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Antes de su muerte en 2003, mi abuelo –ex oficial de inteligencia en las fuerzas armadas de EE.UU. y veterano del Día-D, Corea, y Vietnam– revivía su belicosa carrera a través de frecuentes recuerdos del pasado. 

Se manifestaban de diversas maneras, como ser mediante su sospecha de que otros habitantes de su vivienda para personas con necesidades especiales utilizaban sus tanques de oxígeno para propósitos comunistas. 

En otros casos, los fundamentos ideológicos para amenazas vislumbradas eran detectables con menos facilidad, y mostraba una preocupación intermitente por complots potenciales fraguados por la Fuerza Aérea Mexicana. 

Otro temor recurrente era que fuera lanzado desde un helicóptero por el ex dictador panameño Manuel Noriega, quien había sido en su encarnación pre-dictatorial un frecuente visitante de mi abuelo en su calidad de director de inteligencia militar bajo Omar Torrijos. 

Mi abuelo había sido director de inteligencia de 1976-1976 del Comando Sur de EE.UU. (SOUTHCOM), que entonces estaba basado en la Zona del Canal de Panamá.

Las visitas tenían lugar frecuentemente en el “Túnel”, el búnker nuclear local estadounidense en Ancon Hill, equipado de numerosas comodidades útiles en caso del Armagedón, como ser aire acondicionado, una iglesia, y una trituradora de papel del tamaño de un todoterreno. 

Aunque algunos lo acusaron de orquestar la muerte de Torrijos en un accidente aéreo, Noriega no era conocido por lanzar a seres humanos desde naves aéreas al agua – una práctica cuyo arte se limitaba generalmente a dictadores respaldados por EE.UU. en el Cono Sur y correspondía al plan de estudios de la Escuela de las Américas dirigida por EE.UU., también ubicada en la Zona del Canal. 

Según mi abuelo, sin embargo, Noriega también se interesaba por técnicas semejantes, aprovechando la conveniente proximidad de la Bahía de Panamá, antes de ser depuesto por la invasión estadounidense de 1989. 

La justicia de Causa Justa

Cuando tuvieron lugar esos encuentros en el Túnel, Noriega ya era un recurso activo establecido de la CIA así como un participante establecido en el narcotráfico internacional.

El conocimiento por el gobierno de esta última distinción desde por lo menos 1972 solo convertía la invasión de 1989, bautizada “Operación Causa Justa”, en tanto más hipócrita. 

Causa Justa fue ordenada por el presidente George H W Bush, es decir el mismo personaje quien, como director de la CIA en 1976, aseguró que continuaran los pagos a Noriega – a pesar de su participación reconocida en actividades repulsivas. 

El nombre de la operación para deponer al repentinamente narco-criminal antidemocrático Noriega –cuya transparente manipulación fraudulenta de elecciones en 1984 había sido aplaudida por el gobierno de EE.UU. – fue por lo tanto tan aplicable a la situación como la etiqueta “Operación Reforestación” sería a un incendio forestal.

La justicia de la causa fue pregonada por la prensa estadounidense, que en boca de Noam Chomsky “satanizó a Noriega, convirtiéndolo en el peor monstruo desde Atila el Huno”. 

Señalando que los abusos de los derechos humanos en Honduras en los años ochenta palidecían en comparación con las políticas terroristas de los gobiernos respaldados por EE.UU. en Guatemala y El Salvador, Chomsky llama la atención al hecho de que el heredero nombrado de Atila había logrado, a pesar de todo, realizar menos atrocidades que el protegido hondureño de la CIA, el escuadrón de la muerte del Batallón 3-16, “por sí solo”. 

‘Fascinado por el poder de fuego’

Tan “justos” como la causa fueron los medios por los cuales fue implementada la Operación Causa Justa. 

Incluyeron el bombardeo tanto del corregimiento pobre de El Chorillo que los conductores de ambulancias se referían al área como “Pequeña Hiroshima” y la difusión de música heavy metal a un volumen intolerable hacia la embajada del Vaticano donde se había refugiado Noriega, en un intento de obligarlo a salir. 

La exorbitancia de la operación fue destacada por nadie sino el general estadounidense Marc Cisneros, quien presentó la siguiente reflexión en honor del décimo aniversario de la invasión en 1999: 

“Pienso que podríamos haberlo hecho con menos tropas y menos destrucción. Lo hicimos parecer como si estuviésemos combatiendo a Goliat… Estamos fascinados por el poder de fuego. Tenemos todos esos nuevos artilugios: misiles guiados por laser y aviones stealth (ocultos), y nos morimos por utilizarlos.” 

En cuanto a las personas que murieron realmente, hasta ahora EE.UU. prefiere redondear los cálculos de 3.000 víctimas civiles de la operación a algunos cientos. 

Tuve la oportunidad de discutir cifras de las víctimas antes este año con un veterano de la Fuerza Aérea de Causa Justa, a quien encontré en una fiesta de cumpleaños en la localidad panameña de Colorado, donde bailaba con una botella de ron en cada mano. 

