«La ideología es un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente, en efecto, pero con una conciencia falsa.
Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal proceso ideológico.
Se imaginan, pues, fuerzas propulsoras falsas o aparentes.
Como se trata de un proceso discursivo, deduce su contenido y su forma del pensar puro, sea el suyo propio o el de sus predecesores.
Trabaja exclusivamente con material discursivo, que acepta sin mirarlo, como creación, sin buscar otra fuente más alejada e independiente del pensamiento; para él, esto es la evidencia misma, puesto que para él todos los actos, en cuanto les sirva de mediador el pensamiento, tienen también en éste su fundamento último.
El ideólogo histórico –empleando la palabra histórico como síntesis de político, jurídico, filosófico, teológico, en una palabra, de todos los campos que pertenecen a la sociedad, y no sólo a la naturaleza–, el ideólogo histórico encuentra, pues, en todos los campos científicos, un material que se ha formado independientemente, por obra del pensamiento de generaciones anteriores y que ha atravesado en el cerebro de estas generaciones sucesivas por un proceso propio e independiente de evolución.
Claro está que a esta evolución pueden haber contribuido también ciertos hechos externos, enclavados en el propio campo o en otro, pero, según la premisa tácita de que se parte, estos hechos son, a su vez, simples frutos de un proceso discursivo, y así no salimos de los dominios del pensar puro, que parece haber digerido admirablemente hasta los hechos más tenaces.
Esta apariencia de una historia independiente de las constituciones políticas, de los sistemas jurídicos, de los conceptos ideológicos en cada campo específico de investigación, es la que más fascina a la mayoría de la gente. Cuando Lutero y Calvino «superan» la religión católica oficial, cuando Hegel «supera» a Fichte y Kant, y Rouseau, con su «Contrato social» republicano, «supera» indirectamente al constitucional Montesquieu, trátase de un proceso que se mueve dentro de la teología, de la filosofía, de la ciencia política, que representa una etapa en la historia de esas esferas del pensar y no trasciende para nada del campo del pensamiento.
Y desde que a esto se ha añadido la ilusión burguesa de la perennidad e inapelabilidad de la producción capitalista, hasta la «superación» de los mercantilistas por los fisiócratas y A. Smith se considera simplemente como un triunfo exclusivo del pensamiento; no como el reflejo ideológico de un cambio de hechos económicos, sino como la visión justa, por fin alcanzada, de condiciones efectivas que rigen siempre y en todas partes.
Si Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto, en vez de liarse con las Cruzadas, hubiesen implantado el librecambio, nos hubieran ahorrado quinientos años de miseria e ignorancia».
(Friedrich Engels: Carta a Franz Mehring, 14 de julio de 1893)
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