«En todas las formaciones económico-sociales no socialistas, en todos los Estados capitalistas y revisionistas, la sociedad no es dirigida por la clase obrera, ni, en consecuencia, por su partido revolucionario que se nutre de la teoría de Marx y de Lenin.
Allá existen diversas clases antagónicas, dirigidas por sus propios partidos que no representan los intereses verdaderos de las masas, sino los de la aristocracia obrera o de la gran aristocracia burguesa. Estos partidos pretenden hacer creer que, en su actividad política, chocan entre ellos y que supuestamente desarrollan una lucha «democrática» parlamentaria, pero en los parlamentos burgueses:
«No se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al vulgo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, El Estado y la revolución, 1917)
Los Estados donde dominan los partidos políticos de la burguesía, aunque se hacen llamar «democráticos», en realidad en su actividad no tienen ni un ápice de democracia ni de libertad verdadera, individual o social.
La «democracia» en algunos países no socialistas se expresa por fórmula en la organización de muchos partidos, los cuales, en el curso de la campaña de las elecciones parlamentarias, ejerciendo una poderosa influencia sobre las masas trabajadoras, embaucándolas, así como manipulando el procedimiento de las elecciones y sus resultados, logran tener cada uno un grupo de diputados en el parlamento.
Los diputados de esos partidos no son sino politiqueros invertebrados y especializados en la defensa del régimen en el poder, en el reforzamiento de la posición de los trusts y los monopolios en el Estado capitalista.
En el parlamento se presentan con que han dado al país y al pueblo la «libertad» y la «democracia».
Aunque los diputados burgueses, como un molino que gira en el vacío, discurren sobre los «derechos humanos», allá, a fin de cuentas, domina el capitalismo, domina la gran burguesía, que de vez en cuando comparte el poder con la burguesía media y mantiene bajo su dominación al proletariado, al campesinado pobre y al resto de los trabajadores, como los artesanos y los intelectuales pobres, que el paro forzoso y el hambre han reducido a una capa social revolucionariamente débil.
Estaos desgraciados electores deciden, como dice Marx:
«Una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el parlamento». (Karl Marx; Guerra civil en Francia, 1871)
Los partidos políticos, en el poder o en la oposición, han organizado sus sindicatos, a los que dirigen bajo formas supuestamente democráticas para que organicen actos de protesta o presenten reivindicaciones.
Todas las protestas y las reivindicaciones promovidas por dichos partidos no tienen carácter político, no tiende al derrocamiento del régimen capitalista, que explota implacablemente a los trabajadores, sino que tienen por objetivo conseguir ciertas reformas económicas que son tan insignificantes que no molestan mucho a la burguesía (y es por eso que ella de vez en cuando satisface esas demandas) ni aportan ningún beneficio substancial al proletariado y a las otras capas oprimidas y explotadas.
Pero estas «reivindicaciones» tienen su importancia para los defensores del orden burgués, porque ellas sirven a crear en la opinión la falsa impresión de que la clase obrera y los otros trabajadores hacen escuchar «libremente» su palabra en el capitalismo.
Para convencerse de todo el carácter fraudulento de estas prácticas, basta recordar que, cuando las reivindicaciones de las masas trascienden los límites fijados por los partidos políticos y cuando éstas insisten en obtener realmente las libertades y los derechos que les corresponden, entonces intervienen las fuerzas de defensa del orden capitalista y las ahogan en sangre.
La historia mundial conoce la infinidad de hechos de este género.
La fraudulenta tesis de que en su sistema social hay «democracia», los capitalistas se esfuerzan en demostrarla con el trivial argumento de que allá los partidos políticos cuentan con su propia prensa, en la que pueden expresar sus puntos de vista acerca de los problemas que afectan al país, sobre el poder y sobre sus hombres.
Denunciando la «libertad de prensa» invocada por la burguesía, Lenin escribía:
«[Los capitalistas] Llaman «libertad de prensa» a una situación en que la censura está suprimida y todos los partidos editan sin trabas cualquier periódico.
En realidad, esto no es libertad de prensa, sino libertad para los ricos y la burguesía de engañar a las masas oprimidas y explotadas del pueblo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
Pero, ¿qué es en realidad la democracia burguesa?
Es una forma de dominación de la burguesía, mientras que los derechos y las leyes proclamados «para todos» allá tienen un carácter puramente formal y fraudulento, porque, en las condiciones de existencia de la propiedad privada, faltan los medios socioeconómicos que aseguran su efectiva aplicación.
Con esta democracia burguesa se puede criticar a uno y a otro en la prensa, en diversas reuniones o en el parlamento, se puede criticar a un partido o a un gobierno que llega al poder, se puede charlar todo lo que se quiera, pero no se puede cambiar nada, uno se ve obligado a limitarse sólo a las palabras, ya que el poder económico y político capitalista, con sus aparatos, está preparado a abalanzarse como una fiera contra quienquiera que se levante con actos contra la clase dominante, contra la oligarquía financiera.
Recordando el rigor con que la burguesía francesa castigó a los obreros después de la insurrección de junio de 1848, Friedrich Engels escribía:
«Era la primera vez que la burguesía ponía de manifiesto a qué insensatas crueldades de venganza es capaz de acudir tan pronto como el proletariado se atreve a enfrentarse con ella, como clase aparte con intereses propios y propias reivindicaciones». (Friedrich Engels; Introducción de 1891 a la obra de Marx: «La Guerra Civil en Francia» de 1871)
¿Acaso podemos calificar de «democracia» la forma de poder de la burguesía, que se apoya en el principio de la sumisión de la mayoría a la minoría? No, en absoluto.
Es una democracia únicamente por sus apariencias, que no aporta ningún beneficio a las masas del pueblo.
Esta «democracia» no asegura al pueblo ninguna libertad verdadera, no hace que el país sea independiente de los otros Estados política, económica o militarmente más poderosos.
Esto ocurre porque esta clase de democracia está ligada con otras «democracias» capitalistas más poderosas, que le imponen su propia voluntad.
El capital, nacional o internacional, les impone a las amplias masas trabajadoras su voluntad, sus deseos y sus puntos de vista.
Cuando en los países capitalistas y revisionistas alguna cosa es presentada como «voluntad de las masas trabajadoras», es preciso comprender que, en realidad, detrás de ella está la voluntad de la aristocracia obrera.
Las leyes que son aprobadas por los parlamentos burgueses y revisionistas expresan la voluntad de las clases dominantes y defienden sus intereses.
Estas leyes benefician a los partidos del capital, que constituyen la mayoría en el parlamento.
Pero no dejan de aprovecharlas también los que supuestamente están en la oposición y que a menudo representan los intereses de la aristocracia obrera y de los kulaks.
Estos partidos «de oposición», que supuestamente están en contradicción con los partidos que han ganado la mayoría de los escaños en el parlamento y que apoyan al gran capital, hacen mucho ruido «critican», etc., pero su vocinglería no pone fin ni al paro forzoso, ni a la emigración, ni a la inflación.
A pesar del griterío de la oposición en el parlamento, los precios suben, la vida se corrompe y degenera, los asesinatos y los robos a mano armada en la calle, el secuestro de personas de día y de noche, se vuelven cada vez más inquietantes.
¡Este caos y esta confusión, esta libertad de los malhechores para perpetrar crímenes, los capitalistas y los revisionistas los califican de «democracia verdadera»!
Y en este complejo amoral se desenvuelve el famoso poder democrático-burgués».
(Enver Hoxha; La democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)
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