Chris Ray - Morning Herald (Nueva Gales Del Sur, New South Wales) - Traducción para Cubainformación de Rafael Ángel Pessini Sánchez (especialmente dedicada al filocubano Vincenzo Basile) - Foto: Edwina Pickles.- ¿Pueden los educadores de un país con una de las tasas de alfabetización más altas del mundo ayudar a mantener a jóvenes excarcelados en el interior de Australia?
Reservado y modesto, Hogan Shillingsworth luce como un extraño modelo cuando espera bajo un calor agobiante unirse a personajes importantes en la rotonda de un parque en el interior de la ciudad de Bourke, en Nueva Gales del Sur.
Cuando llega su turno, Shillingsworth entra en la rotonda entre aplausos de un superintendente de la policía y otras personalidades notables de la ciudad.
Es un elogio poco usual para un veterano de tres años del centro de detención juvenil de Nueva Gales del Sur, quien se enfrenta a otra pena privativa de libertad, cuando tiene todavía sólo 21 años de edad. ¿Cómo Shillingsworth, bajo fianza por “discutir y pelear”, como él señala, llegó a estar compartiendo tribuna con una selección de gente muy importante, incluidos un representante del Departamento del Primer Ministro y el Embajador de Cuba?
Bajo guía cubana, en la persona de la monitora Lucy Núñez, una exuberante abuela habanera de 54 años, los aborígenes residentes en Wilcannia, Bourke y Enngonia han sido movilizados para ir a clase a través de una estrategia de “campaña masiva” de la que fue pionera en los primeros años de la Revolución Cubana. Probablemente llegará a Brewarrina el próximo año.
Más de 6 millones de personas que hablan diversos idiomas en 28 países han aprendido a leer y escribir a través de “Yo Sí Puedo”, pero no se había intentado nunca en Australia, donde hasta el 65 por ciento de la población aborigen es “analfabeta funcional” en lengua inglesa.
Si la iniciativa es sostenible, puede extenderse a las poblaciones aborígenes a lo largo de Australia, dice su director, Jack Beetson, quien asimismo lidera la recién formada Fundación para la Alfabetización por la Vida, que se hace cargo este mes de la campaña.
Una referencia de Beetson ayudó a convencer a una magistrada para que permitiese la excarcelación de Shillingsworth, con el fin de que éste asistiera a clases de alfabetización.
Shillingsworth fue más lejos, al arte, y completó uno de los programas de clases postalfabetizadoras. Sus dibujos decoran los certificados de graduación y la fundación lo ha empleado como instructor de lecciones de arte, su primer empleo auténtico.
Shillingsworth dice que la intervención de la fundación supuso “la primera vez que obtuve apoyo de alguien en el ámbito judicial. La magistrada me dio una oportunidad. Ella pudo ver lo que yo estaba tratando de hacer. De lo contrario, habría ido derecho a la cárcel”.
Menos del 5 por ciento de los jóvenes australianos son indígenas; aún aportan casi la mitad de la población juvenil penitenciaria. Un aborigen de entre 10 y 17 años tiene 16 veces más probabilidades que un joven no indígena de estar bajo supervisión comunitaria, y 28 veces más de estar privado legalmente de libertad. La desproporción continúa entre los adultos: los aborígenes componen el 2,5 por ciento de la población adulta, pero el 26 por ciento de todos los reclusos adultos.
El analfabetismo es la principal causa de este desequilibrio, en particular porque tiende a evitar que los aborígenes obtengan licencias de conducir, descubrió un comité de la Cámara de Representantes cuando investigaba la sobrerrepresentación de la población aborigen en el sistema judicial. Muchos aborígenes no saben leer suficientemente bien para hacer online los tests de conducción, oyó el comité. Como señala la magistrada de Nueva Gales del Sur Margaret Quinn, “Ellos podrían ser los conductores más seguros/responsables de todos; sólo carecen de licencia. Muchos no saben leer ni escribir”. Una serie de magistrados identificó conducciones sin licencia como una de las principales vías hacia la cárcel, a través de multas por incumplimiento y mayor condena por incumplimiento persistente.
