Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista


Cuando los yihadistas atacaron su país, en 2011, la reacción del presidente sirio Bachar al-Assad fue inversa a la que se esperaba.

 En vez reforzar los poderes de los servicios de seguridad, optó por reducirlos.

Seis años más tarde, su país está saliendo victorioso de la guerra imperialista más grande que se haya visto –después de la desatada contra Vietnam.

Ese mismo tipo de agresión está teniendo lugar en Latinoamérica, donde suscita una respuesta mucho más clásica. Thierry Meyssan expone la diferencia de análisis y estrategia del presidente de Siria –Bachar al-Assad–, por un lado, y los presidentes de Venezuela –Nicolás Maduro– y de Bolivia –Evo Morales. 

No se trata de establecer una especie de competencia entre estos líderes sino de llamarnos a ir más allá de los esquemas políticos y a tener en cuenta la experiencia de las guerras más recientes.

En mayo de 2017, Thierry Meyssan explicaba en Russia Today que las élites sudamericanas están cometiendo un grave error ante el imperialismo estadounidense.


En esta entrevista, Meyssan insiste en el cambio de paradigma de los conflictos armados actuales y subraya la necesidad de un radical replanteo sobre la manera de defender la patria.

Sigue adelante la operación de desestabilización contra Venezuela.

En su fase inicial, grupúsculos violentos, que realizaban manifestaciones contra el gobierno, asesinaron a simples transeúntes, e incluso a personas que se habían unido a sus protestas callejeras.

En una segunda etapa, los grandes distribuidores de alimentos provocaron un desabastecimiento en los supermercados.

 Posteriormente, desertores de las fuerzas del orden realizaron ataques armados contra la sede del ministerio del Interior y el Palacio de Justicia, llamaron a la rebelión y pasaron a la clandestinidad.

La prensa internacional ha atribuido siempre al «régimen» las muertes registradas durante las manifestaciones, aunque numerosas grabaciones de video demuestran que son asesinatos perpetrados deliberadamente por los propios manifestantes.

Basándose en esa información falsa, esa prensa califica al presidente Nicolás Maduro de «dictador», como lo hizo antes –hace 6 años– con el Guía libio Muammar el-Kadhafi y con el presidente sirio Bachar al-Assad.

Estados Unidos ha utilizado la Organización de Estados Americanos (OEA) contra el presidente Maduro, como mismo utilizó antes la Liga Árabe contra el presidente Assad. Sin esperar a ser excluido de la OEA, el gobierno de Venezuela denunció la maniobra y se retiró de esa organización [1].

No obstante, el gobierno de Maduro ha sufrido 2 reveses: 

Gran parte de sus electores no acudió a votar en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, permitiendo así que la oposición obtuviera la mayoría de los escaños en el Parlamento, 
y se dejó sorprender por la escasez artificialmente provocada de alimentos –a pesar de que una maniobra similar ya había tenido lugar en el pasado en Chile, contra el gobierno de Salvador Allende, y en la misma Venezuela, contra el presidente Hugo Chávez.

 Ante esa crisis, el gobierno necesitó varias semanas para implantar nuevos circuitos de abastecimiento. 

Todo indica que el conflicto que está comenzando en Venezuela no se limitará a las fronteras de ese país. Es probable que abarque todo el noroeste de Sudamérica y el Caribe.

Se ha dado un paso adicional con el inicio de preparativos militares contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, desde México, Colombia y lo que fue la Guayana británica.

Esta coordinación es obra del equipo de la antigua Oficina Estratégica para la Democracia Global (Office of Global Democracy Strategy); unidad creada por el presidente demócrata Bill Clinton y mantenida por el vicepresidente republicano Dick Cheney y su hija Liz.

La existencia de esa oficina fue confirmada el actual director de la CIA, Mike Pompeo, lo cual llevó a que la prensa, y posteriormente el propio presidente Trump, hablaran de una opción militar estadounidense contra Venezuela.

Empeñado en salvar su país, el equipo del presidente Maduro no ha querido seguir el ejemplo del presidente sirio Assad.

