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La Presidenta de la República pacta con el diablo


Según Max Weber, en La política como vocación, sostiene que el político se ve forzado a pactar con el diablo, pues maneja el poder y el Estado, que detenta el monopolio de la fuerza legítima. 

Con la actual crisis oligárquica chilena, no faltan sectores que profesan un moralismo radical no muy lejano al del monje dominico Girólamo Savonarola, que encendió la hoguera ante la depravación de la iglesia y de la Florencia de los Médicis, aventura que siempre termina con el reformador muerto en el fuego – baste visitar la Plaza de la Signoria, en la ciudad de Florencia, donde se puede leer un recordatorio en memoria del famoso monje moralista -.

Aterrizando en nuestra doméstica política me cuesta encontrar un familiar de Presidentes – o reyes y/o reinas – que hayan sido tan afectados por la estupidez de un familiar directo: habría que remontarse a la época de María Antonieta o bien, a las peleas de la familia real española, a vista y paciencia de Napoleón Bonaparte, en Bayona, donde entregaron a España al tirano francés.

 En el caso chileno, nunca se sabrá si el hijo de la Presidenta Bachelet es tonto, ingenuo, ambicioso, “macabeo”, pillo o genio de los negocios, pero lo cierto es según la última encuesta Plaza Pública CADEM, de -3 el mes de febrero – sale a la luz el escándalo por el caso Caval – ha remontado a -38 al 15 de mayo, esa diferencia logra probar la magnitud del daño provocado a la credibilidad de la Presidenta, debido a la conducta de su hijo, Sebastián Dávalos y de su nuera, Natalia Compagnon.

La reina-Presidenta, casi en el suelo, no encontraba otra salida que traicionar a sus tres delfines más amados – los gestores de su campaña presidencial – rompiendo, en forma no muy limpia y sin guardar la forma, el pacto de sangre entre ella y sus tres “mosqueteros”.

Siguiendo la idea de Weber, prefirió pactar con el diablo – los conservadores de la Concertación -.

 La gente percibe mucho mejor que los analistas políticos que quien manda en el nuevo gabinete es el ministro del Interior, el democratacristiano Jorge Burgos y que, además, este equipo ministerial, según dicen, al privilegiar el diálogo, no hacen más que revivir la famosa democracia consociativa, que ha caracterizado todo el período de transición.

 Lo más ridículo es que esta vez la llamada Nueva Mayoría lleva a la práctica el “transar sin parar” aun contando con la hegemonía en ambas ramas del Parlamento y el haber logrado poner fin al sistema binominal.

¿Hacia dónde puede dirigirse el tan cacareado diálogo?

 ¿Hacia la derecha política?

 Sería bastante ridículo, pues se encuentra más en el suelo que la Nueva Mayoría – lo único que podría lograrse sería desvirtuar aún más las reformas, como ocurrió con la tributaria, con el fin de conseguir unanimidades parlamentarias, justamente en esta época en que partidos y parlamento están completamente desprestigiados para el 90% de la ciudadanía -. 

Sería mucho más práctico tirar a la borda las reformas y pactar con los poderes fácticos, verdaderos poseedores del poder, es decir, pactar con el diablo.

A mi modo de ver, la Presidenta va a lograr con su nuevo gabinete un tiempo “de bonanza”, que le permita descongestionar la crispación que domina a la actualidad política, pero luego volverá aún con más fuerza cuando se formalice a los políticos que han cometido delitos. 

En todas las crisis de dominación oligárquica ha habido períodos de conflicto agudo junto a pequeños oasis de calma, pero actualmente, el venderse al diablo sólo ha servido a la Primera Mandataria para proporcionar a la ciudadanía un lenitivo, cuyo efecto es temporal.

Rafael Luis Gumucio RivasEl Ciudadano

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