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Yihad estadounidense 2014


En un libro de texto mío de los años cincuenta puedo recordar a un marciano que aterrizaba en la Calle Mayor, EE.UU., para recibir instrucción sobre las glorias de nuestro sistema político. 

Ya sabéis: nuestro Gobierno tripartito, sistema de mecanismos de control y equilibrio de poderes, milagroso conjunto de derechos y vibrante democracia.

 Entonces los estadounidenses pensaban que había mucho de lo que sentirse orgullosos y por lo tanto, en esa generación de niños, muchos marcianos fueron instruidos en el modo de vida en EE.UU. Actualmente, sospecho, no tantos.

A pesar de todo, me pregunté qué lecciones podrían ofrecerse a un marciano que hiciera un aterrizaje forzoso en Washington al comenzar 2014. Ciertamente los mecanismos de control y equilibrio de poder, los derechos y la democracia, no encabezarían ninguna lista del año nuevo.

 Desde mi infancia, de hecho, ese Gobierno tripartito se ha convertido en una cuarta parte, un Estado de seguridad nacional que carece notablemente de mecanismos de control y equilibrio de poder. 

Últimamente, esa estructura laberíntica de agencias de inteligencia que se transforman en aparatos para librar la guerra, los militares estadounidenses (con sus propias fuerzas armadas secretas, las fuerzas de operaciones especiales, gestando en su interior) y el Departamento de Seguridad Nacional, un conglomerado monstruoso de agencias que es un verdadero “departamento de defensa”, así como un vasto contingente de fabricantes de armas, contratistas, y especuladores reforzados por un ejército de lobistas, nunca ha dejado de crecer. 

Ha logrado la lealtad imperecedera del Congreso, ha abarcado el poder de la presidencia, se ha convertido en un programa para generar puestos de trabajo para el pueblo estadounidenses y ha estado en gran parte libre de hacer lo que le diera la gana con una cantidad casi ilimitada de dinero público.

Históricamente, la expansión del Estado de seguridad nacional de Washington –llamémoslo el NSS (por su nombre en inglés)– a proporciones descomunales ha enfrentado poca oposición. Después de las revelaciones de Edward Snowden, sin embargo, ha aparecido una cierta resistencia, especialmente cuando se trata del “derecho” de una parte del NSS a convertir el mundo en un puesto de escucha y a reunir, en particular, comunicaciones estadounidenses de todo tipo.

 El debate al respecto –limitado invariablemente dentro de las fronteras de si deberíamos tener más seguridad o más privacidad y cómo equilibrar las dos cosas– ha sido razonablemente vigoroso. El problema es que no comienza a tocar la verdadera naturaleza del NSS o los problemas que plantea.

Si tuviera que instruir al marciano extraviado perdido en la capital de la nación, podría escoger otro marco enteramente diferente para mi lección. Después de todo, el enfoque del NSS, que ha crecido como un espíritu maléfico a proporciones monumentales dentro del cuerpo del sistema político, podría parecer claramente monomaníaco, si solo pudiésemos salir por un momento de nuestro modo normal de pensar. 

Al coste de casi un billón [millón de millones] de dólares al año, nuestro principal enemigo global consiste en miles de yihadistas e imitadores de yihadistas ligeramente armados repartidos sobre todo por los páramos del planeta. Son capaces de causar verdadero daño –aunque mucho menos a EE.UU. que a muchos otros países– pero no de estremecer nuestro modo de vida. 

Y sin embargo para los dirigentes, burócratas, compinches corporativos, soldados rasos y acólitos del NSS, es un objetivo que nunca puede ser suficientemente intenso por cuenta de un sistema que nunca puede crecer o ser financiado suficientemente.

Ninguna de las metodologías a las que recurrimos normalmente para comprender el Estado de seguridad nacional captura la irracionalidad, la auténtica absurdidad y la verdadera demencia que forman su base. Tal vez ayudaría re-imaginar lo que se ha desarrollado en estas últimas décadas como un sistema basado en la fe, una nueva religión nacional. Es, por lo menos, la manera en que lo cómo explicaría el nuevo Washington a ese marciano perdido.

Guerreros sagrados

Imaginad lo que llamamos “seguridad nacional” como, fundamentalmente, una religión guerrera para conquistar prosélitos. Tiene sus santas hermandades. Tiene sus textos sagrados (clasificados). Tiene su dogma y sus sacerdotes guerreros. Tiene su tierra prometida santificada, conocida como “la patria”. Tiene sus seminarios, que llamamos think-tanks. 

Es una fe monoteísta porque no menciona ninguna alternativa a sí misma. Es maniquea en su visión del mundo. Como en el caso de muchas religiones, su dios es un ojo en el cielo, un Ser vidente total que conoce tus secretos. 

