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Bachelet: Un gobierno difícil



Guillermo Almeyra
Rebelión

En el primer turno electoral, el 17 de noviembre, lo que había sido previsto se comprobó. 
 
La mitad de los empadronados no votaron reflejando así los efectos despolitizadores de la dictadura pinochetista y, además, el repudio a todos los partidos, incluidos los de la Concertación (democracia cristiana y socialistas de distinto pelaje) los cuales conciliaron con el pinochetismo y no se diferenciaron casi en nada de la derecha. 
 
Como consecuencia de este abstencionismo “de protesta” los candidatos a la izquierda de Michelle Bachelet (Marco Enríquez Ominami, Marcel Claude, Roxana Miranda) apenas lograron, sumados, cerca del 17 por ciento cuando sólo el primero, en la anterior elección presidencial, había logrado el 20 por ciento de los votos. 
 
Los ex dirigentes estudiantiles, comunistas o independientes de izquierda, que eran expresión de movimientos sociales y no de los aparatos partidarios, fueron elegidos con mayorías aplastantes. 
 
Por último, Michelle Bachelet no pudo llegar al 51 por ciento e imponerse en la primera vuelta, un poco por la abstención y otro poco porque la derecha, aunque sufrió un duro revés, logró cerca de un cuatro por ciento más de lo que se calculaba.

Piñera se retira con un balance desastroso sin poder haber unificado la derecha, la cual redujo por lo menos en un tercio su caudal de votos y en la que el ex ministro Golborne, su primera carta, ni siquiera fue elegido senador. 
 
La candidata derechista, Evelyn Matthei, logrará probablemente en la segunda vuelta un diez por ciento más y, en el Parlamento, la derecha se unirá contra todo proyecto de ley que huela a progresista pero ese sector, derrotado, no tiene ya otra opción que el hostigamiento puntual y tratar de aprovechar el conservadurismo y el conciliacionismo de una buena parte de la mayoría parlamentaria (los demócratas cristianos, los del PPD de Lagos y otros) para reducir el margen de maniobra de Michelle Bachelet en el caso de que ésta tratase de radicalizar un poco más su discurso y su política para conquistar por lo menos un sector de los abstencionistas que la considera muy moderada.

La ya casi presidente de Chile, en su discurso después de su triunfo en la primera vuelta, no mencionó su plan de subsidios a los más pobres para que estudien sino que exigió directamente la enseñanza pública, laica y gratuita, tal como reclaman los trabajadores y los estudiantes (muchos de los cuales no la votaron). 
 
Además, insistió en la Asamblea Constituyente, otra reivindicación popular generalizada, cuando era evidente que no había logrado los dos tercios necesarios en las Cámaras para modificar la Constitución, aunque sí una amplia mayoría parlamentaria.
 
 Ésta, por otra parte, le quita el argumento –para no adoptar medidas serias contra la derecha- de que la relación de fuerzas en el Parlamento se las impediría pues esa mayoría heterogénea e insegura, aunque la obligue a negociar continuamente cada proyecto, le permite presentar cualquier proyecto de ley y aprobarlo siempre que baste con la mayoría simple.

¿Y ahora qué? La economía tropieza con dificultades pues la crisis mundial reduce el consumo de minerales y el precio del cobre baja. 
 
La gran minería está en manos de las transnacionales (salvo en el caso del litio) y tanto con los militares como con los gobiernos de la Concertación, el cobre fue cedido en concesiones, con la excepción de Codelco, cuya renta, en un 10 por ciento financiaba las fuerzas armadas, que ahora son financiadas por el presupuesto. 
 
Los capitalistas tienden a la privatización total de la minería, pero la mayoría del pueblo chileno exige al menos la estatización total del cobre (Chile es el primer exportador mundial). Éste será uno de los puntos más litigiosos durante el segundo gobierno de Bachelet.
 
 Otro será la tremenda desigualdad social y los bajísimos salarios imperantes en Chile, problema que, junto a la urgencia de una educación pública y gratuita y de un buen sistema de sanidad accesible para todos, movilizará cada vez más a los trabajadores y a los estudiantes y no sólo a la parte de los mismos que crean que el de Bachelet es “su” gobierno.

Es difícil que en la segunda vuelta la abstención disminuya mucho. Un sector no considera necesario votar ya que, de todos modos, Bachelet será presidente. Los votos de los candidatos a la izquierda de la Nueva Mayoría probablemente se dividirán entre un voto contra la derecha y la abstención. 
 
Una parte de la derecha considerará que el resultado ya está claro y no votará y otra parte (en el electorado de Parisi) se abstendrá por odio a la Matthei.
 
 Lo más probable, por consiguiente, es que Bachelet sea elegida por la mitad de la mitad del padrón. O sea, que incluso superando el 50 por ciento de los votantes, no represente en realidad sino un 25 por ciento del electorado y una parte aún menor de los chilenos.
 
 Será presidente legal, con escasa legitimidad cuando, estimulados por la derrota del pinochetismo en todas sus partes y del debilitamiento de la derecha en las filas de la Concertación, es de prever un crecimiento de los sindicatos, un aumento de las luchas y de la unidad de los obreros y campesinos, una exigencia redoblada, con movilizaciones estudiantiles y populares, de leyes inmediatas para renovar la sanidad, la educación y elevar los salarios y un reclamo de reducción de los impuestos indirectos, como el IVA y de un aumento del impuesto a los más ricos, unidos a la estatización del cobre, para juntar fondos para las reformas postergadas. 
 
Michelle Bachelet ha formulado tímidas promesas de reforzar la unidad latinoamericana: ¿podrá por lo menos retirar parcialmente a Chile de su alianza con Estados Unidos, Perú, Colombia y México que, justamente, está dirigida contra UNASUR y contra el MERCOSUR cuando ni en la Nueva Mayoría que la apoya ni en la sociedad esta exigencia tiene mucha fuerza? 
 
Es de esperar que las luchas que sí son previsibles aceleren la maduración política en Chile y las demandas programáticas de la izquierda social y que una parte importante de los jóvenes abstencionistas, que ganaron las elecciones en escuelas y universidades mediante listas y elecciones pero rechazan en escala nacional de “vía electoral”, comprendan que la participación en política consiste en movilizarse y en ser independiente pero no excluye utilizar la participación electoral para organizarse, hacer llegar las posiciones propias a otras partes del territorio y de la sociedad y difundir y confrontar las propuestas.
 
 El rechazo a la politiquería y a las ilusiones electoralistas son una cosa; otra es la política para enfrentar la política del capitalismo y del poder y otra, eventualmente, el voto por una lista que defienda, total o parcialmente, lo que una piensa.

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