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El calvario de las rumanas víctimas de explotación sexual en España


España e Italia son la meca del tráfico de mujeres en la UE. 

En el marco de una investigación sobre crímenes de extranjeros en la Unión Europea, de la que ha participado bez.es, un equipo internacional de periodistas ha visitado España. Ha generado un reportaje sobre la prostitución en un país que es la meca del tráfico de mujeres con fines de explotación sexual en el bloque. Esta es la primera parte de dicho trabajo.

Amelia Tiganus creció en Galati, este de Rumanía. A los 13 años, cinco jóvenes la violaron en grupo. Eran muy conocidos en su barrio, pero nunca fueron arrestados por ello. Volvieron a violarla, varias veces. 

Ellos, y muchos más. 

En esa época, en Galati, era muy común ser violada, cuenta esta superviviente de prostitución y trata reconvertida en activista feminista e integrante de Feminicidio.net.

Sus padres nunca supieron que fue violada una vez, ni que pasó a serlo habitualmente. “Me amenazaban diciéndome que mis padres se iban a enterar que yo era una puta si no hacía lo que me decían”, cuenta Amelia, que hoy tiene 32 años y vive en el País Vasco, donde trabaja como camarera y lleva una vida normal. 

“Entonces era fácil acceder a mi cuerpo. Estaba atrapada por esas amenazas, y me sentía atada de pies y manos, no podía salir de esa situación”. “Mi principal preocupación era no decepcionar a mis padres.

Como cualquier niño, sólo quería que me quisieran y que estuvieran orgullosos de mí, entonces sentía que había hecho algo malo. Tenía miedo de que mis padres se enterasen, por si me rechazaban", señala.

 Aunque sus violadores eran conocidos, en su entorno no eran habituales las denuncias. 

"Yo no los denuncié, y muy pocas chicas lo hacen. Porque si alguno va preso por violación, los amigos que quedan afuera harán la vida imposible a la chica. Además, la sociedad no está concienciada, siempre culpa a la mujer y pone en duda su palabra, diciendo 'Algo habrá hecho', o 'Se lo merecía'", relata. Su vida diaria consistía en ser llamada puta, ser pateada, ser escupida. Y no podía salir de esa situación: 

“Tenía la etiqueta de puta por haber sido violada a los 13 años. Ser una buena mujer ya estaba fuera de mi alcance. 

Era una puta". En esa situación, pensó en el suicidio. “No lo hacía por el amor que sentía hacia mi hermana, no la quería dejar sola por el miedo a que a ella le pudiese pasar lo mismo”, cuenta.

Sus amigos la abandonaron. “Los padres de las otras chicas les prohibieron ser mis amigas porque temían que las violaran como a mí. Entonces quedé aislada. Y creo que eso les pasa a otras chicas. Hay muchas de nosotras, pero no teníamos relación entre nosotras, porque esto era una vergüenza”.

Aunque quería seguir estudiando, Amelia dejó la escuela a los 14 años y comenzó a trabajar en un lavadero de automóviles, y luego trabajó en una tienda de costura. “Comencé a decirme: ‘Ok, soy una puta. Quiero tener sexo con muchos hombres’. Psicológicamente era más fácil llevarlo. Porque tener a alguien encima cuando piensas 'No quiero', es mucho más duro que tener a alguien cuando piensas 'Sí quiero', aunque no quieras en el fondo. Pero es una manera de protegerte. Así me 'empoderé' en el sexo, pero no era un empoderamiento real porque yo no vivía mi sexualidad, era la sexualidad de todos ellos, no la mía. 

Y en ese proceso lo que nos ocurre es que fijamos esa idea de que nosotras queremos y no estamos dispuestas a que venga alguien y nos diga que somos víctimas. Nos duele tanto el saber que somos víctimas sin que nos den ninguna opción más que recordarnos que somos víctimas, entonces nos aferramos a ello y no queremos saber nada. 

Y nos volvemos soberbias, decimos 'Aquí mando yo', simplemente para tener la ilusión de que tenemos el control". 