Este oscuro escenario podría haber sido guionizado por el joven de 21 años Samuel Shillingsworth, quien vive con su pareja, Brooke Edwards, y su hijo Sam, de 4 años, en una reserva aborigen en las afueras de la ciudad de Enngonia. Ocupan una de las cabañas de fibra cubiertas de cemento colocadas alrededor del edificio del consejo territorial, que funciona como aula del “Yo Sí Puedo”. Como su primo artista Hogan, Samuel tiene complicaciones con el sistema judicial, con graves multas por conducir sin licencia; pagarlas le llevará “un par de años”, cree él.
Samuel no conducía por diversión: Enngonia tiene un pub, una comisaría y una escuela primaria, pero ni supermercado, ni médico, ni banco ni oficina Centrelink. Los más cercanos están en Bourke, 100 kilómetros al sur por la Autopista Mitchell. El único transporte público a Bourke es un minibús subsidiado por el gobierno a modo de pensión quincenal. Nunca hay bastantes asientos y el autobús no transportará a niños pequeños.
Samuel está a punto de graduarse en “Yo Sí Puedo” y practica conocimientos de conducción en un test computarizado sobre una pantalla. Espera empezar el proceso de obtener licencia una vez pagadas sus multas. “Hice un par de tests de prácticas de conducción pero fueron demasiado duros. Confío en que serán más fáciles ahora porque podré leer las preguntas y responderlas correctamente”, dice.
Obtener una licencia o un permiso no es lo que más motiva a Samuel para aprender a leer. “ Tengo un coleguita ahora. Quiero ayudarle a aprender cuando crezca”, dice. A Sammy le gustan los libros. Le gusta escribir y dibujar. En algún momento acudirá a mí con un libro y querrá que se lo lea”.
Edwards, de 20 años, acude a clase por la misma razón. “El pequeño Samuel está empezando a leer”, dice. El otro día trajo a casa dos libros de cuentos de la escuela: “El Dragón Blanco” y “La oruga hambrienta”. Sé leerlos con él ahora; no podía hacerlo antes”.
Melissa Harrison, directora de la Escuela Primaria de Enngonia dice que “Yo Sí Puedo” “ha promovido un ambiente positivo de aprendizaje en la escuela. Más padres me están hablando de la escuela y preguntándome si sus chicos están haciendo las tareas. Nuestros alumnos de preescolar están utilizando más la biblioteca, también”. Los estudiantes de Enngonia oscilan desde adolescentes a ex granjeros de 67 años. La coordinadora de campaña local, Mary Edwards, de 33 años, fue casa por casa invitando a las familias a acudir a clase. A algunos vecinos les avergonzaba admitir que no sabían leer ni escribir, pero aceptaron tomar parte una vez que otros miembros de la familia se inscribieron. “Al final del programa teníamos a todo el mundo feliz por redactar y leer frases en voz alta y por escribir en la pizarra”, dice Mary.
Yo Sí Puedo está ganando amplio apoyo y forjando alianzas que cruzan límites políticos. El contratista de construcción Brookfield Multiplex se ha inscrito como socio corporativo de la fundación, y el logo de la Fundación de la Alfabetización por la Vida luce como blasón sobre el jersey del equipo de la liga de rugby Penrith Panthers.
John Williams, de los Nacionales de Nueva Gales del Sur, miembro y jefe de grupo parlamentario por Murray-Darling, que probablemente llegó a ser la primera coalición MP en felicitar a la Cuba socialista, accedió a la Asamblea Legislativa para “reconocer el gran trabajo” hecho por el embajador cubano Pedro Monzón, visitante regular de las comunidades aborígenes de Darling River, y quejarse de que “Desafortunadamente, no se ha reconocido bastante a los cubanos”.
Monzón era un estudiante de 13 años en 1961 cuando la nueva administración de Castro cerró el sistema educativo de Cuba durante un año y envió a estudiantes urbanos a extender la alfabetización entre los pobres del campo. Hijo de un médico de La Habana, fue asignado a una familia campesina de Sierra Maestra, donde recogía tabaco durante el día y enseñaba el alfabeto por las noches. “Perdimos un año escolar, pero ganamos una sociedad más justa y crecimos como mejores seres humanos”, dijo Monzón, resaltando la declaración de la UNESCO sobre Cuba como el único país latinoamericano en lograr el ciento por ciento de alfabetización adulta.
