Invariablemente las bajas, muertos y heridos los pone el sufrido pueblo palestino. El agresor es Israel, sus autoridades políticas y militares sintetizadas en un nombre, Netanyahu.
Esta vez, como en todo 2017, con el auspicio de Donald Trump.
Los hechos hablan por sí solos. El 29 de marzo el ejército de Israel puso cien francotiradores en la frontera con Gaza, territorio palestino bloqueado hace diez años y varias veces invadido y bombardeado. Esos militares provocaron 18 muertos y 1.400 heridos, la mitad por balas y la otra intoxicada con gases arrojados por drones.
Del lado israelí no se reportó ningún muerto ni herido. Clarito quién fue el agresor y quién el agredido.
Con un agravante político y legal. Los manifestantes estaban en su territorio, a varios metros de la frontera. Los israelitas asesinaron a gente que estaba en la bloqueada Franja de Gaza. Si disparar de ese modo era un crimen de lesa humanidad, hacerlo contra un país vecino se convierte en agresión y violación de soberanía.
Si además esa represión fue desde suelo ocupado por Israel pero históricamente perteneciente a los palestinos, en concreto hasta 1948, cuando fueron expulsados de allí para establecer el Estado de Israel, entonces se conforma un paquete detestable de violencia, genocidio y conquista por la fuerza.
Que no se diga que esta calificación es sesgada ideológicamente. Los hechos, sangrientos, hablan por sí solos. La entidad de derechos humanos de Israel, B’Tselem, también condenó la represión del 29 de marzo.
¿Cuál era el delito palestino? Conmemorar el Día de la Tierra, el mismo día de 1976 cuando seis palestinos fueron asesinados por clamar por esos derechos. El 42 aniversario de aquella patriada, con “La Gran Marcha del Retorno”, fue más sangriento que el original. No sólo por el calibre de las armas sino también por el carácter aún más genocida de las autoridades de Tel Aviv. Estas son más criminales que aquellas…
Mentiras sionistas
La barbarie no tiene justificación pero los dirigentes israelitas tienen de maestro a Goebbels en su axioma de “miente, miente, que algo queda”.
Su explicación para la matanza fue que los palestinos habían concebido una “acción terrorista” disfrazada de marcha pacífica. Supuestamente los abatidos eran todos militantes de Hamas y Jihad (la primera ejerce el gobierno en Gaza tras haber ganado las elecciones de 2007). Y como prueba de esas falsificaciones, los agresores mencionaron una bolsa con molotov que habrían incautado a los manifestantes.
Aún si este último dato fuera cierto no modificaría ni un ápice los sucesos: abrumadora superioridad militar de un bando, que usa armas de fuego, fusiles, tanques y drones, frente a quienes tenían para defenderse piedras, neumáticos y molotov.
La historia de las molotov evocan la presentación de Patricia Bullrich sobre las armas de exterminio encontradas a los mapuches de Pu Lof en Resistencia Cushamen, en agosto pasado: martillos, serruchos, hondas, lazos y cuchillos.
El operativo represivo fue fríamente preparado. Declararon el lado palestino “zona militar cerrada”, como si ese territorio fuera israelita. Y dispusieron disparar a quien se acercara a la línea. Nunca los activistas estuvieron cara a cara, ni menos la traspasaron, pero los balearon sin asco. Los francotiradores no son para tirar al bulto ni de cerca, sino desde lejos, lo que demuestra que las víctimas no estaban poniendo en peligro sus vidas.
Mientras el mundo se horrorizaba por lo sucedido, Netanyahu declaraba “muy bien por nuestros soldados”. Cualquier semejanza, en pequeña escala, con Mauricio Macri recibiendo a Luis Chocobar, y Bullrich ascendiendo a Echazú y 5 gendarmes que reprimieron cuando desapareció Santiago Maldonado, no es mera coincidencia. Tampoco es casual que la cancillería macrista no dijera de mu de la última represión de Israel.
Trump lo hizo
Los responsables de la matanza son Netanyahu, el jefe del Estado Mayor teniente general Gadi Eizenkot y el ministro de Defensa, Avigdor Lieberman. Son neonazis. El último era canciller años atrás y declaró, ante protestas palestinas en Gaza, que era partidario de arrojarles una bomba atómica.
Sin disminuir ni un cachito la responsabilidad de ese terceto, la culpa mayor de lo ocurrido es del neonazi mayor, el presidente norteamericano.
El 6 de diciembre pasado Trump violó los acuerdos internacionales de mucho tiempo atrás al anunciar que Estados Unidos trasladaría su embajada a Jerusalén. Hasta ahora las 86 embajadas de países que mantienen relaciones con Israel están en Tel Aviv. Ninguna está en la “Ciudad Santa”, preservada como zona especial y sobre la cual los palestinos tienen la aspiración y el derecho a que la capital de su futuro estado esté en la zona oriental de la misma.
Esa provocación yanqui-sionista se demoraría en su implementación hasta 2019, pero se adelantó para el año en curso, con el despido de Rex Tillerson del Departamento de Estado y su reemplazo por el jefe de la CIA, Mike Pompeo.
En consecuencia los palestinos de Gaza, el sector más combativo de ese pueblo, decidieron hacer la manifestación pacífica del 29 de marzo y permanecer en campamentos hasta el 15 de mayo próximo, cuando conmemorarán el día de la Nakba, o Catástrofe, cuando 700 mil fueron expulsados de sus aldeas tras la creación de Israel, el día antes, de 1948.
Si Netanyahu y su socio mayor creen que con muchas muertes van a poder festejar el 70 aniversario de ese Estado con los palestinos vencidos, de rodillas y resignados, están muy equivocados. Podrán bloquear una condena en el Consejo de Seguridad de la ONU, como lo hicieron el 31 de marzo, pero a nivel mundial la bandera palestina flamea con fuerza y dignidad. En cambio a la estrella de seis puntas de David sólo le queda una y no fue Goliat quien apedreó las otras cinco.
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