Para el geopolítico Alfredo Jalife-Rahme, el conflicto entre Estados Unidos y Rusia no depende de las relaciones entre los presidentes de ambos países.
Prueba de ello es el hecho que la propaganda anti-rusa proviene fundamentalmente de las publicaciones vinculados a los medios financieros anglosajones.
La guerra mundial ya está aquí, expresándose primeramente en teatros de operaciones periféricos y a través de ciberataques. Si en los próximos años la Casa Blanca no se decide a hacer algo para contener las acciones del grupo de presión vinculado a los medios financieros, la guerra nuclear será inevitable.
Ahora que me encuentro en San Petersburgo –la segunda ciudad rusa en importancia y joya cultural humanista con casi 6 millones de habitantes–, donde interactúo gratamente con los rusos locales, me cuesta demasiado trabajo entender cómo puede Rusia ser desvinculada cultural, económica y políticamente de Europa, en particular, y en general de «Occidente» –una distorsión semántica de la orwelliana propaganda anglosajona (en inglés equivale a «misnomer»)–, que cuenta en el G7 al oriental –desde el punto de vista cultural y geográfico– Japón.
La semiótica distorsión geoeconómica/geopolítica de la dupla anglosajona de Wall Street/La City (Londres), que controla a sus respectivos gobiernos pusilánimes cuan impopulares –Obama compite en repudio ciudadano con David Cameron, el premier británico–, incrusta a Japón, de raza amarilla y cultura oriental, y excluye a Rusia, de raza blanca y cultura occidental genuina, del «Nuevo Occidente» adulterado y desbrujulado.
En un enfoque holístico, San Petersburgo –la metrópoli más «occidental» de Rusia, válgase la tautología cultural y geográfica– representa uno de los crisoles modernos de la auténtica civilización occidental humanista: desde sus incomparables Ballets Russes del Teatro Mariinsky –lo óptimo de «Occidente»– hasta su maravilloso Museo L’Hermitage, que detenta la mayor colección de pinturas de «Occidente», sin entrar a mencionar otros notables atributos civilizatorios, como sus iglesias del rito ortodoxo cristiano –una religión medio-oriental adoptada por la «primera, segunda y tercera Roma» (respectivamente la original, luego Bizancio y por último Moscú)– y sus característicos palacios de ensueño, de arquitectura similar a la de Italia, Gran Bretaña, Francia y Alemania.
El inconmensurable sabio chino Confucio solía decir que la máxima señal del caos es cuando existe confusión lingüística: no sólo excluir a Rusia –tanto del fenecido G8 como de la entelequia de «Occidente» adulterada por los urgentes imperativos geopolíticos de la dupla anglosajona–, sino peor aún, comparar grotescamente a Hitler con Putin, cuyo país contribuyó a la derrota de la Alemania nazi, denota una grave pérdida de la sindéresis, a la par de una incontinencia verbal.
Otra confusión lingüística en el campo de la geopolítica radica hoy en discutir casi bizantinamente si Estados Unidos y Rusia se encuentran ya en una «nueva guerra fría» –de la que han advertido solemnemente Kissinger y Gorbachov– o si se confrontan en una «guerra multidimensional», donde destaca la «guerra económica» a la que ha hecho alusión prístinamente el propio presidente ruso Vladimir Putin [1] y quien, en su célebre entrevista a la televisión alemana ARD [2], reclama y exclama que «la OTAN y Estados Unidos poseen bases militares esparcidas por todo el globo, incluyendo áreas cercanas» al territorio ruso y cuyo «numero sigue creciendo».
Putin confesó luego que, frente a la decisión de la OTAN de desplegar fuerzas especiales cerca de la frontera rusa, Moscú ha respondido con ejercicios similares (v.gr en el Golfo de México).
La «nueva guerra fría» ya empezó y su epítome es la «guerra económica» que ha desplomado deliberadamente el precio del petróleo, lo cual daña enormemente a Rusia.
