Introducción
Los atentados terroristas de París y Bruselas han levantado una cacofonía de voces de primeros ministros y presidentes, eruditos, periodistas y analistas de prensa.
Se han dedicado toneladas de tinta y papel a analizar la psicología, las redes y las operaciones de los presuntos autores de los mismos: jóvenes musulmanes radicalizados y ciudadanos de la Unión Europea.
Pero han sido pocos los que han estudiado las políticas a largo plazo y de gran alcance de EE. UU., la UE y la OTAN, en relación con el desarrollo y crecimiento de las redes terroristas globales.
Este artículo analizará los vínculos históricos entre los terroristas islamistas y la intervención de EE. UU., Arabia Saudí y Pakistán en Afganistán, así como las consecuencias de la invasión y ocupación estadounidense de Irak.
En dicho país, EE. UU. llevó a cabo una política deliberada de destrucción de todas las estructuras laicas del Estado y promovió la balcanización del país mediante guerras étnico-religiosas y tribales, política que ha continuado implementando en posteriores zonas de intervención.
El último apartado se centrará en las invasiones por delegación de EE. UU., la UE y las petro-monarquías del Golfo y los bombardeos para lograr el “cambio de régimen” en Libia y Siria, con el subsiguiente aumento del terrorismo islamista internacional.
Orígenes históricos del terrorismo islamista internacional: Afganistán
En 1979, el presidente James Carter y su jefe nacional de seguridad, Zbigniew Brzezinski, lanzaron la llamada Operación Ciclón, una gran revuelta islamista contra el régimen laico afgano aliado de la URSS. Estados Unidos coordinó esa campaña con la furiosamente anti-soviética monarquía de Arabia Saudí, que proporcionó los fondos y los mercenarios necesarios para la “yihad internacional” contra el gobierno seglar.
Esta campaña brutal duró “oficialmente” 10 años, hasta la retirada soviética en 1989. Produjo millones de víctimas y décadas de represalias cuando los mercenarios árabes entrenados por la CIA, Pakistán y Arabia Saudí (los “árabes afganos”) regresaron a sus países de origen y a otros lugares.
Las agencias de inteligencia estadounidenses, los comandos de fuerzas especiales y las instituciones militares (especialmente el servicio de inteligencia pakistaní, el ISI) entrenaron y armaron a terroristas con dinero procedente de Arabia Saudí.
La contribución financiera encubierta de Estados Unidos se multiplicó a lo largo de los años hasta alcanzar los 670 millones de dólares en 1987.
Sirvió para reclutar a decenas de miles de mercenarios y aventureros islamistas procedentes de Oriente Próximo, norte de África, los estados del Golfo, la Unión Soviética (chechenos), Yugoslavia (bosnios y kosovares), China (uigures) y Europa Oriental.
Tras la derrota del régimen laico del presidente Najibullah en 1992, los islamistas y las facciones tribales comenzaron a pelear entre ellos, convirtiendo Afganistán en el campo de entrenamiento para terroristas mejor equipado del mundo.
Finalmente la facción talibán relacionada con los pastunes (con la ayuda y las armas de Pakistán) se impuso y fundó en el país un régimen talibán extremista.
A pesar de su retórica, los talibán se establecieron y consolidaron su marca de “islamismo en un país” (1995-2001), un proyecto nacionalista en gran medida.
En su búsqueda de respetabilidad, consiguieron acabar con el cultivo de opio, lo que les ganó las alabanzas del presidente George W. Bush en la primavera de 2001.
También dieron cobijo a una serie de príncipes y señores de la guerra saudíes, entre los que se encontraba el yihadista internacional Osama bin Laden, que había sido expulsado del norte de África.
Tras el ataque terrorista del 11-S, Estados Unidos y la OTAN invadieron Afganistán en octubre de 2001 y derrocaron el régimen nacionalista talibán.
