EEUU: La Doctrina Trump y el Nuevo Imperialismo MAGA

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El inhumano enfoque norteamericano del trabajo acabará con Obama

 Fue un discurso emotivo. 

El presidente Obama prometió ayudar a los norteamericanos a volver a trabajar. 

El gobierno prestará mayor apoyo a los desempleados y profesores, reconstruirá la decaída infraestructura del país, recortará impuestos tanto a patronos como a empleados y gravará fiscalmente a los superricos. 

Es cosa de los políticos ofrecer esperanzas y yo quería creer en todas y cada una de sus palabras.

Pero ¿podría conseguir sacar el conejo mágico de la chistera?

Durante sus primeros tres años de mandato, Obama descuidó los problemas de los trabajadores norteamericanos, no por mezquindad de espíritu sino porque estaba mal aconsejado. 

Su equipo económico lo dirigía gente centrada en la banca y las finanzas, sobre todo Timothy Geithner y Lawrence Summers; estos consejeros han creído que recuperar la buena fortuna de Wall Street consituía la clave de la creación de empleo…en última instancia. 

La ministra de Trabajo, Hilda Solís, es una excelente funcionaria, pero ha tenido escasa capacidad de influir. Recientemente Obama ha incorporado a gente más experimentada en asuntos laborales, pero tienen que vérselas con males profundamente enraizados en el mundo del empleo.

 La mayoría de los oyentes del presidente son absolutamente conscientes de que hay demasiada gente que anda a la busca de unos empleos demasiado escasos, sobre todo de buenos puestos de trabajo.

No es la recesión lo que ha provocado este hecho tan deprimente.

Durante más de una generación, la prosperidad financiera en Europa, igual que en los Estados Unidos, no ha dependido de una robusta mano de obra nacional; el trabajo que las corporaciones globales necesitan se pude realizar de modo más barato y a menudo mejor en otra parte.

 De nuevo, la revolución digital está haciendo realidad finalmente una vieja pesadilla: que las máquinas pueden reducir la necesidad de trabajo humano. 

Hacia 2006, este "efecto de substitución" afectaba ya a un 7% anual en el sector servicios. 

Y la viabilidad de una carrera al viejo estilo ya estaba finiquitada mucho antes de que la recesión empezara: estar toda una vida al servicio de una empresa es cosa del pasado. 

El resultado de todos estos cambios es que los trabajadores occidentales llevan conociendo la inseguridad y el fantasma de la inutilidad durante mucho tiempo.

 Obama no encaró estos problemas estructurales en su discurso. 

¿Cómo hubiera podido? 

Esta es la dura realidad del capitalismo y los enemigos del presidente llevan acusándole mucho tiempo de ser un socialista disfrazado. 

Por el contrario, Obama se ha descrito correctamente como centrista.

Por esta razón, se enfrenta al mismo dilema de Cameron en clave centrista: ambos tratan de recortar el gobierno a la vez que estimulan la economía. 

Los 447.000 millones de dólares que Obama promete gastar parecen mucho, pero la cantidad que en realidad se pone de inmediato sobre la mesa es mucho menor. 

Los recortes de impuestos están destinados a hacer el trabajo más pesado en la creación de empleo.

 Esas medidas "rentables" no hacen mucho por enfrentarse con las verdaderas dimensiones de los problemas laborales. Invertir en proyectos de construcción supone un notición para el dinero y resulta estupendo para las trabajadores especializados de la construcción. 

Pero tanto en Gran Bretaña como en los EE.UU., el desempleo entre los trabajadores jóvenes no especializados planea en torno al 22% y se requiere mucho dinero y pericia experimentada en recuperación hacerlos competitivos en el mercado de trabajo. 

El número de personas que sufren involuntariamente el subempleo [quienes trabajaban antes a tiempo completo y ahora tienen un solo empleo a tiempo parcial] está hoy en un 14% en ambos países, trabajadores cuya riqueza mengua cuando trabajan menos. 

Necesitan un sostén en su renta, pero esto también exige muchísimo dinero del Estado. 

Y tampoco el Estado ha pensado mucho en como afrontar este callejón sin salida ni se ha dedicado a pensar suficientemente en serio la cuestión de la automatización.

