

(El crecimiento de China no es nuestra muerte), el
Vicepresidente descartaba las preocupaciones de sus compatriotas por el
extraordinario desarrollo de China, y exponía las razones por las qué
piensa de forma distinta y apuesta por relaciones normales.
Sin
embargo, Stephen Glain, afamado periodista y escritor norteamericano
con 25 años de experiencia como corresponsal de varios medios de EE.UU.
en Asia y Medio Oriente valora que con “la reducción de los compromisos
en Irak y Afganistán -sus objetivos declarados en Asia-, Washington no
busca tanto retirar las fuerzas del Golfo Pérsico como prepararse para
una guerra perspectiva contra China”.
En un
artículo publicado a mediados de agosto con título The Pentagon's new
China War Plan (El nuevo plan de guerra con China del Pentágono), Glain
cita fuentes especializadas en temas de la defensa que afirman que el
Pentágono busca adaptar el concepto de Batalla Aire-Mar a un
enfrentamiento con China.
La publicación
“Dentro del Pentágono” había dado a conocer antes que un reducido grupo
de oficiales de Marina de EE.UU. conocido como el “China Integration
Team” estaba adaptando las tácticas de la Batalla Aire Mar a un
conflicto potencial con China.
La batalla Aire
Mar, desarrollada en los años 90 y codificada en un memorándum
clasificado en 2009, es una fórmula para adaptar el poder militar
estadounidense a las exigencias de una potencial respuesta a las
“amenazas en el Pacífico Occidental y el Golfo Pérsico” (forma
codificada de aludir a China e Irán). Complementa la Guía para la
planificación de la Defensa de 1992, una especie de libro blanco del
Gobierno llamado a impedir el surgimiento de cualquier "competidor del
mismo nivel" que pudiera desafiar el dominio global estadounidense.
Esta
Guía constituye un mandamiento del Pentágono para el control de lo que
los planificadores de la defensa llaman "global commons", eufemismo que
identifica las arterias del comercio internacional: vías marítimas,
puentes en tierra y corredores aéreos.
Para
Washington, si una potencia extranjera le disputa el dominio sobre estos
“global commons” es como si le declarase la guerra y, según criterio
del Pentágono, exactamente eso es lo que China está haciendo en el mar
de China meridional.
En este espíritu, el
General Jim Amos, comandante general del Cuerpo de Marines desde octubre
de 2010, declaró a fines de mayo que las guerras en el Golfo Pérsico
estaban negando a Washington los recursos que necesita para enfrentar a
una China cada vez más agresiva.
Este
afirmación convirtió al General Amos en el primer líder militar de
EE.UU. que se refiriera públicamente a los planes de su servicio para
después de la retirada de Afganistán.
La
movilización estadounidense en Asia que responde a un estudio realizado
en la primavera de 2001 por el Pentágono bajo el nombre de “Asia 2015”
que identifica a China como competidor persistente de EE.UU. inclinado
al aventurerismo militar en el exterior.
Tres
años después de este estudio, el gobierno de EEUU hizo público un plan
llamado a crear una cadena de bases en Asia Central y en el Medio
Oriente, maniobra evidente de contención dirigida a Beijing como lo fue
también el acuerdo de cooperación en energía nuclear con India suscrito
en 2008.
Se conoce que el Pentágono desarrolla
hace varios años planes para convertir a Guam en su centro principal en
el Pacífico, iniciativa tan vasta que John Pike, uno de los principales
expertos occidentales en políticas de defensa, espaciales y de
inteligencia, director de la organización Global Security que él mismo
fundó en 2000, ha especulado que Washington se propone “dirigir el
planeta desde Guam y Diego García a partir de 2015”.
A
diferencia de los aliados de Estados Unidos en Asia y Europa, dice
Glain, China no es propensa a compartir obligaciones de seguridad
nacional con una potencia extranjera, mucho menos en el mar de China
meridional, donde Beijing no identifica a Washington como socio
estratégico, sino como amenaza directa.
Glain
cita tensas situaciones en las relaciones bilaterales en las que Estados
Unidos, lejos de contribuir con una diplomacia discreta a la solución
de los asuntos, adopta posiciones extremas.
Hay
que esperar que haya en Washington sensatez suficiente para comprender
que su mayor acreedor, China, no es un país del tercer mundo como tantos
que, desde que concluyó la Guerra Fría, Estados Unidos y la OTAN han
bombardeado y ocupado casi con impunidad.