Amigable encuentro entre Enrico Berlinguer y Santiago Carrillo a finales de 1976 |
Persistiendo en el análisis del revisionismo eurocomunista, seguimos con el libro de «Eurocomunismo es anticomunismo» de 1980, una joya a todas luces para entender viejas y nuevas teorías burguesas.
Esta vez nos hallamos en desglosar como los ideólogos del eurocomunismo intentaban analizar la sociedad burguesa desde un punto de vista de clase que demuestra que, esta crítica, lejos de estar sobre posiciones proletarias y revolucionarias, era uno de los muchos análisis burgueses y reformistas sobre la sociedad capitalista. ¿Por qué se afirma tal cosa?
Ellos afirmaban de que el proletariado, tal como lo conciben Marx y Engels no puede ser llamado como tal; esta teoría se basaba en que bajo los derechos ganados a precio de sangre por el proletariado, y el mayor nivel de vida comparándose respecto a la sociedad del siglo XIX, eran más que suficiente para eliminar ese concepto del marxismo, y adecuarlo a la sociedad contemporánea, y que los pocos periodos de bonanza económica demostraba tal logro del capitalismo. Hay que decir que esta teoría no sólo estaba errada porque estos hechos no eliminan la explotación asalariada –que es lo fundamental–, sino que tanto la «siempre respetable democracia francesa, la reluciente democracia española del posfranquismo, o la democracia italiana que se había liberado del fascismo hacía casi 40 años, no eran precisamente ejemplos de paraísos para el proletariado europeo; la galopante inflación, las huelgas, el terrorismo, la deuda exterior, etc. hacían un polvorín idóneo para la lucha de clases y su agudización. Hoy día volvemos a encontrarnos con tesis parecidas –en la negación del papel del proletariado– aunque aparentemente opuestas; la tesis del «precariado» parte de la idea de que debido al deterioro de las condiciones laborales de otras capas de la población, hace que el pequeñoburgués productor del campo o de la cuidad, el empleado del Estado, o el intelectual se igualen frente a la clase obrera en cuanto a su misión histórica de ser vanguardia.
Por otro lado se alude a que el «socialismo democrático» eurocomunista será una «construcción del socialismo puede y debe desempeñarse a través de una colaboración y entendimiento entre los diferentes partidos y corrientes que aspiran al socialismo y en el marco de un sistema democrático en el que gozan de plenos derechos todos los partidos constitucionales, incluso los que no quieren la transformación de la sociedad en el sentido socialista y se oponen a ella», esto es una rememorización de las tesis del revisionismo maoísta en cuanto al multipartidismo, para ser breves, hay que recordar que esa ilusión sobre varios partidos y socialismo y sus consecuencias, es algo que se vio en la contrarrevolución húngara de 1956, cuando tras las fuerzas capitalistas alzarse en rebeldía, los viejos partidos «campesinos», y los extintos socialdemócratas salieron como setas ha propagar la «iniciativa de la propiedad privada». Hay que atenerse a la teoría marxista-leninista de que los partidos son representantes de clase, y en la sociedad socialista no ha de necesitar varios partidos sino uno representante de la clase obrera y su alianza con el campesinado, es justa la reflexión del húngaro Jozsef Revai sobre la democracia popular y la existencia temporal de partidos campesinos:
«Desde luego, el hecho de que hoy todavía compartimos, aunque sea formalmente, el liderazgo con otros partidos tiene importancia. Esto indica que la alianza de la clase obrera y del campesinado trabajador no es bastante cercana aún, que aún no organizamos el campesinado bastante bien alrededor de la clase obrera». (Jozsef Revai, Sobre el carácter de nuestra Democracia Popular, 1949)
También es curioso, que se iguale el eurocomunismo al actual «socialismo del siglo XXI» hablando de la creación de un «nuevo partido», alejo al leninista, donde se reúna a gente: «independientemente de la raza, de las convicciones filosóficas y del credo religioso». Juntan al marxismo-leninismo con toda doctrina antimarxista, con toda concepción filosófica idealista como podría ser el cristianismo u otra religión, sin sonrojamiento alguno.
A la hora de elaborar el tránsito al socialismo se basan en la «teoría de las fuerzas productivas», diciendo que los países con un gran desarrollo de estas no necesitan la lucha de clases feroz –como el de la Rusia zarista semifeudal–, ya que el socialismo está predestinado a venir de una forma u otra, y por otro lado se insiste que países subdesarrollados pese a ser consecuentes en la lucha de clases, jamás podrán virar al socialismo sin antes desarrollar el capitalismo. Centrándose en la sociedad europea, estiman oportuno de igual forma el mantenimiento tanto de la valiosa «iniciativa de la propiedad privada», del capitalismo de Estado, la propiedad estatal «socialista», o de la propiedad privada de las empresas extranjeras, y estos sectores deben al igual que en su multipartidismo, convivir en armonía y sin roces. Esta sociedad no se diferencia en nada de la sociedad actual que tú y yo vivimos.
En especial hay que saludar el enorme trabajo de Enver Hoxha para explicar al lector el porqué en la sociedad capitalista las empresas estatales, públicas, no constituyen en sí, la propiedad socialista estatal, sino un capitalismo de Estado: «El capitalismo de Estado en los países industrializados de Europa ha existido ya con anterioridad, pero fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a tomar un notable desarrollo. (...) Estatizaciones de este tipo se han hecho y siguen realizándose por una u otra razón en otros países, pero no han modificado ni jamás podrán modificar la naturaleza capitalista del sistema vigente, no podrán eliminar la explotación capitalista, el desempleo, la pobreza, la falta de libertades y de derechos democráticos. El capitalismo de Estado, tal como ya lo ha probado una larguísima experiencia, es mantenido e impulsado por la burguesía, no para crear las bases de la sociedad socialista, contrariamente a lo que sostienen los revisionistas, sino para reforzar las bases de la sociedad capitalista, de su Estado burgués, para explotar y oprimir aún más a los trabajadores. Quienes dirigen el «sector público» no son los representantes de los obreros, sino gente del gran capital, son los que manejan los hilos de toda la economía y del Estado. La posición social del obrero en las empresas del «sector público» no se diferencia en nada de la que tiene en el sector privado; su posición respecto a los medios de producción, a la gestión económica de la empresa, a la política inversionista, salarial, etc., es la misma. En estas empresas es el Estado burgués, es decir, la burguesía, quien se apropia de las ganancias. Únicamente los revisionistas pueden encontrar diferencias entre el carácter «socialista» de las empresas del IRI y el carácter «burgués» de la FIAT, entre los obreros «libres de la Renault y los «oprimidos» de la Citroën».
Es por ello que sin la toma de poder por el proletariado, el establecimiento de la dictadura del proletariado, y la expropiación al propietario colectivo o individual de la empresa, la misma empresa estatal no supondrá no un avance el socialismo, sino un sostén del sistema capitalista más.
Es más, también no cerca sino alejados de querer romper con el eje de esta sociedad, su intención era formular unas ideas que sirvieran de parche para las viejas ideas socialdemócratas desgastadas –aunque en realidad no podían escapar de sus mismas teorizaciones y prácticas–, para que el lector nos entienda de forma más llana, es como el autor dice: «a esta sociedad buscan darle sólo algunos retoques de modo que la vieja burguesía europea al borde de la tumba, torne el aspecto de una moza lozana y llena de vitalidad» y «en esta sociedad y en este Estado sólo ven algunas dificultades, algunos errores, cuanto más algunas deformaciones, y eso es todo. Sobre esta concepción y premisa fundamentales trazan también los esquemas de su «socialismo democrático», que en el fondo será la misma sociedad burguesa actual, pero sin las «deficiencias», «limitaciones», «dificultades que tiene hoy». O sea que se partía de una remodelación de la sociedad burguesa, de su reformulación sin tocar sus bases.
