Fue al comienzo de la Intifada en diciembre de 1987 cuando los medios de comunicación internacionales centraron por primera vez su atención en el papel político de la mujer palestina.
Sin embargo, este fenómeno dista de ser novedoso ya que, desde principios de siglo XX, las mujeres han contribuido al desarrollo de “la cuestión palestina” mediante su participación activa en el movimiento nacional palestino.
Al abordar el papel de la mujer en la sociedad y la política en habitual que se tenga en consideración la incidencia del colonialismo y el nacionalismo, elementos que influyen sobre la mujer especialmente en los países del Tercer Mundo.
Se considera que el colonialismo provoca que la cuestión nacional se anteponga a la social y, al mismo tiempo, tiende a consolidar las desigualdades existentes ahondando las brechas sociales, étnicas y religiosas.
Todos estos factores explican que la lucha nacional sea considerada por la mujer como una evasión de las injusticias políticas y sociales que padece.
A la hora de tratar la cuestión de la incidencia del colonialismo en las funciones que desempeña la mujer en la sociedad palestina, no basta con detenernos en la ocupación israelí, sino que se debe abarcar también el período del mandato británico y las otras “ocupaciones” que la precedieron.
El mandato británico y la mujer palestina
La política de castigos colectivos impuesta por los británicos en Palestina destruyó las fronteras que separaban el mundo privado del público.
En aquel entonces era frecuente que, durante los registros en busca de armas en los hogares de los campesinos, los soldados británicos destruyesen el mobiliario, destripasen los colchones y saqueasen las reservas de víveres (trigo, harina, grano, manteca, queso y, lo que era más importante para las familias palestinas, el aceite de oliva) [1].
En algunas ocasiones también incendiaban o demolían las casas de los campesinos implicados en actividades contra las fuerzas británicas [2]
Mientras esto ocurría, los notables palestinos de dedicaba a reunir pliegos de firmas y presentar quejas al Alto Representante británico, así como a organizar manifestaciones en las ciudades –a las que normalmente ni acudían- o a intentar satisfacer las necesidades de los prisioneros y las de sus familias: es decir, cumplían una función de asistencia al tiempo que denunciaban la situación[3].
Por el contrario, el papel de las mujeres en el ámbito rural era diferente. Como señala Swendenburg, la contribución de la mujer fue determinante para que revolucionarios y campesinos confraternizasen y también para que se propagasen inadvertidos ante los colaboracionistas y las fuerzas británicas no detuvieran a los combatientes[4].
La anterior apreciación en absoluto pretende cuestionar la importante aportación de las mujeres que formaban parte de la elite política palestina y que establecieron sus propias estructuras organizativas a través de las cuales se expresaron y ganaron legitimidad.
Nuestro objetivo es aportar mayor luz sobre los cometidos de aquellas mujeres no pertenecientes a la clase media y que han quedado relegadas a un segundo plano.
Éste es el caso de las campesinas, cuyo papel es equiparable, e incluso podría superar, al de las mujeres de la clase media.
La aportación de las mujeres no se interrumpió tras la derrota de 1948 que trajo consigo la creación del Estado judío sobre el 77 por ciento del territorio de Palestina, el éxodo de 20 ciudades y 400 pueblos y la muerte de al menos 10.000 palestinos en el campo de batalla.
Aproximadamente 600.000 personas –el 60 por ciento de la población de aquel momento- quedaron sin hogar[5] y tuvieron que instalarse en los campos de refugiados como resultado del colapso de la sociedad palestina y de todas sus estructuras.
El número de refugiados inscritos fue de un millón. Si comparamos este número con el censo de la población de Palestina antes de 1948 se muestra que tres de cada cuatro palestino huyeron de sus hogares o quedaron en una situación de extrema pobreza.
La absoluta mayoría de ellos pasó a depender de la asistencia internacional que les proporcionaba lo mínimo posible para poder subsistir.
Cuando en las décadas de los 50, 60 y 70 los hombres emigraron a los ricos países petroleros, en los campos sólo quedaron ancianos y niños, lo que incrementó la ya pesada carga que sobrellevaban las mujeres a la hora de “administrar” el hogar, ya que desde entonces tuvieron que desempeñar al mismo tiempo un doble papel –cabeza de familia y educadora- ante la ausencia de sus maridos que se ganaban el sustento lejos de casa.
