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El experimento de EE.UU. con seres humanos en Islas Marshal



Un primer vistazo a las Islas Marshall nos remite directamente al paraíso. 
Este archipiélago del Pacífico cuenta con agradables climas, mares tibios de azules espléndidos, gente amable y sonriente y una historia de pruebas nucleares llevadas a cabo por el gobierno estadounidense desde los años cincuentas que afectaron severamente a los pobladoresoriginales del lugar. 
El polémico caso es presentado por el realizador estadounidense Adam Jonas Horowitz (productor, director, guionista, camarógrafo y editor del filme) en el documental Nuclear Savage, ganador del Premio del Público en la cuarta edición del Festival Internacional de Cine y Medio Ambiente en México Cinema Planeta.

Los testimonios y documentos son contundentes: Estados Unidos condujo un programa de experimentación en seres humanos, denominado Proyecto 4.1 para estudiar los efectos de la radiación en seres “salvajes, pero ciertamente más parecidos a nosotros que los ratones”, como lo describe una película informativa de los años cincuenta.

Estas personas habrían sido expuestas a la explosión de una bomba de hidrógeno, cuyo nombre clave era “Bravo”, mil veces más destructiva que las detonadas en Hiroshima o Nagasaki.
 Lo más grave, que las quemaduras, las malformaciones genéticas, las enfermedades que cobran vidas entre los pobladores y la miseria en la que se ven sumidos al ser refugiados en su propio país, fueron completamente intencionales y premeditadas. 
La película hace ver, además, que el gobierno estadounidense no está dispuesto a asumir la responsabilidad de haber causado un daño tan severo en la población del atolón de Rongelap.

De reciente estreno (sólo hace cuatro meses desde su primera exhibición), Nuclear Savage ha encontrado una fuerte oposición a que se exhiba en su país de origen. 
“Ha sido difícil que la proyecten”, declaró Horowitz. El cineasta lo achaca al miedo que tienen los estadounidenses de criticar a su gobierno, o el hecho de que los medios de comunicación masiva los “atontan”. 
Por fortuna, y gracias a Cinema Planeta, la película se mostrará en el Lincoln Center de Nueva York, en mayo.

El director, que por primera vez visita México de manera no turística, se confiesa sorprendido por el interés que demuestra la gente en la película. 
“Yo soy un gringo, y la historia habla de lo que hizo Estados Unidos en otro país, las Islas Marshall”, sin embargo, lo que se revela como una inspiración para él es el hecho de que la historia cruza fronteras. 
“Toca al Ser Humano, sin importar lengua o cultura.” 
Y esto se traduce en una verdadera inspiración para seguirla exhibiendo, un “buen descubrimiento”.

Hacer películas, a pesar de las apariencias, es calificado por Horiwitz como pesado y solitario. Involucra muchas horas frente a una computadora, editanto. 
Pero notar el entusiasmo e interés de la gente, percibir su deseo de conocer más sobre el tema, responder a sus preguntas, resulta una buena recompensa. Sumado a esto, conocer a la gente de Rongelap, ver su valor, y la lucha que siguen conduciendo, le dio fuerza al realizador para contar la historia. 
Los temas dan miedo, pero, según el balance final que él mismo lleva a cabo, todo ha sido una “maravillosa experiencia”.

Tristemente, el tema ha sido dejado de lado en la presente administración. Sin embargo, se espera que la presencia de la película en Festivales de Francia, Italia y México cause una necesaria resonancia.

“Siempre he estado interesado en los Derechos Humanos, el medio ambiente, asuntos relacionados con la supervivencia”, responde Horowitz al preguntarle si seguirá abordando este tipo de temas en sus películas. 
“Es nuestro trabajo, de todos nosotros, hacer estas películas.” 
En estos filmes de justicia “ya no es cuestión de que unos sean ambientalistas y los otros no, es trabajo de todos”, redondea el cineasta.
 (Tomado de Fusión 14)

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