El documento:
El eurocomunismo, ideología de la sumisión a la burguesía y al imperialismo: Concepción burguesa de la sociedad burguesa y El «socialismo» de los eurocomunistas es el actual sistema capitalista
Concepción burguesa de la sociedad burguesa
Los eurocomunistas tratan de crear una falsa imagen de la sociedad capitalista actual y de sus contradicciones, presentarla como una sociedad que ha cobrado tal grado de desarrollo, desde la época de Marx, Engels, Lenin y Stalin, que los análisis y las enseñanzas fundamentales de éstos sobre aquélla «han sido superados e invalidados».
Esta sociedad es para ellos como un todo único y ya no distinguen su polarización en proletarios y burgueses, no consideran como su contradicción fundamental la que existe entre estas dos clases, y por consiguiente no ven en la lucha de clases la principal fuerza motriz de esta sociedad. Para los eurocomunistas, naturalmente, existen algunas contradicciones que califican de contradicciones propias «del desarrollo», «del progreso», «del bienestar», «de la democracia», etc., las cuales habrían venido a reemplazar a las viejas contradicciones, sobre todo la existente entre el trabajo y el capital en la que descansa toda la teoría marxista-leninista acerca del papel y la misión histórica del proletariado, acerca de la revolución, de la dictadura del proletariado y del socialismo.
Hoy, dicen ellos, ha dejado de existir el proletariado de los tiempos de Marx y Lenin, las clases han cambiado y ya no son las que éstos han conocido y de las cuales han hablado. Actualmente, dicen los eurocomunistas, también la clase burguesa como clase, se ha diluido, sus componentes se han transformado en «trabajadores» y toda la riqueza se ha concentrado en manos de una pequeña camarilla capitalista, que conserva y defiende esta propiedad. Georges Marchais, por ejemplo, ha «descubierto» que hoy en Francia la burguesía «como tal» ha quedado reducida a 25 grupos financieros e industriales, el resto son «trabajadores». Por consiguiente, recalcan los renegados revisionistas, el Estado burgués capitalista actual ha cambiado, ya que ha cambiado la propia sociedad, han cambiado las clases. Por lo tanto, arguyen ellos, Marx y Lenin, que no han conocido el Estado capitalista actual, totalmente diferente del de su época, preveían pues, otro papel distinto al actual para el proletariado, otro método para la toma del poder, otro sistema de lucha para pasar al socialismo.
Los revisionistas eurocomunistas consideran que hoy todas las clases y capas de la sociedad capitalista y en particular la intelectualidad se han igualado con el proletariado. A excepción de un puñado de capitalistas, para ellos todos los demás indistintamente, exigen cambiar la sociedad, de una sociedad burguesa en una sociedad socialista y para llegar a ello, según los eurocomunistas, es preciso reformar la vieja sociedad y no derrocarla.
Así pues, dejan correr su fantasía para decir que debe tomarse el poder de modo gradual a través de reformas, desarrollando la cultura y con una estrecha colaboración entre todas las clases sin excepción alguna, tanto de las que tienen el Poder como de las que no lo tienen.
Todos los revisionistas coinciden con Herbert Marcuse, quien, al referirse al proletariado estadounidense, pretende «demostrar» que en la «avanzada sociedad industrial» estadounidense no existe un proletariado tal como Marx lo concebía, que este proletariado habría pasado a la historia.
Esto para Herbert Marcuse, Roger Garaudy, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo, Georges Marchais y todos sus compañeros significa que la «sociedad de consumo», la «sociedad industrial desarrollada» no sólo ha modificado la forma de la vieja sociedad capitalista, sino que también ha nivelado las clases y, como ha declarado el propio Georges Marchais, ahora «no podemos hablar de proletariado francés sino de clase obrera francesa».
Marx señalaba que por:
«Proletariado, en la acepción económica de la palabra debe entenderse únicamente el obrero asalariado, que produce y aumenta «el capital» y que es arrojado a la calle apenas resulta superfluo para las exigencias del crecimiento del valor del «señor capital». (7) (Marx, El Capital, 1867)
¿Qué ha ocurrido en Francia para que Marchais ya no vea proletarios? ¿Acaso han dejado de existir los obreros asalariados, que producen la plusvalía y aumentan el capital? ¿Es que ya no existen parados que el «señor capital» echa a la calle como excedentes?
En Albania socialista, eso sí, ya no existe el proletariado en el sentido que tiene esta noción en los países capitalistas, porque la clase obrera en nuestro país tiene el poder estatal en sus manos, es dueña de los principales medios de producción, no es oprimida ni explotada, trabaja en libertad para sí y para la sociedad socialista.
Totalmente diferente es la cuestión en los países capitalistas, donde la clase obrera es despojada de los medios de producción y para vivir se ve obligada a vender su fuerza de trabajo y someterse a la explotación capitalista que no cesa de intensificarse. En estos países el proletariado, además de ser oprimido ferozmente y explotado hasta la médula, sufre la represión del ejército y de la policía burguesa. En los Estados capitalistas el proletariado, no obstante de vestir ropas de nailon, producidas por la sociedad de consumo, de hecho sigue siendo proletariado.
No sin objetivo los revisionistas modernos cambian el nombre del proletariado. Si se habla del proletariado, que en el capitalismo posee tan sólo su fuerza de trabajo, se entiende que éste debe luchar contra sus explotadores y opresores. Precisamente esta lucha, que tiene por objeto destruir desde sus cimientos el viejo poder del capital, aterroriza a la burguesía, y aquí, en este terreno es donde los revisionistas la ayudan con todos los medios que tienen a su alcance.
La negación de la existencia del proletariado como clase en sí, como la clase más avanzada de la sociedad, y que la historia le ha reservado la gloriosa misión de acabar con la explotación del hombre por el hombre y de edificar la nueva sociedad, verdaderamente libre, fundada en la igualdad, una sociedad justa y humana, no es algo nuevo. Esto lo han preconizado diversos oportunistas también en la época cuando estaba naciendo el marxismo como doctrina filosófica y movimiento político. Marx y Engels barrieron estos puntos de vista y proporcionaron al proletariado armas y argumentos para combatir no sólo a estos oportunistas, sino también a los otros lacayos de la burguesía, los futuros apologistas del capitalismo; como lo son hoy los revisionistas modernos.
Uno de los méritos más grandes del marxismo es el haber visto en el proletariado no sólo una clase oprimida y explotada, sino también la clase más progresista y más revolucionaria de la época, la clase a la que la historia le había reservado la misión de sepulturero del capitalismo. Marx y Engels explicaron que esta misión emanaba de las propias condiciones económicas y sociales, del lugar que ocupa y del papel que desempeña el proletariado en el proceso de la producción y en la vida política y social, del hecho de ser el portador de las nuevas relaciones de la sociedad socialista del porvenir, de que cuenta con su propia ideología científica que le ilumina el camino y con su estado mayor dirigente, el partido comunista.
No obstante los cambios que se han producido en el desarrollo económico y en la composición social de la sociedad capitalista, las condiciones generales de existencia, trabajo y vida del proletariado también hoy continúan siendo las que había analizado Marx. Ninguna otra clase a capa social puede suplantar al proletariado como fuerza principal y dirigente de los procesos revolucionarios para la transformación progresiva de la sociedad.