Edward Snowden, el hombre quien en 2013 apartó la cortina sobre parte de este sistema, revelando su verdadera naturaleza a todo el que quisiera verla, es un apóstata, que nunca será perdonado por los miembros de las santas hermandades. Es un Judas que debe ser cazado, devuelto a EE.UU., juzgado como “traidor”, y entonces –dicen algunos guerreros en retiro del NSS (que a menudo canalizan las opiniones y sentimientos de los que se mantienen en sus puestos)– ser ahorcado por el cuello hasta la muerte o colgado “de un alto roble”.

Al Qaida es, por supuesto, el Diablo del sistema, y se sabe que su maligna semilla cae y crece en cualquier parte del planeta de Sana'a, Yemen, a Boston, Massachusetts, si no estamos eternamente, y cada vez más, en guardia. En nombre de la épica lucha global en su contra y la necesidad de proteger la patria, nada es suficiente, ningún paso llega demasiado lejos. (Como el Diablo cambia tradicionalmente de forma, es capaz de manifestarse de muchas maneras, es posible, sin embargo, que mañana adopte la versión de, digamos, China.)

No es sorprendente que los dirigentes de este sistema basado en la fe sean verdaderos creyentes fundamentalistas. No llevan largas barbas, no agitan el Corán, ni gritan “Muerte al Gran Satanás”, o viven en los páramos del planeta. En su lugar, hablan como burócratas, tienden a lucir uniformes militares y medallas, y habitan instalaciones gubernamentales de alta tecnología. Como son fundamentalistas, no pueden, en el sentido normal, ser religiosos en absoluto. No están obligados a creer en la importancia de “volver a nacer” o temer ser “dejados atrás” en un futuro Fin de los Tiempos – aunque semejantes creencias tampoco los desclasifican.

Profieren el equivalente de fatuas contra los que anuncian que son sus enemigos. Tienen un conjunto de leyes parecidas a la Sharía, inmutables e inflexibles. Los castigos por quebrantarlas podrán no incluir la lapidación o cortar manos, pero incluyen dar muerte.

La suya es una implacable religión guerrera, que invoca el castigo de gente que a menudo es visto solo mediante una señal de vídeo, a miles de kilómetros de distancia de Washington, D.C., Langley, Virginia, o Fort Meade, Maryland. Las armas disparadas por su flota de aviones sin tripulación no se llaman misiles Hellfire [fuego del infierno] por error, ya que ciertamente creen que aportan fuego del infierno y azufre a los pecadores políticos del mundo. No es por un evento fortuito el que a los aviones que disparan esos misiles los llamen Predators [depredadores] y Reapers [segadores], porque se consideran como repartidores ungidos de Muerte a sus enemigos.

Mientras tienen un poderoso deseo ardiente de mantener la fe que el público estadounidense tiene en ellos, también creen profundamente que lo saben mejor, que su conocimiento es el equivalente en Washington de bendición de Dios, y que los misterios más profundos y secretos de su fe deben ser mantenidos en secreto.

Hasta que entras a sus órdenes y asciendes en su mundo secreto, existe algo como demasiado conocimiento. Como resultado, han desarrollado un sistema basado en la fe de secreto en el cual los misterios más profundos han estado, hasta hace poco, en manos de la cantidad más pequeña de creyentes, en el cual los problemas son adjudicados en un sistema de “corte” tan secreto que solo los argumentos favorecidos por el Estado de seguridad nacional pueden ser presentados a sus jueces, en el cual casi cada documento producido, no importa cuán anodino, será clasificado como demasiado peligroso para ser leído por “la gente”. Esto significa que, hasta hace poco, la mayor parte de las evaluaciones de las actividades del Estado de seguridad nacional deben ser tomadas en buena fe.

Además, al servicio de esa fe, funcionarios del NSS podrán –y su religión lo permite– mentir y manipular al público, al Congreso, aliados, o cualquier otro, y hacerlo sin compunción. Pueden negar públicamente realidades que saben que existen, u ofrecer, como ha escrito Conor Friedersdorf, declaraciones “exquisitamente elaboradas para engañar”. Lo hacen sobre la base de la creencia en que los secretos más profundos de su mundo y cómo opera solo pueden ser verdaderamente comprendidos por los que ya han sido enlistados en sus órdenes. 

Y sin embargo, no nos manipulan simplemente al servicio de su Única Fe Verdadera. Nada es tan simple como parece. Antes de manipularnos a nosotros, deben pasar años manipulándose a sí mismos. Solo porque ya se han convencido de la profunda verdad de su misión aceptan la necesidad de manipular a otros en lo que sigue pasando por ser una democracia. Para servir al pueblo, en otras palabras, no tienen otra alternativa que mentirle.

