauseabundo titulado "John McCain no es el mensajero ideal. Es el mensaje ideal".
"Cierren la maldita boca, Trumpistas", regañó el algo menos sutil Matt Lewis del Daily Beast. "John McCain es 50 veces mejor persona que lo que ustedes podrían ser".
Otros comentaristas han tenido otras ideas.
"Estos decretos represivos que prohíben criticar a John McCain cuando muera son como aquellos que insisten en que no se hable del control de armas después de los tiroteos masivos", tuiteó el periodista Glenn Greenwald. "Las discusiones acerca de su vida son inherentemente políticas. Si lo elogian y lo santifican, no pueden también silenciar a los críticos".
"Insistir en el derecho de convertir a cada líder político estadounidense en un santo heroico y noble tras su muerte, mientras que se condena a los críticos por torpes y aberrantes, es propaganda", añadió Greenwald. "Es fácil descartar todas las muertes que McCain ha causado porque son distantes e invisibles, pero aun así importan".
Yo lo llevaría un poco más lejos, personalmente. Digo que es el deber de todos los que se oponen a los actos de matanza militar masiva por el poder y el lucro celebrar en voz alta y sin remordimientos la muerte de John McCain.
Todos deberíamos celebrar la muerte de McCain. No en un espíritu de venganza por las vidas que su implacable belicismo ha ayudado a terminar. Ni porque su muerte pueda salvar vidas inocentes, aunque esa posibilidad es sin duda una ventaja añadida. No, debemos celebrar el fin de la despreciable vida de McCain ante todo para evitar que esa depravación sanguinaria se normalice o, peor aún, se inmortalice como heroísmo.
Mucha gente se retraerá de tal noción con horror, como lo hicieron las señoras conmocionadas en The View cuando hablaron del artículo "Please Just Fucking Die Already" ("Por favor, sólo muérete de una vez") que escribí sobre McCain poco antes de su diagnóstico de cáncer. Estas personas son cobardes. Se han distanciado de los horrores que McCain ha ayudado a infligir a este mundo porque es más cómodo psicológicamente que reconocer que una presencia tan omnipresentemente malvada ha estado trabajando tan íntimamente con el núcleo de poder de su país.
Si todo el mundo pudiera ser obligado al estilo de la Naranja Mecánica a mirar toda la muerte, la destrucción y el sufrimiento que John McCain ha ayudado a infligir a nuestra especie, no sentirían nada más que alivio por su partida de este mundo. Es sólo el mencionado poder de disociarse y distanciarse lo que permite que la gente diga tonterías como que McCain es un héroe y un buen hombre.
Es precisamente a esta bolsa de disociación a la que nos están forzando a entrar los partidarios de la clase dirigente que exigen una solemne reverencia por este monstruo imperdonable simplemente porque su tiempo aquí casi ha terminado. Lo hacen porque los beneficia y los protege. La capacidad de los sirvientes del imperio de mostrar orgullosamente sus rostros en público después de ayudar a asegurar la muerte de incontables miles de seres humanos es absolutamente esencial para la supervivencia de la oligarquía orwelliana que nos gobierna. Si pudiéramos ver a estas bestias asesinas por lo que realmente son, la ilusión se desvanecería y nunca consentiríamos ser gobernados por un sistema que los empodera.
Ver verdaderamente a John McCain por lo que es y lo que ha hecho es ver la cara de la máquina de opresión que los estadounidenses comunes y corrientes han sido manipulados a apoyar. El imperio que gasta el dinero para medicinas en bombas en el extranjero e insiste en un sistema económico que se sostiene a punta de cañón depende de que sus sirvientes más activos sean normalizados y celebrados. Los estadounidenses que ven claramente a McCain también se verán a sí mismos y aquello que han sido engañados a consentir. Rechazar esta ilusión y escupir en la tumba de McCain es un acto directo de rebelión contra los oligarcas opresivos que se aprovechan de la guerra y sus agencias aliadas de defensa e inteligencia.
La razón por la que la máquina de guerra centralizada de Estados Unidos es capaz de salirse con la suya tras desatar un horror indecible sobre nuestro mundo es porque esa máquina de guerra ha sido normalizada y celebrada. Por lo tanto, es nuestro deber llamar a John McCain como la malvada bruja que es y celebrarlo como los munchkins cuando muera.
En un mundo sano, los neoconservadores que se dedican a la guerra como John McCain serían tratados con el mismo estigma social que los abusadores de niños y los asesinos en serie. Así que vamos a crear ese mundo.
Desnormalicemos la guerra. Desnormalicemos las campañas de matanza masiva por el poder y el lucro de la maquinaria de guerra centralizada de Estados Unidos. Desnormalicemos el sistema que intenta normalizar a John McCain.
Normalicemos la paz. Normalicemos la expectativa de que los líderes no abogarán por la guerra en cada oportunidad. Normalicemos un ambiente donde quienes buscan oportunidades para impulsar la guerra sean rechazados con horror como los monstruos demoníacos que son. Normalicemos un mundo sin John McCains.
Opongámonos a los pedidos de reverencia y buen comportamiento de los ingenieros sociales. La máquina de guerra no merece nuestra cortesía. La familia de McCain no tiene derecho a obligar a todo el mundo a fingir que él no ha sido un malvado monstruo asesino de niños. Necesitamos sacar esta abominación a la luz donde todos puedan verla y llamarla por su nombre.
Cuando llegue el momento (ojalá más temprano que tarde), únanse a mí para celebrar la muerte de John McCain. Por un mundo donde esos viles demonios reciban el trato que merecen.
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Comentario: Si acaso usted piensa que la opinión de la autora es extrema, he aquí una pequeña muestra de los estragos que McCain ha causado en su sangrienta y demasiado larga carrera política:
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