Las enseñanzas de Marx acerca de esta cuestión conservan todo su valor. En la teoría marxista, el proletariado encuentra su arma espiritual, del mismo modo que esta teoría encuentra en el proletariado su arma material. Marx ha dicho que el proletariado es el corazón de la revolución, mientras la filosofía es su cabeza. Para el proletariado mundial, la obra de Marx: «El Capital» de 1867 es el faro que le muestra científicamente de qué modo y en qué forma le explota la burguesía. El capitalista encadena al proletariado a las fábricas, a las máquinas, pero precisamente la obra de Marx le enseña a romper las cadenas.
Las tesis revisionistas sobre el cambio de naturaleza del proletariado y de su misión histórica han existido desde hace tiempo en los partidos comunistas de los países de Occidente. Pero el primero que las presentó pública y oficialmente fue Roger Garaudy. Este fue uno de los primeros «teóricos» revisionistas que desarrolló la teoría según la cual ya no se puede hablar de pauperización del proletariado francés y ahora las diversas clases y capas de la población marchan hacia su fusión y unificación.
La tesis de Garaudy, reiterada y aplicada ahora por los demás revisionistas, sostiene que «en la situación actual ya no es necesaria la revolución violenta, porque los obreros de un modo gradual están participando activamente en las ganancias de las grandes empresas capitalistas las cuales ahora no son dirigidas por los propietarios burgueses, sino por los técnicos que han ocupado su lugar». Este es un gran bluff, pues estos técnicos y especialistas están bajo la zarpa de una sola dirección, son servidores de los grandes trusts y monopolios capitalistas, verdaderos dueños de los medios de producción.
En el mundo capitalista, a pesar de los cambios que se han realizado en la estructura social de clase, nada ha cambiado en lo que a las posiciones de las clases y de las relaciones de clase se refiere. La teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre las clases y la lucha de clases en la sociedad burguesa es siempre joven y actual.
Como la «teoría» de Garaudy, aparecieron en Occidente una serie de otras «teorías» similares, fabricadas tanto por los «nuevos» pseudofilósofos franceses, como por sus colegas alemanes, estadounidenses, italianos, etc. Todas estas teorías llevan el sello del revisionismo, del trotskismo, del anarquismo y de la socialdemocracia. Llegó el momento en que todas estas teorías se convirtieron por entero en propiedad privada de los partidos revisionistas francés, italiano, español, inglés, etc., los cuales reunieron y codificaron de manera trivial todas estas basuras del revisionismo y del oportunismo.
La vida diaria, la lucha de la clase obrera ha desenmascarado y desenmascara estas teorías, revelando su objetivo reaccionario y contrarrevolucionario. La experiencia confirma que la clase obrera se empobrece a medida que se enriquecen los capitalistas, demuestra que aquella comprende debidamente lo dicho por Marx, de que, el obrero se empobrece en la medida en que más riquezas produce, que el obrero se convierte en una mercancía de menor valor a medida que más mercancías crea, que el proletariado no puede salvarse de la explotación sin apoderarse de los medios de producción, sin destruir el Poder de la burguesía.
Hoy los revisionistas modernos, como Georges Marchais, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y compañía, rechazan estas concepciones científicas de Marx. Actualmente, dicen ellos, ha dejado de existir el proceso de la pauperización relativa y absoluta del proletariado, debido al desarrollo de la revolución técnico-científica y a las conquistas que los obreros han logrado a través de las reformas. Quieren decir a los proletarios que con las limosnas que les da el capitalismo pueden cubrir todas sus exigencias y necesidades, y por lo tanto no tienen por qué lanzarse a la revolución.
Otros teóricos revisionistas, al verse ante los indiscutibles hechos de la vida, declaran que si bien es cierto que Marx se ha referido a la explotación de la clase obrera, esto es válido tanto para los países capitalistas, como para los países socialistas. Como consecuencia, la clase obrera no tiene por qué alzarse contra la explotación capitalista, ya que de ésta jamás podría liberarse. Esta es una tergiversación de la realidad y una calumnia. La posición de la clase obrera en el capitalismo y en el socialismo es diametralmente opuesta.
En los países capitalistas y revisionistas, el obrero no es libre ni en el trabajo ni en la vida. Es esclavo de la máquina, del capitalista, del tecnócrata, que exprimen su fuerza de trabajo creando la plusvalía para el capital. Solamente en el verdadero régimen socialista donde en el Poder está la clase obrera, las enseñanzas de Marx, debidamente aplicadas, permiten al proletariado tomar conciencia y hacerse plenamente dueño de los medios de producción y conquistar, a través de su dictadura, todas las libertades y todos los derechos democráticos, políticos y económicos.
En la sociedad burguesa, lo determinante es mantener atada a la clase obrera con las cadenas económicas que le ha echado el capital. Sobre esta esclavitud descansa todo el sistema capitalista. Pero los teóricos burgueses y revisionistas, en su incapacidad de refutar esta gran verdad, es decir la cuestión de la explotación económica, cuestión que ha tratado Marx y que es algo primordial, tratan de eclipsarla e interpretarla echando mano a una serie de tesis y concepciones alambicadas y falsas. Estos «teóricos», al verse en la imposibilidad de negar la sujeción del obrero al capital, predican que en la época actual no sería necesario resaltar en qué medida estruja y esclaviza el propietario al hombre en el régimen capitalista, sino que su ligazón con el capital va en beneficio del obrero, y que esto le permite subsistir. Su objetivo es alejar al proletariado de la lucha de clase contra el capitalismo, tratando de centrar su atención en las «ventajas» de la «sociedad de consumo».
Para desviar la atención de la opresión y la explotación económica, los revisionistas modernos han inventado toda una serie de falsas tesis. Una gran publicidad dan a su tesis de que en la «sociedad de consumo» el obrero disfruta de tantas cosas que los problemas económicos los ve en último plano. Su preocupación casi exclusiva serían las cuestiones de la religión, la familia, la mujer, el televisor, el coche, etc., que, según ellos, han hecho que el problema de la explotación económica haya dejado de ser el problema básico de la lucha de clases y de la revolución. Todo esto se hace para echar agua al vino, para alejar a las masas trabajadoras de su lucha por el derrocamiento del orden burgués.
Abandonando el marxismo-leninismo y deseosos de crear una nueva «teoría» que se distinga en todas las cuestiones fundamentales de la doctrina de Marx y Lenin, los eurocomunistas se ven envueltos en una gran confusión y perplejidad, en una incoherencia y contradicción profundas. Prácticamente ya no están en condiciones de explicar ninguna de las contradicciones actuales del mundo capitalista, ni de dar respuesta a los problemas que emanan de ellas. Es cierto que hablan de fenómenos tales como «crisis», «desempleo», «degradación y degeneración» de la sociedad burguesa, pero no pasan de las constataciones generales que nadie niega, ni siquiera la propia burguesía. De manera consciente, tratan de velar la causa de estos fenómenos, la feroz explotación capitalista, y no mostrar que ésta puede desaparecer sólo por medio de la revolución, derrumbando las viejas relaciones que mantienen en pie el sistema de opresión capitalista.
Con sus tesis de la «extinción de la lucha de clases» como consecuencia de los «cambios esenciales» que supuestamente habría sufrido la sociedad capitalista gracias al desarrollo de las fuerzas productivas, de la revolución técnico-científica, de la «reestructuración del capitalismo», etc.; con sus prédicas acerca de la necesidad de establecer una amplia colaboración de clases, dado que ahora, en el socialismo están supuestamente interesadas no sólo la clase obrera y las masas trabajadoras, sino también casi todas las capas de la burguesía a excepción de un pequeño grupo de monopolistas; con su pretensión de que se puede pasar al socialismo a través de reformas, dado que la sociedad capitalista de hoy se desarrollaría por la vía de la integración pacífica en el socialismo, etc., los eurocomunistas convergieron no sólo en la teoría, sino también en la actividad práctica con la vieja socialdemocracia europea, se fundieron en una sola corriente contrarrevolucionaria al servicio de la burguesía.