"La mayoría de las chicas no se ven a sí mismas como víctimas" Cuando tenía 18 años, en 2002, un amigo de Galati le preguntó a Amelia si quería mudarse a España, en ese momento destino de cientos de miles de rumanos que buscaban empleo. Inclusive, empleo sexual. 

“Todas las que ya teníamos la etiqueta de puta sabíamos que en España y en Italia se ganaba mucho dinero porque había mucha demanda de prostitución", explica.

Al llegar a España, su amigo la entregó a una banda a cambio de 3.000 euros. Amelia estuvo tres semanas bajo el control de una red de trata, hasta que escapó. Sin embargo, sola en España, sin permiso de residencia (los rumanos dejaron de necesitarlo en 2013), comenzó a prostituirse por su cuenta. 

Durante cinco años circuló por burdeles de todo el país, cambiando de clubes cada dos semanas, aproximadamente. 

El 90% de las mujeres que trabajaban en esos clubes eran rumanas, dice. Muchas eran de su ciudad Galati, y de Braila, una ciudad cercana. En esa época, una prostituta generaba unos 4.000 euros al mes. Ella pagaba a los dueños del club alojamiento y manutención, enviaba dinero a su familia y vivía en una situación de semilibertad. 

"Estos proxenetas disfrazados de empresarios de la noche se lucran con esta realidad, aprovechan la precaria situación de las chicas para obligarles a hacer larguísimas jornadas, aunque se suponía que lo hacía libremente no podía salir y entrar cuando quería ni tomarme un día de fiesta y quedarme en el cuarto que pagaba 70 euros el día, y desde las 5 de la tarde hasta las 5 de la mañana a las habitaciones sólo se podía entrar acompañada de un hombre y previo pago", relata. La inmensa mayoría de los proxenetas eran rumanos. 

Los hay de dos tipos, dice Amelia: están aquellos que utilizan sólo violencia psicológica, y aquellos que también utilizan la violencia física para someter a sus víctimas. Muchas chicas no escapaban porque las amenazaban con hacer daño a sus familias. 

No obstante, una de las estrategias más comunes para ganarse la lealtad de las mujeres es el amor: muchos proxenetas son los novios o los maridos de las mujeres. 

La figura del loverboy. “En esos casos ni siquiera se escapan porque ellas creen una relación, en una vida juntos, en ese humo que venden", explica.

Hace ya más de nueve años que Amelia dejó la prostitución. Mientras fue prostituta libre fue explotada por su propio loverboy, un novio rumano que llegó a España para vivir con ella, con promesas de amor y de una vida normal. “Yo quería hacer algo con la vida”, cuenta, "pero al mes, me pidió que volviera al club porque él no encontraba trabajo, aunque ni siquiera lo había buscado. Así fue durante cinco años, hasta que dije '¡Basta!', que se buscara trabajo, que yo no iba a ejercer más. Me senté en una silla y nadie me tocó en dos semanas, por lo que comencé a acumular deuda con el club". “Su respuesta fue traerme la ropa en dos sacos de basura e irse a Rumanía con el BMW, la casa a su nombre, todo el dinero que yo había ganado lo tenía él, todo estaba a su nombre porque se entendía que era para nosotros, para nuestro amor; no me quedó nada", cuenta. 

El estudio como salvación 

Al dejar el club, Amelia encontró un trabajo normal a los tres días, pero cayó en una depresión. Sólo encontró consuelo en el estudio. “Llegué al punto de tener conciencia de lo que me había pasado, leí libros de psicología y descubrí el feminismo y la existencia de patriarcado”, dice. “Así pude ponerle nombre a lo que me pasó y todo cobró sentido. 

Entonces decidí quitarme yo misma el estigma y decirle a todo el mundo lo que me había pasado porque me parecía injusto callarme. Porque muchas vivimos calladas después de salir de ahí, no queremos que nadie se entere.

 Y muchas dicen que han rehecho su vida, pero vivir en silencio no es rehacer tu vida. El mundo tiene que saber que está haciendo algo mal y que está permitiendo que una injusticia exista", enfatiza.

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