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Los campos de concentración nazis y el mito de los 6 millones


Los llamados modernos medios de Información que, en honor a la Verdad, debieran ser apodados de “Desinformación”, han presentado una imagen convencional del problema. 

El contencioso germano-judío ha sido fallado por la Historia Oficial de la post-guerra de manera totalmente maniquea. Los nazis y, por extensión, los alemanes todos, eran unos brutos salvajes que encerraban a los judíos de Alemania y de los países que lograron ocupar militarmente en unos campos de concentración, con la finalidad de exterminarlos en crematorios y en cámaras de gas. 

Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban llevar mansamente al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen ha sido reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la televisión de todos los paises, beligerantes o no en la pasada guerra... 

Docenas, centenares de peliculas han aparecido y aparecen aún, pasados treinta años del final de la contienda, repitiendo obsesivamente el mismo leit motiv: alemanes estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y holocausto infernal de seis millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad inconcebibles en seres que se suponen civilizados.

Antes de entrar decididamente en lo que constituye el tema central de la presente obra, esto es, la demostración de que no existió un plan oficial aleman para la exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en cualquier caso, la cifra de bajas judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no pudo sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar el problema en sus justos y exactos términos. 
 
Tal vez nos hayamos extendido excesivamente en los precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido impréscindible para una nueva evaluación precisa del problema.

Bien intencionados de la escuela revisionista se han sumergido de lleno en el tema, olvidándose de los antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la imposibilidad material de la cifra de seis millones de exterminados. 
 
Un tal planteamiento, excluyendo las circunstancias que enmarcan el caso, parece dar por sentado que es lógico el internamiento de varios millones de civiles en campos de concentración.

Si se omite el mencionar lo que, basandonos en testimonios de parte contraria a los nazis o, simplemente, a los alemanes en general, hemos reseñado en los epígrafes anteriores, cualquier lector medianamente advertido notará una laguna que por fuera hay que colmar. 
 
A nuestro juicio, el planteamiento correcto del problema de lo que no dudamos en calificar como “el mayor fraude histórico de todos los tiempos” es el siguiente:

a) La tradicional amistad entre el Sionismo y el Pan-Germanismo quedo rota cuando, a mediados de 1917, aquél traicionó una alianza fáctica y propició la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de los Aliados, lo que originó la derrota de Alemania y el infausto Tratado de Versalles, en cuya redacción participaron numerosos e influyentes judíos, en muchos casos nacidos en Alemania.

b) La masiva participación de los judíos en las revueltas comunistas ocurridas en Alemania entre 1917 y 1925, así como su papel de líderes de los movimientos disolventes y antinacionales, culminando todo ello en una posición de preponderancia política y económica contribuyó poderosamente al triunfo electoral del Nacionalsocialismo, cuyo programa preveía la asimilación de los judíos alemanes al estatuto de extranjería.

c) Tal como hemos visto en precedentes epígrafes, los judíos del mundo entero, incluyendo los nativos de Alemania y Austria, declararon, de hecho y oficialmente, la guerra a Alemania.

d) En el transcurso de la guerra, diversos judíos con pasaporte norteamericano, inglés, francés o apátridas (ex-alemanes) coadyuvaron al endurecimiento de la guerra contra Alemania y a la entrada de los Estados Unidos en la contienda.

e) Las actividades de los judíos en los diversos movimientos de resistencia, es decir, de francotiradores que combatían sin uniforme, han sido tan voceadas por los propios hagiógrafos de los judíos que huelga extenderse sobre ello. En dichos movimientos —de lucha ilegal según las Convenciones de Ginebra y La Haya, no se olvide— los judíos eran legión.

f) En tales circunstancias, y atendidos los citados precedentes, los civiles judíos constituían, tanto en Alemania como en los territorios que sucesivamente fue ocupando el Ejército Alemán en el curso de la guerra, un peligro potencial. Por consiguiente, se hizo necesario, en determinados casos, su internamiento.

g) Ese internamiento hubo de realizarse en campos de concentración, que hubo que improvisar en plena guerra, pues los construidos en preguerra para alberge de marxistas y elementos asociales no bastaban. 
 