La actitud hacia la clase obrera y su papel dirigente ha sido piedra de toque para todos los revolucionarios en todos los tiempos. La renuncia a la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario, ponía de relieve Lenin, es el aspecto más vulgar del reformismo. Pero esta calificación de Lenin no intranquiliza a los revisionistas italianos, incluso éstos ensalzan su reformismo con tanto aparato y vanagloria que realmente se vuelven ridículos:
«El mismo papel dirigente de la clase obrera en el proceso de superación del capitalismo y de construcción del socialismo puede y debe desempeñarse a través de una colaboración y entendimiento entre los diferentes partidos y corrientes que aspiran al socialismo y en el marco de un sistema democrático en el que gozan de plenos derechos todos los partidos constitucionales, incluso los que no quieren la transformación de la sociedad en el sentido socialista y se oponen a ella, naturalmente siempre en el respeto de las reglas democráticas constitucionales». (8) (La política y organización de los comunistas italianos; tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Esta visión «marxista original», agregan los berlingueristas, no es un nuevo descubrimiento, sino un desarrollo del pensamiento de Antonio Labriola y de Palmiro Togliatti. En este caso, ellos mismos indican el origen de sus ideas. Pero cabe añadir que Labriola, al que intentan presentar como un clásico, no ha sido un marxista consecuente. Se ha mantenido muy alejado de la actividad revolucionaria y de los problemas de la revolución. En cuanto a Togliatti, ya su obra demuestra que ha sido un desviacionista y un oportunista.
Tomando como referencia a Antonio Labriola o Palmiro Togliatti, los revisionistas italianos y sus compañeros de Francia o de España quieren echar al olvido la teoría de Lenin sobre la necesidad de la hegemonía del proletariado en la revolución y en la edificación del socialismo.
En toda su genial obra, Lenin ha defendido y desarrollado la teoría de Marx sobre la hegemonía del proletariado en la revolución, abandonada por los socialdemócratas europeos. Los puntos de vista socialdemócratas al respecto han sido resucitados ahora por los revisionistas. Lenin ha demostrado que en las nuevas condiciones, las del imperialismo, la hegemonía del proletariado es indispensable no sólo en la revolución socialista, sino también en la revolución democrática. Ha explicado que la instauración de esta hegemonía es indispensable, porque el proletariado más que cualquier otra clase social está interesado por la completa victoria de la revolución, en llevarla hasta el fin. Pertrechado con la teoría de Lenin, el proletariado se ha lanzado a la revolución y ha triunfado, mientras las teorías que preconizan los revisionistas lo dejan bajo la opresión de la burguesía.
La teoría leninista sobre la indivisible hegemonía de la clase obrera ha encontrado una brillante confirmación y aplicación en la realización de la revolución y en el triunfo del socialismo también en Albania. Para los comunistas albaneses estaba claro desde un comienzo que sólo un partido, el partido comunista, podía conducir la lucha de liberación nacional a la completa victoria. Que sólo una clase, la clase obrera podía ser hegemónica en esta lucha, que su principal aliado sería el campesinado pobre y medio, que la juventud y los estudiantes serian el principal sostén del partido y junto con la mujer albanesa constituirían las capas combativas de la revolución popular.
Su reducido número no impidió a la clase obrera en Albania jugar su papel hegemónico, ya que tenía a su cabeza su Partido Comunista de Albania, que se guiaba por las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. La correcta línea de nuestro partido, que respondía a las situaciones del momento y a los intereses de las amplias masas trabajadoras, se materializó en la gran unión del pueblo en torno a la clase obrera en un sólo frente bajo la dirección exclusiva e incompartible del partido comunista.
La justa línea y dirección de nuestro partido condujeron a la extensión de la lucha, que fue creciendo gradualmente, hasta adquirir la forma de una insurrección general, de una vasta guerra popular, hasta la liberación de Albania y la instauración del poder popular.
Negando el papel hegemónico y dirigente de la clase obrera en la revolución y en la edificación del socialismo, los eurocomunistas tampoco podían dejar de abandonar el papel y la misión del partido comunista, tal como han sido definidos por el marxismo-leninismo y confirmados por la larga historia del movimiento revolucionario y comunista mundial.
En las tesis del XVº Congreso del Partido Comunista Italiano de marzo-abril de 1979 se apunta que ahora se habría construido el «partido nuevo». ¿En qué consiste este «partido nuevo»?:
«El Partido Comunista Italiano –se señala en sus estatutos– organiza a los obreros, los trabajadores, los intelectuales, los ciudadanos que luchan, en el marco de la constitución republicana, por el reforzamiento y desarrollo del régimen democrático antifascista, por la renovación socialista de la sociedad, por la independencia de los pueblos, por la distensión y la paz, por la cooperación de todas las naciones. En el Partido Comunista Italiano, –se dice más adelante– pueden ingresar los ciudadanos que han cumplido la edad de 18 años y que independientemente de la raza, de las convicciones filosóficas y del credo religioso, acepten su programa político y se entreguen a la acción para realizarlo militando en una organización del partidos». (9) (La política y organización de los comunistas italianos; tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Hemos citado este extenso artículo de los estatutos del partido revisionista italiano, que son casi idénticos a los de los partidos revisionistas francés y español para que se vea hasta qué punto los revisionistas eurocomunistas se han alejado de los conceptos del partido leninista y se han aproximado a los modelos de los partidos socialistas y socialdemócratas. Al hablar de «partido nuevo», los revisionistas eurocomunistas tratan de diferenciarse del partido de tipo leninista, pero de hecho su partido, al que califican de nuevo, no es sino un «partido viejo» del tipo de los de la II Internacional, a los que Lenin combatió y sobre cuyos escombros edificó el partido bolchevique, el cual se convirtió en ejemplo y modelo para todos los demás partidos auténticamente comunistas.
La disposición que encabeza esos estatutos, de que en el partido podrá ingresar quien lo desee, independientemente de sus concepciones filosóficas y credos religiosos, no necesita comentarios para demostrar que la filosofía de Marx es extraña a este partido, que su eclecticismo es bien patente, que la línea de los compromisos de todo tipo orienta su estrategia, por no hablar ya de sus tácticas, que el Partido Comunista Italiano es un partido liberal, socialdemócrata, con una línea, una política y unas actitudes coyunturales. Su política liberal algunas veces le proporciona votos pero no le da el poder, le depara elogios por parte de la burguesía y simpatía de los curas y los monjes.
La idea fundamental de Lenin sobre el partido consiste en que éste debe ser un destacamento de vanguardia consciente de la clase obrera, su destacamento marxista:
«Por el momento, no queremos más que indicar que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia». (10) (Lenin, ¿Que hacer?, 1902)
Esta teoría de vanguardia, revolucionaria y guía segura para conquistar la victoria, es el marxismo. Los revisionistas no sólo han abandonado el requisito fundamental, la aceptación del marxismo para ser un partido comunista, sino que permiten en sus partidos la coexistencia –y esto lo han sancionado también en sus estatutos– de todas las concepciones filosóficas, burguesas, oportunistas, reaccionarias o fascistas. Lo que caracteriza a los partidos comunistas, lo que los distingue, es el marxismo-leninismo, su única ideología, por la que se rigen y a la que se atienen con fidelidad en toda su actividad. Fuera del marxismo-leninismo no puede haber partido comunista.