El caos y la lucha de guerrillas subsiguiente dio lugar a un enorme flujo de miles de extremistas internacionales que llegaban a Afganistán, recibían entrenamiento, luchaban y se iban, bien preparados para prácticar las técnicas terroristas en sus países de origen en Europa, norte de África y Oriente Próximo.
Las intervenciones e invasión de Estados Unidos en Afganistán explican parcialmente el contexto de los atentados posteriores en Europa y Estados Unidos. Los islamistas “retornados” a Europa habían recibido fondos de Arabia Saudí y entrenamiento de la CIA y la inteligencia pakistaní.
Allí comenzaron sus tareas de reclutamiento entre la abundante juventud musulmana marginada de las prisiones y los guetos europeos.
El periodo intermedio: Estados Unidos y el sionismo invaden y destruyen Irak
El punto sin retorno del aumento y la internacionalización del terrorismo islamista tiene lugar con la invasión y ocupación de Irak y el posterior reino de terror sistemático impuesto por Estados Unidos. Bajo la dirección de legisladores sionista-estadounidenses clave (y asesores israelíes) del Pentágono, el departamento de Estado y la Casa Blanca, EE. UU. desmanteló el ejército y la policía laica iraquí.
Asimismo, purgaron las instituciones administrativas, civiles, educativas, médicas y científicas de profesionales nacionalistas laicos, preparando el terreno para la guerra entre facciones tribales islamistas.
Cientos de miles de civiles iraquíes perdieron la vida y millones huyeron de un régimen de limpieza étnica, que Washington vendía como un modelo para el resto de Oriente Próximo.
Al mismo tiempo, miles de oficiales del ejército iraquí, con experiencia pero sin empleo, que habían sobrevivido a las purgas orquestadas por EE. UU., se reagruparon y con el tiempo se un unieron a decenas de miles de extremistas islámicos nacionalistas e internacionalistas para formar el Estado Islámico (EI).
Les movían a ello no tanto motivaciones étnico-religiosas como deseos de venganza por el desplazamiento al que habían sido sometidos y la destrucción de su propia sociedad.
La estrategia deliberada de Estados Unidos (sionismo), la Unión Europea y Arabia Saudí era dividir y conquistar Irak, lo suponía en un principio trabajar mano a mano con los líderes feudales tribales saudíes y otros extremistas, con el fin de contrarrestar el creciente poder de los chiíes pro-iraníes.
Conjuntamente, promovieron una política de fragmentación del país en la que los kurdos dominarían el norte, los suníes el centro y los chiíes el sur (el llamado Plan Joseph Biden-Leslie Gelb de desmembración y limpieza étnica).
Se basaba en la creación de una autoridad central debilitada y completamente tutelada por EE. UU. y la UE y un grupo poco definido de feudos fragmentados de subsistencia en lo que había sido la república árabe laica más avanzada.
A pesar de que Estados Unidos dedicó miles de millones de dólares a armamento para crear un “ejército nacional” iraquí títere y colonial, los saudíes y los israelíes continuaron con sus propios programas de financiación de sectores kurdos y de la oposición violenta suní (esta última fue el germen del EI).
Mientras el régimen clientelar chií de Bagdad se concentraba en robar miles de millones a la vez que asesinaba o exiliaba de la capital a cientos de miles de suníes, cristianos y otros seglares iraquíes bien formados, la moral de sus tropas títeres de EE. UU. se hundía.
La totalidad de los altos mandos experimentados y nacionalistas del ejército iraquí había sido purgada (ejecutada u obligada a ocultarse) y los nuevos mandos títeres eran cobardes, corruptos e incompetentes (como reconocían abiertamente sus “asesores” estadounidenses).
Mientras tanto, el Estado Islámico había comprado cientos de miles de armas estadounidenses financiado por la aborrecida familia real saudí y otras monarquías del Golfo.
Los suníes armados pronto lanzaron grandes ofensivas relámpago bajo la dirección de antiguos oficiales del ejército baazista, con el apoyo de miles de terroristas (algunos suicidas) y de mercenarios extranjeros. “Expertos militares” europeos y estadounidenses expresaron “asombro” ante su eficacia.