Esto es lo que sucedió en la mayor parte de los campos de refugiados de la Franja de Gaza.
Estas circunstancias adversas provocaron la creación de varias organizaciones de beneficencia que tenían como principal objetivo evitar el completo colapso económico y social de lo que quedaba de la sociedad palestina. En este período surgieron numerosas asociaciones para proteger a los huérfanos y a los menesterosos, además de otras que se ocuparon de los refugiados y los desplazados.
En lo que quedaba de Palestina –Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza- se fundaron seis asociaciones benéficas que, para paliar la desastrosa situación, ofrecieron servicios sanitarios a la mujer e incidieron en la necesidad de mejorar su nivel educativo proporcionándoles estudios que les permitieran aspirar a un mejor nivel de vida.
La más importante de estas asociaciones fue la Casa del Niño Árabe de Jerusalén.
Este papel poco vistoso asumido por la mujer cobra importancia tanto en momentos de fervor nacionalista como en épocas de crisis. Por todas estas razones no puede considerarse como novedoso el papel que diversos medios de comunicación internacionales atribuyeron a la mujer palestina durante la intimada.
Este papel se centró en su participación en las manifestaciones violentas que caracterizaron la revuelta en sus comienzos, en el curso de las cuales cayeron numerosas mártires bajo las balas de los soldados del ejército israelí.
Durante la revuelta, la mujer asumió además otros cometidos asignados por el mando político: conseguir alternativas para los productos israelíes, preparar ropas para los presos o coser las banderas que simbolizaban los anhelos de independencia.
En el curso de la intimada la mujer difundió el ideario nacionalista entre los niños y los jóvenes y llevó a cabo diversas actividades fuera del hogar.
Las visitas a familiares e hijos presos en las cárceles israelíes exigían plena dedicación e iban acompañadas de humillaciones y abusos: largas horas de espera a las puertas de la prisión, golpes y cacheos.
Todo ello a cambio de sólo unos minutos, algunas veces menos demedia hora, para ver a los seres queridos.
En otras ocasiones las mujeres siguieron los casos de los detenidos en los despachos de los abogados o en los vestíbulos de los juzgados israelíes y se encargaron de las asignaciones para las familias de los mártires, los heridos y los detenidos pertenecientes a la Organización para la Liberación de Palestina, actividad que exigía frecuentes viajes a Jordania, Líbano y Túnez. Por último la mujer también podía servir de enlace entre la familia nuclear y la familia extensa, entre los palestinos de dentro y fuera del país y entre los naturales de un mismo pueblo.
La ocupación israelí y la mujer
Las autoridades de ocupación israelíes repiten una y otra vez en sus publicaciones que, gracias a ellas, la mujer palestina accedió al mercado laboral a partir de 1967 y así salió de su medio tradicional. La situación de la mujer, añaden, mejor de manera notable al disfrutar de una mayor libertad de movimiento y de unos sueldos relativamente elevados.
No obstante, los propios datos israelíes desmienten estas aseveraciones ya que el porcentaje de mujeres trabajadoras descendió del 10 por ciento en 1970 al 7 en 1989[6], mientras que las mujeres con actividades económicas se redujo del 16 por ciento en 1970 al 10,8 en 1989[7].
Algunos académicos israelíes han responsabilizado de esta situación a “los valores, las costumbres y las tradiciones vigentes en la sociedad árabe” que impiden que la mujer se beneficie de las oportunidades de trabajo que ofrece el mercado laboral[8] israelí.
Mientras los hombres palestinos fueron empleados en la industria y los servicios en Israel, las mujeres, debido a “estas costumbres y tradiciones que limitan su libertad de movimiento” permanecieron en sus comunidades trabajando en el sector agrícola[9].
Se pasa por alto, sin embargo, que la jornada laboral del trabador árabe en Israel supera con creces las ocho horas diarias. En ocasiones puede llegar incluso a superar las 14 horas si se computa también el tiempo que destina al traslado desde su lugar de residencia hasta su lugar de empleo, así como los largos cacheos diarios de los que es objeto a la salida de Cisjordania y Gaza.
La multiplicidad de cometidos asumidos por la mujer dificulta que dediquen toda su jornada laboral a un solo trabajo.