Según el análisis imperante en el seno de ese equipo, se trata de situaciones completamente diferentes.

Estados Unidos, principal potencia capitalista, agrede a Venezuela para apoderarse de su petróleo, siguiendo un esquema que ya se ha visto muchas veces en 3 continentes.

 Ese punto de vista acaba de verse reafirmado por un reciente discurso del presidente boliviano Evo Morales.

Es importante recordar que el presidente iraquí Saddam Hussein, en 2003, y el Guía Muammar el-Kadhafi, en 2011, así como numerosos consejeros del presidente sirio Bachar al-Assad razonaban de esa misma manera.

Estimaban que Estados Unidos agredía sucesivamente a Afganistán e Irak, y posteriormente a Túnez, Egipto, Libia y Siria sólo para derrocar los regímenes que se resistían a su imperialismo y controlar los recursos energéticos del Medio Oriente ampliado, o Gran Medio Oriente.

Son numerosos los autores antiimperialistas que aún mantienen ese análisis, tratando, por ejemplo, de explicar la guerra contra Siria con la interrupción del proyecto de gasoducto qatarí.

Pero los hechos han echado abajo ese razonamiento.

 El objetivo de Estados Unidos no era derrocar los gobiernos progresistas –en los casos de Libia y Siria–, ni robar el petróleo y el gas de la región sino destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria, a la época en que «el hombre era el lobo del hombre».

Los derrocamientos sucesivos de Saddam Hussein y de Muammar el-Kadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz.

Las guerras continuaron a pesar de la instalación de un gobierno de ocupación en Irak y, en otros países de la región, de regímenes que incluían a colaboradores del imperialismo completamente contrarios a la independencia nacional.

Esas guerras prosiguen actualmente, demostrando que Washington y Londres no aspiraban simplemente a derrocar regímenes, ni a defender la democracia sino a aplastar a los pueblos.

Esta es una constatación fundamental que modifica por completo nuestra comprensión del imperialismo contemporáneo.

Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de septiembre de 2001.

Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003 –o sea justo antes de la guerra contra Irak– en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse.






Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie. 

Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos.

Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales.

Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de Latinoamérica. 

Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos.

La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno.

La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.

Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios necesarios para defender el país.

Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro las vidas de personas inocentes.

Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.

Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta.

 Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.

En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.

El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos elementos.

 Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.

El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección, no los yihadistas.

El tercer factor es que el presidente Assad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones, incluyendo –por supuesto– al presidente.

En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.

A pesar de que los comandos yihadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores respondieron al llamado de las urnas.

Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.

A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio.

 Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.

A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir.

Así se ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.

Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender la Patria o morir.

Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy en día.

En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.

[1] Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en la OEA una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario de Cuba. La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el entonces ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.

El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo

Aunque todos los expertos concuerdan en que los acontecimientos en Venezuela siguen el mismo modelo que los de Siria, hay quienes cuestionan el anterior artículo de Thierry Meyssan sobre las interpretaciones divergentes de esos hechos en el campo antiimperialista. Este artículo responde a esas dudas. Pero no se trata aquí de una simple querella entre especialistas sino de un debate de fondo sobre el viraje histórico que estamos viviendo desde el 11 de septiembre de 2001 y que afecta las vidas de todos los que habitamos este planeta.

En la primera parte de este artículo subrayé que el presidente sirio Bachar al-Assad es en este momento la única personalidad que ha sabido adaptarse a la nueva «gran estrategia estadounidense», mientras que las demás siguen pensando como si los conflictos que hoy se desarrollan fuesen similares a los que ya vimos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Siguen interpretando los acontecimientos como intentos de Estados Unidos para derrocar gobiernos como medio de acaparar los recursos naturales para sí mismo.

Pienso, y voy a explicarlo aquí, que esa interpretación es errónea y que ese error puede sumir la humanidad en un verdadero infierno.

