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La historia de John O’Neill, “el hombre que sabía”



Todos los ingredientes de una intriga policíaca se reúnen en este documental televisivo de 42 minutos del realizador estadounidense Michael Kirk exhibido en Francia por el canal M6 con el título “El hombre que sabía”. 
 
Un ex agente especial del FBI al estilo de James Ellroy o Tom Clancey, hablador y seguro de sí mismo, la torre sur de las Twins Towers, el ogro Al-Qaeda, un embajador norteamericano en Yemen, el primer atentado terrorista en suelo estadounidense, el fantasma de Ben Laden y todo en medio de luchas de poderes, cientos de muertos, trampas, envidia, etc…

La emblemática figura de John O’Neill, hijo de un taxista de Atlanta amante de la gran vida, amigo de Robert de Niro, trabajador constante, no es, sin embargo, producto de la imaginación febril de un novelista sino algo auténtico.

Muerto a los 49 años, O’Neill no tuvo ni el tiempo ni la posibilidad de terminar su trabajo, a pesar de todo lo que sabía.

El gobierno norteamericano no le dio crédito ni tuvo confianza en él, y hasta es posible que haya hecho todo lo posible para hacerlo callar.

Este ex agente del FBI, que se convirtió, el primero de septiembre de 2001, en el responsable de la seguridad del World Trade Center (WTC), solamente tuvo tiempo, antes de morir once días después, a las 9:49 am., en el derrumbe de la torre sur, de comprender lo que verdaderamente acababa de suceder en el momento en que un avión se estrelló contra una de las célebres Torres Gemelas de Manhattan. O’Neill se encontraba en su oficina del piso 34. 
 
Fue el único en entender inmediatamente lo ocurrido y no tuvo más que unos minutos para comunicarse por su celular con su hijo y después con Valerie James, su última compañera, para decirle:
 
“Es horrible. 
 
Hay cuerpos destrozados por todas partes. 
 
Tengo que ayudar a la gente. 
 
Te vuelvo a llamar.”
 
Pero no dijo nada de lo que sabía.

Lo que presentía O’Neill, quien había investigado durante años el terrorismo islámico contra Estados Unidos, en Pakistán, África y Yemen, lo había repetido sin embargo la víspera, el 10 de septiembre, durante una cena entre amigos en un restaurante chic, el Elaine’s, del Upper East Side: 
 
“Algo nos va a suceder… algo enorme. Habrá cambios… una gran sacudida.” Chris Isham, de ABC News, le había dicho, en broma:
 
“Ahora tienes un trabajo suave en el WTC. Allí no van a meterte bombas otra vez.”
 
Después de reflexionar, O’Neill contestó:
 
“Todavía tienen en mente terminar el trabajo. 
 
Lo harán de nuevo.”
 
“No olvidaré nunca lo que me dijo aquel día.” Hacía años que O’Neill esperaba lo peor. 
 
Pero nadie le hizo caso. 
 
Lo tildaron de loco y lo echaron del FBI. 
 
¿Por qué?

O’Neill hizo toda su carrera en el FBI, donde trabajó 25 años. 
 
Empieza a investigar sobre el terrorismo islámico cuando tiene lugar el primer atentado contra el WTC, en 1993.
 
Descubre entonces las redes de Al-Qaeda y trata de alertar a las autoridades norteamericanas sobre el peligro que representan las redes de Ben Laden. 
 
“Todo en vano, escribe Hugo Cassavetti en Télérama, semanario cultural sobre la televisión francesa, ya que no este dandy no tiene solamente amigos en las altas esferas del FBI, el cual habría podido anticiparse al ataque si hubiese tenido en cuenta las informaciones recogidas por O’Neill y si le hubiese permitido continuar sus investigaciones en vez de desacreditarlo y obligarlo a dimitir.” 
 
“Siempre tuvo olfato y una obstinación fuera de lo común. 
 
Fue el primero en pronunciar el nombre de Al-Qaeda en Estados Unidos. Más que un cazador de terroristas, John O’Neill fue el que mejor “caracterizó” el terrorismo en Estados Unidos”, según Regis Le Sommier, corresponsal de Paris-Match en Nueva York (ver Paris-Match, n° 2833, 4 de Septiembre 2003).

En 1995, O’Neill logra el arresto, en Pakistán, de Ramzi Ahmed Youssef, cerebro del atentado de 1993. 
 
El nombre de O’Neill aparece también cuando se habla de la investigación sobre los atentados contra las embajadas estadounidenses en Dar-es-Salaam y Nairobi, en 1998, aunque él permanece en su oficina de Nueva York.
 
Se le niega la posibilidad de investigar in situ.
 
Se cita también su nombre en el desmantelamiento del proyecto Bojinka, que consistía en la organización de una docena de atentados simultáneos contra aviones de pasajeros… 
 
Cuando O’Neill, y sus 20 agentes, están a punto de aportar informaciones cruciales, después del atentado del 17 de octubre del 2000 en Yemen contra el navío de guerra USS Cole, la embajadora norteamericana en ese país, Barbara K. Bodine, logra que se le retire el caso. Oficialmente, la embajadora Bodine teme por el futuro de las relaciones entre su país y Yemen…
 
Por consiguiente, se le prohíbe a O’Neil continuar armando el rompecabezas. 
 