Además, hay que tener en cuenta otro factor relevante ya que la ocupación israelí no puso en marcha ningún mecanismo para reducir las cargas de la mujer palestina –y de esta manera favorecer su incorporación al mundo laboral-, como por ejemplo podría haberse hecho mediante la prestación de servicios sanitarios a los enfermos y los minusválidos o la apertura de guarderías y jardines de infancia[10].
A todo esto se añade que los empleos a los que podían acceder los trabajadores árabes en Israel eran generalmente en la construcción y los servicios, ámbitos reservados generalmente a los hombres. En resumen, la perduración de la ocupación y la ausencia de una política social adecuada, especialmente entre los sectores más desfavorecidos y necesitados[11], acentuó la dependencia del apoyo de la familia y la parentela. Todo ello acrecentó el peso de la familia y limitó la autoridad de la mujer.
Esta coyuntura reforzó el papel reproductor de la mujer, que fue considerado como un medio para garantizar y asegurar el futuro. A pesar del aumento de la inestabilidad y la inseguridad, el último censo de población muestra un aumento considerable de la familia nuclear cuyo tamaño medio es de 7.06 miembros (7,81 en la Franja de Gaza y 24,6 en Cisjordania) y de la familia extensa que tiene una media de 28,1 miembros (35,3 en la Franja de Gaza y 24,6 en Cisjordania[12].
El elevado tamaño de la familia dificulta el que las mujeres asuman un papel político organizado, especialmente en el caso de las mujeres pobres, si tenemos en cuenta las pesadas cargas domésticas que una abrumadora mayoría ha de sobrellevar.
No obstante, esto no impide que la mujer se implique de manera parcial en los momentos de mayor fervor popular o que lleve sus actividades políticas al interior del hogar como ocurre con diversas agrupaciones domésticas de mujeres que hacen trajes para los presos o tejen banderas para la Intifada.
Otro de los factores que también contribuyó a incrementar la dependencia de la mujer de la familia fue la política de castigos colectivos a la que ya hicimos referencia con anterioridad.
En ocasiones el mantenimiento de estos castigos provocó la desaparición del cabeza de familia o la destrucción del hogar. Esta situación incrementó la importancia de la familia a la hora de proveer seguridad para sus miembros y cubrir sus necesidades básicas.
También ayudó a mantener la cohesión de la sociedad palestina, ya fuera en la diáspora o en los territorios ocupados, al permitir que todos los miembros de la familia mantuvieran una fuerte solidaridad, incluso en los momentos más difíciles cuando son necesarios los sacrificios mutuos y cuando el papel de la mujer –a pesar de ser el eslabón más débil de la cadena de poder- se incrementa ya que debe sobrellevar las nuevas cargas y responsabilidades que son incapaces de asumir los miembros más débiles[13].
La consolidación de los valores tradicionales
El mandato británico intentó instrumentalizar el sistema de valores vigentes en la sociedad palestina con un doble objetivo: de una parte reprimir a la resistencia y, de otra parte, reforzar las relaciones de desigualdad existentes.
Los libros de historia están repletos de ejemplos de casos en los que los hombres fueron obligados a desnudarse ante las mujeres con el objeto de humillarlas y quebrar su capacidad de resistencia[14]. En otras ocasiones se empleó el concepto árabe de “honor” en relación con la castidad de la mujer para asustar a las gentes del campo y propiciar su emigración de los pueblos.
Este recurso fue utilizado también por las fuerzas judías que pretendían desalojar a los campesinos de sus aldeas en los combates que llevaron a la partición de Palestina en 1948[15].
Esta utilización del “honor” prosiguió después de 1967 cuando las fuerzas israelíes quisieron enviar un mensaje claro a la mujer palestina que podría ver mancillado su “honor” en el caso de involucrarse en actividades políticas contra la ocupación.
Esto se tradujo en decenas de agresiones sexuales a las detenidas en las cárceles israelíes, especialmente a las a la acusadas de acciones armadas (por ejemplo, Randa al-Nablusiyya en 1969 u otras como Rasmilla “Awda, Latifa al-Hiwari o Aysha Àwde), en ocasiones en presencia de sus propias familias –padres y hermanos- que eran testigos de las agresiones, insinuaciones o amenazas de violación de las que era objeto.
Ante el protagonismo político asumido por la mujer durante la intifada, las autoridades de ocupación intensificaron el empleo de estos métodos.