El pensamiento estratégico estadounidense

Hace 70 años que los estrategas estadounidenses sufren una obsesión que no tiene nada que ver con la defensa de su pueblo. Lo que les obsesiona es mantener la superioridad militar de Estados Unidos sobre el resto del mundo. Durante el decenio transcurrido entre la disolución de la URSS y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron buscando diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la dominación estadounidense.

Harlan K. Ullman desarrollaba la idea de aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe o “shock y pavor”) [1]. 

Se trataba, idealmente, de algo como el uso de la bomba atómica contra los japoneses. Eso se concretó, en la práctica, bombardeando Bagdad con una lluvia de misiles crucero.

Los discípulos del filósofo Leo Strauss soñaban con librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum dominance o “dominio en todos los sentidos”). Vimos entonces las guerras contra Afganistán e Irak, que se desarrollaron bajo un mando común [2].

El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba que había que reorganizar los ejércitos de Estados Unidos de manera tal que fuese posible procesar y compartir una multitud de datos de forma simultánea. 

Eso haría posible algún día el uso de robots capaces de indicar instantáneamente las mejores tácticas [3]. Como veremos más adelante, las profundas reformas que el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir frutos… venenosos.

El pensamiento neoimperialista estadounidense

Esas ideas y obsesiones primeramente llevaron al presidente George W. Bush y la US Navy a organizar el más extenso sistema internacional de secuestro y tortura, que contó 80 000 víctimas. Posteriormente, llevaron al presidente Obama a poner en marcha todo un aparato para perpetrar asesinatos, principalmente mediante el uso de drones pero también recurriendo a comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y dispone de un presupuesto anual de 14 000 millones de dólares [4].


A partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001, el asistente del almirante Cebrowski, Thomas P. M. Barnet, impartió en el Pentágono y en las academias militares estadounidenses numerosas conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del mundo según el Pentágono [5]. Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas estructurales realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que se percibe una nueva visión del mundo.

 El proyecto en sí parecía tan descabellado que los observadores extranjeros lo consideraron, apresuradamente, sólo una forma de retórica más entre tantas otras tendientes a sembrar el miedo en los pueblos que Estados Unidos pretende dominar.

Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en dos partes. 

Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del G8 y sus aliados) y del otro lado estaría el resto del mundo, considerado simplemente como un “tanque” de recursos naturales. Barnett se diferenciaba de sus predecesores en un punto fundamental: ya no consideraba que el acceso a esos recursos fuese crucial para Washington sino que afirmaba que los Estados estables sólo tendrían acceso a esos recursos recurriendo a los ejércitos estadounidenses. 

Para eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en los países que serían parte de ese “tanque” de recursos, de manera que nadie pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar directamente con los Estados estables.

En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de seguridad nacional [6]. El Pentágono creó entonces el CentCom para controlar esa región. Sin embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo de Irak y de Libia que antes de las guerras contra esos países… ¡pero no le importa!

La destrucción de las estructuras estatales equivale a regresar a los tiempos del caos, concepto ya enunciado por Leo Strauss pero al que Barnett confiere un sentido nuevo. 

Para el filósofo judío Leo Strauss, después del fracaso de la República de Weimar y la Shoa (el Holocausto), el pueblo judío no puede seguir confiando en las democracias, así que la única vía que le queda para protegerse de un nuevo nazismo es instaurar su propia dictadura mundial –claro, ¡en aras del Bien! Para eso tendrá que destruir algunos Estados que oponen resistencia, hacerlos retroceder a la era del Caos y reconstruirlos según nuevas leyes [7].

Eso corresponde con lo que decía Condoleezza Rice durante los primeros días de la agresión de 2006 contra el Líbano, cuando aún parecía que Israel saldría victorioso:

«No veo el interés de la diplomacia si es para volver al statu quo anteentre Israel y el Líbano. Creo que sería un error. Lo que aquí vemos es, en cierta forma, el comienzo, las contracciones del nacimiento de un nuevo Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que estar seguros de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no volvemos al antiguo.»

Para Barnett, sin embargo, habría que hacer retroceder a la era del Caos no sólo a los pueblos que oponen resistencia sino a todos los países que no han alcanzado cierto nivel de vida. Y cuando estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él.