Con la masiva llegada de prisioneros, especialmente procedentes del frente del Este, la situación en los campos de concentración empeoró, aumentando la tasa de mortalidad, ya normalmente elevada en los campos de prisioneros.

h) La tesis oficial pretende que, mediante gaseamientos, crematorios, fusilamientos en masa y sevicias de todo género, no menos de seis millones de judíos fueron deliberadamente ejecutados por los nazis, siguiendo un plan oficial del Gobierno Alemán.

i) Como vamos a demostrar seguidamente, no existió ningun programa oficial de exterminación de los judíos, no existieron cámaras de gas y los crematorios tenían como finalidad la incineración de los cadáveres. Finalmente la cifra de seis millones de judíos muertos representa de quince a veinte veces la realidad.

j) El “mito de los seis millones” es artificiosamente mantenido en vida por el interés mancomunado y convergente del Sionismo Internacional y de la Unión Soviética. 
 
Para ésta, la creencia en tal entelequia mantiene en pié un muro de horror entre Alemania Occidental y los demás paises de la Europa residual aún no sometidos al Comunismo. 
 
Si seis millones de judíos fueron exterminados, muchísimos alemanes debieron saberlo; si lo sabían y lo toleraban Alemania era —y debe continuar siendolo— un país de salvajes, indigno de la convivencia internacional. Así se mantiene una resquebrajadura permanente en el ya de por sí poco sólido edificio de la Alianza Atlántica. Para aquél, —para el Sionismo—, la pervivencia del mito representa la seguridad de poder continuar contando con la República Federal Alemana como enjuagador de los permanentes déficits del Estado de Israel.

Los campos de concentración para judíos y (no-judíos) estaban ubicados en las siguientes ciudades: Katzweiler, Dachau, Flossenburg, Buchenwald, Bergen-Belsen, Neuengamme, Ravensbruck, Sachsenhausen, Gross-Rosen, Theresienstadt, Mauthausen, Stutthoff, Chelmno, Treblinka, Sobiror, Maidanek, Belzec, Auschwitz-Birkenau, Vught, Dora, Beuchow, Drancy, Ellrich, Elsing, Gandersheim, Gurs, Herzogenbusch, Kistarcsa, Lublin y Wolzec.

Para empezar, he aquí una fantástica coincidencia. Según la literatura concentracionaria, aún cuando los malos tratos ejercidos con lunático sadismo se dieron en todos los campos citados, sólo fueron “campos de exterminación” propiamente dichos los de Auschwitz-Birkenau, Stutthof, Chehnno, Belzec, Treblinka, Maidanek y Sobiror, es decir, todos los situados en territorio actualmente controlado por los comunistas, rusos o polacos.
 
Se ha podido probar que ni Dachau, ni Buchenwald ni Bergen-Belsen, todos ellos en territorio Alemán, fueron “campos de exterminación”; cuando se ha pretendido continuar las investigaciones en los siete campos restantes, actualmente en territorio controlado por los comunistas, éstos han declarado, bajo “palabra de honor” que la versión que los presenta como campos de exterminio es correcta, y el asunto se ha dado por zanjado. 
 
Así pues, la cuestión de los campos de exterminio se inicia, ya, con una coincidencia matemáticamente super-improbable. 
 
Pero de ello ya hablaremos más adelante, al estudiar el caso campo por campo.

Ahora creemos interesante hacer un inciso sobre la necesidad del internamiento de grandes masas civiles de halógenos potencialmente hostiles, llevada a cabo por paises en estado de guerra. Pero he aquí que según datos proporcionados por el mismo Congreso Mundial Judío, habían, en 1957:

- Judíos en la Unión Soviética.......................................................... 2 millones.
- Judíos en los Estados Unidos....................................................... 5,2 millones.
- Judíos en otros países..................................................................4,6 millones.
- Lo que totabiliza: 11,8 millones.

Once millones ochocientos mil judíos. Es decir, 0,8 millones MÁS de los que debieran haber de acuerdo con el primer cálculo. Por consiguiente, un testimonio de tan excepcional calidad como el propio Congreso Mundial Judío admite, tácitamente, que el número de “victimas” no puede ser siquiera de 5,7 millones, debiendo rebajarse a 5,7 - 0,8: 4,9 millones.

Pero, según informa el demógrafo norteamericano Roland L. Morgan, en el censo de la población soviético de 1957, el número de judíos residentes en la URSS era ligeramente superior a los tres millones y no los DOS MILLONES mencionados por el Congreso Mundial Judío. 
 