Como otras instituciones religiosas en sus años de apogeo, el NSS también ha mostrado una sorprendente capacidad para generar apoyo para su estructura en permanente crecimiento convirtiéndose en una lucrativa operación global. En un mundo en el cual los verdaderos enemigos son notablemente escasos (aunque nunca se sabría por el evangelio según ellos), ha mostrado una habilidad notable en unir a los que podrían apoyarlo financieramente, llámense demócratas o republicanos, y al asegurar, incluso en tiempos presupuestarios difíciles, que sus cofres sigan estando hasta los topes.

También se ha esforzado por expandir lo que, desde 1961, ha sido conocido como el complejo militar-industrial. En el Siglo XXI, el NSS se ha esforzado especialmente por subvencionar corporaciones bélicas dispuestas a entrar al campo de batalla junto a él. Al hacerlo, ha “privatizado” –es decir, corporativizado– sus operaciones globales. Esencialmente se ha fusionado con un conjunto de equipos compinches que ahora hacen una parte significativa de su trabajo.

 Ha contratado decenas de miles de contratistas privados, creando espías corporativos, analistas corporativos, mercenarios corporativos, constructores corporativos, y proveedores corporativos para una estructura que se convierte crecientemente en el centro de beneficios de un Estado dentro de un Estado. Todo esto, por su parte, ayuda a apoyar una creciente clase de guerreros teocráticos en el lujo al que se ha acostumbrado.

Desde el 11-S, el resultado ha sido una religión de conflicto perpetuo cuyas doctrinas tienen a ser cada vez más extremas. En nuestros días, por ejemplo, el NSS ha pasado de la “doctrina del 1%” de Dick Cheney (si existe aunque sea un 1% de probabilidades de que un país pueda atacarnos algún día, deberíamos atacarlo primero) a algo como una “doctrina de 0%”. 

Sea en sus guerras de drones con sus “listas de asesinatos” presidenciales o en la ciberguerra –probablemente la primera en la historia– que lanzó contra Irán, ya no se preocupa por argumentar la mayor parte del tiempo de que semejantes ataques necesitan siquiera una justificación de 1%. Su continua, autoproclamada, guerra global, sea en tierra o en el aire, en persona o mediante drones, en el espacio o en el ciberespacio (en el cual su más reciente comando militar ya está en acción) es suficiente justificación para casi cualquier acto, por agresivo que sea.

Junta todo esto y lo que se tiene es una descripción de una organización militante cuyo propósito es realizar una versión al estilo de Washington de una yihad global, una guerra perpetua en nombre de la verdadera fe.

Una falla práctica: una historia de éxito basada en la fe

Mirado de otra manera, el Estado de seguridad nacional también es una inmensa farsa, un gigantesco fraude de un sistema de creencias que solo está a la altura porque sus seguidores nunca se preocupan de ver el mundo a través de ojos marcianos.

Comencemos por su lado descomunal. No importa cómo se mire, el NSS es un “Aunque Usted no lo Crea” de Ripley de cifras asombrosas que, una vez que uno se sale de su sistema de pensamiento, no tienen sentido. Se calcula que el presupuesto nacional de defensa de EE.UU. es mayor que el de los próximos 13 países en conjunto – o sea, simplemente más caro fuera de serie. La armada de EE.UU. tiene 11 grupos de ataque de portaaviones y ningún otro país tiene más de dos. 

Ningún otro órgano de seguridad nacional puede pretender que obtiene “casi cinco mil millones de registros por día sobre la ubicación de teléfonos celulares en todo el mundo”; ni, como el grupo de Operaciones de Fuentes Especiales de la Agencia de Seguridad Nacional en 2006, alardear de ser capaz de ingerir el equivalente de una “Biblioteca del Congreso cada 14,4 segundos”; ni tiene competidores cuando se trata de construir “complejos para trabajo de inteligencia de máximo secreto” (33 solo en el área de Washington entre 2001 y 2010). Y sus programas de construcción en EE.UU. y globalmente son interminables.

Está creando un cazabombardero que será el sistema de armas más costoso en la historia. Sus fabricantes de armas controlaron un 78% del mercado global de armas en 2012. Cuando sus militares partieron de Iraq después de ocho años de invasión y ocupación, se llevaron tres millones de objetos que iban de vehículos blindados a ordenadores laptop y sanitarios portátiles (y destruyeron o entregaron a los iraquíes innumerables más). 

En un mundo en el cual otros países tienen, en el mejor de los casos, un puñado de bases militares fuera de su territorio, tiene innumerables cientos. Solo en 2011, logró clasificar 92.064.862 de los documentos que generó, otorgando al secreto un nuevo orden de magnitud. Y eso es solo meter un dedo en el océano de un Estado nacional de seguridad que deja pequeño al que libró la Guerra Fría contra una verdadera superpotencia imperial.