Gritando por sobre la música, el veterano me informó que él había respetado personalmente los estándares estadounidenses de bombardeo de precisión quirúrgica durante el asunto y había pedido ataques aéreos desde tierra a fin de asegurar que solo mataran a los “malos”. 

Cuando le pregunté cómo era posible, entonces, que miles de civiles no hayan escapado a la aplicación de precisión quirúrgica, el hombre preguntó si yo había oído hablar de la Segunda Guerra Mundial y gritó que 3.000 no era “nada” en comparación con la cantidad de víctimas civiles que se acumuló durante dicho conflicto. 

La misma cantidad fue, sin embargo, promovida rápidamente al estatus de “algo diferente” cuando fue considerada en el contexto de las víctimas del 11 de septiembre. 

En cuanto a paralelos potencialmente inherentes entre situaciones en las cuales perecen civiles, un panameño que vive cerca de la base militar Río Hato al oeste de Ciudad de Panamá –otra área atacada por Causa Justa– me preguntó seriamente si los estadounidenses son incapaces de comprender que inspirar terror a la gente es por definición terrorismo. 

Describió que su hija, de tres años en 1989, le imploraba que la alejara de las bombas.

La factibilidad del proyecto fue cuestionada por el hecho de que el hijo adolescente de sus vecinos fue eliminado por un helicóptero estadounidense mientras la familia huía del área en su coche. 

Cadáveres y tamales

Como fue documentado en un informe de 1990 del grupo de observación de los medios 

Fairness & Accuracy In Reporting [Ecuanimidad y exactitud en la información (FAIR, por sus siglas en inglés)] sobre la falta de “separación entre la prensa y el Estado” antes y durante la invasión de Panamá, los medios serviles de EE.UU. inflaron la repentina amenaza existencial planteada al público estadounidense por el gobernante panameño y luego desfiguraron la observación de Noriega de que EE.UU. había “creado un estado de guerra en Panamá mediante un constante acoso psicológico y militar” para que pareciera una declaración de guerra de Noriega a EE.UU. 

FAIR señala que los medios noticiosos estadounidenses, mientras mostraban una falta flagrante de interés en contar las víctimas civiles panameñas, exageraron la ridícula noción ese mismo mes de que 80.000 manifestantes habían sido masacrados de una sola vez en Rumania por el ejército de ese país. 

Los recuentos oficiales revelaron posteriormente que la cantidad había sido cercana a 97. 

Otra manipulación periodística de la magnitud del sufrimiento humano en función del interés de la conveniencia política ocurrió con la publicación de conclusiones de que las familias de cadáveres panameños estuvieron, de hecho, alborozadas por el derrocamiento de Noriega. 

Los militares de EE.UU., mientras tanto, suministraron a sus aliados en los medios pruebas adicionales de la justicia de la causa, como ser el descubrimiento de 25 kilos de cocaína en una casa visitada regularmente por Noriega. 

El peso fue inflado posteriormente a 50 kilos, antes de que se revelara que el material en cuestión era en realidad un montón de tamales envueltos en hojas de banano.

Impávida ante la aparente inocencia de los comestibles aprehendidos, la portavoz del Departamento de Defensa de EE.UU., Kathy Wood, advirtió que constituían “una sustancia que utilizan en rituales de vudú”. 

La CIA y la droga

Incluso si los tamales hubieran sido realmente cocaína, 25 o 50 kilos es una cantidad muy inferior a, digamos, 5.000 kilos– el peso aproximado que fue traficado anualmente a Los Ángeles a principios de los años ochenta por exiliados nicaragüenses, que entonces estaban canalizando ingresos a las fuerzas de la Contra respaldadas por la CIA, que trataban de derrocar al gobierno izquierdista sandinista de Nicaragua. Como demuestran los periodistas 

Alexander Cockburn y Jeffrey St Clair en su indispensable libro: Whiteout: The CIA, Drugs and the Press, durante el período en el que la Enmienda Boland limitó el apoyo directo de EE.UU. a la Contra, el sistema de justicia penal de EE.UU. permitió que la red de narcos funcionara sin interrupción: 

“Por cierto, varios agentes del mantenimiento del orden se han quejado en público de que acciones que apuntaban a [el rey nicaragüense de la droga Norwin] Meneses fueron bloqueadas por funcionarios del Consejo Nacional de Seguridad en el gobierno de Reagan y por la CIA”. 

Dado que la epidemia de cocaína crack resultante en el Sur de Los Ángeles avivó la violencia de pandillas y arruinó de otras maneras comunidades afro-estadounidenses, es presumiblemente seguro que se argumente que la seguridad de ciudadanos estadounidenses es puesta frecuentemente más puesta en peligro por las guerras de EE.UU. contra supuestas amenazas internacionales que por dichas amenazas en sí. 

En cuanto al aliado de la guerra de la Contra de EE.UU. en Panamá, convertido en amenaza. 