En muchas ocasiones obligaban a las mujeres a desnudarse y las amenazaban con insinuantes movimientos sexuales; todad estas prácticas se siguen empleando impunemente hoy en día. También el servicio secreto israelí utilizó el chantaje sexual contra los activistas palestinos y sus familias, en particular las mujeres (lo que se conoce como “política de aborto”).
Esto ha acrecentado el temor de muchas familiar por las mujeres –en especial las adolescentes-, a las que se llega a prohibir que abandonen el hogar para evitar que se impliquen en política o se las casa a una temprana edad para proteger su “honor”[16].
La anulación de la frontera entre lo privado y lo público
La principal novedad que introdujo la ocupación israelí a partir de 1967 fue la supresión de la separación existente entre el espacio privado (el hogar) y el espacio público (la sociedad). La política de castigos colectivos no fue dirigida sólo contra los campesinos activistas como en la época del mandato británico, sino que persiguió a toda la población.
Esto se debe a que el objetivo de la ocupación israelí no era como en la década de los 30 reprimir a los campesinos o detener la revolución, sino llevar a cabo el proyecto sionista de desarraigar a un pueblo de su tierra.
La política de castigos colectivos se manifiesta en la demolición de casas –ya estuvieran en campos, pueblos o ciudades-, la destrucción de los lugares de trabajo –ya fueran huertos o cultivos- y los ataques contra jardines de infancia, escuelas y universidades (durante la intifada todas las instituciones educativas, incluidas las guarderías, fueron cerradas entre el 9 de diciembre de 1987 y el 31 de enero de 1989, una medida que afectó a un total de 328.000 alumnos y alumnas [17].
En este período se registró un peligroso incremento de las demoliciones de casas que dejó a miles de familias palestina sin techo. Éstas no sólo se explicaron por razones de seguridad, sino que obedecieron también a los planes de “ordenación urbanística” israelíes que pretendían limitar el crecimiento natural de los pueblos y las ciudades palestinas.
A veces fueron acompañadas de medidas extremas como prolongados toques de queda que prácticamente paralizaban el movimiento de los ciudadanos en las ciudades y, además, interrumpían la comunicación con los pueblos vecinos.
Todas estas políticas contribuyeron a anular las fronteras que separaban el hogar, como un lugar seguro donde poder refugiarse en momentos de peligro, y el mundo exterior, la escuela, la calle, el lugar de trabajo o la cárcel.
Al contrario de lo que pretendía, esta política de castigos colectivos hizo las veces de una escuela que educó a distintas generaciones dándoles una formación política, Esta formación llegaba a todos los palestinos allá donde se encontrasen, todo lo contrario de la que proporcionaban las instituciones educativas oficiales –controladas por Israel-, que prohibían que se enseñase a los palestinos su propia historia y, de manera particular, la política.
Muchas fueron las ocasiones en las que padres, madres y hermanos fueron golpeados, con violencia e, incluso, fueron asesinados en el interior de sus casas o a la vista de sus niños o, al revés, los hijos fueron los maltratados sin que sus padres pudieran hacer nada para protegerles. La anulación de las fronteras del hogar como un lugar seguro para la mujer y sus hijos incidió en que éstas saliesen fuera y tomasen las calles para manifestarse con violencia contra la ocupación.
Oslo: una nueva perspectiva y unos nuevos retos
Desde que en 1994 se crease la Autoridad Nacional Palestina como resultado de los acuerdos de Oslo, diversos ministerios y asociaciones oficiales abordaron la situación de la mujer y asumieron la responsabilidad de propiciar una regeneración global de la sociedad palestina.
La pregunta a formularse era si la Autoridad Palestina sería un instrumento para mejorar la situación de la mujer a través de su política y su legislación –como ocurriera anteriormente en el Egipto de Nasser o en Yemen del Sur- o, por el contrario, perpetuaría la idea de que la cuestión femenina debía quedar en manos de las propias mujeres.
Los acuerdos de Oslo dejaron su impronta en las mujeres palestinas en general y de manera particular en el movimiento feminista al generar un intenso debate en torno a la relación de los asuntos nacionales con los asuntos sociales.
La construcción nacional requería una cooperación mutua entre hombres y mujeres, la incorporación de la mujer en el proceso de desarrollo y la revisión de su marco jurídico. Dado que la ocupación seguía presente en los territorios palestinos también exigía que se mantuviera la movilización de las mujeres.
