Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

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Marina Silva, la Capriles brasileña



El próximo domingo 5 de octubre habrá elecciones presidenciales en Brasil. Se enfrentarán la actual presidenta Dilma Roussef y Marina Silva, candidata del Partido Socialista, organización política de extrema derecha, fiel seguidora de los dictados de Washington y que de socialista sólo tiene el nombre. 

De modo que, sin forzar los términos, podría decirse que Marina Silva es a Brasil lo que Henrique Capriles ha sido a Venezuela.

Pero Marina Silva no niega la cruz de su parroquia. Desde su plataforma electoral muestra abiertamente su postura derechista y pro imperialista. Quiere echar abajo los grandes avances de Brasil que han hecho del gigante sudamericano una nación verdaderamente soberana, no sólo alejada de los designios de Estados Unidos, sino francamente opuesta a ellos.

La candidata de la derecha quiere fortalecer los lazos con EU, vínculos que, como en los viejos tiempos de las dictaduras militares, de Fernando Collor de Mello, José Sarney, Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso, sólo podrán ser de sumisión, vasallaje y alta dependencia.

En vísperas del proceso electoral, las encuestas, siempre interesadas, siempre bien patrocinadas y nunca verdaderamente confiables, hablan de un empate técnico entre ambas candidatas. Se trata de la vieja y manida estrategia de la derecha para aparentar que su representante de veras tiene posibilidades de triunfo. Y se trata igualmente de crear las condiciones postelectorales para, en el esperable caso de su derrota, alegar fraude y desestabilizar al futuro gobierno. Otra vez la sombra de Capriles proyectándose sobre Brasil.

Marina Silva también pretende, según su propio dicho, terminar con la estratégica alianza de Brasil con Venezuela y con Cuba. Y asimismo sabotear los nexos de Brasilia con Rusia y con China, todo al gusto de los más caros deseos de EU.

Como el enorme anhelo de atemperar o de plano destruir ese gran avance de la multipolaridad que representa la alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los célebres Brics, poderosa fuerza política y económica que hace contrapeso a la unipolaridad imperialista encarnada en EU. Qué mejor que la salida por propia voluntad de Brasil de los Brics. Ah, el sueño dorado de Washington que su alfil Marina Silva podría hacer realidad.

Por supuesto, doña Marina conspiraría, hasta liquidarlo, con el exitoso programa brasileño de combate al hambre, para sustituirlo, obviamente, con algún programa de ajuste ideado en el Fondo Monetario Internacional, a fin de que cada quien, incluidos desde luego los más pobres, se rasquen con sus propias uñas. Otra vez el sálvese quien pueda.

Para qué, dirá el peón femenino de Washington, la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), si ya tenemos la OEA, el antiguo, putrefacto y lamentablemente todavía con vida Ministerio estadounidense de las Colonias.

Igualmente dirá: para qué el Mercosur, si ya tenemos muy avanzado en el papel el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), instrumento comercial de dominio y sujeción de los países del sur por cuenta del imperio.

Pero entre todas las señales de su condición de alfil de EU, quizá ninguna más reveladora que su afirmación de que en caso de ser elegida presidenta, “impulsará con fuerza los derechos humanos en países como Cuba”.

Fundadora con Lula del Partido de los Trabajadores y hoy pasada al campo de la más reaccionaria derecha, ¿tendrá doña Marina alguna leve idea del enorme prestigio que tiene Cuba en el mundo precisamente en el campo del respeto y protección de los derechos humanos? ¿Quién le sugirió a la candidata de EU ese tema como parte principalísima de su agenda electoral? ¿O nadie se lo sugirió (o dictó) y se trata sólo de mostrarse solícita con el patrón yanqui y con la derecha criolla por el apoyo recibido y las esperanzas de retroceso en ella fincadas?

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