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Los acontecimientos recientes en la ciudad de Colón nos obligan a retomar una reflexión que iniciamos en 2012, cuando el gobierno de Ricardo Martinelli intentó privatizar las tierras de la Zona Libre de Colón, cuyo rechazo popular terminó en una dura represión en que fallecieron media docena de personas.
Retomamos el hilo de hace 6 años, porque la razón última de los problemas actuales del pueblo colonense sigue siendo la misma. 

Como era la misma desde aquella histórica Marcha del Hambre y la Desesperación de Colón, de 1958, dirigida entre otros por Andrés Galván.

Podemos irnos más atrás, y señalar que esta lucha de hoy nos viene desde el famoso incendio de la ciudad durante la guerra civil de 1885, y la ejecución del líder liberal negro colombo-panameño, Pedro Prestán, por las tropas norteamericanas y la Compañía del Ferrocarril, con la complicidad de la oligarquía panameña.

Colón: la miseria del “país hanseático

La historia de Panamá está marcada por un determinismo geográfico: un istmo que une los océanos Atlántico y Pacífico que, desde la aparición del mercado mundial, con la conquista española, se le asignó el papel de puente de mercancías y gentes.

 Primero, del oro y la plata del Perú; luego de paso de la comunicación entre las costas este y oeste de los Estados Unidos; más recientemente, de las mercancías "baratas" de Asia (China-Taiwán-Hong Kong-Japón) y América Latina (Colombia, Venezuela, Brasil, etc.).

Ese peso de la posición geográfica y su articulación al mercado mundial, dio origen a un concepto formulado por el historiador Alfredo Castillero Calvo en los años sesenta, que lo define bien: el transitismo.

El transitismo describe un país volcado a la zona de tránsito (hoy el eje Panamá-Colón, antes, Panamá-Portobelo), controlado por ávidos comerciantes agentes de intereses comerciales foráneos. 

Ese transitismo ha producido un país dislocado, en el que la zona de tránsito concentra la mayor parte de la riqueza, dejando casi en el olvido al resto del estado nacional. 

Un país con un 80% del PIB cargado hacia el comercio y los servicios financieros y de transporte, carente casi de agricultura e industria, cuyo resultado social es una de las peores polarizaciones de la riqueza social, con altas tasas de desempleo y pobreza.

El transitismo nos habla de un comercio que no proviene ni está dirigido a la población panameña que, dada su baja densidad demográfica y escasa industria, no posee un atractivo mercado interno. 

Ese comercio está en función de intereses extranjeros, mientras que el panameño y el colonense sólo ve pasar la riqueza, como antes vio pasar el oro y la plata del Perú.

Pero el transitismo ha tenido sus períodos de decadencia.

 Entre mitad del siglo XVIII y mitad del XIX, los comerciantes panameños en varias ocasiones soñaron abiertamente con la construcción de un "país hanseático" que, al estilo de las ciudades comerciales europeas del medioevo, realizara una alianza comercial con Inglaterra y su base jamaiquina, para que fuera puente mercancías inglesas hacia Sudamérica.

El sueño "hanseático" empezó a tomar forma a partir de la "fiebre del oro" de California, cuando Panamá fue descubierta por la potencia emergente, Estados Unidos, como el puente más corto y seguro entre sus costas. 

El sociólogo Marco Gandásegui ha dicho en alguna ocasión que Panamá se transformó en una extensión del río Mississipi que desembocaba en San Francisco.

Así nació la ciudad de Colón, cuando en 1850, la Pacific Mail empezó la construcción del ferrocarril de Panamá, el primero que unió ambos océanos. 

Por su trazado, el ferrocarril necesitaba una terminal en la costa caribeña de Panamá, así que se procedió a rellenar la isla de Manzanillo, dando origen a una ciudad que los norteamericanos llamaron al principio Aspinwall (en honor a uno de los gerentes de la Panama Railroad Co.).

Como el trazado del posterior Canal de Panamá corre paralelo al del ferrocarril, Colón se convirtió en el polo caribeño de asentamiento de los trabajadores antillanos, en su mayoría afrodescendiente, traídos para excavarlo.

 La población de Colón pasó de 3.000 habitantes en 1900, a más de 30.000 en 1920.

La construcción del canal por Estados Unidos trajo aparejada la separación de Panamá de Colombia, de la que era una provincia, dada la resistencia a aceptar un tratado que imponía la segregación de una Zona del Canal bajo soberanía norteamericana.

 Pese a que los comerciantes panameños creyeron ver cumplido su sueño "hanseático", y lo pusieron en la divisa del nuevo escudo nacional ("Pro Mundi Beneficio"), la realidad dura fue su exclusión del negocio canalero por los norteamericanos, quienes controlaron todo bajo un estricto esquema militar.