En este sentido era necesario clarificar las prioridades para poder afrontar con éxito diversos retos como la colonización de los territorios palestinos, la política de castigos colectivos, la ruptura de la continuidad territorial y los intentos de aislar a Jerusalén Este de su entorno árabe.
El proceso de Oslo provocó un retroceso en la popularidad de muchos partidos políticos que sufrieron un colapso ideológico y organizativo. Esta situación repercutió a su vez en las dirigentes feministas que también se resintieron de un descenso de popularidad, pero aprovecharon la ocasión que se les presentaba para impulsar diversos cambios en las estrategias feministas.
Estas estrategias fueron mucho más allá de la mera organización de la mujeres, como establecía en el pasado la cultura política palestina, que trazaba una estricta separación entre el ámbito político y el ámbito social y consideraba que los retos del presente requerían relegar las cuestiones sociales hasta después de la liberación.
¿Existe una conciencia feminista consolidada?
A pesar del retroceso registrado en la popularidad de los cuadros políticos, incluidas las mujeres, esto no provocó la desaparición del movimiento feminista, sino que favoreció el surgimiento de una nueva conciencia que permitió que este movimiento superase la situación de parálisis en la que se encontraban tros dirigentes políticos del ámbito obrero y profesional.
Dentro del movimiento feminista se extendió la idea de que era necesario desconfiar de los partidos políticos y alcanzar los puestos más elevados para que la mujer tomase parte en el proceso de toma de decisiones. En respuesta a esta reivindicación se elaboró un Documento sobre los Derechos de la Mujer, hecho público el 2 de agosto de 1994 en Jerusalén por la Unión General de la Mujer Palestina [18].
Este documento estaba precedido por una introducción general en la que se remarcaba la contribución de la mujer en la etapa de lucha por la libertad nacional y se exigía que el primer documento constitucional palestino –entonces en elaboración- contemplase los derechos fundamentales de la mujer, tanto políticos como sociales, civiles y económicos.
Esta iniciativa mostró la voluntad de la dirección del movimiento feminista de que la mujer fuese considerada como un elemento central en el proceso de construcción nacional.
A pesar de la dificultad de lograr un acuerdo en torno a estas exigencias, el texto se convirtió en una parte del acervo del movimiento no nacionalista palestino en general y del movimiento feminista en particular.
Esta nueva conciencia permitió abrir nuevos horizontes y proyectos para las mujeres, que incrementaron su interés por la legislación[19], los medios de comunicación [20], la sanidad, la cultura, el empleo y el desarrollo [21]. Al mismo tiempo se intentaron modificar las relaciones de poder existentes en la sociedad palestina por medio de su participación en las elecciones, consideradas como uno de los medios para asentar la democracia y construir una sociedad civil[22].
La mujer y las elecciones
Los resultados de las elecciones al Consejo Legislativo celebradas en 1996 reflejaron a un mismo tiempo el ascenso del movimiento feminista y su debilidad organizativa. El movimiento feminista participó en las elecciones de manera desorganizada e inconexa como consecuencia de los factores reseñados con anterioridad, mientras que las dirigentes políticas opuestas a los acuerdos de Oslo decidieron boicotear los comicios no presentando candidaturas ni participando en la votación.
El interés de las mujeres en las elecciones se tradujo en una levada participación: en muchas localidades de los votos femeninos superaron a los masculinos y esto a pesar de que su número era inferior: Según el censo de 1997, la población palestina, sin contar con Jerusalén Este, ascendía a 2.596.617 personas, de las cuales 1.318.804 eran hombres y 1.277.813 mujeres.
Un 44,33 por ciento (1,3 millones) superaba los 18 años [23]. El número de personas registradas en el censo electoral fue de 1.028.280 (672.755 de Cisjordania y 355.525 de la Franja de Gaza). Las mujeres candidatas a las elecciones a la presidencia y al Consejo Legislativo fueron 28 frente a los 647 candidatos varones, lo que equivale al 4,1 por ciento de las candidaturas presentas. Tan sólo cuatro de ellas accedieron a los 88 escaños de la Cámara.
Los nuevos retos
Con el inicio de la intifada de Al Aqsa en septiembre de 2000 “la cuestión nacional” volvió a anteponerse a “la cuestión de la mujer”.
El incremento de la violencia de las fuerzas de ocupación imposibilitó el debate sobre los derechos o la situación de la mujer ya que estas cuestiones requerían la existencia de una autoridad nacional ante la cual presentar sus reivindicaciones.
