Los idus de marzo son recordados por ser la fecha que en 44 a. d. n. e., asesinaron a Julio César. Los romanos eran muy supersticiosos, les gustaba consultar a los adivinos.
Los idus eran días buenos que tenían lugar los días 15 de varios meses del año.
De buen augurio.
El 23 de marzo de 1994 era también una fecha especial. Colosio se había reunido con su principal antagonista Manuel Camacho en Sinaloa, llegando a acuerdos.
Después de una gira exitosa en Sinaloa y Baja California Sur y del acuerdo político alcanzado con Camacho, quien finalmente se sumaría a su campaña, Colosio estaba feliz. La gira de Baja California, aunque de rutina, era el punto final de una etapa.
Se comentaba entre el círculo íntimo que en Semana santa se iría a Magdalena de Kino para reflexionar sobre cambios que quería hacer.
Se decía que iba a nombrar a José Francisco Ruiz Massieu como su nuevo coordinador de campaña. Colosio nunca salió vivo de Baja California. Mi tierra le había siempre dado problemas, desde que era coordinador de la campaña de Carlos Salinas a la presidencia de México.
Sí, en 1988, había ganado en Baja California, Cuauhtémoc Cárdenas. Fue el primer trago amargo. El segundo fue en 1989, cuando como presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, reconoció que la tendencia electoral no le favorecía al PRI en Baja California.
Por el anuncio, el enojo contra Colosio y el CEN del PRI fue mayúsculo, casi una rebelión. En Mexicali casi linchan a Fredy Chable, tabasqueño y delegado del CEN en ese municipio.
Fue necesario sacarlo por la puerta de atrás del edificio del PRI, para que la turba priista no lo lastimara. Pasó mucho tiempo y muchas medidas se tuvieron que tomar para restañar las heridas y que se perdonara a Colosio, por reconocer anticipadamente lo inevitable.
A pesar de todo, Baja California se identificaba mucho con él. Seguramente, porque a él le dolió mucho la derrota y se había propuesto recuperar electoralmente Baja California.
Nunca lo logró. “Un loco”. “Un asesino solitario”, con una pistola brasileña marca Taurus, con tan sólo tres balas, le quitó la vida. Muchas investigaciones y fiscales penales y responsables del caso desfilaron ante la opinión pública.
Muchas hipótesis se formaron. Se detuvieron y se soltaron a personas. Desde el principio la investigación estuvo mal hecha.
Mi amigo y compañero de la Facultad de Derecho de la UNAM, Juan Antonio Carbajal Gonzales, ya fallecido, era entonces el director de Averiguaciones previas, muy brillante y talentoso, pero sin experiencia en la ciencia penal.
Nunca llamaron a testificar a actores que estuvieron cercanos al homicidio.
Por ejemplo, Marcelino Hidalgo, quien estaba muy cerca del atentado, a grado tal de que se arrojó contra Aburto y lo pateó en el suelo, nunca testificó.
Nunca se ha explicado tampoco qué fue hacer a Tijuana, el entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, quien acompañado de autoridades policíacas de ese estado, extrajo ilegalmente a Aburto de la cárcel y se lo llevó a una playa de Tijuana para interrogarlo.
¿Quién le autorizó dicha diligencia?
¿Quién se la permitió, sino era autoridad penal competente? ¿Qué le dijo Aburto? Son hasta ahora preguntas sin respuestas después de 24 años del homicidio.
En el Hospital General de Tijuana era la locura. No había mando ni control. Todo mundo hacía propuestas, de todo tipo.
Por ejemplo, Alejandro de la Vega, muy amigo de Colosio y Carlos Bustamante, quisieron traer un helicóptero de San Diego, para trasladarlo a un hospital de allá. La idea fue descartada de inmediato, no había condiciones médicas para el traslado.
Mandaron traer entonces a la prestigiada doctora Aubanel, cardióloga y cuñada de Carlos Bustamante para que lo asistiera.
Este acto después causaría muchas confusiones, por las declaraciones posteriores de la doctora.
El general Domiro, coordinador de la seguridad de Colosio, deambulaba en la sala como un fantasma, totalmente perdido y la mirada extraviada, hasta que le grité:
– Ponga orden general, todo mundo da instrucciones.
– Tiene razón, licenciado – me contestó avergonzado y empezó a dar instrucciones.
Desde la oficina de la doctora Rosalinda de Guerra, entonces directora general del Hospital, le informé telefónicamente, primero, al presidente nacional del PRI, Fernando Ortiz Arana, y después a José Carreño, entonces director general de Comunicación de la Presidencia de la República.
– No es cierto –me dijo Fernando– estás bromeando.
–No –le contesté secamente– recibió un tiro en la cabeza– aun desconocíamos el del abdomen–. Ya está clínicamente muerto –le expresé tajantemente.
La doctora Guerra y mi amigo el Dr. José Ramírez Román, quien me acompañaba en esa ocasión a la sazón de diputado federal, estaban conmigo en esa oficina y me dijeron, avísales y diles que no saldrá de ésta, está descerebrado, sentenciaron.
El daño fue terrible. Más tarde, el anuncio de Liévano Sáenz al confirmar su muerte les dio la razón a ambos. Así se cumplieron los «idus de marzo» mexicanos.
¿Fue realmente un asesino solitario? ¿Fue un complot?
Y si fue, ¿quiénes participaron? ¿Por qué de inmediato, las autoridades americanas, le dieron asilo político a la familia de Aburto?
¿Quién ordenó a Manlio, interrogar a Aburto? ¿Qué le dijo éste? Son muchas las interrogantes.
Luis Donaldo, amigo, 24 años han pasado y aún nos duele tu partida. Para nosotros, tus amigos, la herida sigue abierta.
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