El Transiberiano es un ferrocarril que se extiende a lo largo de 9.300 km y conecta dos puntos extremos de Rusia: Moscú y Vladivostok. Para celebrar el centenario de su inauguración, Sputnik comparte con sus lectores la experiencia de una de nuestras redactoras latinoamericanas en la red ferroviaria más larga del planeta.
Laís Oliveira es una brasileña que hace más de siete años dejó las cálidas playas de su ciudad natal para vivir en la fría Moscú.
La idea de cruzar Rusia a bordo del Transiberiano siempre le pareció increíblemente seductora pero, a la vez, también un tanto aterradora.
En compañía de tres amigos, dos compatriotas y un colombiano, nuestra redactora partió en un viaje de casi un mes para explorar Rusia a bordo del majestuoso Transiberiano.
La jornada, si se realiza sin escalas, dura cerca de una semana, pero el grupo de jóvenes latinoamericanos hizo distintas paradas a lo largo del camino para conocer con detalle algunas ciudades.
Nuestra redactora, Laís Oliveira, al lado del tren que va de Ulán Bator a Moscú
La ruta principal de la vía férrea conecta la parte europea de Rusia con las provincias del Lejano Oriente del país eslavo.
Sin embargo, los viajeros suramericanos tomaron uno de los otros ramales del ferrocarril, el Transmongoliano, que sigue el mismo recorrido que el Transiberiano desde Moscú hasta la ciudad de Ulan Ude (a orillas del lago Baikal) y luego atraviesa Mongolia rumbo a China.
Rusia
En el Transiberiano, así como en todos los trenes de Rusia, es posible elegir entre distintas clases de vagones. Los 'platzkart' —comunes— y los 'kupe' —vagones con cabinas privadas— son las opciones más utilizadas. Pese a que viajar en 'kupe' puede proporcionar una experiencia más cómoda, una jornada en 'platzkart' es mucho más divertida, puesto que permite socializar con los locales y demás pasajeros.
En un vagón 'platzkart', una rusa trenza el cabello de Camila, una de las viajeras brasileñas Para los latinoamericanos, conocidos mundialmente por su amabilidad, Rusia puede parecer un país frío no solo en su clima.
El estereotipo de los rusos como personas severas y de pocos amigos, no obstante, se revela falso luego de unas pocas horas en el tren.
En las largas horas a bordo de los trenes rusos, lo único que no te invade es el aburrimiento: mientras unos duermen o leen, otros conversan, bromean o juegan.
En los tramos que tuvieron lugar en los vagones comunes, mucha gente se mostró interesada en conocer y compartir un rato con los jóvenes.
Los viajeros latinoamericanos, Iván, Laís, Felipe y Camila, muestran sus banderas, en China
Durante el recorrido, nuestros viajeros conocieron a personas inolvidables: una típica 'babushka' —abuelita— rusa que los alimentó con bombones y galletas, un ex soldado ruso que tocaba canciones de guerra con la guitarra, una mujer que enseñó a las muchachas a hacer una típica trenza rusa, pasando por un ruso —juramos que no se trata de un estereotipo— que los invitó a tomar un trago de vodka en repetidas ocasiones.
Entre los nuevos amigos hechos en el camino no faltaron los que conocían alguna que otra palabra en portugués o español, muchas veces aprendidas en las múltiples telenovelas, en su mayoría brasileñas, exhibidas en Rusia.
Camila y Laís, frente a la Catedral de San Basilio, en Moscú
Cada ciudad visitada atesoraba sus peculiaridades, pero dos lugares llamaron especialmente la atención de los viajeros latinoamericanos.
El primero fue Ekaterimburgo, pues su ubicación en la frontera entre Asia y Europa le permite a uno 'estar en dos lugares al mismo tiempo'.
El segundo, sin duda, el célebre e increíblemente bonito Lago Baikal, en el cual nuestros viajeros no pudieron evitar la tentación de bañarse, a pesar de sus gélidas aguas.
Mongolia y China Mientras que los trenes que cruzan Mongolia son los mismos que viajan por Rusia, en China son distintos, más grandes y más rebosantes de gente.
Los pasajeros asiáticos, así como los rusos, también se mostraron muy amigables y dispuestos a ayudar, pese a la casi insuperable barrera lingüística.
Las 'yurtas', viviendas típicas de Mongolia
En Mongolia, los viajeros tuvieron la posibilidad de pasar unos días alojados en 'yurtas' —vivienda típica de la región—, explorar las estepas del país a bordo de un vehículo soviético 'UAZ', de aprender a montar a caballo con niños locales emulando a Gengis Kan y de cocinar comida típica tradicional mongola con una familia nómada.
En China, fue maravilloso tener la posibilidad de conocer los clásicos emplazamientos turísticos de Pekín: la Gran Muralla China, la plaza de la Puerta de la Paz Celestial y la Ciudad Prohibida.
Sin embargo, para nuestra redactora, una amante de los animales, la experiencia más emocionante fue haber visto de cerca a los hermosos osos panda y 'conversar' con ellos.
Laís, frente a la Ciudad Prohibida, en Pekín
La irrepetible experiencia de explorar a fondo no solo Rusia, sino también China y Mongolia es, sin duda, algo inolvidable para cualquiera.
Para nuestra redactora, el viaje en el Transiberiano representa una colección de momentos únicos que quedarán marcados en ese caleidoscopio llamado memoria para toda la vida.