Pablo Gonzalez

Pasarelas sobre la gran zanja iraquí

Falah Saleh era un crío cuando un hilo de petróleo empezó a brotar del patio de su casa en Kirkuk: 
«Un día nos levantamos y había un charco de fango negro justo a la entrada. 
Mi padre se encargó de limpiarlo y nos pidió que no se lo dijéramos a nadie», recuerda. 
La discreción de los Saleh no buscaba tanto el lucro inmediato como preservar lo poco que tanto les había costado conseguir.

«Si el Gobierno se llega a enterar nos habrían desahuciado y trasladado a otro barrio», añade este kurdo de 38 años. 
«Era mejor así».

La anécdota ejemplifica el drama de miles de familias desplazadas a causa de la riqueza bajo sus pies. 
Era el precio a pagar por hundir cimientos sobre una de las mayores reservas de petróleo de Oriente Medio.

En los años 70 y 80, Saddam Hussein ofrecía 10.000 dinares y un terreno para construir su casa en Kirkuk a familias árabes del sur del país. 
Pero acomodarlas pasaba por desarraigar a kurdos y turcomanos locales.

Entrado el siglo XXI, es la misma Kirkuk la que queda «desplazada» o, mejor dicho, encallada en un limbo legal entre Bagdad y Erbil -la capital de la Región Autónoma Kurda-. 
Si Kirkuk había de integrarse en la Región Autónoma Kurda, permanecer bajo control de Bagdad o constituirse en una nueva región autónoma debía decidirse en un referéndum programado para 2007. 
Pero la no aplicación del artículo 140 -restablecer la composición demográfica de las zonas en disputa para poder hacer un censo y posteriormente un referéndum- hace que la consulta se posponga ad eternam.

La espera se hace demasiado larga: Erbil mueve ficha desplazando sus peshmerga -soldados kurdos- al norte y este de Kirkuk mientras Bagdad hace lo propio apuntalando el suroeste con la Unidad Tigris, un contingente militar formado exclusivamente por árabes chiítas. 
«No tenemos otra opción porque no se respetan los acuerdos constitucionales», explica Khaled Shwani, parlamentario kurdo por Kirkuk en Bagdad.
 «Se están dando 20.000 dólares a las familias árabes para que vuelvan a su lugar de origen.
 Muchos han cogido el dinero pero siguen aquí», denuncia desde su residencia en Kirkuk.

«No obstante, algunos de los principales responsables de todo esto son los árabes suníes de Hawiya -al sureste de Kirkuk-. 
Están haciendo lo imposible para que los chiítas no vuelvan a sus localidades al sur de Irak».

Shwani no disimula su desencanto ante el complejo statu quo en su ciudad natal: Kirkuk no es más que el pozo negro en el que se refleja hoy Irak; no hay acuerdo político, ni diálogo, ni confianza entre las distintas comunidades», sentencia tajante.

Solución «a la sudanesa»

A la endémica tensión en las zonas en disputa como Mosul o Kirkuk se le suman las manifestaciones en las regiones suníes de Anbar, Saladino y Nínive. 
Si bien las protestas en Kirkuk son mucho más modestas dada su heterogénea población, ello no ha impedido que el coordinador local de los comités de protestas, Bunyan al-Ubeidy, fuera asesinado a tiros frente a su casa el pasado 9 de marzo

«Es nuestro primer mártir en esta nueva etapa de revueltas», lamenta Ahmed al-Ubeidy, miembro de la misma tribu que el asesinado y portavoz del Proyecto Común Árabe, la principal coalición política que engloba a 24 organizaciones árabes de Kirkuk.

El activista árabe niega el carácter sectario del grupo subrayando la participación de árabes «tanto suníes como chíes». 
En cuanto a la salida más deseable para Kirkuk, Ubeidy propone una solución «a la sudanesa», en referencia al distrito de Abyei, ese territorio desmilitarizado entre Sudán y Sudán del Sur que cuenta con un estatus especial.

