Sonreía inclinado sobre el cuerpo del muchacho y con una mano le torcía la cara ensangrentada hacia la cámara.
El cabo Jeremy Morlock se llevaba así su trofeo de cacería, un civil afgano inocente, como solía llevarse los de los alces que cazaba en su pago de Alaska.
Las fotos de este militar de 23 años tratando a un ser humano como un animal fueron publicadas la semana pasada por la revista alemana Der Spiegel.
Hasta el ejército de Estados Unidos, una institución poco dada a las disculpas, dijo que las imágenes eran “repugnantes”.
El cabo se había declarado culpable de ser el líder de un “pelotón de ejecución” de soldados rasos que mataron a tres civiles al azar, por deporte, durante sus doce meses de servicio en la provincia de Kandahar entre 2009 y 2010.
Morlock no fue condenado a muerte o prisión perpetua porque aceptó declarar contra sus camaradas “deportivos”, con lo que tal vez pueda salir bajo palabra pasados los treinta años de edad.
Este caso, que ya es llamado “el Abu Ghraib afgano”, promete dejar muchas preguntas sin responder: ¿sabían sus superiores del deporte que practicaban los soldados? ¿se fijaban siquiera en la salud mental de los hombres a su mando? ¿no serán los acusados apenas la punta de un iceberg mucho mayor?
Lo que se sabe de Morlock no ayuda a calmar estas preocupaciones.
Tercero de ocho hijos de una familia de clase obrera de la minoría indígena Athabaska, Morlock nació en Wasilla, Alaska.
En la secundaria jugó al hockey sobre hielo con su amigo Track Palin, en el equipo que entrenaba su madre, la ahora famosa ex gobernadora Sarah Palin.
En 2006 se graduó y se unió al ejército, que lo envió a la Quinta Brigada de Ataque de la Segunda División de Infantería.
Durante su entrenamiento, Morlock reportó episodios de depresión agravados por la inesperada muerte de su padre, que se ahogó en 2007.
A mediados de 2009, Morlock llegó en rotación al sur de Afganistán, por un año, y de inmediato se encontró bajo fuego. Participó en cuatro “contactos” con el enemigo y en tres de ellos sufrió concusiones.
En una carta a su madre escribió que “hace apenas tres meses que llegué y ya no creo que alguna vez pueda hablar de las cosas que me están pasando”.
En la misma carta, le confesaba que no podía dormir y se sentía “traumatizado”.
Morlock comenzó a fumar la marihuana que se cultiva en Kandahar y le recetaron diez medicaciones diferentes, incluyendo analgésicos, antidepresivos y pastillas para dormir.
Tras su arresto, los médicos militares informaron que tenía síndrome post traumático, drogadependencia y desorden de personalidad. Ninguno de estos síntomas hizo que lo enviaran a retaguardia.
En sus interrogatorios, el cabo contó que comenzó a matar civiles desarmados junto a sus colegas después de la Navidad de 2009, según él con el apoyo de su sargento, Calvin Gibbs.
Este suboficial, al parecer, tiene el hábito de cortarles los dedos a los enemigos que mata y dijo que había matado por deporte durante su rotación en Irak.
“Si Gibbs supiera que les estoy contando esto, seguro que me hace mierda”, les dijo Morlock a los interrogadores en una entrevista que terminó en YouTube.
Los abogados del sargento niegan furiosamente que esto sea cierto.
Los tres asesinatos por los que fue condenado Morlock ocurrieron en enero, febrero y mayo del año pasado. No se conocen todos los detalles, pero el acusado dijo que habían acomodado los cuerpos para que pareciera un enfrentamiento.
Lo que está quedando en claro es que la Quinta Brigada de Ataque tiene un problema. Su comandante, el coronel Harry Tunnell, fue súbitamente removido a mediados del año pasado y esta semana fue acusado en la corte marcial de conducir una brigada “disfuncional”.
Un psicólogo de la defensa dijo que su cadena de mando “creó un ambiente propicio para estos crímenes”.
Varios soldados dijeron que hablaron con sus superiores sobre problemas de abuso de autoridad y de uso de drogas, pero que fueron ignorados y, en un caso, golpeados para que se callen.
Los familiares de un soldado que reveló en un mensaje colgado en Facebook que se estaba matando a civiles inocentes, contactó el comando de la brigada en Seattle pero jamás les contestaron.
Morlock fue arrestado en julio pasado y desde entonces está en soledad.
Tuvo un hijo que todavía no conoce. En los interrogatorios previos a su juicio llamó la atención que nunca intentara culpar a las drogas o al stress por sus actos.
“Perdí mi norte moral”, fue su explicación.
Su madre lleva gastados 50.000 dólares en su defensa legal y le dijo a la prensa que su hijo fue condenado para tapar un problema mayor.
“Creo que le ordenaron hacer lo que hizo”, dijo la mujer. “Creo que sus superiores están involucrados y ellos lo están pagando. Allá pasa de todo...”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.