El mito del catolicismo progresista

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Euskal Herria: Otegi en la cárcel: Bildu, el camino

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Arnaldo Otegi.

No interesan los argumentos políticos -porque no son jurídicos- de la juez Murillo y de sus acompañantes, pues ya sabemos que esta señora tiene algún que otro desliz con la bebida. 

Pero esto que puede parecer un argumento "ad personam", no lo es, pero es impresentable que alguien se presente en el andamio en condiciones nada recomendables.

El albañil se cae, la juez dicta sentencia.
 
No interesa esa fraseología tabernaria a la que tan acostumbrados nos tiene la juez. 

Ni su escasa capacidad literaria. 

No interesa que se inventen delitos –eso es propio de un Estado Fascista- y que se creen, “ad hoc”, para determinados reos (recordemos las palabras de aquél que fue ministro de Justicia, un tal Aguilar que ahora anda por Europa, “crearemos un delito para que no salga de la cárcel”) una configuración delictiva y unos encajes penales suficientes para mantenerlos en prisión. 

Cuando el Estado Fascista Italiano encarceló a Gramsci, éste no había cometido delito alguno, pero el Duce gritó: “tenemos que impedir que esa mente piense”. 

Y Gramsci escribió una de las obras gloriosas del siglo XX (Los cuadernos de la cárcel).

Ahora, un tribunal que merodea por los jardines del fascismo dicta una sentencia brutal contra personas que no han cometido delito objetivo alguno, subjetivo sí, claro, también los juzgadores, y yo mismo, pues a la postre entrar en ese ámbito de la subjetividad es como entrar en el pensamiento de Dios y sus intenciones. 

Se aplica, dicho queda, el Derecho Penal del Enemigo sin ambages, sin careta, a cara de perro, porque ese Tribunal de Tres con la juez del vino al frente, sabe que corren tiempos a su favor, a favor del fascismo en España, Europa y en las Quimbambas.

Por eso se atreven a tratar a la Justicia como si fuera una ramera.

No interesa nada el texto de la sentencia. 

Es un bodrio jurídico. 

No soporta el menor análisis de un alumno de Penal en cualquier Facultad de Derecho. 

Por eso entrar a diseccionar algo que ya de entrada sabemos que está podre, que parte de suposiciones, de invenciones, de figuraciones y postulados que no tienen el menor soporte factual, es como si quisiéramos saber si ese ángel tiene sexo.

El desprecio y el asco surgen cuando se ven sentencias redactadas de este modo. 

La vergüenza de los colegas en el aparato judicial. 

El rechazo de quien tiene dos dedos de frente. 
 
Otegi y sus compañeros están en la cárcel por delitos inventados. 

Con ello los fascistas que aún hay en la judicatura pretenden que se vuelva al período anterior en que el enfrentamiento era armado, sabiendo que en ese combate siempre ganarían. 

Pretendían la derrota militar y la derrota política. 

No han conseguido ninguna. 

Y para colmo han sido derrotados en el campo político. 

El proyecto –de esto sí que se puede acusar a Otegi y compañero- de desarme político de la extrema derecha españolista en Euskal Herria es un éxito desde el mismo día del encarcelamiento.

Antes de ser detenidos, el proyecto –cuatro horas antes- ya estaba en la calle, también estaba en el Ministerio de la Gobernación (Interior), y la orden fue tajante: “hay que impedir que esa mente piense” (la mente no era un sujeto individual, sino un sujeto colectivo), allá fue la Guardia Civil. 

Han pasado más de 700 días, y aquella “mente” ha sido condenada a decenas de años de prisión. 
 
“Que nadie abandone este camino, porque vamos a ganar”. 

Dicho quedó, “Bildu es el camino”. 

El camino tiene curvas peligrosas, y una de ellas es esta estrambótica sentencia. 

Se puede sentir mucha rabia, mucha indignación, pero quienes están en la cárcel saben que su trabajo es reconocido y valorado por la izquierda de Euskal Herria.

No hay temor a pasar diez o treinta años más detrás del muro, porque el objetivo es vencer a la ultraderecha españolista en el país. 

No quiero yo distraer el asunto principal –la sentencia-, pero hace pocos días el fascismo mostró aquí en Andalucía su cara más negra con la detención de Diego Cañamero, o en Barcelona con la detención de dirigentes sindicales.

Los datos son abrumadores.

No es sólo –aunque es la punta de lanza- el caso de Euskal Herria, es el caso de todo el Estado y de toda Europa.  

No perdamos la perspectiva.

Diez años de cárcel son 3.650 días. 

En ese tiempo quien presidió el tribunal sentenciador estará por razón biológica apartada de todo, y eso siempre será un alivio.

Cuando salgan de la cárcel los condenados, al Estado Español no lo reconocerá ni su madre.

Tiempo al tiempo. Sobre todo porque el camino que no hay que abandonar no se abandonará.


(Un artículo del profesor Manuel F. Trillo).-  

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