
Secretario de Guerra, Pete Hegseth, afirmó que militares responsables de la matanza de Wounded Knee, con entre 250 y 300 indígenas lakota asesinados, mantendrán sus Medallas de Honor.
Las comunidades nativas de Estados Unidos vieron frustradas sus demandas históricas tras el anuncio del secretario de Defensa, Pete Hegseth, quien confirmó que los soldados responsables de la masacre de Wounded Knee en 1890 conservarán sus Medallas de Honor, pese a décadas de reclamos para que sean retiradas.
Durante una reunión con altos mandos en la base militar de Quantico, Hegseth aseguró que busca poner fin a lo que calificó como una “era de liderazgo políticamente correcto y sensible”.
En línea con la Administración Trump, el funcionario defendió la permanencia de los honores militares y endureció su discurso contra lo que denominó “cultura woke”, provocando el rechazo inmediato de líderes indígenas e historiadores.
La masacre de Wounded Knee, ocurrida el 29 de diciembre de 1890 en la reserva Pine Ridge, Dakota del Sur, dejó entre 250 y 300 víctimas, en su mayoría mujeres y niños lakota, abatidos mientras huían incluso después de que se diera la orden de cesar el fuego.
Testimonios de la época, incluido el del general Nelson A. Miles, describieron los hechos como “una de las matanzas más brutales y a sangre fría” de la historia estadounidense.
Pese a que el Congreso reconoció en 1990 el hecho como una masacre y expresó su “profundo pesar” hacia los descendientes de las víctimas, las condecoraciones otorgadas a soldados implicados nunca fueron retiradas.
En 2024, bajo la gestión de Lloyd Austin, un panel revisó el caso, pero no emitió una decisión definitiva. Hegseth argumentó ahora que el informe validaba la permanencia de las medallas, acusando a su antecesor de “priorizar lo políticamente correcto por encima de la verdad histórica”.
La decisión ha sido duramente criticada por organizaciones nativas y defensores de derechos humanos.
La presidenta tribal sioux de Standing Rock, Janet Alkire, afirmó que “las acciones en Wounded Knee no fueron actos de valentía y no merecen el más alto honor militar de Estados Unidos”.
En la misma línea, el presidente tribal de Cheyenne River Sioux, Ryman LeBeau, sostuvo que “no hay honor en el asesinato” y que mantener esas medallas “empaña la memoria y el significado del galardón”.
Figuras políticas como la senadora Elizabeth Warren se comprometieron a continuar impulsando iniciativas legislativas para revocar las condecoraciones. “No podemos ser un país que premie actos de violencia horrendos”, señaló.
La memoria de Wounded Knee sigue siendo una herida abierta para los pueblos originarios. Historiadores como David Treuer, autor de The Heartbeat of Wounded Knee, recuerdan que aquel episodio representó “el punto final de la resistencia indígena y la pérdida de cualquier vestigio de moralidad en la conquista del Oeste”.
Más de un siglo después, líderes nativos insisten en que la verdad no puede enterrarse bajo decisiones políticas coyunturales. Como expresó el activista sioux OJ Semans, “es desgarrador ver cómo la verdad vuelve a ser silenciada para obtener ganancias políticas”.
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