
Obama y Lobo-Sosa en Washington. |
MARK WEISBROT / The Guardian / CounterPunch / Rebelión –
Imaginad que un activista opositor fuera asesinado a plena luz del día
en Argentina, Bolivia, Ecuador o Venezuela por pistoleros enmascarados, o
secuestrado y asesinado por guardias armados de un conocidísimo
partidario del gobierno.
Sería una noticia de primera plana en el New York Times y en todas
las noticias de la televisión. El Departamento de Estado de EE.UU.
emitiría una enérgica declaración sobre graves abusos de los derechos
humanos. Si algo semejante sucediera.
Ahora imaginad que 59 asesinatos políticos de este tipo hubieran
tenido lugar hasta ahora durante este año, y 61 el año pasado.
Mucho
antes de que la cantidad de víctimas llegara a este nivel, se habría
convertido en un importante tema de política exterior para EE.UU., y
Washington exigiría sanciones internacionales.
Pero estamos hablando de Honduras, no de Bolivia o Venezuela. Por lo
tanto cuando el presidente Porfirio Lobo de Honduras fue a Washington el
mes pasado, el presidente Obama lo saludó calurosamente y dijo:
“Hace dos años, vimos un golpe en Honduras que amenazó con apartar al
país de la democracia, y en parte por la presión de la comunidad
internacional, pero también por el fuerte compromiso con la democracia y
el liderazgo del presidente Lobo, lo que vemos es una restauración de
las prácticas democráticas y un compromiso con la reconciliación que nos
da muchas esperanzas”.
Evidentemente, el presidente Obama incluso se negó a reunirse con el
presidente democráticamente elegido que fue derrocado por el golpe
mencionado, a pesar de que ese presidente fue tres veces a Washington en
busca de ayuda después del golpe.
Era Mel Zelaya, el presidente de
centro-izquierda que fue derrocado por los militares y sectores
conservadores en Honduras después de instituir una serie de reformas por
las que había votado la gente, como el aumento del salario mínimo y
leyes de impulso de la reforma agraria.
Pero lo que más enfureció a Washington fue la cercanía de Zelaya con
los gobiernos izquierdistas de Suramérica, incluida Venezuela.
No estaba
más cercano de Venezuela que Brasil o Argentina, pero fue un crimen de
oportunidad. Por lo tanto cuando los militares hondureños derrocaron a
Zelaya en junio de 2009, el gobierno de Obama hizo todo lo posible
durante los seis meses siguientes para asegurarse de que el golpe
tuviera éxito.
La “presión de la comunidad internacional” a la que se refirió Obama
en la declaración mencionada provino de otros países, especialmente de
los gobiernos de izquierdas de Suramérica. EE.UU. estaba al otro lado,
luchando –finalmente con éxito– a fin de legitimar el gobierno golpista
mediante una “elección” que el resto del hemisferio se negó a reconocer.
En mayo de este año Zelaya declaró en público lo que ya habíamos
adivinado la mayoría de los que seguimos de cerca los acontecimientos:
que Washington estuvo tras el golpe y ayudó a que se perpetrara.
Aunque
es probable que nadie se tome la molestia de investigar el papel de
EE.UU. en el golpe, es algo bastante plausible en vista de la abrumadora
evidencia circunstancial.
Porfirio Lobo asumió el poder en enero de 2010, pero la mayoría del
hemisferio se negó a reconocer su gobierno porque su elección tuvo lugar
mediante graves violaciones de los derechos humanos.
En mayo de 2011 se
llegó finalmente a un acuerdo en Cartagena, Colombia, que permitió que
Honduras volviera a la Organización de Estados Americanos.
Pero el
gobierno de Lobo no ha cumplido su parte de los acuerdos de Cartagena,
que incluían garantías para los derechos humanos de la oposición
política.
A continuación menciono dos de las docenas de asesinatos políticos
que han ocurrido durante la presidencia de Lobo, tal como las recopiló
la Red de Liderazgo Religioso de Chicago sobre Latinoamérica (CRLN, por
sus siglas en inglés):
“Pedro Salgado, vicepresidente del Movimiento Unificado Campesino del
Aguán (MUCA) fue eliminado a tiros y luego decapitado aproximadamente a
las 8 de la noche en su casa de la empresa cooperativa La Concepción.
Su esposa, Reina Irene Mejía, también fue asesinada a tiros al mismo
tiempo.
Pedro sufrió un intento de asesinato en diciembre de 2010…
Salgado, como los presidentes de todas las cooperativas que reivindican
derechos a tierras utilizadas por los empresarios del aceite de palma
africana en el Aguán, había sido objeto de constantes amenazas de muerte
desde principios de 2011”.
El coraje de estos activistas y organizadores frente a semejante
violencia y horrible represión es asombroso. Muchos de los asesinatos
del año pasado ocurrieron en el Valle Aguán en el Noreste, donde
pequeños agricultores luchan por derechos a la tierra contra uno de los
terratenientes más ricos de Honduras, Miguel Facussé.
Produce biocombustibles en esta región en tierras en disputa. Está
cercano a EE.UU. y fue un importante apoyo del golpe de 2009 contra
Zelaya.
Sus fuerzas privadas de seguridad, junto con policías y
militares respaldados por EE.UU., son responsables de la violencia
política en la región.
La ayuda de EE.UU. a los militares hondureños ha
aumentado desde el golpe.
Recientes cables diplomáticos de EE.UU. publicados por WikiLeaks
muestran que los funcionarios estadounidenses han sabido desde 2004 que
Facussé también ha traficado con grandes cantidades de cocaína.
Dana
Frank, profesor de la Universidad de Santa Cruz, experto en Honduras, lo
resumió para The Nation el mes pasado: “Fondos y entrenamiento de la
‘guerra contra la droga’ de EE.UU., en otras palabras, se están
utilizando para apoyar la guerra de un conocido narcotraficante contra
los campesinos”.
La militarización de la guerra contra la droga en la región también
impulsa a Honduras por el mismo peligroso camino de México, un país que
ya tiene una de las más altas tasas de asesinatos del mundo. The New
York Times informa de que un 84% de la cocaína que llega a EE.UU. cruza
ahora por Centroamérica, en comparación con un 23% en 2006, cuando
Calderón llegó a la presidencia en México y lanzó su guerra contra la
droga. The Times también señala que “los funcionarios estadounidenses
dicen que el golpe de 2009 abrió la puerta a los cárteles [de la droga]”
en Honduras.
Cuando voté por Barack Obama en 2008 nunca imaginé que su legado en
Centroamérica sería el retorno del gobierno de los escuadrones de la
muerte, del tipo que Ronald Reagan apoyó tan vigorosamente en los años
ochenta. Pero parece ser el caso en Honduras.
El gobierno ha ignorado hasta ahora la presión de los miembros
demócratas del Congreso para que se respeten los derechos humanos en
Honduras.
Esos esfuerzos continuarán, pero Honduras necesita ayuda del
Sur. Suramérica fue la que encabezó los esfuerzos para revertir el golpe
de 2009. Aunque Washington terminó por derrotarlos, no puede abandonar a
Honduras mientras gente que no es diferente de sus amigos y partidarios
en sus países son asesinados por un gobierno respaldado por EE.UU.
Mark Weisbrot es economista y codirector del Centro de
Investigación Económica y Política. Es coautor, con Dean Baker de Social
Security: the Phony Crisis.
Este artículo apareció originalmente en The Guardian.
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