De nuevo, si uno se sale un poco del mundo del dogma del NSS y los argumentos que lo acompañan, semejantes cifras –y son una legión– seguramente representarían una de las peores inversiones en la historia moderna. 

Si un sistema de este tipo no se basara en la fe, y si esa fe no fuera aceptada tan general y profundamente (incluso si ahora podría estar disminuyendo), la gente consideraría automáticamente cifras semejantes y los resultados que producen y preguntaría por qué, a pesar de todas sus promesas de seguridad y protección, el NSS no produce resultados con tanta regularidad. Y por qué la reacción ante las fallas siempre puede ser encapsulada en una palabra: más.

Después de todo, si el Siglo XXI nos ha enseñado algo, es que las fuerzas armadas más costosas y sobre-equipadas del planeta no pueden ganar una guerra. Sus dos intentos multibillonarios desde el 11-S, en Iraq y Afganistán, ambos contra insurgencias minoritarias con armamento ligero, resultaron ser desastrosos.

 (En Iraq, sin embargo, a pesar de una ignominiosa retirada estadounidense y el caos que resultó en la región, el NSS y sus seguidores han seguido promoviendo la idea de que la “oleada” del general David Petraeus fue ciertamente algún tipo de “victoria” histórica de último minuto.)

Después de 12 largos años en Afganistán y una oleada de la era Obama en ese país, el último sombrío Cálculo de Inteligencia Nacional de la comunidad de la inteligencia de EE.UU. sugiere que no importa lo que Washington haga ahora, la probabilidad es que las cosas en ese país solo irán de bastante malas a mucho peores. 

Años de campaña de drones contra al Qaida en la Península Arábiga han fortalecido esa organización; una intervención aérea en Libia condujo al caos, un embajador muerto, y un movimiento creciente de al Qaida en el norte de África – y así se repiten las cosas.

De la misma manera, funcionarios de inteligencia alardean de complots terroristas –¡54 de estos!– que han sido desbaratados gracias totalmente o en parte a las barridas de metadatos de llamados telefónicos en EE.UU., por la Agencia de Seguridad Nacional; también afirma que, en vista de la necesidad de secreto, solo cuatro de ellos pueden ser hechos públicos. (Las afirmaciones de éxito respecto incluso a esos cuatro, al ser examinadas por periodistas, han resultado ser menos que impresionantes.) 

Mientras tanto, la fuerza de tareas presidencial encargada de revisar las revelaciones de la NSA, que tiene acceso a una gama mucho más amplia de información confidencial, llegó a una conclusión aún más sorprendente: no se pudo encontrar un solo caso en el cual esos metadatos que la NSA almacena en masa haya frustrado un complot terrorista.

 “Nuestro estudio”, escribió el panel, “sugiere que la información que contribuyó a investigaciones de terroristas mediante el uso de la sección 215 de metadatos telefónicos no fue esencial para impedir ataques”. (Y hay que considerar que, sobre la base de lo que sabemos sobre semejantes complots terroristas, una cantidad sorprendente de ellos fueron planificados, iniciados o posibilitados por infiltrados del FBI.

De hecho, las afirmaciones de éxito contra semejantes complots, no podrían ser más basados en la fe, ya que se basan generalmente en la palabra de funcionarios de inteligencia que han demostrado ser poco fiables o en la afirmación, imposible de probar o desmentir, de que si un sistema semejante no existiera, podrían haber ocurrido cosas peores. Esa versión de una historia de éxito está bien resumida en la afirmación de que “no tuvimos otro 11-S”.

En otras palabras, en términos de resultados concretos y prácticos el Estado de seguridad nacional de Washington debiera ser visto como un notable fracaso. Y sin embargo, en términos basados en la fe, no podría ser un éxito más grande. Sus falsos dioses son ampliamente aceptados por aclamación y adorados regularmente en Washington y más allá. 

A medida que sigue el financiamiento, el NSS se ha transformado en algo como un gobierno en la sombra en esa ciudad, mientras excluye de toda discusión seria la posibilidad de su propio desmantelamiento futuro o de lo que podría reemplazarlo.

 Ha convertido en efímeras otras opciones y los peligros más inmediatos que el terrorismo para la salud y el bienestar de los estadounidenses parecen, en el mejor de los casos, secundarios. Ha inyectado el miedo en el alma estadounidense. Es una religión de poder estatal.

Ningún marciano podría confundirlo con alguna otra cosa.

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “ The End of Victory Culture ”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .

Copyright 2014 Tom Engelhardt

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