Pablo Gonzalez

La crisis de los asnos o cómo contar la crisis del capitalismo a aquellos que no saben nada del mercado

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Un hombre con corbata apareció un día en un pueblo. 

Iba montado en un buga y gritó a quien quisiera escucharlo que iba a comprar por 100 euros en efectivo todos los burros que le trajesen. 

A los campesinos les pareció algo extraño, pero el precio era muy interesante y los que hacían la venta iban con la cartera bien llena, con regocijo.

Regresó al día siguiente y esta vez ofreció 150 euros por cabeza, de modo que los que se habían mostrado reticentes la primera vez acudieron a vender sus burros. 

Al día siguiente, les ofreció 300 euros, de modo que se vendieron todos los asnos del pueblo. 

Cuando no quedó ni uno solo anunció que volvería dentro de una semana a comprarlos por 500 euros, y se fue del pueblo.

Al día siguiente, confió a su socio el rebaño que acababa de comprar y le envió al pueblo, con órdenes de que vendiese cada burro por 400 euros.

Ante la posibilidad de obtener un beneficio de 100 euros la semana siguiente, todos los habitantes del pueblo los adquirieron con rapidez, por un precio cuatro veces superior a como los habían vendido y para ello tuvieron que pedir incluso préstamos.

Como era de esperar, los dos hombres de negocios mandaron sus dineros a un paraíso fiscal y todos los aldeanos se quedaron con los burros y con una deuda que no podían pagar, arruinados.

Los infortunados trataron sin éxito de vender los burros para pagar los préstamos. 

Los burros fueron embargados. 

Los animales fueron a parar a manos del banquero y alquilados a sus anteriores propietarios. 

Éste se fue a llorar ante el alcalde, explicando que no podía conseguir el dinero prestado, que se iba a arruinar y que se debía exigir el reembolso inmediato de todos los préstamos que había hecho.

Para evitar el desastre, el alcalde, en lugar de dar el dinero a los aldeanos para pagar sus deudas, se lo dio al banquero, que era su amigo íntimo y diputado, por cierto.

Después de que le entregaron el dinero no significó que las deudas de los campesinos estuviesen saldadas, ni las del municipio, y todos seguían con el pago pendiente de las deudas contraídas.

Viendo el municipio que estaba con el agua hasta el cuello y viendo que se degradaban las tasas de interés, el pueblo pidió ayuda a las comunidades vecinas, pero contestaron que no les podían ayudar, ya que por allí también había pasado el comerciante de asnos.

Siguiendo los consejos desinteresados de la banca, se tomó la decisión de recortar el gasto: menos dinero para las escuelas, menos para programas sociales, construcción de carreteras, menos policías… 

Se subió la edad de jubilación, se suprimieron empleados públicos, se bajaron los salarios y se incrementaron los impuestos. 

Se dice que es algo inevitable, pero se promete enmendar el escandaloso comercio de los burros.

Esta triste historia adquiere sentido completo, dado que la banca y los dos ladrones eran hermanos y vivían juntos en un isla de las Bermudas, viviendo con el sudor de su frente. 

Nosotros a esto lo llamamos hermanos Mercado.

Muy generosamente se comprometieron a financiar la campaña electoral del alcalde saliente.

Esta historia todavía no ha terminado porque no se sabe lo que harán los campesinos.

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