Los auténticos partidos comunistas son partidos de la revolución y la edificación del socialismo, mientras que los llamados partidos comunistas italiano, francés, español y otros de la misma especie son partidos de las reformas burguesas. Los primeros son partidos que tienen la misión de destruir el régimen burgués y construir el socialismo, los segundos son partidos de la defensa del régimen capitalista y de la conservación del viejo mundo.
Lenin, en la época en que combatía a los oportunistas para construir el partido bolchevique, decía:
«¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos!». (11) (Lenin, ¿Que hacer?, 1902)
Lenin edificó un partido de este tipo y condujo la clase obrera rusa a la gloriosa victoria de la revolución de octubre.
Ahora bien; ¿a dónde pretenden llevar a la clase obrera italiana los revisionistas de Enrico Berlinguer? Ellos dicen: «luchemos, afirman, en el marco de la constitución republicana». Y la burguesía les replica: «dentro de los barrotes de mi constitución, luchen cuanto quieran, esto poco me importa». Para defender su constitución, sus leyes y sus instituciones, la burguesía mantiene en pie al ejército, la policía, los tribunales, etc. Ahora, junto a ella cierra filas también el partido revisionista, que lucha para mantener a la clase obrera oprimida y sojuzgada, para corromperla en lo ideológico y desorientarla en lo político. Este partido se ha transformado en una institución del poder burgués para apagar el espíritu revolucionario de la clase obrera, eclipsarle la perspectiva socialista, impedir que se haga consciente de la situación lamentable en que se encuentra y se alce en una resuelta lucha para derrocar a la burguesía.
El «socialismo» de los eurocomunistas es el actual sistema capitalista
¿Cómo conciben los eurocomunistas el socialismo? Pese a que por demagogia se ven obligados a hablar del socialismo, el «socialismo» que quieren construir es un bluff y pura mistificación.
Es sabido que con la idea del socialismo han especulado, no ya ahora, sino también en tiempos pasados, muchos filósofos y corrientes ideológicas burguesas y pequeñoburguesas. En torno al socialismo se han levantado muchos esquemas utópicos y se han hecho infinitas especulaciones.
Marx rechazó todas las viejas formas de socialismo y enseñó al proletariado mundial a organizarse y luchar para instaurar el nuevo orden social basado en el auténtico socialismo científico.
Ya en el primer documento programático del marxismo, en el «Manifiesto comunista» de 1948, escrito por Marx y Engels, sometieron a una crítica multilateral las diversas teorías pseudosocialistas; el «socialismo feudal», el «socialismo pequeñoburgués», el «socialismo verdadero» alemán, el «socialismo conservador o burgués». Revelaron su esencia de clase como teorías anticientíficas al servicio de los intereses de la burguesía. En la lucha contra las teorías burguesas y pequeñoburguesas, oportunistas y anarquistas, que obstaculizaban la emancipación del proletariado y su lucha, el «manifiesto» indicaba a la clase obrera que sólo podía salvarse de la opresión y la explotación burguesa a través de la revolución y la dictadura del proletariado, que no se podía emancipar sin emancipar al mismo tiempo a toda la sociedad.
La historia ha confirmado que después del nacimiento del marxismo, cualquier otra corriente ideológica que se ha presentado con consignas socialistas, se ha transformado en el proceso de la lucha de clases en una corriente reaccionaria. Solamente el marxismo da la idea exacta de la auténtica sociedad socialista. Ningún socialismo puede ser emprendido ni edificado sin apoyarse en esta teoría.
La primera gran confirmación de la teoría marxista formulada en el Manifiesto Comunista fueron los acontecimientos revolucionarios de los años 1848-1849 que estremecieron a toda Europa.
Las revoluciones no sólo abren el camino del progreso social, sino que también se convierten en todo momento en la tumba de las doctrinas falsas, utópicas, revisionistas, etc. Así ocurrió también con las doctrinas del «socialismo burgués», del «socialismo pequeñoburgués», etc., las cuales fueron sepultadas por las revoluciones de los años 1848-1849.
El mal principal de estas doctrinas, llamadas socialistas, fue el de ignorar enteramente la lucha de clase revolucionaria del proletariado y de imaginar el socialismo como la realización de tal o cual sistema inventado por uno u otro «teórico». De aquí venían todas las ilusiones de que la creación de asociaciones respaldadas por el Estado, la limitación del derecho a la herencia, la aplicación de los impuestos progresivos; conducirían de manera gradual y pacífica al socialismo. Este «socialismo doctrinario» era el que había preconizado y preconizaban Pierre-Joseph Proudhon y Luis Blanc, los socialistas «verdaderos» alemanes y los comunistas utópicos como Wilhelm Weitling, Étienne Cabet , Théodore Dézamy y otros.
Este socialismo doctrinario, dice Marx, la clase obrera se lo regala a la pequeña burguesía, mientras:
«El proletariado va agrupándose más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo. (...) Este socialismo, –prosigue Marx–, es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales». (12) (Marx, La lucha de clases en Francia, 1850)
Actualmente, los nuevos proudhonistas, como Georges Marchais, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y otros se esfuerzan por imponer al proletariado europeo occidental las viejas filosofías aunque disfrazadas con diversos ropajes, que Marx había rechazado. Todos los revisionistas pretenden con sus «teorías embaucar a las masas, despojando al marxismo precisamente de sus bases científicas. No se trata sino de una falacia cuando dicen que «son objetivos en el conocimiento de las leyes que impulsan hacia adelante la sociedad. En realidad los revisionistas se han convertido en lacayos de la «sociedad de consumo», creada por la burguesía capitalista e imperialista para obtener el máximo de ganancias a través de la explotación de la clase obrera y de todas las demás masas trabajadoras. A su vez estos revisionistas desean recibir algo de la plusvalía que se le arranca al proletariado de sus países.
El saber qué es el socialismo, cuál es la sociedad socialista, qué representa ésta y qué realiza, ya no es una cuestión que concierne al futuro, sino una realidad concreta, toda una práctica histórica, un sistema social palpable. El auténtico socialismo científico, preconizado por los grandes genios de la revolución, Marx, Engels, Lenin y Stalin, se realizó y existió durante un largo tiempo en la Unión Soviética y en muchos otros países que fueron socialistas, existe y progresa en Albania socialista. Los actuales esfuerzos de los eurocomunistas para «probar» que el socialismo verdadero no habría existido nunca y en ninguna parte, que la sociedad socialista edificada en la Unión Soviética por Lenin y Stalin habría sido una «deformación del socialismo», incluso un «fracaso» de los conceptos y las concepciones que Marx y Lenin tenían sobre el socialismo, no son sino expresión de su hostilidad al comunismo, expresión de su deseo de conservar intacta la saciedad burguesa existente.