De manera que a mitad del siglo XX, el sueño "hanseático" de nuestros comerciantes era proveer de cantinas y burdeles a los soldados acantonados en las bases militares norteamericanas. 

Pero, al final de la Segunda Guerra Mundial, esa economía de cantina entró en crisis, degenerando en una continua serie de conflictos sociales y políticos, incluso interburgueses, por disputarse el control de los pocos negocios que producían algo de plusvalía.

El gobierno de Enrique A. Jiménez, en 1945, contrató los servicios de un grupo de asesores norteamericanos para que sugirieran algunos remedios a la crisis económica y fiscal. 

Uno de ellos, Thomas E. Lyons, funcionario del Departamento de Comercio de EE UU, realizó un informe en el que propuso la creación de una zona franca de comercio. Así nació la Zona Libre de Colón, mediante el decreto Ley No. 18 de 17 de junio de 1948, vigente hasta el viernes 19 de octubre de 2012, cuando fue aprobada y promulgada la Ley 72.

¿Zona Libre para beneficio de quién?

Las empresas que se establecen en la Zona Libre de Colón no pagan ningún tipo de impuestos, ni nacionales, ni municipales. La última vez que un gobierno intentó cargarles con un leve impuesto, bajo el gobierno de Ernesto Pérez Balladares (1994-99), los poderosos comerciantes pegaron el grito al cielo y el gobierno tuvo que retroceder. 

Lo único que pagan es un arrendamiento por las instalaciones que usan a un precio catastral subvalorado.

La Zona Libre de Colón cuenta en este momento con 1.751 empresas asentadas que reciben 250.000 visitantes al año. Aunque hay en ella todo tipo de empresas, predominan poderosos capitales judíos y árabes (que allí se llevan muy bien). 

Entre los primeros destaca la familia Motta (cuyas ramificaciones se extienden a la Compañía Panameña de Aviación, COPA; TVN-Canal 2; y el Banco General, el mayor de capital panameño). Entre los segundos destaca la familia Waked (con ramificaciones en todos los puertos libres del continente a través de los almacenes La Riviera y en los diarios La Estrella y El Siglo).

Se estima que en 2012 la Zona Libre de Colón manejará un movimiento comercial de 12.447.646 millones de dólares, 5.785.202 en importaciones y 6.662.443 en exportaciones, según la Contraloría General de la República.

 Otros cálculos elevan estas cifras por encima de los 16 mil millones de dólares. En un país cuyo Producto Interno bruto Total fue ponderado en 2011 en 23.253.6 millones de dólares, estamos hablando de una cifra significativa.

En un artículo reciente, el economista colonense y precandidato presidencial, Juan Jované, ha estimado el valor agregado generado por la Zona Libre de Colon en 2.042,6 millones en el año 2010. Este año la cifra será mayor según los indicadores.

Pese a toda esa riqueza que se mueve dentro de las 240 hectáreas que ocupa la Zona Libre, la ciudad de Colón es, a la vista del peor miope, una urbe paupérrima, en que la población camina en aceras decrépitas por donde corren aguas cloacales, malvive en edificios a medio caerse, cuya juventud padece el desempleo crónico (15%, según Jované) y se refugia en las pandillas; con hospitales decadentes y clínicas mal equipadas; ni hablemos de las escuelas. 

El desempleo general puede estar cerca del 25%.

Según datos del propio Ministerio de Economía (y estimados a la baja por una metodología alevosamente construida), el 3,2 % de los colonenses sobrevive en la indigencia y el 15,8% en la pobreza.

A todo lo cual hay que agregar el desprecio racista de gobiernos, policías y empresarios contra la población colonense, en su mayoría afrodescendiente. Ese racismo desembozado se expresa no sólo en el abandono de la provincia (de 220.000 habitantes) pese a su importancia económica, sino en que los empresarios de la Zona Libre prefieren traer trabajadores de Panamá a contratar colonenses. Además de que, por supuesto, los dueños y gerentes no tienen sus residencias en Colón sino en la ciudad de Panamá.

Como ha señalado Alberto Barrow, dirigente de la etnia negra, ese racismo descarado también está en las cabezas de los policías, y sus jefes que le han ordenado disparar directamente contra la gente que protesta en Colón, como han mostrado las cámaras de la televisión.

 Es el mismo racismo con el cual hace dos años, en julio de 2010, dispararon a mansalva contra los trabajadores bananeros, en su mayoría del pueblo Gnabe-Buglé, en Changuinola; y en 2011, de nuevo contra ellos mismos que luchaban contra el Código Minero y las hidroeléctricas, en el área de San Félix.