El Estado Islámico derrotó al ejército controlado por Bagdad, a sus asesores estadounidenses y a sus aliados kurdos en el norte, tomando ciudades importantes, incluida Mosul, miles de pozos petrolíferos productivos y llevando su ejército hasta escasos kilómetros de la capital.
La conquista del territorio y los triunfos militares atrajeron nuevas oleadas de voluntarios islamistas de Oriente Próximo, Europa, Afganistán e incluso América del Norte.
El EI les proporcionaba entrenamiento militar, Arabia Saudí pagaba sus salarios, Turquía compraba el petróleo y las antigüedades capturadas y abría sus fronteras al movimiento de tropas y armas yihadistas.
Por su parte, Israel compraba con descuento a comerciantes turcos corruptos el petróleo distribuido por el EI. ¡Todos los actores regionales metieron su hocico en el abrevadero sangriento que en tiempos había sido Irak!
Los éxitos del EI en Irak le llevaron a ampliar sus operaciones y ambiciones traspasando las fronteras hacia Siria. Esto ocurría justo cuando Estados Unidos y la UE estaban bombardeando y destruyendo el gobierno laico del coronel Gadafi en Libia, en otra campaña de “cambio de régimen” “extremadamente exitosa” (en palabras de la secretaria de Estado Hillary Clinton, mientras se regodeaba viendo la muerte de Gadafi con atroces torturas, tras ser capturado: “Llegamos y murió”)
El caos que se produjo a partir de entonces en Libia produjo un crecimiento exponencial de los grupos terroristas islamistas, ¡con toneladas de armamento procedentes de la Libia “liberada”! Los terroristas de Libia consiguieron un territorio, tomaron pozos de petróleo y atrajeron a “voluntarios” entre la juventud marginada de países vecinos como Túnez, Egipto o Mali, e incluso tan alejados como Somalia, Afganistán, Irak y Siria. Bien pertrechados con más armas, dinero y entrenamiento. Muchos continuaron hacia Siria e Irak una vez “graduados”.
El periodo contemporáneo: La guerra en Siria patrocinada por la UE, EE. UU., Arabia Saudí e Israel
En 2011, mientras el Estado Islámico penetraba en Siria a través de la frontera con Irak y las bandas terroristas tomaban ciudades en Libia, los gobiernos de EE. UU., la UE, Arabia Saudí e Israel financiaban y armaban a las fuerzas islamistas (y a los míticos “moderados”) para derrocar al gobierno nacionalista laico de Bashar el Assad en Siria.
Miles de extremistas voluntarios islamistas hicieron caso de la llamada (y los sustanciosos cheques) del régimen saudí y su propaganda salafista y formaron la propia “legión extranjera” de la familia real saudí, entrenada, armada y transportada hasta Siria por la inteligencia turca. Los Estados Unidos entrenaron y armaron a cientos de sus denominados “rebeldes moderados”, cuyos combatientes rápidamente se pasaron al EI y otros grupos terroristas a los que entregaron toneladas de armas estadounidenses, mientras los “rebeldes sirios moderados” daban conferencias de prensa desde Londres y Washington.
El EI ocupó franjas de territorio sirio, avanzando en dirección al oeste hacia las bases aéreas y la base naval de Rusia en la costa y hacia el norte, rodeando Damasco. Millones de personas fueron desplazadas y las poblaciones minoritarias esclavizadas o masacradas. Las noticias de las conquistas territoriales del EI con el botín obtenido mediante la venta del saqueo petrolero a Turquía y el flujo de armas procedente de Arabia Saudí, EE. UU. y la UE atrajeron a más de 30.000 “voluntarios” mercenarios procedentes de América del Norte, Europa, norte de África, Oriente Próximo y Asia meridional.
