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El Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas afirma:
“NOSOTROS, LOS PUEBLOS DE LAS NACIONES UNIDAS, RESUELTOS A
- a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que en dos ocasiones durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles,
- a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y en el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas,
- a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional,
- a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad…”
La
Organización de las Naciones Unidas promueve el apoyo internacional a
la tolerancia, la paz y la seguridad, y está decidida a promover los
avances sociales y económicos universales.
Sin embargo, desde su
fundación en 1945, ha fracasado en todos los campos, aunque algunas de
sus agencias (como UNICEF, el Programa Alimentario Mundial, el ACNUR y
UNESCO) en ocasiones proporcionen ayuda en las áreas de sanidad,
educación, ayuda alimentaria, refugiados, desarrollo social y otras.
Pero brilla por su ausencia a la hora de apoyar oportuna y adecuadamente
a los pueblos con problemas en momentos de grave necesidad.
Para
colmo, después de la II Guerra Mundial y hasta el momento actual, no han
dejado de emprenderse cada año guerras globales. La ONU ha sido incapaz
de pararlas, o no ha mostrado interés en hacerlo.
Uno de sus fallos más
graves es su estructura, paralizada por su miembro dominante, EEUU.
Puede, y así lo hace, vetar medidas que otros estados apoyan,
especialmente cuando van en contra de sus intereses imperiales.
Por
tanto, no se emprendió acción alguna cuando Indonesia invadió Timor
Este en 1975. Cientos de miles de seres murieron masacrados en una
agresión secretamente autorizada por EEUU.
Washington armó, financió y
apoyó a las fuerzas armadas del TNI (Tentara Nasional Indonesia).
En 1999, quedó clara su impotencia de nuevo una vez que Timor Este votó
por la independencia, tras lo cual de nuevo las fuerzas del TNI
atacaron y asesinaron a varios miles más.
Se mantuvo al margen
durante las guerras fronterizas sudafricanas y la invasión de Namibia en
los años sesenta y setenta, así como durante el genocidio de los
indígenas de la mayoría maya patrocinado por el gobierno guatemalteco,
una vez que la CIA derrocó al candidato democráticamente elegido Jacobo
Arbenz Guzman.
Docenas de ejemplos revelan un triste record de
fracaso y traición a sus altisonantes principios y a los mandatos para
hacerlos cumplir. Ni lo hizo antes ni lo hace ahora, incluyendo el
despliegue de los Cascos Azules como mantenedores de la paz, que en
realidad no son sino ocupantes hostiles que sirven a los intereses
imperiales en Haití, Sur del Líbano, Ruanda, Kosovo, Bosnia, la
República Democrática del Congo, Sudán, Somalia y otros varios países, y
su inicial Organización por la Supervisión de las Treguas de la ONU
(UNTSO, por sus siglas en inglés) desde 1948 ha fracasado a la hora de
llevar la paz a Palestina.
Aún sigue ahí, sin jugar un papel activo
aunque oponiéndose a los intereses del pueblo que juraron proteger.
Durante
su mandato como Secretario General, Kofi Annan (1 enero 1997-31
diciembre 2006) fue poco más que un instrumento imperial, sin conseguir
la paz ni trabajar por ella en parte alguna.
Nunca condenó ni actuó para
poner fin a las devastadoras sanciones económicas que acabaron matando a
1,5 millones de hombres, mujeres y niños iraquíes indefensos.
Nunca
utilizó su mandato para denunciar la ilegal guerra de Washington de
2003.
No le importó que estuviera basada en mentiras que permitieron
masacrar a cientos de miles más y saquear a otro país ocupado.
Mantuvo silencio cuando la guerra asoló Afganistán, una guerra que sigue su curso.
Apoyó
o no actuó en forma alguna contra la ilegal ocupación de Israel, a lo
largo de sus peores crímenes contra Palestina y de su ilegal guerra
contra el Líbano en 2006.
No hizo nada para denunciar los fallidos
intentos de Washington de derrocar a Hugo Chavez y mostró una
preocupante indiferente ante el dolor de su propio pueblo en el
continente en el que había nacido.
En cambio, sirvió diligentemente a
Washington, a otras potencias dominantes y a la depredación por las
corporaciones de las riquezas de África y otros lugares.
Todo su
mandato fue un testimonio de fracaso y traición.
Y lo mismo ocurre con
Ban Ki-moon desde que se convirtió en Secretario General el 1 de enero
de 2007. Desde entonces, ha compartido conspiraciones en crímenes de
guerra y otros abusos.
De hecho, uno de sus primeros actos fue
revertir la larga oposición de las Naciones Unidas a la pena capital.
Una práctica bárbara que a menudo sentencia a inocentes a la muerte,
sobre todo en EEUU.
En aquel momento, dijo con desdén que “era a cada
país a quien le correspondía decidir si la respetaba o no” en vez de
condenarla francamente.
Ni ha hecho plan alguno para abordar el
ilegítimo poder de veto de algunos países del Consejo de Seguridad, que
da a naciones como EEUU autoridad sobre los demás. Una práctica de la
que siempre ha abusado.
