Segundo, semejante actuación extraería
dinero para el gobierno que de otra manera se invertiría en producción y
por lo tanto crearía empleo.
Ni la lógica ni la evidencia apoyan
una u otra afirmación.
La acusación de guerra de clases es
particularmente burda. Basta con considerar los siguientes dos hechos:
Primero, a finales de la segunda guerra mundial, por cada dólar obtenido
por Washington de impuestos a individuos, obtenía 1,50 dólares en
impuestos sobre beneficios empresariales.
Actualmente, esa ratio es muy
diferente: por cada dólar que Washington obtiene en impuestos a
individuos, recibe 25 centavos en impuestos a los negocios. En breve, el
último medio siglo ha visto una transferencia masiva del peso de la
tributación federal de las empresas a los individuos.
Segundo,
durante esos 50 años, el cambio real que ocurrió fue lo contrario del
mucho más modesto cambio de dirección propuesto esta semana por el
presidente Obama; durante el mismo período, la tasa federal sobre la
renta de los individuos más acaudalados cayó de un 91% al actual 35%.
No
obstante, republicanos y conservadores utilizan el término “guerra de
clases” para lo que propone Obama, y nunca para lo que las últimas dos
décadas han significado en la transferencia del peso de los impuestos de
los ricos y las corporaciones a la clase trabajadora.
La
estructura tributaria impuesta por Washington a EE.UU. durante el último
medio siglo representa una masiva doble transferencia del peso de la
tributación: de las corporaciones a los individuos y de los individuos
más ricos a todos los demás.
Si el debate nacional quiere seriamente
utilizar un término como “guerra de clases” para describir las políticas
tributarias de Washington, la realidad es que los que han ganado en la
guerra de clases han sido las corporaciones y los ricos.
Los perdedores
–el resto de nosotros– quieren ahora reducir modestamente sus pérdidas
mediante pequeños aumentos de impuestos a los superricos (pero no, o
todavía no, a las corporaciones).
Referirse a este esfuerzo como
si hubiera introducido repentinamente la guerra de clases en la política
de EE.UU. es deshonesto o se basa en la ignorancia de lo que han sido
realmente las políticas tributarias federales. O tal vez, para los
conservadores, es una mezcla conveniente de ambos factores.
Gran
parte del mismo análisis se aplica a las afirmaciones republicanas de
que los gravámenes a las corporaciones y a la gente acaudalada saca
dinero que de otra manera se habría invertido en el crecimiento de los
negocios y por lo tanto en la creación de empleo.
No se distribuye a
nadie más y por lo tanto tampoco se gasta en bienes de consumo. Gravar
una porción de ese dinero para financiar el estímulo de la economía por
parte de Washington gastando ese dinero –o aún mejor, para contratar y
remunerar a los desocupados– sería un medio mucho más efectivo de
proveer puestos de trabajo que dejándolo acumulado en los cofres de las
corporaciones.
El mes pasado, Warren Buffett molestó a muchos de
sus “amigos mega-ricos” con lo que declaró categóricamente en un
artículo de opinión en el New York Times.
Dejó claro que nunca ha
encontrado a ningún inversionista serio que decidiera invertir o no
básándose en las tasas de los impuestos. Siempre fue la perspectiva de
beneficios la que representaba la diferencia.
Luego instó a los
estadounidenses a aumentar los impuestos a los ricos como él.
También
dio a entender –sin mucha sutileza– que comenzaba a ser políticamente
peligroso para la supervivencia de todo el sistema económico seguir
teniendo una minoría de gente extremadamente rica que paga impuestos
federales a tasas más bajas que la mayoría de ingresos medianos y bajos.
La ironía final de habladurías sobre la guerra de clases es la
siguiente: las voces republicanas y conservadoras que se oponen a todos
los aumentos de impuestos a los ricos provocan al hacerlo una renovación
de la conciencia de clases en EE.UU., como insinuó Buffett y advirtió
de modo más explícito la semana pasada el alcalde de Nueva York, Michael
Bloomberg. Entonces, Washington podría aprender lo que significa
realmente la guerra de clases.
Richard D Wolff es
profesor emérito de economía de la Universidad de Massachusetts,
Amherst, donde enseñó economía de 1973 a 2008. Actualmente es profesor
visitante en el programa de posgrado de asuntos internacional de la
Universidad New School, New York City. Richard también da clases
regularmente en el Foro Brecht, en Manhattan. Su libro más reciente es: Capitalism Hits the Fan: The Global Economic Meltdown and What to Do About It (2009). Un archivo completo de la obra de Richard, incluidos vídeos y podcasts, se encuentra en su sitio web.
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