Pablo Gonzalez

Niños en Afganistán, entre la miseria y el trabajo forzado

http://www.prensa-latina.cu/images/stories/Fotos/2011/noviembre/07/ninna-afgana.jpg(PL) Los menores de Afganistán emergen como las víctimas por excelencia del hambre, las enfermedades, el analfabetismo y el trabajo forzado imperante en un país expuesto a la guerra y sus nefastas consecuencias.

  El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) estima que al menos el 30 por ciento de los niños de Afganistán, con edades entre cinco y 14 años, realizan algún tipo de labor.

La situación ya era mala para la infancia afgana antes de que comenzaran los bombardeos de Estados Unidos y Reino Unido desde hace una década pero ahora es peor, declaró a la prensa Eric Laroche, representante de Unicef en el país.

Como la mayoría de los niños están desnutridos y carecen de abrigo adecuado, Unicef considera que 100 mil de ellos morirán este invierno de neumonía, diarrea y otras enfermedades.

Laroche puntualizó que menos del cinco por ciento de todos los niños de Afganistán asisten a la escuela, cifra reveladora del colapso del sistema educativo en una nación devastada por los conflictos bélicos; de hecho, una generación entera de menores afganos crece sin educación, aseveró, y las niñas son las más afectadas.

Para empeorar tal situación, se ha recrudecido el reclutamiento y la movilización de pequeños con fines de guerra.

En diversos testimonios publicados abundan ejemplos como los de Yasin, uno de los casi dos millones de infantes obligados a trabajar para sostener a su familia, generalmente como única fuente de ingresos del hogar.

El menor de 11 años friega automóviles en un comercio capitalino, en el cual consigue 20 afganis (menos de medio dólar) diarios.

También se muestra el caso de Rokay, de 13 años, quien cada día se desplaza de su casa, en el norte de Kabul, la capital, a la céntrica calle de Shar-e-Nao, para vender huevos cocidos a siete afganis (15 centavos de dólar).

La capital está plagada de niños que trabajan en la calle y en negocios de toda naturaleza -desde comercios hasta talleres de reparación de coches y de la industria metalúrgica-, fenómeno motivado por una crisis económica y social acentuada por la guerra.

Con una renta per capita de 800 dólares, el 42 por ciento de los 30 millones de afganos vive por debajo del límite de la pobreza.

La alta tasa tiene su origen en factores estructurales pero la sucesión de conflictos armados sufridos en el país durante los últimos años la ha aumentado por traer un desequilibrio de género que choca contra los usos y costumbres locales.

Miles de hombres han muerto o arrastran secuelas graves por las heridas en combate, y aunque la caída del régimen talibán desde hace una década forzó cambios legales respecto a la situación de la mujer, en muchas provincias no se acepta culturalmente el trabajo femenino.

En caso de que el marido muera o quede incapacitado, el núcleo familiar pasa a depender de los otros varones de la casa, independientemente de su edad, por lo que a menudo son los niños quienes se convierten en el nuevo cabeza de familia.

Grupos humanitarios y de derechos humanos dicen que las leyes en materia de trabajo infantil son regularmente desobedecidas. 

Si bien los menores de edad pueden trabajar legalmente hasta 35 horas por semana desde los 14 años, no se les permite realizar labores peligrosas.

Afganistán es uno de los países más pobres del mundo, donde los niños representan la mitad de la población, un cuarto de los pequeños muere antes de los cinco años y la expectativa de vida promedio es de 44.

En recientes declaraciones a la prensa, el viceministro afgano de Trabajo y Asuntos Sociales, Waselnur Mohmand, mencionó iniciativas como la apertura de una oficina para asistir a esos infantes, con ayuda financiera europea.

El funcionario dijo que el Gobierno ha emprendido un proyecto llamado Red de Acción de Protección de la Infancia (CPAN por sus siglas en inglés), el cual asegura que ya presta cuidados a los menores en 28 de las 34 provincias del país.

Pero es improbable, sin embargo, que esos planes lleguen a tiempo para Yasin y Rokay, a quienes el trabajo diario aún les permite soñar.

El primero quiere ser militar, pero el segundo apunta más alto cuando se le pregunta qué desearía ser de mayor: "Quiero ser presidente de Afganistán".

*Periodista de la Redacción Asia de Prensa Latina.

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