Es hora ya de que la Organización refleje
el gobierno de la mayoría, dando a todas las naciones la misma voz en
cuestiones que afectan a todos.
El silencio, la inacción y el apoyo a lo
injusto sobre lo justo podrían llenar volúmenes enteros.
De hecho, y a pesar de su a menudo deplorable record, Human Rights Watch (HRW) reconocía la desvergüenza de Ban.
En su “World Report 2011: A facade of Action”,
incluía una crítica a su “fachada de tranquila diplomacia de
(in)acción” al no dar los pasos oportunos cuando es necesario.
El
director ejecutivo de HRW Kenneth Roth criticaba su “uso del diálogo y
la cooperación en vez de presionar públicamente… a gobiernos abusivos”,
especialmente EEUU y sus socios imperiales.
De hecho, explica Roth:
“Lejos de condenar la represión, Ban llega en ocasiones a retratar con
una luz positiva gobiernos represores”.
Se refería a los déspotas del
tercer mundo, no al principal violador de los derechos humanos del
mundo, que no deja de emprender ilegales guerras imperiales y de
implicarse en actuaciones escandalosas.
La oficina de Ban mostró
su desacuerdo ante esas afirmaciones, a pesar de las claras pruebas de
su complicidad en graves crímenes de guerra y contra la humanidad por su
indiferencia, silencio y apoyo a las agresiones occidentales. Por mucho que la mona se vista de seda…
Ni
tampoco sus timoratas medidas sirvieron para proteger a quienes
denuncian actuaciones delictivas dentro de la Organización ni impedir
los asesinatos, violaciones, explotación social, corrupción y otros
crímenes de los Cascos Azules.
Además, no ha defendido los
derechos humanos ni condenado su violación, especialmente por parte de
los países occidentales. Ni ha denunciado las guerras de agresión ni
otros actos ilegales, como el derrocamiento por Washington del
democráticamente elegido presidente hondureño Manuel Zelaya el 28 de
junio de 2009.
Ni la militarización de Haití por la administración Obama
y su complicidad al amañar el proceso electoral para instalar
sigilosamente al duvalista Michel Martelly (“Sweet Micky”), un ex cantante antipopulista kompa partidario de poderosos intereses corporativistas corruptos.
Además,
Ban apoyó el cambio de régimen en Costa de Márfil autorizando una
ilegal operación militar apoyada por Francia contra el presidente
costamarfileño Laurent Gbagbo que mató a cientos de civiles.
También
se hizo eco del llamamiento de Washington para derrocar a Gadafi,
diciendo que había perdido toda legitimidad, al mismo tiempo que
manifestaba su apoyo a los feroces paramilitares rebeldes y a los
ilegales bombardeos aéreos que han arrasado grandes zonas de Libia y aún
lo siguen haciendo, matando e hiriendo a decenas de miles.
También han
transformado Libia en un desastroso osario de los derechos humanos.
En
lugar de condenar, detener o impedir las guerras, las autoriza y jalea,
traicionando su mandato de apoyo a la paz y a los derechos humanos.
Sirve
desvergonzadamente a Israel frente a Palestina, causando grandes daños a
ésta, incluido el rechazo a que la flotilla de ayuda pudiera llegar a
la asediada Gaza. Incluso llegó a pedir a los dirigentes mundiales que
apoyaran la demanda de Israel de que “todo se hiciera a través de los
cruces y canales establecidos”, que habitualmente impiden que pueda
entrar ayuda vital o en cantidades ínfimas.
Al designar a una
comisión propia para que investigara la masacre del Mavi Marmara
perpetrada por Israel en 2010, intentó blanquear la propia condena del
Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, y obstaculizó las denuncias
al asesinato a sangre fría por parte de Israel de nueve civiles,
hiriendo a varias decenas más, en aguas internacionales.
Esos fueron
crímenes graves por los que debería haber condenado firmemente a Israel
por el delito de piratería pero no lo hizo.
En cambio, le rindió
debidamente homenaje, como siempre hace.
A pesar de representar a
193 estados miembros, Ban sirve solo a Washington, Israel y a otras
potencias dominantes, aunque levanta la nariz ante el resto, incluyendo
las posiciones de la mayoría en la Asamblea General sobre numerosas
cuestiones relativas a los derechos humanos y otros temas vitales.
Es
decir, en contra del mandato que ha jurado, solo representa los
intereses dominantes, especialmente los de Washington, Israel y sus
socios imperiales dedicados a arrasar países y destrozar cuerpos para
obtener beneficios.
Por todo ello, comparte la culpa, por su
desprecio ante los derechos humanos, de los estados depredadores que
perjudican a miles de millones de seres.
De hecho, esa noción no existe
ni en su vocabulario y mucho menos existe la preocupación por los
pueblos que se encuentran en situación de necesidad, que se ven solos
porque Ban no cumple el mandato jurado de ayudarles.
Es un testimonio de
su deplorable record.
Y es enormemente terrible que el pasado
junio le hayan renovado en su cargo por otros cinco años, para seguir
representando a la riqueza y al poder a expensas de los miles de
millones que desprecia por todo el mundo.
Ese es el temple de un
fallido Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas que
está dejando un legado que la historia no le permitirá olvidar ni
borrar.