¿Limpieza étnica del centro de la ciudad de Colón?

El “Comité por la Salvación de Colón” convocó un paro general para el martes 13 de marzo de 2018. Las razones de ese paro son muchas y evidentes para todo el país: el estado lamentable de abandono de la ciudad de Colón y sus habitantes por parte del gobierno de Juan C. Varela, que en las pasadas elecciones engañó a la población con falsas promesas de “renovación”.

La destrucción de las calles, de los servicios de alcantarillado, de agua potable y recolección de basura, que convirtieron la ciudad de Colón en una “Venecia” caribeña en los aguaceros de 2017; así como la irresponsabilidad y desgreño con que ha actuado la empresa CUSA de la familia de Alberto Alemán Zubieta (ex administrador de la ACP) en las obras de renovación, con la complicidad de los ministros de Vivienda y Obras Públicas; son circunstancias que han empeorado la vida de los habitantes desea ciudad, que ya tiene más de 60 años de abandono por todos los gobiernos.

Lo actuado por Varela con la Casa Wilcox, donde acudió el primer día de su mandato a hacer falsas promesas a los colonenses, sacándolos como damnificados con la excusa del supuesto peligro de desplome del edificio, para luego ordenar la demolición de un inmueble histórico, es evidencia de la política general de expulsión de los habitantes de la “ciudad atlántica”.

Si la Casa Wilcox no ha sido demolida y se dice que será restaurada es por presión de grupos colonenses y de defensores del patrimonio histórico que protestaron frente a las intenciones originales. Ahora, misteriosamente ha sido quemada justo la noche antes del paro general, cuando la ciudad estaba militarizada por la Policía Nacional, como en una especie de escarnio contra los colonenses que defienden con orgullo su patrimonio histórico.

Varela, en todos los proyectos antipopulares, sigue los pasos de Martinelli. Recordemos que en 2012 y 2013, el pueblo de Colón, con respaldo nacional, tuvo que enfrentar en las calles, a costa de 6 muertos, los intentos de privatizar las tierras de la Zona Libre de Colón por parta del gobierno del ex presidente Ricardo Martinelli.

La desidia de las autoridades no es casual, ya que existe un plan inconfesado por expulsar de la ciudad de Colón a sus habitantes para entregar sus tierras a la especulación inmobiliaria y comercial con la anuencia de la Ley Colón Puerto Libre, aprobada por el gobierno panameñista, con apoyo de CD y PRD.

 Es un proceso parecido al que ha sucedido en San Felipe, en el Casco Viejo de la ciudad de Panamá, donde la población ha sido expulsada para dar paso a negocios de diverso tipo, lo que los urbanistas llaman “gentrificación”.

Salvar a Colón para los colonenses

En conclusión, la miseria del pueblo colonense no tendrá final mientras perviva el capitalismo hanseático panameño, que coloca la posición geográfica al servicio de intereses mercantiles extranjeros aliados con una oligarquía local que vive del rentismo inmobiliario y el comercio. En términos generales, no habrá equidad social ni igualdad ciudadana, mientras subsista el sistema capitalista explotador y racista.

Ello obliga a evitar errores pasados, de creer en falsas promesas de partidos y líderes de la burguesía. Aquí el problema no es elegir entre gobierno panameñista y la falsa oposición del PRD y Cambio Democrático, porque ellos representan los mismos intereses antipopulares.

Recordemos que algunos de los líderes del Comité para la Salvación de Colón, que hoy protestan contra Varela, fueron víctimas de la política del “frente guacho”, apoyando a éste creyendo que el problema era solo Martinelli, incluso llevaron al presidente panameñista a la casa Wilcox el primer día de su mandato, contribuyendo a crear falsas expectativas en el actual ejecutivo.

La única manera de romper el círculo vicioso que agobia al pueblo colonense, es el difícil y escabroso camino de construir, junto a los sectores populares del país, una alternativa política popular frente a la burguesía y sus partidos. Una alternativa con un proyecto nacional que rompa con la lógica del hanseatismo y el “pro mundi beneficio”.

Lamentablemente, hasta el día de hoy, la constitución de un proyecto nacional alternativo no ha cuajado porque se han impuesto los intereses sectarios que mantienen dividido al movimiento popular. 

Pero no queda más remedio que insistir, señalando que corresponde a los dirigentes del Comité para la Salvación de Colón ser parte principal en la convocatoria para la constitución de la alternativa popular que el pueblo panameño necesita.

https://www.alainet.org/es/articulo/191669

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