Para llegar a la negación del socialismo, los revisionistas italianos, franceses, españoles han tenido que recorrer un largo camino. En un comienzo pretendían que el socialismo en la Unión Soviética se dividía en dos partes, en un «socialismo leninista», que era bueno, justo, pero estaba sujeto a las condiciones históricas particulares de la Rusia zarista, por lo tanto era inadecuado para los países capitalistas desarrollados, y en un «socialismo stalinista», malo, porque supuestamente era una adulteración del primero, un socialismo deformado, burocratizado, etc. Esta evolución en los juicios no es casual. Si se aceptara la «experiencia leninista», aunque sólo fuera con reservas, si se aceptara, por ejemplo, la justeza de la utilización de la violencia revolucionaria para la toma del poder, entonces para el «modelo» eurocomunista del socialismo no quedaría espacio. La teoría de Lenin sobre la revolución y la construcción del socialismo, que es un desarrollo ulterior de las enseñanzas de Marx, es tan completa, tan coherente, tan científica y lógica que, o bien se la acepta tal como es, o bien no se la acepta en absoluto. Esta teoría no puede fragmentarse sin correr el riesgo de caer en contradicciones irreconciliables y en puros absurdos.
Así los eurocomunistas ahora no sólo están contra Stalin, sino que han abandonado el leninismo creyendo haber encontrado la salvación y el camino para divulgar el «socialismo eurocomunista». Mas si ellos han renunciado al leninismo, el proletariado no hará otro tanto. El leninismo es una ciencia viva, es la ideología combativa del proletariado, es la bandera de la revolución y de la edificación del socialismo. El leninismo es la poderosa arma con que los auténticos revolucionarios, todos los que aman el comunismo y se baten por el socialismo, luchan contra todos los enemigos, contra la burguesía y sus colaboradores. El leninismo es el espejo que descubre la verdadera catadura de los eurocomunistas y todos los demás revisionistas, que revela la falsedad de sus teorías oportunistas, demuestra su actividad reaccionaria contra el proletariado, el socialismo, la causa de los pueblos.
Para eludir el descontento de la base de sus partidos, las sospechas que despiertan sus «teorías» sobre el «socialismo», y en general sus tesis confusas y contradictorias, los eurocomunistas declaran que su socialismo no representa todavía un «modelo», todavía no es algo claro y definido, sino simplemente «la necesidad de hallar una vía» hacia esta sociedad, la cual debe ser discutida. En una palabra, batir agua en un mortero, pues nada de eso se cumple.
El «socialismo» que conciben los eurocomunistas es una sociedad en la que se entrelazan y coexisten elementos socialistas y capitalistas en la economía y la política, en la base y la superestructura. En su «socialismo» habrá cabida para la «propiedad socialista» y para la propiedad capitalista, existirán pues clases explotadoras y explotadas, a la par del partido de la clase obrera existirán también partidos burgueses, la ideología proletaria convivirá con las otras ideologías, el Estado en dicho «socialismo» será un Estado donde todas las clases y todos los partidos tendrán poder.
Los eurocomunistas pueden soñar todo lo que quieran en tal sociedad híbrida capitalista-socialista, mas esta sociedad que ellos proyectan es irrealizable. El socialismo y el capitalismo son dos sistemas sociales diferentes que se excluyen mutuamente. El capitalismo existirá mientras mantenga oprimidos y explotados al proletariado y las masas trabajadoras, en tanto que el socialismo se erige y marcha adelante únicamente sobre las ruinas del capitalismo y tras el completo derrocamiento de éste.
Para justificar sus puntos de vista profundamente oportunistas, los eurocomunistas sobrestiman el papel de la técnica, de los medios de producción en el desarrollo de la sociedad, cayendo así en la llamada teoría de las fuerzas productivas, que ha sido la base ideológica de todo el oportunismo de la II Internacional.
Según ellos, el empuje hacia el socialismo viene por sí solo, de manera espontánea, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso, dicen, la transición al socialismo no precisa ni de lucha de clases ni de revolución proletaria. Incluso en los países donde se ha llevado a cabo la revolución y se han instaurado las relaciones socialistas de producción, si existe un nivel relativamente bajo de las fuerzas productivas, según los eurocomunistas, no se puede hablar de socialismo auténtico, real.
Para saber hasta qué punto los eurocomunistas se han alejado de la idea del socialismo y qué tipo de sociedad socialista pretenden construir, basta ver algunas de sus principales tesis, las cuales son pregonadas a bombo y platillos como el «sumo desarrollo del pensamiento progresista de la sociedad humana actual».
«Para realizar una sociedad socialista –declaran los revisionistas italianos– no es necesaria una estatización integral de los medios de producción. Junto a un sector público actuará la iniciativa privada. Particular función desempeñarán la propiedad campesina libremente asociada; la artesanía; la pequeña y media industria; la iniciativa privada en el campo de las actividades terciarias. En esta concepción del proceso de transformación de la sociedad en sentido socialista, debe existir una articulación del sistema económico que asegure una integración entre la programación y el mercado, entre la iniciativa pública y privada». (13) (La política y organización de los comunistas italianos; tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Un «socialismo» tal postulan también los revisionistas franceses. Esta sociedad, enfatizan ellos:
«Precisa un conjunto suficiente de nacionalizaciones democráticas, junto a otras formas de propiedad social y de un sector económico basado en la propiedad privada». (14) (El Camino democrático al socialismo de Francia, L’Humanité, 13 de enero de 1979)
El revisionista español Santiago Carrillo dice por otro lado:
«Este sistema todavía mixto en lo económico va a traducirse en un régimen político en el que los propietarios podrán organizarse no sólo económicamente, sino en partido o partidos políticos representativos de sus intereses. Ese va a ser uno de los componentes del pluralismo político e ideológico». (15) (Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, 1977)
No se requiere ningún conocimiento particular de las leyes sociales para comprender que el cuadro de la sociedad llamada «socialista» que presentan los eurocomunistas, no es sino el cuadro exacto y más típico de la sociedad burguesa actual. El elemento básico que caracteriza un sistema social es la propiedad de los medios de producción. Si la propiedad de los medios de producción es privada, entonces tenemos que ver con un sistema donde el hombre explota al hombre, donde en un polo, una minoría amasa riquezas, mientras que en el otro polo la mayoría abrumadora del pueblo vive en la pobreza y en la miseria. Ya se ha confirmado que el socialismo no puede existir si no se suprime la propiedad capitalista, si no se destruye el Estado burgués. No puede haber socialismo allí donde la propiedad social sobre los medios de producción no se implanta, sin excepción, en todos los sectores, y no se instaura la dictadura del proletariado.
El proletariado, para destruir las relaciones capitalistas de propiedad sobre los medios de producción, ha luchado y lucha con denuedo y abnegación, haciendo enormes sacrificios. Con este objetivo elaboró su propia ideología, el marxismo-leninismo, a fin de que lo guiara en la revolución y en la instauración de la propiedad social sobre los medios de producción, en la supresión de la explotación que emana de la propiedad privada sobre estos medios y en la eliminación de la pobreza. El proletariado realizó este objetivo en los países donde triunfó la revolución y se instauró el socialismo. Esta experiencia, confirmada cada día más también por la práctica de la edificación del socialismo en Albania, demuestra que una condición fundamental para edificar la sociedad socialista es precisamente la expropiación de la burguesía y la transformación de toda la economía del país sobre bases socialistas, la instauración de la propiedad social sobre los medios de producción.
Albania, el día de su liberación era un país atrasado desde el punto de vista económico, social y cultural, un país esencialmente agrícola, casi sin industria, con un ínfimo grado de desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Constituía esto un obstáculo a la edificación de las relaciones socialistas de producción? Por supuesto, incluso un gran obstáculo, pero no insuperable. Nuestro partido no podía sin embargo esperar a que se alcanzase un elevado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, para dar inicio a la instauración de las relaciones socialistas.
Una de las primerísimas y más importantes medidas que adoptó el poder popular fue la liquidación del capital extranjero y la conversión de sus empresas en propiedad estatal socialista, la realización de una reforma agraria vasta y radical, que no sólo liquidó la gran propiedad de los feudales y los terratenientes, sino que también limitó considerablemente la propiedad de los campesinos ricos. Estas medidas de profundo carácter revolucionario crearon importantes premisas para la gradual transformación socialista del campo, para impulsar en él el movimiento cooperativista.