«La propuesta que ya trasladamos a la UNAMI -Misión de la ONU en Irak- es la de una región «colchón» entre Erbil y Bagdad gobernada a través de cuotas de representación en el Gobierno local: 32% para árabes, kurdos y turcomanos y 4% para cristianos», explica Ubeidy. 
«El artículo 140 caducó en 2007, por lo que hacen falta nuevas propuestas», añade, a la vez que tacha de «ilegales» tanto el despliegue de los soldados kurdos en la zona como el de la Unidad Tigris. 
«Maliki ha desplegado esa unidad con la excusa de garantizar nuestra seguridad pero su único objetivo es proteger su régimen en caso de que la crisis sectaria se agudice», afirma.

El modelo turco

Docenas, centenares de banderas de color azul turquesa en farolas y balcones desafían al hegemónico gris para recordarnos que los turcomanos son mayoría en el barrio de Tarik Bagdad. En Kirkuk, son decenas de miles los descendientes de aquellos comerciantes otomanos diseminados a lo largo de la de la Ruta de la Seda. 
Su número en el Irak post-Saddam se calcula en torno al medio millón y el último censo realizado en Kirkuk (por los ingleses en 1957) los situaba como el segundo grupo étnico de la ciudad tras los kurdos.

Arshad al-Salihi, líder del Frente Turcomano -la principal coalición de esta minoría- y único parlamentario en Bagdad de este pueblo, recibe a GARA en su oficina: 
«Los turcomanos hemos sufrido tanto las campañas de arabización de Saddam como las de kurdificación a manos de Erbil.
 Los habitantes de la ciudadela de Kirkuk siempre han sido turcomanos mientras que los kurdos llegaron de las aldeas circundantes», asegura tajante Salehi, para quien Turquía constituye «un modelo democrático para todo Oriente Medio».

Sin embargo, la apuesta de Salehi para Kirkuk nada tiene que ver con el modelo del vecino del norte: Kirkuk, Bagdad, Ramadi... todos estos distritos deberían de funcionar como pequeños estados dentro de un Irak descentralizado. 
Es la fórmula que más se ajusta a la compleja diversidad del país».

Antes de despedirse, Salehi reconoce conversaciones en torno a una hipotética integración de Kirkuk en el KRG. Las condiciones son claras:
 «Ha de haber turcomanos ocupando puestos de alta responsabilidad y se nos han de devolver los territorios usurpados».

Un lugar en el Edén

Tras la literalmente diezmada comunidad mandea de Irak -nueve de cada diez han muerto o huido desde 2003-, la cristiana ha sido la que más ha sufrido durante la última década en Irak. Imad Yokhana Yago, diputado en Bagdad por el Movimiento Democrático Asirio, lamenta el «genocidio a manos de islamistas» y la «huida en masa» de su pueblo. 
Preguntado por la particular pero aun por definir idiosincrasia de Kirkuk, Yago se muestra más conciliador:
 «No veo necesidad de dividir el país ni de poner barreras entre nosotros. 
Podemos vivir juntos como lo hemos hecho durante siglos», apunta el diputado. 
No obstante, incluso Yago se atreve a soñar con un proyecto a la medida de su menguante comunidad. 
Tras el brutal atentado suicida que se cobró la vida de 50 cristianos en Bagdad en octubre de 2010, estos reclamaron una región autónoma en las llanuras de la vecina región de Nínive. 
Se trata del lugar en el que la Biblia sitúa el Jardín del Edén pero que hoy también es zona en litigio entre kurdos y árabes. 
Es un proyecto controvertido y muchos cristianos orientales han denunciado que dicha región podría convertirse en un «guetto».

«Una región autónoma cristiana nos protegería y haría las veces de `zona de amortiguación' entre kurdos y árabes», apunta Yago.
 «Tenemos miedo. 
Y no solo los cristianos, todos los iraquíes».

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