Estos nuevos terroristas recibieron entrenamiento militar, incluyendo la elaboración de bombas y planificación logística, en Siria. Muchos eran ciudadanos de la UE, extremistas islámicos, en número superior a los 5.000. Estos jóvenes terroristas fueron entrenados y lucharon en Siria y luego retornaron a Francia, Bélgica, Alemania y el resto de la UE. Habían acudido a Siria con el apoyo tácito o la tolerancia de sus propios gobiernos europeos, que los habían utilizado en su campaña de “cambio de régimen” contra Damasco, en lugar de emplear a las tropas de la OTAN.
Los gobiernos europeos estaban convencidos de que tenían a “sus” reclutas musulmanes bajo control cuando se unieron a EE. UU. en su política temeraria para derrocar a los gobiernos independientes y seglares de Oriente Próximo y norte de África. Animaron alegremente a sus jóvenes marginados musulmanes a que acudieran en manada a Siria a combatir.
Tenían la esperanza de que se quedarían allí, luchando sobre el terreno o enterrados bajo el suelo. Oficialmente, los dirigentes de la UE afirmaban apoyar a los “rebeldes moderados” (el término blando que los medios de comunicación occidentales usaban para suavizar a los terroristas islámicos) que luchaban contra la “dictadura” de Assad. Los regímenes europeos no estaban preparados para detener a los “retornados” endurecidos por el combate que habían recibido entrenamiento en Irak y en Siria. Estos jóvenes musulmanes europeos (hijos de inmigrantes o convertidos al islam) habían sido fuertemente adoctrinados y se habían unido a las redes terroristas internacionales.
A su regreso, consiguieron confundirse fácilmente en los guetos urbanos marginales de los que procedían, fuera del control de los abotargados servicios de inteligencia europeos.
En la práctica, los gobiernos de la UE consideraban a esos miles de jóvenes musulmanes europeos que acudían a Siria como su propia “legión extranjera”, un glorioso cubo de la basura para jóvenes marginales desempleados y expresidiarios que conseguirían imponer las metas imperiales de la OTAN a la vez que resolvían los problemas sociales internos de los hijos marginados de los emigrantes del norte de África. Los estrategas de la OTAN y los gobiernos de Francia, Bélgica y Reino Unido les consideraban una adecuada carne de cañón. De cara a la opinión pública, era más conveniente que fueran estos jóvenes los que murieran para derrocar el gobierno laico de Siria que enviar soldados (cristianos blancos) cuya muerte podría traer repercusiones políticas internas.
La Unión Europea subestimó la animadversión que estos “voluntarios” sentían por la intervención de EE.UU./UE en Oriente Próximo y norte de África, así como su indignación ante el apoyo continuado a las ocupaciones de tierra de Israel en Palestina. En su arrogancia racista, los líderes de la UE subestimaron la capacidad del EI para adoctrinar, formar y organizar a estos jóvenes marginados de los suburbios de Europa y convertirlos en células internacionales eficaces, capaces de llevar la guerra a Europa.
A causa de su prepotencia, la Unión Europea ignoró el papel activo de Turquía y Arabia Saudí, con sus respectivas ambiciones regionales e independientes. Ankara y Riad entrenaron y financiaron a los “voluntarios” y facilitaron su traslado a Siria desde los campamentos de Turquía y Jordania. Los heridos recibieron tratamiento en Turquía y, a veces, incluso en Israel. Miles de ellos, muchos ciudadanos de la UE, volverían después a sus países de origen en Oriente Próximo y norte de África, así como a Rusia.
La Unión Europea ha seguido servil y ciegamente a Washington en todas sus guerras en Oriente Próximo. Ahora está pagando un gran precio por ello: miles de avezados terroristas han regresado y han cometido atentados contra civiles y estructuras civiles mientras los líderes de los gobiernos europeos se abalanzan en un intento apresurado por desmantelar los derechos ciudadanos constitucionales e imponer una amplia gama de medidas propias del Estado policial (estados de emergencia).