El Partido del Trabajo de Albania, guiándose por la brújula infalible del marxismo-leninismo, y contando igualmente con la experiencia de la edificación socialista en la Unión Soviética, planteó como objetivo principal liquidar la base económica del capitalismo y construir la base económica del socialismo en la ciudad y en el campo.
La socialización de los principales medios de producción se llevó a cabo en un período relativamente corto y se cumplió a través de las nacionalizaciones sin indemnización. Dos años después de la liberación del país, ya en 1946, los bancos, la industria las minas, las centrales eléctricas, los transportes, las comunicaciones, el comercio exterior, el comercio interior al por mayor, una parte del comercio al por menor, las estaciones de máquinas y tractores, los bosques, las aguas, el subsuelo, eran propiedad socialista. Así pues, el sector socialista de la economía tenía posiciones de mando.
Un gran problema para toda revolución socialista es el problema agrario. De su justa solución depende el desarrollo de toda la economía y la estabilidad del poder popular. En Albania, donde el campesinado constituía la aplastante mayoría de la población y la agricultura la principal base de la economía, el problema agrario era de los más agudos y decisivos. El camino seguido por nuestro partido para resolver esta cuestión cardinal fue el camino leninista de la cooperación socialista.
Ateniéndose rigurosamente al principio de la libre voluntariedad del campesinado para unirse en cooperativas, el proceso de la colectivización de la agricultura, que empezó casi inmediatamente después de la liberación del país y se prolongó de 15 a 20 años, se llevó a cabo sin haber previamente estatizado la tierra. Esto fue decretado sólo después de haber finalizado por completo la colectivización, al ser sancionado en la nueva constitución albanesa de 1976.
Con la edificación de la base económica del socialismo en la ciudad y en el campo fueron liquidadas las clases explotadoras como clases, desapareció la explotación del hombre por el hombre. Quedaron sólo dos clases amigas, la clase obrera y el campesinado cooperativista, ligadas entre sí por ideales, objetivos e intereses comunes, así como la capa de la intelectualidad socialista, surgida del seno del pueblo trabajador y formada durante los años del poder popular.
La edificación del socialismo no puede realizarse a fuerza de decretos ni de manera espontánea. El socialismo se edifica redoblando las fuerzas, con la participación de todo el pueblo trabajador y siguiendo un plan general, coordinado y centralizado.
Aplicando una correcta política de industrialización del país, Albania logró transformarse rápidamente de país agrícola atrasado en país dotado de una industria y agricultura desarrolladas, de una enseñanza y cultura avanzadas, en país donde el pueblo vive verdaderamente libre y feliz.
Nuestra experiencia, así como la de la Unión Soviética y de otros países, cuando fueron socialistas, los eurocomunistas no la aceptan. Quieren inventar un «nuevo» socialismo. Pero hay que tener una lógica disparatada para aceptar la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción en la sociedad y al mismo tiempo ir con la idea de poder evitar la explotación del hombre por el hombre, hablar de «transformaciones socialistas», de «igualdad», de «justicia», etc. como pretenden los eurocomunistas. Mantener la propiedad privada sobre los medios de producción, la «iniciativa privada», es decir, mantener la posibilidad de la acumulación capitalista en la sociedad que proponen los eurocomunistas, significa de hecho conservar intacto el sistema capitalista, sin afectarlo ni tocarlo en lo más mínimo.
En todas las elucubraciones filosóficas, así como en los programas que han proclamado sus partidos, los revisionistas eurocomunistas no abordan en absoluto la cuestión de saber qué se hará con las multinacionales y los capitales extranjeros. Si no mencionan esto, quiere decir que continuarán siendo parte integrante de la sociedad «socialista» que preconizan, significa que el gran capital estadounidense, germano occidental, inglés, francés, etc., dejarán de pensar en sus superganancias y pasarán a servir al socialismo. A esto se le llama soñar despierto. En esta cuestión Santiago Carrillo, Enrico Berlinguer y Georges Marchais están incluso lejos de aquellos círculos de la burguesía en varios países en desarrollo, quienes, aunque no están por el socialismo, buscan expulsar al capital monopolista extranjero y liberarse de las sociedades multinacionales.
En cuanto al llamado «sector público», cuya existencia la prevé el «socialismo eurocomunista», nos encontramos ante una simple especulación en materia de terminología, ante un trivial intento de hacer pasar por sector socialista de la economía, el sector del capitalismo de Estado, que actualmente en una u otra medida existe en todos los países burgueses.
El sector del capitalismo de Estado, o el «sector público», como lo llama la burguesía, es sabido cómo y por qué ha sido creado.
El capitalismo de Estado en los países industrializados de Europa ha existido ya con anterioridad, pero fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a tomar un notable desarrollo. Su creación fue resultado de algunos factores. En Italia por ejemplo, fue instaurado por la burguesía como resultado de la agudización de la lucha de clases y de la gran presión de las masas trabajadoras que exigían la expropiación del gran capital, en especial del capital ligado con el fascismo y que era el responsable de la catástrofe que sufrió el país. Para evitar una radicalización ulterior de la lucha de las masas trabajadoras y los estallidos revolucionarios, la debilitada burguesía italiana procedió a estatizar algunas grandes industrias, estatización que satisfacía las exigencias mínimas de los partidos comunistas y socialistas, que salían fortalecidos de la guerra. En Inglaterra, la creación del «sector público», como el ferroviario o el del carbón, fue resultado del abandono por parte del gran capital de algunas ramas atrasadas y no rentables. Estas se las traspasó al Estado para que las subvencionara con los ingresos de su presupuesto, con las sumas aportadas por los contribuyentes, mientras que sus propios capitales los destinó a los sectores de las nuevas industrias dotadas de alta tecnología, donde se obtenían superganancias más jugosas y con mayor rapidez.
Estatizaciones de este tipo se han hecho y siguen realizándose por una u otra razón en otros países, pero no han modificado ni jamás podrán modificar la naturaleza capitalista del sistema vigente, no podrán eliminar la explotación capitalista, el desempleo, la pobreza, la falta de libertades y de derechos democráticos.
El capitalismo de Estado, tal como ya lo ha probado una larguísima experiencia, es mantenido e impulsado por la burguesía, no para crear las bases de la sociedad socialista, contrariamente a lo que sostienen los revisionistas, sino para reforzar las bases de la sociedad capitalista, de su Estado burgués, para explotar y oprimir aún más a los trabajadores. Quienes dirigen el «sector público» no son los representantes de los obreros, sino gente del gran capital, son los que manejan los hilos de toda la economía y del Estado. La posición social del obrero en las empresas del «sector público» no se diferencia en nada de la que tiene en el sector privado; su posición respecto a los medios de producción, a la gestión económica de la empresa, a la política inversionista, salarial, etc., es la misma. En estas empresas es el Estado burgués, es decir, la burguesía, quien se apropia de las ganancias. Únicamente los revisionistas pueden encontrar diferencias entre el carácter «socialista» de las empresas del IRI y el carácter «burgués» de la FIAT, entre los obreros «libres de la Renault y los «oprimidos» de la Citroën.