La influencia de los seguidores de Leo Strauss ha disminuido en el Pentágono después del fallecimiento de Andrew Marshall, creador del «giro hacia Asia» [8].

Una de las grandes rupturas entre el pensamiento de Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnet piensa que no hay que desatar guerras contra tal o más cual país por razones políticas sino contra regiones enteras del mundo porque no están integradas al sistema económico global. Por supuesto, siempre habrá que empezar por un país en particular, pero se hará favoreciendo la extensión del conflicto, hasta destruirlo todo… como en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente).

 En este momento sigue la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en Túnez, Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ain el-Helue y Ras Baalbeck), como en Siria, Irak, Arabia Saudita (en la ciudad de Qatif), Bahréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakir) y Afganistán.

Es por eso que la estrategia neoimperialista de Barnett tendrá que apoyarse obligatoriamente en ciertos elementos de la retórica de Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la «guerra de civilizaciones» [9]. 

Pero como será imposible justificar que permanezcamos indiferentes ante las desgracias de los pueblos de los países condenados a ser parte del “tanque” de recursos naturales, habrá que convencernos de que nuestras civilizaciones son incompatibles.


 

Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos. 

Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. 

Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de Latinoamérica. 

La aplicación del neoimperialismo estadounidense

Esa exactamente es la política que ha venido aplicándose desde el 11 de septiembre de 2001. No se ha terminado ninguna de las guerras desatadas desde entonces. Desde hace 16 años, las condiciones de vida de los afganos son cada día más terribles y peligrosas. 

La reconstrucción del Estado que alguna vez tuvieron, reconstrucción que supuestamente seguiría el modelo aplicado en Alemania o Japón al término de la Segunda Guerra Mundial, nunca llegó concretarse. 

La presencia de las tropas de la OTAN no mejoró la vida de los afganos que, por el contrario, se deterioró aún más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es actualmente la causa del problema.

A pesar de todos los discursos que alaban la ayuda internacional, las tropas de la OTAN sólo están en Afganistán para mantener y agravar el caos.

No hay un solo caso de intervención de la OTAN en que los motivos oficiales de la guerra hayan resultado ciertos.

 No fue cierta la justificación oficial de la guerra contra Afganistán (motivo invocado: una supuesta responsabilidad de los talibanes en los atentados del 11 de septiembre de 2001), como tampoco lo fue en la guerra contra Irak (motivo invocado: un supuesto respaldo del presidente Saddam Hussein a los terroristas del 11 de septiembre y la preparación de armas de destrucción masiva que planeaba utilizar contra Estados Unidos), ni en Libia (supuesto bombardeo del ejército libio contra su propio pueblo), ni en Siria (dictadura del presidente Assad y de la secta de los alauitas). 

Y en ningún caso el derrocamiento de un gobierno ha puesto fin a la guerra. Todas esas guerras se mantienen hoy en día, sin importar la tendencia o el grado de sumisión de los dirigentes en el poder.

Las «primaveras árabes», si bien son fruto de una idea del MI6 que sigue el modelo de la «revuelta árabe» de 1916 y de las hazañas de Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la misma estrategia de Estados Unidos. Túnez se ha convertido en un país ingobernable. 

En Egipto, donde el ejército nacional logró recuperar el control de la situación, el país está tratando poco a poco de levantar cabeza.

 Libia se ha convertido en un campo de batalla, no desde que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó su resolución llamando a proteger la población libia sino después del asesinato de Muammar el-Kadhafi y la victoria de la OTAN.

Siria es un caso excepcional ya que el Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado imponer el caos en todo el país. Pero numerosos grupos yihadistas, vinculados precisamente a esa cofradía, lograron controlar –y todavía controlan– partes del territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyen Estados donde el islam pueda florecer. Son sólo zonas de terror sin escuelas ni hospitales.

Es probable que gracias a su pueblo, a su ejército y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de sus enemigos.