Se entierra el caso del USS Cole. 
 
“El enemigo de Osama Ben Laden también tenía enemigos”, comenta Alexandre Dini en el Journal du Dimanche del 7 de septiembre de 2003.

El documental del realizador Michael Kirk, que no alcanza a desarrollar, en 40 minutos, diversos puntos de sus revelaciones, esboza varias explicaciones: luchas intestinas en el seno del FBI, envidias, desconfianza, ceguera, etc. 
 
Desacreditado por sus propios jefes, O’Neill estaba, en junio de 2001, a punto de descubrir la verdad. 
 
El arresto de un terrorista en Yemen, Fahad al-Quso, debía ponerlo sobre la pista de dos hombres… que se harían célebres como piloto y copiloto del vuelo 77 de American Airlines que se estrelló contra el Pentágono.

Convencido de que el World Trade Center sería atacado de nuevo, O’Neill acepta encargarse de su seguridad. 

“Este eficaz documental recoge la historia de este enredo, consecuencia de sórdidas luchas de poderes”, agrega Hugo Cassavetti.

Louis Freeh, director del FBI; Tom Pickard, vice-director; y la señora Bodine se negaron a responder a las preguntas del realizador. Pero los amigos de John O’Neill no vacilaron en defender la memoria de este y rendirle homenaje.

Sin embargo, es curioso que el documental de Kirk pase por alto el principal descubrimiento de O’Neill: el importante papel de Arabia Saudita en el financiamiento de las redes de Ben Laden. 
 
Otro periodista, Jean-Baptiste Naudet, menciona este aspecto en Le Nouvel Observateur, el semanario político de mayor tirada en Francia.
 
En el libro Ben Ladem, la vérité interdite (Ben Laden, la verdad prohibida), Jean-Charles Brisard, de 33 años, investigador privado especializado en inteligencia económica, quien trabajó para el grupo Vivendi y elaboró, en 1997, un “Informe sobre el entorno económico de Osama Ben Laden” destinado la Dirección de Vigilancia Territorial (DST) [Organismo francés de contrainteligencia. Nota del Traductor], y su coautor, Guillaume Dasquié, de 35 años, redactor jefe de la publicación especializada Intelligence Online, detallaban ese apoyo desde finales de noviembre de 2001.
 
Entrevistado por Patricia Tourancheau, del diario francés Libération (Ver “Le FBI a bloqué l’enquête sur Al-Qaida” [El FBI bloqueó la investigación sobre Al-Qaeda], 14 de noviembre de 2001), J.C. Brisard contaba su encuentro con John O’Neill. 
 
A la pregunta “¿Por qué O’Neill, segundo hombre del FBI en New York y ex coordinador de la lucha antiterrorista, encargado de las investigaciones sobre Al-Qaeda, dejó el FBI este verano?”, Brisard respondía: “John O’Neill me reveló que el principal obstáculo a las investigaciones norteamericanas sobre esas redes son precisamente Arabia Saudita y el petróleo. 
 
En las organizaciones caritativas que financian a Osama Ben Laden hay miembros de la familia real. Las cuatro o cinco familias sauditas que lo apoyan representan 15% del PIB nacional.
 
Las sumas que Ben Laden puede haber recibido en diez años de los sauditas y de su propia familia por intermedio de organizaciones caritativas representan entre 50 y 100 millones de dólares. 
 
Al menos seis miembros de su familia han ayudado a sus redes. 
 
El principal financista de Al-Qaeda, Khalid Ben Mafouz, es el banquero más importante de Arabia Saudita e incluso cuñado de Ben Laden.

Según John O’Neill, el Departamento de Estado prefirió preservar sus intereses y la dirección del FBI bloqueó sus averiguaciones. Ante una administración sorda a sus argumentos sobre el importante papel de Arabia saudita en la expansión de las redes de Ben Laden, John O’Neill, desilusionado, presentó su renuncia al FBI.”

Aquel hombre amante de los puros y el buen whisky, nada más que Chivas Regal, que usaba a menudo un traje Burberry’s con un pañuelo blanco como adorno, a quien llamaban, por su elegancia, “el príncipe de las tinieblas”, se llevó a la tumba lo que sabía.
 
Determinado, poco conformista, atípico, según el documental de Michael Kirk, audaz, objeto de diversas investigaciones internas, considerado como indisciplinado, el agente O’Neill sabía mucho. 
 
Demasiado, quizás. 
 
En todo caso, cada vez más aislado en el seno mismo del FBI, O’Neill ve de hecho su oficina marginada en junio de 2001. 
 
En el preciso momento en que la probabilidad de un ataque de Al-Qaeda en territorio norteamericano se hace más elevada (mp).

Traducido por Hugo Vidal (Cuba)

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