Si substraemos ese millón “perdido” y ahora “hallado” en Rusia, de la cifra del párrafo anterior deberemos deducir precisamente “ese” millón: 4,9 millones - 1 millón: 3,9 millones.

Ahora bien, si el Congreso Mundial Judío pudo “arreglar” la población judeo—soviética en un tercio, ¿podemos admitir como aceptable la sospechosamente baja cifra de sólo 5,2 millones de judíos en los Estados Unidos...?

Roland L. Morgan lo niega resueltamente, razonándolo de la siguiente manera: “Según cifras oficiales del Comité Judeo— Americano la población judía de los Estados Unidos era, en 1917, el 3,27 % del total; en 1927, el 3,58 % y en 1937 el 3,69 %. 
 
Todos sabemos que, además del aumento natural normal se produjo, en las décadas de los años 40 y 50 un tremendo influjo de inmigrantes judíos — tanto ilegal como ilegalmente— a las hospitalarias tierras americanas. Pero, sorprendentemente, si hemos de creer las cifras del Congreso Mundial Judío, en 1957 el porcentaje había descendido hasta un 2,88 % del total (5,2 millones sobre 180 millones). 
 
Esto es imposible. 
 
No se puede admitir”.

En efecto: ¿cómo pudo ocurrir ese “milagro”?. No sería más lógico suponer que, según el demógrafo norteamericano Wilmot Robertson, a mediados de la decada de los cincuenta debieron haber en los Estados Unidos entre ocho y nueve millones de judíos, lo que llevaría su porcentaje con respecto al total de la población a un 4,5 %?. Porque, en todo caso el asumir que el porcentaje descendió por debajo del nivel de 1937 es sencillamente absurdo.

Examinemos esta cuestión desde otro punto de vista. La revista “Time”; citando el Anuario de las Iglesias Americanas informa de que hay, en los Estados Unidos, 5,5 millones de judíos “practicantes de la religión mosaica”. En otras palabras, si el número total de judíos oficialmente admitidos en el pais es de 5,2 millones, resulta que más del cien por cien de los judíos —apróximadamente el 106 por ciento— están inscritos en sus comunidades religiosas. ¿Otró milagro?... 
 
Que no todos los judíos residentes en los Estados Unidos son practicantes de su religión está corroborado por un artículo aparecido en el mismo semanario “Time” en el que se afirma que sólo el 10,6 % de la población neoyorquina profesa la religión mosaica, a pesar de que el porcentaje total de los judíos en esa ciudad es del 28%, aún cuando creemos, avalados por las obras de Robertson, entre otros, que esa cifra es inferior a la realidad, que más bien debe acercarse al 35%. 
 
En todo caso, una cosa es evidente: más de la mitad de los judíos neoyorquinos son religiosamente indiferentes y no se hallan registrados en las sinagogas. Según las estadísticas , el 38% de los americanos son ateos o agnósticos, y el 62% pertenece a una u otra de las diversas religiones. 
 
Dando por sentado —tratando, como siempre hacemos, de ponernos en la postura más favorable a la tesis oficial de los seis millones— que los judíos norteamericanos son más religiosos que sus compatriotas neoyorquinos, les aplicaremos, a todos ellos, el porcentaje general del 62%. De manera que si hay 5,5 millones de judíos “practicantes” (62%), deben haber, aproximadamente otros 3,3 millones de “no practicantes” (38 %). 
 
Sumando ambas cifras tendremos un total de 8,8 millones de judíos en los Estados Unidos, lo que cuadra con las cifras de Robertson. Además, esta cifra, que es el 4,9% de la población americana, coincide con nuestro anterior cálculo y es, indudablemente, mucho más plausible que la ridículamente baja cifra de 5,2 millones que, con fines evidentemente políticos facilitó el Congreso Mundial Judío.

Este exceso en la población judía de los Estados Unidos, es decir, 8,8 miIlones - 5,2 millones: 3,6 millones nos da derecho a acortar, por tercera y úl tima vez el número de victimas, pues resulta obvio a la luz de los precedentes cálculos que el número de los judíos americanos ha sido, igual que el de los rusos, “ajustado” en más de un tercio. 
 
Y resulta evidente que si no se hubieran producido tales “ajustes” hubiera sido imposible mantener tanto tiempo el mito de los SEIS MILLONES (ahora, ya 5,7 millones) de víctimas judías.

