En la noche del 25 de abril de 1963, un avión bimotor procedente de Estados Unidos voló a baja altura sobre la refinería Ñico López, entonces la más grande de Cuba, situada en el municipio habanero de Regla, y lanzó una bomba de cien libras y varias latas de material inflamable tipo napalm que afortunadamente no hicieron explosión, y de inmediato la nave aérea tomó rumbo Norte.
Posteriormente las agencias cablegráficas norteamericanas difundieron la información de que un ciudadano nombrado Alexander Rorke había declarado ante periodistas en la ciudad de Washington, horas después de ocurrido el hecho, que él, junto a otro ciudadano norteamericano no identificado, se encontraba en el avión que había bombardeado la refinería y que el propósito era hacer estallar el combustible almacenado.
La nota oficial publicada en el periódico cubano Revolución el 27 de abril denunciaba: “la circunstancia de que los hechos criminales ocurridos se hubieran realizado por un avión que partió de Estados Unidos y regresara al mismo con absoluta impunidad y con posterior anuncio publicado en la propia capital norteamericana de uno de los tripulantes de dicho avión, sin que hasta el momento se haya producido actuación alguna de las autoridades norteamericanas, demuestra que el Gobierno de los Estados Unidos no puede evadir su corresponsabilidad en estos hechos que, de haber tenido éxito, habrían ocasionado víctimas civiles”.
Muchos hechos similares a este se repitieron en Cuba después con igual corresponsabilidad por parte del gobierno de Estados Unidos. Jamás actuaron ni condenaron tales actos terroristas.
GRANMA