Ahora vemos como el mismo proceso de destrucción se inicia en el noroeste de Latinoamérica. Los medios de difusión occidentales hablan con desdén de los desórdenes en Venezuela, pero la guerra que así comienza no habrá de limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa región, a pesar de que son muy diferentes las condiciones económicas y políticas de sus países.

Los límites del neoimperialismo estadounidense

A los estrategas estadounidenses les gusta comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Pero los romanos aportaban seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban y los incorporaban a su imperio. 

El Imperio romano construía monumentos y racionalizaba las sociedades de esos pueblos. 

El neoimperialismo estadounidense no tiene intenciones de aportar nada, ni a los pueblos de los Estados estables, ni a los de los países incluidos en el “tanque” de recursos naturales. Lo que tiene previsto es extorsionar a los primeros y destruir los vínculos sociales en los que se sustenta la unión nacional de los segundos. 

Ni siquiera le interesa exterminar a estos últimos sino hacerlos sufrir para que el caos en el que viven convenza a los Estados estables de que para ir a buscar los recursos que necesitan tienen que contar con la protección de los ejércitos estadounidenses.

El proyecto imperialista consideraba hasta ahora que «no se puede hacer la tortilla sin romper huevos», o sea admitía que tiene que cometer masacres colaterales para extender su dominación. En lo adelante, lo que planifica son masacres generalizadas para imponer definitivamente su autoridad.

El neoimperialismo estadounidense implica que los demás Estados del G8 y sus aliados acepten que la «protección» de sus intereses en el extranjero quede en manos de los ejércitos de Estados Unidos. 

Ese condicionamiento no constituye un problema para la Unión Europea, ya sometida desde hace mucho a la voluntad del amo estadounidense, pero plantea una dura discusión con el Reino Unido y será imposible que Rusia y China la acepten.

Recordando su «relación especial» con Washington, Londres ya exigió participar como socio en el proyecto estadounidense para gobernar el mundo. 

Fue ese el sentido del viaje de Theresa May a Estados Unidos, en enero de 2017, pero quedó sin respuesta [10].

Es además inconcebible que los ejércitos de Estados Unidos garanticen la seguridad de las «rutas de la seda», como hoy lo hacen –junto a las fuerzas británicas– con las vías marítimas y aéreas que utiliza Occidente. Es también inimaginable que Rusia acepte ahora ponerse de rodillas, después de su exclusión del G8, debido a su implicacion en Siria y en Crimea.


[1] Shock and awe: achieving rapid dominance, Harlan K. Ullman y otros autores, ACT Center for Advanced Concepts and Technology, 1996.

[2] Full Spectrum Dominance. U.S. Power in Iraq and Beyond, Rahul Mahajan, Seven Stories Press, 2003.

[3] Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein, CCRP, 1999.

[4] Predator empire: drone warfare and full spectrum dominance, Ian G. R. Shaw, University of Minnesota Press, 2016.

[5] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004.

[6] “State of the Union Address 1980”, por Jimmy Carter, Voltaire Network, 23 de enero de 1980.

[7] Algunos especialistas en el estudio del pensamiento de Leo Strauss lo interpretan de manera completamente diferente. Pero lo importante aquí no es lo que realmente pensaba ese filósofo sino lo que profesan quienes, con razón o sin ella, se dicen seguidores de su pensamiento en el Pentágono. Political Ideas of Leo Strauss, Shadia B. Drury, Palgrave Macmillan, 1988. Leo Strauss and the Politics of American Empire, Anne Norton, Yale University Press, 2005. Leo Strauss and the conservative movement in America: a critical appraisal, Paul Edward Gottfried, Cambridge University Press, 2011. Straussophobia: Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia Drury and Other Accusers, Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.

[8] The Last Warrior: Andrew Marshall and the Shaping of Modern American Defense Strategy, Chapter 9, Andrew F. Krepinevich y Barry D. Watts, Basic Books, 2015.

[9] «The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal», Foreign Affairs, 1993 y 1996; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel Huntington, Simon & Schuster, 1996.

[10] “Theresa May addresses US Republican leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de enero de 2017.

http://www.voltairenet.org/es

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