De modo que, finalmente, resulta: 3,9 millones - 3,6 millones “descubiertos” en los Estados Unidos: 0,3 millones. Y esta cifra, 300.000 judíos, es el número aproximado de muertos que tuvo esa comunidad a consecuencia de la II Guerra Mundial. 
 
Es posible incluso que la cifra haya sido algo más baja, o algo más alta, pudiéndose concluir que el número total de bajas judías debió escilar entre las 250.000 y las 400.000.

Creemos que las cifras y razonamientos presentados más arriba debieran ser mas que suficientes para demostrar que las reticencias y cautelas de la Encyclopædia con respecto al número de victimas judías estaban más que justificadas, pues la más bombástica y desvergonzada campaña propagandistica que han visto los siglos multiplicó, de quince a veinte veces, el numero real de bajas judías en la contienda mundial.

Aldo Dami, autor que dista mucho de ser un “pro-nazi”, con sangre judía en sus venas y casado con una judía, ha escrito un documentadisimo libro el que demuestra que el total posible de victimas judías en la guerra fué de seiscientas mil, aunque afortunadamente, dicho total posible no se alcanzó, pues hubo muchos individuos dados inicialmente por desaparecidos en las cámaras de gas y crematorios, que aparecieron, años después, en el nuevo Estado de Israel. 
 
Para Dami perecieron, como máximo, medio millón de judios, incluyendo los que murieron en la sublevación armada del ghetto de Varsovia y las victimas del terrorismo de los movimientos de “resistencia”, del consiguiente “contraterrorismo” y de los bombardeos aéreos.

Otro judío, el demógrafo Allen Lesser confesó que “el número de judíos fallecidos en la pasada contienda ha sido profusamente exagerado”, y también que, “según se divulgó durante los años de guerra, por parte de las agencias de prensa judaicas, el número de judíos muertos en toda Europa, asciende a varios millones más de los que los mismos nazis supieran jamás que hubiesen existido” .

De las cifras facilitadas por el escritor judío Jacob Letchinsky se deduce, igualmente, que, como máximo, de trescientos cincuenta a cuatrocientos mil israelíes perecieron en la contienda, por todos los conceptos, y aproximadamente, los dos tercios de esa cifra en los campos de concentración.

La cifra de trescientos mil judíos muertos ha sido sostenida por el periódico suizo “Die Tat”, de Zurich que tras un documentado estudio, basado en fuentes neutrales y judías, concluye que “el total de victimas judías en los campos de concentración alemanes durante la guerra es, de aproximadamente, unas 300.000”. 
 
Esa cifra incluye los fallecimientos a causa de todos los factores, epidemias, muertes naturales, inanición e, incluso, bombardeos de la Aviación Aliada. 
 
La propia Cruz Roja Internacional, en documentado estudio aparecido en el periódico suizo Bassler Nachrichten, y cuya reproducción adjuntamos (en la edición en papel del libro), afirmó oficialmente que el número de muertos en los campos de concentración fué de 395.000.

Esta cifra, emanada de la Cruz Roja, no ha sido, evidentemente, reproducida millones de veces por los periódicos y los locutores de radio y televisión del mundo entero. Al contrario, un espeso muro de silencio ha mantenido a la incómoda cifra en el más discreto de los anonimatos. 
 
La Verdad no siempre es cómoda, especialmente cuando contradice los dogmas oficiales. Pero... ¿no parece más digno de fé el testimonio de la Cruz Roja Internacional, al fin y al cabo entidad filantrópica y neutral, que las acusaciones del Congreso Mundial Judío y demás organismos paralelos, que son entidades políticas y no ciertamente neutrales en el caso que nos ocupa?.

Es importante mencionar que el “Guinness Bock of World Records”, publicación estadística que goza de buen renombre en el mundo de habla anglosajona, publicó que... “a pesar de haberse repetido frecuentemente que las victimas judías en la última guerra fueron seis millones de personas, de nuestros estudios resulta que el máximo de victimas que hubo fué de 1.200.000, de los cuales 900.000 en el campo de concentración de Auschwitz”. 
 
El Guinness Book simplemente manejó las cifras oficiales que le fueron facilitadas, y a través de las contradicciones de las mismas llegó a la antedicha cifra. Pero es preciso tener en cuenta que tales cifras oficiales estan muy sujetas a caución, especialmente las referentes a Auschwitz, emanadas, como se sabe, de las autoridades polacas.

Joaquin Bochaca
Capítulo del imprescindible libro: “El mito de los 6 millones”

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