En un extenso documento [3], Vladimir P. Kozin, jefe de los consejeros del Instituto Ruso de Estudios Estratégicos, aborda la «segunda guerra fría» que Estados Unidos y la OTAN han impuesto a Rusia y pregunta cuál es «la forma de superarla», a lo que propone 4 axiomas:
«Estados Unidos y sus aliados de la OTAN deben cesar cualquier edificación militar cerca de las fronteras rusas» –que incluya una serie de acuerdos estratégicos sobre armas convencionales y nucleares a los que ya se llegó– y «deben contemplar a Rusia como su aliado permanente y no como su enemigo permanente» (sic).
Levantar sin condiciones todas las sanciones económicas y financieras contra Rusia.
«Ucrania tendrá que declarar su promesa para conservar su estatuto de no alineado y no nuclear para siempre» (sic).
Aquí vale la pena un comentario: al momento de la disolución de la URSS, Ucrania cedió parte de su dotacion de armas nucleares –al unísono de Belarús y Kazajastán–, sin haber sido recompensada por la ingrata «comunidad internacional».
«La comunidad internacional debe oponerse firmemente a las tentativas de revivir los resultados de la Segunda Guerra Mundial, y combatir consistentemente todas las formas y manifestaciones de racismo, xenofobia, nacionalismo agresivo y chovinismo».
Tales 4 puntos deberán ser tratados en una cumbre especial entre Estados Unidos y Rusia, «pero no con Barack Obama», ya que el geoestratega Kozin juzga «imposible» (¡supersic!) realizarla durante lo que queda de su presidencia.
Kozin plantea que en el umbral de una guerra nuclear definitoria, las guerras hoy son «híbridas»: guerras convencionales combinadas con ciberguerras y «guerras de desinformación» mediante infiltraciones en asuntos domésticos ajenos bajo la forma de «caos controlado» y guerras por «aliados interpósitos» («proxy-wars»).
Kozin se pronuncia por una «distensión global», que implemente, bajo «el principio del mundo multipolar», una «seguridad mutua garantizada».
Llama la atención el profundo grado de animadversión personal de los geoestrategas rusos contra Obama, aunque no alcanza los niveles de rusofobia masiva del polaco-canadiense-estadounidense Brzezinski quien, después de haber tendido una trampa letal a la URSS en Afganistán, contempla(ba) balcanizar lo que queda de Rusia en tres pedazos, con el fin de incorporar Ucrania a la OTAN, como enuncia en su libro hoy caduco El gran tablero de ajedrez mundial, donde no pudo prever las derrotas militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán ni el advenimiento del nuevo orden tripolar geoestratégico (Estados Unidos/Rusia/China).
El verdadero asesor geoestratégico de Obama es Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de Carter, atormentado por sus fobias atávicas todavía a sus 86 años.
Los geoestrategas rusos han perdido la esperanza de alcanzar un acuerdo con Obama –la paz «imposible»–, a quien también le conviene el «conflicto congelado» de Ucrania mientras cede la batuta a un Congreso hostil.
Quizá los rusos prefieran esperar por un nuevo presidente de Estados Unidos, dentro de 3 años, para poder negociar.
Un error de focalización subjetiva consiste en atribuir a los mandatarios de Estados Unidos y Rusia las políticas que en realidad son producto de sus maquinarias de guerra y sus intereses grupales.
Una cosa es la postura de un think tank de la talla del Instituto Ruso de Estudios Estratégicos y otra es la trivialización de la «guerra sicológica» con la viciosa «propaganda negra» a la que se consagran 2 publicaciones financieristas anglosajonas, The Economist y The Wall Street Journal, que desde su comodidad bursátil no se cansan de incitar a una guerra de Estados Unidos contra Rusia.
¿Tendrán suficientes refugios nucleares los malignos banqueros de Wall Street y La City de Londres?
Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada