Jennifer Soto tiene 22 años y vive con su hermano en las conocidas como 'casas baratas’ del Bon Pastor, en Barcelona, la zona a orillas del Besòs donde fueron reubicados los chabolistas de la Zona Franca afectados por las obras de la Exposición Internacional de 1929.
El piso está repleto de pintadas, humedades, agujeros y una cantidad ingente de dignidad.
El 29 de mayo del 2009, cuando los hermanos tenían 15 años, su madre falleció. Cuatro meses más tarde, el padre los abandonó
.Desde entonces no saben nada de él. “Hasta ese momento a nosotros no nos faltaba de nada: la casa estaba arregladita.
Pero cuando mi padre nos abandonó, pasamos a no tener nada de un día para otro”, explica Jenni. “Desde que nos quedamos solos, nos empezaron a entrar a robar, siempre cuando no estábamos.
En una de esas ocasiones vinieron los Mossos, nos pidieron el DNI y se fueron. Nos dijeron que había gente peor que nosotros”.
Ni ella ni su hermano han tenido ningún tipo de ingreso durante todo este tiempo. ¿Cómo han sobrevivido?
"No teníamos recursos -dice ella-. A pesar de pedir ayuda, nadie, ni siquiera la familia, nos quiso echar una mano, así que tuve que empezar a robar comida.
No iba a vivir del aire. A veces, con 15 o 16 años, cogía un tren sin rumbo fijo.
Me bajaba donde pillaba y me daba un par de vueltas para ver lo que podía robar y lo que no”.
NI ESO, NI AGUA, NI LUZ
Cuando se quedaron solos, los hermanos estaban cursando 3º de ESO en la Escola L’Esperança, de Baró de Viver. “Nos reclamaban pagos y no podíamos asumirlos.
No dijimos nada y dejamos de ir por vergüenza”, dice Jenni. Posteriormente, cuando aún era menor de edad, la chica consiguió matricularse -y matricular a su hermano- en el instituto Cristòfol Colom de Barcelona.
Pero lo dejaron sin acabar la secundaria obligatoria.
La terraza del piso de Jenni está llena de escombros: trozos de uralita, macetas viejas, maderas, piezas de aluminio destrozadas.
"Cuidado con las ratas", dice.
“Antes teníamos un terrado normal, pero desde que nos quedamos solos los vecinos nos tiran su basura como si esto fuera un vertedero y yo la tengo que recoger”, cuenta Jenni.
Asusta la normalidad con que la chica explica la que ha sido su situación durante los últimos años. “No tenemos luz, y hasta hace un mes tampoco teníamos agua, aunque nos duchábamos en un barreño”.
Hasta ahora, Jenni conseguía agua en la fuente.
La tubería estaba rota.
Ella calcula que cada 10 segundos se desperdiciaba un litro que calaba en la estructura del piso y provocaba las enormes y visibles humedades,contraproducentes para su asma bronquial.
CAMPEONA DE ESPAÑA
A los 5 años, Jenni empezó a practicar kárate.
Hasta los 16, cuando a raíz de la muerte de su madre la echaron del gimnasio por impagos.
Pero a los 20 años pudo retomarlo. Descubrió el proyecto de kárate social que impulsa la biblioteca Can Peixauet, de Santa Coloma de Gramenet, con el karateka Lee Redondo a la cabeza.
“Encontré el proyecto en internet, me aceptaron y llevo dos años con ellos”.
Justamente el tiempo que lleva sin robar para comer.
Cuando entró, en el proyecto consiguieron que empezara a impartir clases de kárate en algunos colegios y centros de Barcelona,labor que le proporciona el dinero justo para sobrevivir.
En un principio, Jenni no explicó nada de su situación real. A base de entrenamiento, se presentó el año pasado al Campeonato de España de Kárate Kyokushinkai IKO1 –la federación con mayor reconocimiento internacional- que se celebraba en Ripoll. Pasó dos rondas y acabó ganando la final femenina en la categoría de menos de 55 kilogramos.
“La contrincante era la favorita, pero Jenni acabó dando la sorpresa a pesar de la desventaja competitiva del asma”, relata Redondo.
EN PROCESO DE REALOJO
Hace un mes, el maestro Lee se enteró de la situación real de Jenni.
Hasta entonces solo conocía algunas cosas, pero no las condiciones en que vivía. “Cuando fui a su casa por primera vez, en la nevera solo había una lata de atún.
Ella y su hermano no comían: no tenían vasos, ni fogones, ni cubiertos, ni agua.
El escape de la tubería por la noche, tan sonoro, me recordaba a una cárcel”, asegura Redondo.
“Durante todo este tiempo he hecho cosas malas: he robado, me he autolesionado, me he metido en peleas y he tenido depresión.
Llegué a pesar 40 kilos midiendo 1,60.
El kárate me ha cambiado la vida y no voy a volver atrás, pero no me avergüenzo de mi pasado porque no lo hacía por gusto, sino por necesidad.
Nadie excepto Lee me ha ayudado en todo este tiempo”, concluye Jenni.
Actualmente, Redondo ha conseguido que el Patronato Municipal de la Vivienda ponga en marcha un proceso de realojo para su protegida.
Una abogada les asesora sobre qué pasos dar. “Jenni es para mí una heroína.
A veces me siento culpable por no haber detectado todo esto antes”, dice Redondo.
La karateka, por su parte, sueña con ser mosso d’esquadra algún día: “Pienso sacarme la ESO y presentarme a las oposiciones.
Todavía tengo que cambiar mucho, pero quiero intentarlo”.
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