Estos nuevos terroristas financiados por la monarquía saudí (los legionarios de Riad) están activos en todos los países donde EE. UU. y la UE han librado guerras por delegación: Irak, Siria, Libia, Yemen, Afganistán… Turquía financia a los terroristas islámicos en Siria, Irak y los territorios kurdos para imponer sus propias ambiciones expansionistas (pasando por alto los cacareos de descontento de los líderes europeos). Ahora Turquía ha recibido 6.000 millones de euros de la UE por medio de un chantaje: a cambio “contendrá” el flujo de refugiados de la región fuera de la vista de los europeos en campos de concentración apenas disimulados.
Conclusión
Desde que los gobernantes de EE.UU. y la UE decidieron llevar adelante la guerra contra el nacionalismo laico árabe y de Asia Occidental en Oriente Próximo, Afganistán, Irán y norte de África mediante campañas de “cambio de régimen” han utilizado a mercenarios y voluntarios salafistas para causar la mayoría de las muertes sobre el terreno, mientras Occidente actuaba desde el aire. Washington y sus aliados de la OTAN actuaban con la convicción de que dichos reclutas (en su mayoría jóvenes marginados urbanos y delincuentes) eran descartables tras su uso, una vez que habían servido a los propósitos militares imperialistas.
Algunos de los que poseían el talento y la crueldad necesarios podían convertirse en “líderes” marioneta contra los rusos y otros “obstáculos” si se les necesitaba en el futuro.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europa subestimaron el alto nivel de independencia de los voluntarios, su autonomía organizativa y su propia comprensión de la naturaleza táctica de su alianza con el imperialismo occidental. Los líderes extremistas islámicos, como sus socios occidentales, no creen en existen alianzas permanentes, solo en intereses permanentes.
La unión Europea y los Estados Unidos han practicado una política destinada a derrocar a las naciones musulmanes independientes y laicas y devolverlas al estatus semicolonial que tenían antes de la independencia.
La política de cheques contra el nacionalismo secular (con sus profundas raíces en la Guerra Fría) se ha extendido desde el norte de África hasta el sudeste asiático pasando por Oriente Próximo. Por su parte, el Estado Islámico y sus aliados conciben un regreso al califato islámico precolonial en los mismos territorios y sobre los mismos pueblos para contrarrestar al imperialismo occidental.
Y millones de personas están atrapadas entre ambos.
El EI considera a las élites laicas occidentalizadas de los países musulmanes como una quinta columna para la extensión del imperio y, a su vez, ha resocializado y entrenado a jóvenes islamistas de la UE para que sirvan como una red terrorista “tras las líneas enemigas” que siembre el caos en Occidente.
Las repercusiones políticas de esta guerra internacionalizada son muy profundas. Millones de civiles han perdido la vida y la seguirán perdiendo en las zonas de conflicto, han sido desplazados y convertidos en refugiados desesperados que fluyen hacia la UE. Leyes de emergencia propias de estados policiales, registros arbitrarios, arrestos e interrogatorios se han hecho habituales en los aeropuertos europeos, los trenes y las redes de metro altamente militarizados, al igual que en los mercados y centros culturales.
La UE está padeciendo una creciente “israelización” de su sociedad, con una población polarizada que recuerda a la israelí-palestina… con su comunidad musulmán marginada y confinada en la diminuta Gaza.
En el contexto de esta atmósfera cargada, prosperan las compañías y los asesores de seguridad high-tech israelí mientras se multiplican las fusiones y la adquisición de tecnología policial. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu da la bienvenida al primer ministro francés en el club de autoritarios democráticos.
Mientras tanto, los refugiados y sus hijos fluyen de acá para allá, las bombas van y vienen. Nosotros hacemos cola para depositar flores sobre el monumento de nuestras últimas víctimas y luego pagamos los impuestos que posibilitan nuevas guerras en Oriente Próximo.
Más jóvenes “voluntarios” se convertirán en carne de cañón barata para luchar en nuestras guerras. Algunos regresarán y colocarán más bombas, para que podamos lamentar la muerte en vigilias patrióticas, protegidos por batallones armados… Y así sucesivamente.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo