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I. EL CASO DEL DR. CORNELIUS P. RHOADS
 
El jueves 12 de noviembre de 1931, el técnico de laboratorio Luis Baldoni encuentra al pie de su microscopio en el Hospital Presbiteriano de El Condado en San Juan, donde trabajaba en un proyecto de investigación cientifíca, una carta escrita por el médico norteamericano Cornelius P. Rhoads, dirigida a su amigo F.W. Stewart, que vendría a constituir uno de los documentos básicos del diferendo entre la puertorriqueñidad y la americanización de Puerto Rico.

Los historiadores tradicionales, la llamada “nueva historia” y la élite intelectual rara vez han connfrontado responsablemente el contenido de la carta de Cornelius P. Rhoads.

La excepción a la regla corresponde al historiador Pedro I. Aponte Vázquez, quien ha denunciado el caso en varias publicaciones; sobre todo en sus libros Yo acuso y Crónica de un encubrimiento.

La carta del doctor Rhoads, a juzgar por el contenido, revela que el dicho doctor Rhoads, además de haber llegado junto a un equipo de científicos a estudiar la anemía en Puerto Rico, tenía una agenda secreta que por un descuido suyo vino a conocerse y a descubrir que la Fundación Rockefeller estaba patrocinando los experimentos de un grupo de médicos asesinos con vocación de genocidas.

La carta escrita por el doctor Rhoads a su amigo F.W. Stewart causó conmoción y terror en Puerto Rico, no sólo por lo que en la misiva confesaba, sino porque tenía de cómplices a otros médicos y al mismísimo Departamento de Salud de Puerto Rico, que el pueblo terminó llamándole “Departamento de Matanza”. 

La carta es todavía un insensible y abominable documento vivo de lo que la invasión americana ha hecho en Puerto Rico y de cómo los crímenes contra los puertorriqueños cometidos por científicos norteamericanos han quedado impunes. Sesentitrés (63) años después de haberse escrito, la carta del doctor Cornelius P. Rhoads tiene aún vigencia por lo que acaba de revelar el Departamento de Energía del Gobierno de los Estados Unidos, de que los científicos norteamericanos han estado experimentando con sujetos humanos, inyectándoles elementos radiactivos o irradiándolos, sin que éstos estuvieran conscientes de que los estaban usando de conejillos de indias.
 
La admisión de que se han estado haciendo esos experimentos hace además justicia histórica a Pedro Albizu Campos, quien desde la Cárcel de La Princesa en San Juan denunció en 1951 que estaba siendo irradiado y que Puerto Rico estaba siendo usado de laboratorio por la ciencia norteamericana.

La carta del doctor Cornelius P. Rhoads es prueba irrefutable de que desde los años de 1930 los puertorriqueños han sido utilizados por médicos norteamericanos en sus experimentos cientifícos sin el menor sentido ético y sin ninguna compasión humana por las personas afectadas en dichos experimentos.

La carta es ciertamente macabra y repugnantemente racista. 

Produce ira, porque los crímenes que confesó el médico asesino quedaron impunes y porque las autoridades hicieron muy poco para que éste fuera enjuciado.

“Los puertorriqueños… -escribió el doctor Rhoads en su carta- son sin duda la raza de hombres más sucia, haragana, degenerada y ladrona que haya habitado este planeta. Uno se enferma de tener que habitar la misma isla que ellos. Son peores que los italianos.

Lo que la isla necesita no es trabajo de salud pública, sino una marejada o algo para exterminar totalmente a la población. 

Entonces pudiera ser habitable. 

Yo he hecho lo mejor que he podido para acelerar el proceso de exterminación matando 8 y trasplantándole cáncer a algunos otros. 

Esto último no ha causado muertes todavía… El asunto de considerar el bienestar de los pacientes no tiene aquí ninguna importancia -de hecho los médicos se deleitan con la tortura y el abuso de los infortunados sujetos.

Como es obvio, en esta carta el doctor Rhoads le confiesa a su amigo F.W. Stewart el asesinato de 8 personas y el haberle trasplantado cáncer a otros. Supongo qu el lector está pensando que por estos delitos confesados de su puño y letra, este médico de seguro fue acusado de asesinato y de intento para cometer asesinato y que fue sentenciado a largos años de cárcel.

Pero desafortunadamente no fue así. Nada le sucedió al doctor Cornelius P. Rhoads.

Las autoridades coloniales del país, sobre todo el Departamento de Salud y el Departamento de Justicia, permitieron que el médico asesino y genocida escapara a los Estados Unidos. Se hizo una investigación trililí donde se le absolvío sin formularle acusación y sin celebrales juicio. 

Ni tan siquiera se le llamó a testificar por lo que había escrito. No solamente se el exoneró, sino que se pasó por alto el axioma jurídico que dice que ” a confesión de hechos, relevo de prueba”.

Claro está, el caso sirvió para alertar el país y a los puertorriqueños de la genración del treinta respecto a la misión de los americanos en Puerto Rico. 

No eran ni los mecenas ni los salvadores que se habían pintado en la proclama del General Nelson Miles, cuando éste invadió el país por el puerto de Guánica el 25 de julio de 1898, y cuando al golpe de los cañones conquistadores se apropiaron piráticamente del territorio nacional de Puerto Rico y de la vida y la hacienda de los puertorriqueños.

Como en todo lo que ha tenido que ver con la defensa de la nacionalidad y la puertorriqueñidad, le tocó a Pedro Albizu Campos hacer la denuncia de estos hechos criminales mediante la publicación en la prensa del país de la carta del doctor Rhoads junto a una declaración jurada del técnico de laboratorio Luis Baldoni, donde éste relataba las circustancias que se produjeron cuando se descrubrió la carta y de cómo el médico trató de sobornarlo y callarlo. 

Albizu también envió al Vaticano y a los países del mundo para que se conocieran las prácticas genocidas que los Estado Unidos, vía la Fundación Rockefeller, realizaba en Puerto Rico con sujetos puertorriqueños.

El doctor Rhoads, a juzgar por la declaración de Luis Baldoni, era un hombre sin escrúpulos. Su práctica médica, según la describe Baldoni, causa asco por la escasa profilaxis científica y por la ausencia de sensitividad.

Después de describirlo como “un hombre de modales bruscos y de pocas palabras”, Baldoni dice del médico lo siguiente: 

“Que el doctor Cornelius P. Rhoads se dedicaba a la investigación de la anemia y del sprue; tomaba muestras de sangre a los pacientes de las orejas y de las venas del brazo; para este fin usaba generalmente una jeringuilla de diez centímetros cúbicos, la que esterilizaba de vez en cuando, a intervalos de días; la jeringuilla y la aguja las ponía sobre el maletín expuestas a todo contacto; que el promedio de muestras de sangre que diariamente el doctor Cornelius P. Rhoads tomaba no era menos de diez; que nunca desinfectó ni esterilizó la jeringuilla o la aguja después de usarlas en un paciente antes de extraer la muestra a los próximos pacientes; que se limitaba a lavar la jeringuilla con agua corriente de la pluma y luego, con solución salina para sacarale la sangre, y despúes con agua de la pluma otra vez para remover la sal; que cuando había mucho trabajo, para ahorrar tiempo usaba agua de la pluma solamente…”

II. Las Torturas Radioactivas Usadas Contra Albizu

Las acciones del doctor Rhoads incendiaron la ira de Albizu, quien se dio de inmediato a la tarea de denunciar las prácticas frankesteinianas que estaban teniendo lugar en los laboratorios del Hospital Presbiteriano con el aval de la Fundación Rockefeller. 

Eso, en la política, agitó el odio que el gobierno norteamericano y sus intermediarios coloniales en Puerto Rico sentían contra Albizu. 

Sin embargo, lo que no sabía Albizu al denunciar al médico asesino era que él mismo, veinte años después, sería víctima de similares “experimentos” en la Cárcel de La Princesa.

No era ciertamente un conejillo de indias sino que se le quería eliminar “científicamente”, porque con su nacionalismo ponía en peligro la presencia norteamericana en el Caribe y la América del Sur. Contra Albizu se intentó el asesianto por diversos medios, casi todos asociados con la ciencia o la medicina.

Cuando era prisionero de los Estados Unidos en la Cárcel de Atlanta, Georgia, le pusieron de “compañero de celda” a un preso tuberculoso.

Tal preso tubo la nobleza de decírselo, que no sabía por qué lo habían sacado de su celda aislada de la población penal para la de Albizu, a quién tenían en confinamiento solitario y a quien le rotaban la guardia de turno por temor a que con su verbo los volviera a su lado.

Ese fue el primer intento para destruir a Albizu estando en la cárcel. 

Cuando fue excarcelado en 1943 y condenado a cumplir cuatro años se su sentencia suspendida, que cumplío en la la ciudad de Nueva York, se comprobó que en la cárcel había contraído tuberculosis pero que había superado la enfermedad.

Ni qué decir que en su estadía en Nueva York estuvo hospitalizado en el Columbus Hospital hasta casi extinguir su condena. Las torturas en la penitenciería de Atlanta le habían causado una condición cardíaca.

Albizu, una vez cumplidas sus sentencias, regresó a Puerto Rico el 15 de diciembre de 1947.

Conocida es la rebelión que liderea en octubre de 1950 y que le ganó fama mundial por los ataques armados de los rebeldes nacionalistas contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, y contra la Cámara de Representantes en 1954.

Cuando lo capturan y lo hacen prisionero en 1950, lo someten a confinamiento solitario en un calabozo y a un régimen alimentario deficiente y de escasa nutrición en la Cárcel de La Princesa en San Juan. 

Todavía no había pasado un año de su encarcelamiento cuando hace la primera denuncia de que está siendo irradiado y que está sintiendo en su organismo los efectos de dicha radiación. 

Sobre el particular hizo una extensa declaración grabada ante el doctor Rafael Troyano de los Ríos, el 22 de mayo de 1951, que el gobierno mantuvo secuestrada hasta recientemente que fue liberada y publicada. 

Esa declaración sirvió pare que el entonces Secretario de Justicia de Puerto Rico, José Trías Monge, enviara a la celda de Albizu a un siquiatra para que le declarara “loco”, como en efecto hizo, faltando a las más elementales normas de la ética médica y del diagnóstico científico. Este fue uno de los más viles recursos que usó el régimen de Luis Muñoz Marín en su servidumbre cipaya para eliminar el apóstol antiimperialista.

Lo declaron “loco”, proque se protegía con toallas húmedas para protegerse de la radiación. “Loco”, porque enseñó los estigmas que la radiación dejara en su cuerpo: quemaduras ulceradas e hinchazón en la piernas, quemaduras en sus órganos sexuales y en todo su cuerpo, además de la dermatitis aguda que las raciaciones le habían causado.

Para los incrédulos hay que señalar que cuando fue ingresado a la Cárcel de La Princesa, el único mal que padecía era el efecto del gas de las bombas lacrimógenas en sus ojos, con las cuales fue atacado en su hogar de la calle Sol esquina Cruz en el Viejo San Juan, cuando fue capturado luego de un dramático encuentro armado con polícias y guardias nacionales.

No era una denuncia gratuita ni los delirios de un enfermo mental. Albizu fue consistente en su denuncia y un médico cubano certificó que el prócer nacionalista estaba siendo irradiado.

En el mes de diciembre de 1952, el abogado Juan Hernández Vallé, Presidente del Consejo de Defensa de Don Pedro Albizu Campos, presentó la denuncia ante las naciones del mundo en un documento titulado “Petición y Alegato solicitando de las Naciones Unidas que se designe una comisión que investigue el trato cruel e inhumano de que es objeto el patriota puertorriqueño Dr. Pedro Albizu Campos encarcelado en San Juan de Puerto Rico”. 

Es imposible resumir dicho documento en este espacio. Pero es importante conocer la parte que recoge la denuncia de las radiaciones de que era objeto y a las que estuvo sujeto el prócer nacionalista. 

En el alegato del abogado Hernández Vallé se dice que: “Sostiene Don Pedro Albizu Campos que constantemente se le provoca en su organismo una ola de calor. Que se le atacan los órganos vitales; la cabeza, la nuca, los oídos, los ojos. Se provoca, sostiene, una alta presión artificial. 

Los ataques están encaminados a debilitarlo, quemarlo, desesperarlo, a producir en él un colapso. Se trata de provocar un ataque cerebral o del corazón. 

El plan, sostiene Don Pedro Albizu Campos, es matarlo, sin asumir nadie la responsabilidad, ocasionándole una muerte que se pueda alegar es del corazón o una hemorragia cerebral que resulte en una hemiplegia -parálisis- o en su muerte. Sostiene Don Pedro Albizu Campos que lo denunciado por él no constituye un problema médico. 

Que sólo puede serlo incidentalmente. Que es, sostiene, un caso de física nuclear. Que un perito en la materia no tendría que examinarlo a él; que bastaría que se practicase -con equipo adecuado- una investigación sobre el terreno.

El caso que se denuncia, dice, constituye el linchamiento a la altura de la era atómica.”

El caso no se quedó a nivel de la denuncia o la espera de que quienes sometían Albuizu a las radiaciones se investigaran a sí mismos. Albizu y su abogado, el licenciado Juan Hernández Vallé, el Partido Nacionalista y la esposa de Albizu, Laura Meneses, llevaron la denuncia del caso más allá de las fronteras puertorriqueñas; no sólo a la prensa nacional sino a la extranjera que publicó las hoy día históricas fotografías que muestran las estigmas de las radiaciones en las piernas y el cuerpo de Albizu. 

Pero esto no fue suficiente, sino que a la raíz del indulto de Albizu, el 28 de septiembre de 1953, su esposa, que vivía asilada en Cuba, pidió a un médico Cubano, el Dr. Orlando Daumy, que viniera a Puerto Rico a examinar al patriota. Sobre el particular escribe la señora Meneses:

“El Dr. Daumy era Presidente de la Asociación Cubana de Carcerología, un experto en radiaciones.

Me informó al regresar, que 1) las lesiones que presentaba Albizu eran quemaduras producidas por radiciones; 2) que su sintomatología correspondía a la de una persona que había sido intensamente radiada…” 

En obvia alusión a los carceleros y al siquiatra que había declarado “loco” a Albizu, el doctor Daumy le informó a la señora Meneses “que raras veces había encontrado a una persona de tanto vigor mental”.

Pero, con todo y esto, las denuncias de Albizu de que estaba siendo irradiado las usaron los testaferros coloniales para lanzar y sostener la especie de que estaba “loco”.

Ciertamente hasta cómo se le conduciría a la muerte predijo Albizu. Porque estando encarcelado sufrió un ataque cerebral que lo dejó paralítico y sin habla.

Hay que señalar que cuando sufrío este ataque cerebral no se le prestó asistencia médica inmediata, sino que lo llevaron al hospital, tarde, cuando ya el ataque había causado daño físico permanente a su persona y lo dejaba lisiado para siempre, paralítico y sin habla hasta la hora de su muerte en 1965.

Debe ser también el lector que las acusaciones que hacía Albizu, de que estaba siendo irradiado, no procedían de una suposición ni de la imaginación de un loco alucinado. Porque Albizu era un hombre de ciencias y educado en estas. 

Entre los títulos académicos que Albizu obtuvo en Harvard University estaba el de inginiero químico. 

No era, pues, un lego de las ciencias naturales. Albizu también estuvo al tanto de los primeros estudios que se hicieron de la energía atómica y concía las proyecciones de los usos bélicos de la radiación.

Fue el primero que denunció el genocidio demográfico y la devastación ecológica en Puerto Rico, mucho antes de se formaran los especialistas en esta disciplinas.

Por ejemplo, denunció que el neomalthusianismo en Puerto Rico no era un proyecto científico de control poblacional, sino que era un plan para la exterminación del puertorriqueño. 

“Quieren la jaula (el territorio nacional), pero no a los pichones” (los puertorriqueños), llegó a decir en una de sus célebres adscripciones irónicas. 

Se refería al hecho de que mientras se controlaba la natalidad de los puertorriqueños, por otro lado se permitía el ingreso masivo de extranjeros en Puerto Rico.

Ahora que el Departamento de Energía del gobierno de los Estado Unidos ha declarado que se han estado haciendo experimentos desde 1940 y que se irradiaron prisioneros en los establecimientos carcelarios, sería bueno que se abriera una investigación exhaustiva donde se aclaren las denuncias de Don Pedro Albizu Campos. 

Es de elemental justicia realizar dicha investigación o producir la documentación secreta que sobre Albizu mantiene el gobierno de los Estados Unidos.

Los puertorriqueños que conocen su caso, cuando el Departamento de Energía anunció de los experimentos que habían realizado científicos norteamericanos, unánimemente dijeron que Albizu tenía razón.

Contribución de José Manuel Torres Santiago.
Tomado de la Revista Homines, Vol. 19, Núm.2, Vol.20, Núm. 1; febrero-diciembre de 1996

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