Con la intensificación de la represión israelí –que no tenía como objeto sólo a la población, sino también a la Autoridad Palestina a la que se pretendía “expulsar” de nuevo al exterior-, las demandas ante la ANP para que concediese mayores derechos para las mujeres disminuyeron, ya que unos y otros unieron sus fuerzas para preservar lo que quedaba de la nación y proteger a dicha Autoridad.
[1] Newton, cit. por Peteet Julie, Gender in Crises. Women in Palestinian Resistance Movement. Columbia University Press, Nueva York, 1991, p.55.
[2] Nuwayd al-Hut, Min awraq Akram Zu`aytar. Waza’iq al.haraka al-wataniyya, Mu’assasat al-dirasat al-filastiniyya, Beirut 1984, p.601 y akram Zu’aytar, Yawmiyyat 1918-1939, Mu’assasat al-dirasat al-filastiniyya, 1980, p. 414.
[3] Ellen Fleischmann, The Nation and Its “New” Women: Feminism, Nationalism and the Palestinian Women´s Movement: 1920-1948, tesis doctoral inédita, Georgetawon University, Washington DC., 1996,P.200.
[4] Swedengurg, ibid., p. 180.
[5] Walid Al-Jalidi, Qabla Al-Shitat (Al-Tarij Al-Musawar Lil-Sahb Al-Filistini), 1876-1948, Muassasat Al-Disrasta Al-Filistiniyya, Beirut, 1987, p.13.
[6] Yitzhak Zaccai, Judea, Samaria and the Gaza District 1967-1987, Twenty Years of Civil Administration, Office of Coordinator of Government Operations in Judea, Samaria and Gaza District, Carta, Jerusalén, 1987.
[7] Moshe SeMYNOV, Trends in Labor Market Participation and Gender-Linked Occupational Differentiation in Mayer, Tamar (Ed.) , Women and the Israeli Occupation: The Politics of Change, Routledge, Londres, 1994, p. 141, Semyonov, ibid., pp140-141.
[8] Ibid. pp. 140-141.
[9] Rema Hammami, Palestinian Women: A Status Report, Labor and Economy, Women´s Studies Program, Birzeit University, 1997, pp. 16-18.
[10] Durante los años de la ocupación las autoridades israelíes no abrieron ni una sola guardería o jardín de infancia. Este asunto quedó estrictamente en manos del sector privado o de distintas asociaciones de mujeres que percibían un salario a cambio de los servicios que prestaban para poder mantenerlos.
[11] Benny Johnson, Al-Mará Al-Filistiniyya: Al –wada alrahin, siyyasat al-dám al-iytimái, Programa de Estudios de la Mujer, Universidad de Birzeit, Ramallah, 1997.
[12] Sección Central de Estadísticas Palestinas, Documento para el Consejo Legislativo Palestino, Ramalla, 1996.
[13] Halim Barakat, Al-Muytama Al-Arabi, Markaz Dirasat Al-Wahda Al-Arabiyya, Beirut, 1984, Yrose Marie Sayyig, Al-Fallahun Al-Filastiniyyun min Al-Iqtila ila Al-Tawra, 1980.
[14] Julie, op.cit., p. 59.
[15] Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949, Cambridge University Press, Cambridge, 1987, pp. 113-115.
[16] Mona Ghali, Education, Palestinian Women: A Status Report, Women´s Studies Program, Birzeit University, 1997, p. 17.
[17] Samir Abed-Rabbo y Doris Safie (ed.), The Palestinian Uprising. Facts Information Committee, Asociation of Arab-American University Graduates, Belmont, Massachusetts, 1990, p. 3
[18] Archivo del Equipo de Asuntos de la Mujer, 1992.
[19] Archivo del Centro de la Mujer de Información Jurídica y social, Jerusalén, así como La mujer, la justicia y el derecho, Documentos del Congreso: Al Haqq. Ramallah.
[20] Archivo del Centro de Estudios de la Mujer de Jerusalén y del Centro de Asuntos de la Mujer de Nablus.
[21] Programa y objetivos de la Coalición por la Salud de la Mujer, Universidad de Birzeit.
[22] Archivo del Equipo de Asuntos de la Mujer, 1992.
[23] Oficina Central de Estadísticas. Censo de Cisjordania y la Franja de Gaza, agosto de 1997.