La sociedad del «socialismo democrático», que predican ahora los eurocomunistas, es la sociedad burguesa actual que existe en sus países. A esta sociedad buscan darle sólo algunos retoques de modo que la vieja burguesía europea al borde de la tumba, torne el aspecto de una moza lozana y llena de vitalidad. Según los eurocomunistas, bastan algunos retoques, basta conservar el sector capitalista del Estado al lado del privado, crear algún consejo obrero consultivo anejo a las direcciones empresariales, permitir que los bonzos sindicalistas reclamen justicia e igualdad en las plazas, dejar que los revisionistas ocupen algún sillón en el gobierno y el socialismo viene por sí solo.
Los revisionistas eurocomunistas en su irreprimible celo de combatir y renegar el marxismo-leninismo embellecen por todos los medios la actual realidad de la sociedad capitalista. Para ellos el sistema social vigente en Italia, Francia, España, etc., el Estado que domina en estos países es un tipo de democracia supraclasista, una democracia para todos. En esta sociedad y en este Estado sólo ven algunas dificultades, algunos errores, cuanto más algunas deformaciones, y eso es todo. Sobre esta concepción y premisa fundamentales trazan también los esquemas de su «socialismo democrático», que en el fondo será la misma sociedad burguesa actual, pero sin las «deficiencias», «limitaciones», «dificultades que tiene hoy.
Los revisionistas declaran que en su «socialismo» existirá y funcionará más de un partido, y se dará la posibilidad de que se alternen en el gobierno. Hay que reconocer que en esta cuestión los eurocomunistas son verdaderamente coherentes. Es natural que en una sociedad donde existan clases antagónicas, diferentes capas de la burguesía, grupos de capitalistas con intereses particulares, existirán también diversos partidos, existirá necesariamente la práctica corriente de la sociedad capitalista de que, según el caso y las necesidades, los diversos partidos se alternen en el poder. Pero en lo que los eurocomunistas especulan es en presentar este «pluralismo», es decir la práctica del cambio de caballos en la carroza del poder burgués, como el sumo de la democracia, como una situación que permite solucionar todos los problemas sociales. Con esto pretenden deformar el propio concepto existente sobre la sociedad socialista y presentar la democracia burguesa y sus instituciones como idóneas para realizar los objetivos socialistas, sin necesidad de recurrir a la revolución ni de destruir el aparato del viejo Estado burgués. Su Estado ideal es en efecto el actual sistema político estadounidense y sobre todo el alemán, donde imperan dos grandes partidos burgueses, que se relevan a la cabeza del gobierno. Quieren que también en Italia y Francia o en España existan dos grandes partidos: uno abiertamente burgués, democrático o liberal y otro obrero, digamos socialista, «comunista», laborista o de otra manera, así como unos cuantos partidos pequeños y sin importancia, justo para enriquecer el surtido. De esta forma se nos vendría a crear el «socialismo italiano», el «socialismo francés», el «socialismo español», tal como anteriormente se había creado el «socialismo sueco», el «socialismo noruego», etc.
En el «socialismo democrático» el Estado no debe ser el Estado de los obreros y campesinos, es decir, el Estado que preconizaban Marx y Lenin, donde en su dirección estén los obreros fabriles y los campesinos que trabajan la tierra. Los eurocomunistas buscan un Estado que sea «de todos» y su gobierno sea también «de todos». Pero este Estado «de todos» ni ha existido ni existirá jamás.
Los conceptos de los eurocomunistas sobre el Estado son muy afines a los de Pierre-Joseph Proudhon y Ferdinand Lassalle, rebatidos por Marx hace más de un siglo. Lassalle, por ejemplo, predicaba que el Estado reaccionario prusiano podía transformarse en un Estado libre, popular, a través de las reformas, por la vía pacífica, con elecciones generales y la ayuda del mismo Estado burgués y de las asociaciones de productores que debían ser creadas. Este tipo de «Estado» lo presentaba como modelo del nuevo Estado socialista, por el cual debían combatir los obreros.
El concepto lassalleano sobre el «Estado popular» negaba el carácter de clase del Estado como dictadura de una determinada clase.
Al concepto lassalleano sobre el «Estado libre popular», Marx en su célebre obra: «Crítica del programa de Gotha» de 1875, opuso, especialmente su noción del Estado como un órgano de clase, opuso la concepción marxista de la dictadura del proletariado:
«Y por más que acoplemos de mil maneras la palabra «pueblo» y la palabra «Estado» –dice Marx–, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». (16) (Marx, Crítica del programa de Gotha, 1875)
Las tesis teóricas y la doctrina marxista sobre el Estado, enunciadas en la monumental obra de Marx y Engels, encontraron una brillante confirmación en los acontecimientos de la Comuna de París.
La comuna de París demuestra que para derrocar el régimen capitalista, el proletariado no puede conservar intacta la vieja máquina del Estado burgués y utilizarla para sus propios fines. La comuna destruyó esta máquina y en su lugar creó organismos e instituciones estatales totalmente nuevos por su forma y contenido. La comuna fue la primera forma de organización política del poder proletario. La comuna de París mostró, como ha señalado Lenin, el condicionamiento histórico:
«Y el valor limitado del parlamentarismo burgués y de la democracia burguesa». (17) (Lenin, Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
Se comprobó en la práctica que el Estado erigido por la comuna de París representaba el tipo superior de la democracia, la de la aplastante mayoría del pueblo. Las libertades y los grandes derechos democráticos que la burguesía proclama, pero nunca realiza, fueron materializados por la comuna.
Más tarde Lenin combatiendo las tergiversaciones oportunistas de los cabecillas de la II Internacional, defendió de manera brillante la teoría de Marx sobre el Estado. Rechazó las concepciones de estos cabecillas, según las cuales el Estado no es el órgano de dominación de una clase sobre otra, sino el órgano de reconciliación de clases, el aparato del Estado burgués no debe ser destruido, sino utilizado en interés de los trabajadores. En su famoso libro: «El Estado y la Revolución» de 1917, Lenin argumentó que el Estado es producto de las contradicciones entre las clases y expresión de lo irreconciliable de estas contradicciones. Demostró que el aparato del Estado burgués, como un aparato fundado para mantener oprimidas y explotadas a la clase obrera y demás masas trabajadoras, no puede servirles para suprimir la opresión y la explotación. El proletariado tiene que construir su propio Estado, nuevo por su forma y contenido, por su estructura y organización, por los hombres que lo dirigen y por sus métodos de trabajo, un Estado que garantice la libertad a las masas trabajadoras y aplaste a los enemigos del socialismo en sus tentativas de restaurar el sistema capitalista.
En el libro de Lenin «El Estado y la Revolución» de 1917, las tesis leninistas sobre la dictadura del proletariado desempeñaron un importante papel en la preparación de la revolución de octubre y en la instauración del poder de los soviets en Rusia.
Estas tesis continúan siendo poderosas armas en manos de los auténticos revolucionarios para combatir las teorizaciones de los revisionistas modernos, los cuales tratan de resucitar los puntos de vista de Kautsky y compañía acerca del Estado, desenmascarados y desbaratados por Lenin.
Las teorizaciones de los eurocomunistas sobre el Estado son consecuencia de la línea antimarxista de estos renegados, los cuales pretenden que en el capitalismo no existe la lucha de clases, sino la paz de clases, que el ejército y la policía han dejado de ser fuerzas regresivas de la burguesía, y que por tanto la dictadura del proletariado y la verdadera democracia que instaura el proletariado son innecesarias. Ellos quieren sólo un Estado, una democracia, el Estado de democracia burgués-revisionista.
Enver Hoxha
Eurocomunismo es anticomunismo, 1980
http://bitacoradeunnicaraguense.blogspot.com/2014/01/el-eurocomunismo-ideologia-de-la.html