FAIR especifica que “la participación de Noriega en el narcotráfico fue supuestamente más intensa a principios de los años ochenta cuando su relación con EE.UU. era particularmente estrecha”. 

Por desgracia para Noriega, no obtuvo la misma licencia de auto-absolución que su antiguo socio, ejemplificada en el titular del New York Times en 1997: “CIA dice que no ha encontrado ningún vínculo propio con el tráfico de crack”. 

¿Por qué Noriega?

Como describe Noam Chomsky en su libro What Uncle Sam Really Wants, la necesidad de librarse de Noriega apareció cuando el panameño se hizo menos servil ante las demandas de EE.UU. respecto a la guerra de la Contra así como ante los intereses de negocios en el área, y su derrocamiento “restauró el poder a la elite blanca acaudalada que había sido desplazada por el golpe de Torrijos [1968] – justo a tiempo para obtener un gobierno dócil para la transferencia administrativa del Canal [de Panamá] [de EE.UU. a Panamá] el 1 de enero de 1990”. 

Por cierto, la Operación Causa Justa también sirvió como (otra) advertencia a todo el vecindario regional, en caso de que la Operación Furia Urgente en 1983 no lo hubiera hecho comprender que los presidentes de EE.UU. son guerreros poderosos y capaces y que EE.UU. no dudaría en lanzar cantidades innecesarias de poder de fuego para ahogar manifestaciones de izquierdismo, incluso en pequeñísimas naciones isleñas del Caribe de las que la mayoría de los estadounidenses nunca habían oído hablar. 

Dos meses después de Causa Justa, la población nicaragüense –que pasó años a la merced de sanciones, escuadrones de la muerte, puertos minados, y otras formas de opresión administrada por EE.UU., y ante el espectro de cosas peores por venir – eligió a un gobierno derechista para reemplazar a los sandinistas. 

Como señala Chomsky: “La victoria de Washington en la elección de 1990” hizo posible que Nicaragua “se convirtiera en un canal importante para drogas al mercado estadounidense”, precisamente tal como la Operación Furia Urgente posibilitó que Granada “se convirtiera en un centro importante de lavado de dinero de la droga” mientras la Operación Causa Justa resultó en el siguiente escenario: “EE.UU. puso nuevamente en el poder a los banqueros después de la invasión. 

La participación de Noriega en el narcotráfico había sido trivial en comparación con la suya”. Cockburn y St Clair confirman en Whiteout: 

“La mayor ironía de todas es que, bajo el sucesor de Noriega instalado por EE.UU., Guillermo Endara, Panamá se convirtió en provincia del cártel de Cali, que se apresuró a llegar después que el cártel de Medellín fue expulsado junto a Noriega. A principios de los años noventa, el papel de Panamá en el narcotráfico latinoamericano y sus rutas de transmisión a EE.UU. se habían hecho más cruciales que nunca.” 

Resumiendo, el sacrificio simbólico de Noriega no fue realizado con el objetivo de castigar la criminalidad sino más bien para asegurar que lucrativos ingresos de la droga llegaran a los destinatarios apropiados. 

El limbo internacional de Noriega

Después de pasar dos décadas en prisión en Miami por narcotráfico y otras acusaciones, Noriega fue extraditado el año pasado a Francia, donde fue sentenciado a siete años de prisión por lavado de dinero, a pesar de su afirmación de que sus cuentas bancarias francesas simplemente contenían fondos personales y pagos de la CIA. Según sus abogados, la transferencia a Francia ocurrió en violación de las Convenciones de Ginebra, según las cuales Noriega debería haber sido repatriado en lugar de ser nuevamente extraditado después de completar su estadía en la cárcel estadounidense. 

Luego, en julio de este año, el primer ministro francés aprobó el retorno de Noriega a Panamá, donde enfrenta acusaciones de asesinato de varios oponentes, incluido el del doctor Hugo Spadafora, cuya familia ha pasado a solicitar que Noriega sea extraditado a Italia para ser juzgado.

Después de muchos retrasos, el último plazo para una decisión francesa sobre el asunto tendrá lugar el 23 de septiembre. 

Las perspectivas para verdadera justicia en la región –contrariamente a un negligente circo judicial– son naturalmente limitadas, en vista de la imposibilidad de, por ejemplo, que se someta al establishment estadounidense a viajes multinacionales de extradición. 

La perpetuación de ciclos perjudiciales en Panamá ha sido, mientras tanto, asegurada por la reciente reafirmación por el gobierno panameño de la importancia de intensa colaboración con EE.UU. –categorizado de “amigo muy especial” teniendo en cuenta los vínculos históricos y diplomáticos así como la ratificación pendiente de una acuerdo de libre comercio EE.UU.-Panamá – en la lucha escenificada contra el narcotráfico.

Belén Fernández es editora en PULSE Media. Su libro: The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Workwill será publicado por Verso el 1 de noviembre de 2011. 

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