 Norteamérica calcula el desempleo de forma peculiar. Sus estadísticas oficiales no incluyen el subempleo, ni contabilizan a la gente que lleva sin trabajo más de seis meses. 

Por el contrario, se les clasifica como "trabajadores desalentados"; los economistas no gubernamentales estiman su número entre 3 y 5 millones, y desde luego que están desalentados, y sufren crisis familiares, alcoholismo y depresión cuanto más tiempo pasan desempleados. 

El remedio norteamericano para su mal es semejante a la idea que está detrás de la "gran sociedad" en Gran Bretaña: queda para las iglesias, para las asociaciones voluntarias y "la comunidad" resolver las consecuencias personales y familiares del desempleo a largo plazo.

En la práctica, lo que esto quiere decir es que los individuos se ven librados a sus propios medios, puesto que un efecto real de la recesión ha sido empobrecer a muchas de estas instituciones de la sociedad civil. 

Por familiar que les resulte esta cuestión a los británicos, los funcionarios norteamericanos no están más que empezando a caer en la cuenta de que la sociedad civil no es rica. 

 La "relación especial" tiene un giro perverso en el terreno del trabajo: nuestras dos sociedades albergan gran número de empleados vulnerables e inseguros cuyas penurias han afrontado tímidamente los gobiernos centristas. 

Hay soluciones de verdad, no obstante, a las tribulaciones del trabajo.

Se encuentran a lo largo de la costa septentrional europea, en Escandinavia, Alemania y Holanda. 

Estas economías más equilibradas han evitado el capitalismo anglonorteamericano, impulsado por las finanzas, sus gobiernos han protegido a las empresas asentadas, sobre todo a las pequeñas, proporcionando capital para crecer cuando los bancos no lo prestaban. 

Sobre esta base estabilizadora, Noruega y Suecia han llevado a cabo esfuerzos concertados para incluir a los jóvenes en trabajos de iniciación; su desempleo juvenil está en torno al 8%.

Los alemanes dedican grandes recursos a programas de formación juvenil. 

Los holandeses complementan de modo eficaz los salarios de los trabajadores a tiempo parcial.

Las fábricas de la costa del norte de Europa llevan mucho tiempo investigando cómo tratar de modo humano la automatización, y han tratado de muchos modos distintos la deslocalización de puestos de trabajo. 

Puede que la Melancolía Existencial sea inherente al temperamento del norte, pero estos países prósperos han demostrado en la vida práctica y cotidiana que hacen las cosas bien en lo referente al trabajo.

¿Por qué no aprendemos de ellos?

La élite anglonorteamericana despliega una defensa propia de "bestia parda" en contra de actuar como los europeos del norte: en Noruega no tienen la City de Londres, ni hay Apple. 

Lo cual produce una paradoja: nuestras bestias pardas piensan poco sobre el trabajo y sus descontentos. 

Tal ve sea cierto que la economía norteamericana es tan global y compleja que poco puede hacerse por remediar sus males males en casa.

Pero Gran Bretaña tiene un tamaño semejante a Alemania y su ADN cultural es norteeuropeo. 

 Por mucho que admire personalmente a Obama, no pude evitar pensar después de su discurso que se le ha acabado el tiempo.

Aunque es demasiado adulto para prometer a la opinión pública un nirvana al momento, cree que sus reformas tendrán un efecto real durante los catorce meses previos a las elecciones.

Pero si en algo vale el pasado de guía, hacen falta unos tres años para que las medidas de estímulo gubernamentales calen en la economía norteamericana; si las propuestas de obras públicas e impuestos de Obama se pusieran en práctica mañana, sus modestos efectos se dejarían sentir durante el periodo del presidente Perry [Rick Perry, candidato más probable de los republicanos para las presideniales del 2012]. 

Esta demora en el tiempo se mantiene de forma más general: en Gran Bretaña, el decaímiento de las instituciones públicas que provoca hoy la gran sociedad constituirá un problema para el primer ministro Miliband [actual jefe de la oposición laborista].

Para atajar esa herencia maldita, tenemos que empezar a pensar en grande en Gran Bretaña y a actuar de modo contundente en lo que toca al trabajo, como nuestros vecinos del norte. 

 Richard Sennett, uno de los sociólogos contemporáneos más reputados, es profesor de Sociología en la London School of Economics y de Ciencias Sociales en el Massachusetts Institute of Technology.


Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

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