Otra persona que ayuda es el superintendente de policía Greg Moore, Comandante de Área Local de Darling River. Dice que Yo Sí Puedo ha generado “enormes beneficios entre algunas de las personas más vulnerables de nuestra comunidad”. Le impresiona que algunos graduados hayan ganado suficientes confianza y destrezas para alejarse del crimen, y que se hayan unido a un Comité Consultivo Aborigen de la Policía, donde ellos “impulsan soluciones de justicia social en nombre de los miembros de la comunidad menos alfabetizados”.
¿Cuánto es de malo el analfabetismo entre los indígenas australianos? La Infraestructura de las Mejoras del Núcleo identifica cinco niveles de alfabetización y desempeño de habilidades. El nivel Tres se considera como “el mínimo requerido para individuos que encuentren exigencias completas en su vida cotidiana”. Todavía, al menos, se estima que el 40 por ciento de los aborígenes está en el Nivel Uno o por debajo de él. Esta deprimente estadística ayuda a explicar por qué Australia se sitúa por debajo de Cuba en algunos listados mundiales, a pesar de ser 10 veces más rica en renta per cápita.
Jack Beetson, quien una vez hizo funcionar el Colegio Aborigen Tranby, de Sydney, dice que el analfabetismo entre los adultos aborígenes es a menudo la mayor barrera para la formación para el trabajo, para el empleo, para una salud mejor y unas comunidades mejor gestionadas. “La alfabetización es un derecho humano en que la educación tradicional ha fracasado a la hora de otorgarlo a esta gente.
Es un paso enorme para la mayoría de ellos incluso venir a clase”, dice. Beetson, de 57 años, un hombre de Ngemba procedente de Nyngam, recuerda que en partes del Occidente de Nueva Gales del Sur los aborígenes fueron excluidos de las escuelas oficiales hasta la década de los setenta del siglo XX, y después solamente ingresaban si la Asociación de Padres y Ciudadanos locales lo aprobaban. “Cuando yo iba a la escuela estaba en el aula D, para todos los chicos de piel negra y blancos pobres. Yo quería estudiar Historia, pero me dijeron: “Eso no es para ti, hijo”.
Hace una generación o dos generaciones, los hombres aborígenes analfabetos en el lejano Oeste podrían haber encontrado trabajo cuidando ovejas y reses, manteniendo la vía del tren, o cortando y deshuesando en un matadero local. La decadencia de tareas pastoriles, el fin de actividades propias de la carnicería y la pérdida de los enlaces ferroviarios a la zona oriental eliminó empleos para los iletrados, reduciendo a la mayoría de las familias aborígenes a una dependencia semipermanente de las prestaciones sociales.
Con ello vino un alza de los subproductos de la impotencia: enfermedad crónica, abuso de sustancias, y violencia comunitaria y doméstica.
Beetson cree que la estrategia cubana de aprendizaje puede funcionar donde la educación tradicional ha fracasado con muchas poblaciones aborígenes, porque hace del analfabetismo una responsabilidad de toda la comunidad más que un problema individual. “Aspiramos a construir una cultura comunitaria que valore y apoye el aprendizaje”, dice él.
La campaña Yo Sí Puedo se desarrolla poco a poco en tres fases. En la Fase Uno la fundación se une a una organización aceptada localmente, normalmente un consejo territorial, y emplea a locales respetados como organizadores y facilitadores de clase o aula. Hay un largo período de habla y escucha orientado a conseguir que familias enteras se inscriban.
“Tienes que construir confianza y respeto antes de que puedas hacer algo con nuestra gente. El programa cubano ha hecho eso”, dice Lilian Lucas, quien coordina la sección de Bourke del proyecto.
Algunos de sus 27 graduados viven en la Ciudad de Alice Edwards, donde Lucas creció, una antigua y sucia reserva en el exterior del dique de Darling River. “Hay mucha negatividad aquí; nuestra comunidad está rota”, dice Lucas, de 37 años, cuando conduce por la ciudad con sus viviendas casi derruidas y patios cubiertos de vegetación, salpicados de coches desguazados. “Pero estamos obteniendo resultados con niños que han egresado de la escuela superior, pero que no saben leer ni escribir”.
La Fase Dos es la clase de alfabetización basada en un conjunto de 64 lecciones de una hora de duración en soporte DVD. Cada lección muestra un aula de alumnos iletrados, interpretados por alumnos angloparlantes de Grenada, que están siendo instruidos por un profesor experto. Los facilitadores de la clase o del aula ayudan a los estudiantes a hacer ejercicios orales y escritos que están sirviendo de modelo en la pantalla.
Las palabras y las frases se “rompen” en sonidos que se componen y letras luego reunidas. Cada letra se asocia con un número; se da por hecho que la mayoría de las personas de baja alfabetización tiene alguna familiaridad con los números. El profesor asociado Bob Boughton, experto en educación adulta en la Universidad de Nueva Inglaterra, que ayuda a gestionar la campaña de alfabetización, dice que los estudiantes tienden a identificarse con los estudiantes negros de Grenada y ganan confianza desde el conocimiento de que su propia comunidad es parte de una campaña global.
Boughton asesoró al gobierno de Timor Oriental/Timor Leste cuando Cuba desarrolló y puso en funcionamiento una campaña alfabetizadora en la recién independizada nación. “Más de 120.000 estudiantes timorenses obtuvieron alfabetización básica en los cuatro años comprendidos entre 2007 y 2011, en condiciones de pobreza extrema y a pesar de la agitación política”, dice él.
La Fase Tres de Yo Sí Puedo es una gama de actividades postalfabetizadoras que incluyen computación, cocina saludable de recetarios, arte y lecturas infantiles. Estas actividades están diseñadas para consolidar el aprendizaje y abrir caminos para el empleo, la educación avanzada y la participación comunitaria.
Cada domingo una familia extensa se reúne en La Habana. Viene por una llamada telefónica de la madre y la abuela de Lucy Núñez, una afrocubana que ha dedicado los últimos 10 meses a ayudar a personal aborigen a poner en marcha Yo Sí Puedo. Es una persona entre millares de cubanos que trabajan en el exterior en los campos de la educación y la asistencia sanitaria; Núñez no fue preparada para el aislamiento que conllevaba ser la única cubana enviada al interior. “Cuando llegué a Wilcannia lloré durante una semana”, dice ella. “Me sentí muy triste porque estaba sola. Todavía echo muchísimo de menos a mi familia, y también el olor a mar”.
Núñez, que ha trabajado entre maoríes en la Nueva Zelandia rural, no estaba preparada para la desintegración social que halló. “Aprendí cómo la gente aborigen había sufrido por la colonización, cómo habían sido separados de sus familias, trasladados de ciudades y colocados en reservas. Sus comunidades están rotas, tienen adicciones y carecen de trabajos. La vida es muy dura”, dijo ella.
Obviamente popular -tiene un fajo de cartas de agradecimiento de estudiantes-, Núñez cree que el color de su piel y una experiencia compartida de colonización le ayudó a ganarse la confianza de comunidades escépticas. “Dicen: “Eres negra, pensamos lo mismo”. Me dicen que las personas negras piensan con sus corazones y que los blancos piensan con sus cerebros. Les digo que si queréis respeto tenéis que aumentar vuestros conocimientos”.
La madre de Enngonia, Betty-Anne Edwards, esperaba graduarse desde Yo Sí Puedo con sus hijos Justin, de 21 años, y David, de 23. Justin, que abandonó la escuela en el séptimo año, aspira a hacer un curso y conseguir un vale de montacargas y unirla a la rotunda del Parque Central de Bourke, pero David ha desaparecido tras “meterse en problemas con la Ley”.
“David lo estaba haciendo realmente bien; sólo le faltaban nueve lecciones para superar las 64”, dice Betty-Anne. “Eso lo estaba apartando del alcohol y estaba mucho más tranquilo. Solía despertarme temprano para ir a clase”.
Ella es clara acerca de su propio y “reciente” futuro: “Quiero estudiarlo todo ahora, sea lo que sea lo que arrojen a mi camino”.
http://www.cubainformacion.tv/index.php/internacionalismo-cubano/58099-desde-cuba-con-amor-la-silenciada-labor-de-alfabetizacion-de-cuba-en-australia-english