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El hambre se come al mundo


La Declaración Universal de los Derechos Humanos promulgada en 1948, después de la Segunda Guerra Mundial, es clara y en uno de sus acápites, alude a la necesidad de que el hambre y la malnutrición sean eliminadas del mundo, pues todos los seres humanos tenemos el derecho a una buena nutrición como condición para un desarrollo físico y mental pleno.
 
Pero la necesidad de alimentarse adecuadamente todos los días en realidad apunta hacia la utopía. Hasta el día de hoy, seis décadas después de promulgada la Declaración, ese sigue siendo un derecho violado en muchos lugares sobre la Tierra. Y lo peor es que no se avizoran cambios favorables.

Actualmente unos 900 millones de personas en el mundo no tienen seguridad alimentaria y de acuerdo con cifras facilitadas por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), hay 170 millones de niños en estado de malnutrición extrema.

Cabría preguntarse si es únicamente la falta de alimentos la causa. La realidad indica que no.

El problema tiene su punto inicial en factores económicos, políticos y medioambientales creados por el propio hombre y que, al final, también causan tanta muerte como la más profunda inanición.

Con perfecta previsión, el Comandante en Jefe Fidel Castro, ya advertía en 1992 sobre las consecuencias nefastas que para la existencia humana traería el deterioro que se le estaba propinando indiscriminadamente a la naturaleza.

Durante la celebración de la Cumbre de la Tierra, en la ciudad brasileña de Río de Janeiro, Fidel alertaba que «una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo».

El drama en números

Desde 1990, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) mide la variación mensual de precios mundiales de los alimentos sobre la base de un índice de 55 productos agropecuarios.

Desde entonces el arroz, el trigo, los aceites vegetales, la carne, los productos lácteos y el maíz, saltaron de las mesas de las casas a los foros internacionales, como puntos de discusión para resolver poco menos que nada y solo trazar planes que, al implicar la renuncia a sus prebendas por los más poderosos, solo quedan en papeles.

Según datos de organizaciones internacionales, entre 2003 y principios de 2008 se registró un pronunciado y sostenido aumento de precios de una amplia gama de productos básicos.

Pero, a pocas semanas de iniciado el 2011, la FAO encendió las alarmas ante el desmesurado incremento del precio de los alimentos, que llegaron a sobrepasar los registros de junio de 2008, cuando marcaron un alza de 213,5 puntos, que hasta ese momento constituían el pico histórico.

Entonces EE.UU. lanzaba su propuesta de hacer frente al agotamiento de las reservas de petróleo y al creciente aumento de los precios del crudo, con la producción de combustibles extraídos de alimentos. Los costos comenzaron a volatilizarse y el mundo entró en pánico.

Este enero, dice la FAO, el índice del alza tuvo un promedio de 231 puntos, con un 3,4 por ciento de incremento respecto a diciembre de 2010. Este sería el nivel más alto desde que se comenzaron a medir los precios.

Asesinato en masa silencioso

Así llamó hace algunos años un funcionario de la ONU a la hambruna. Además, aclaró con bastante acierto que el hambre en el mundo no es cosa del destino y sus causantes están bien identificados. Se puede interpretar así que detrás de cada muerte por falta de alimentos hay en verdad un asesinato. Silencioso, pero asesinato al fin.

Es difícil de aceptar, pero la FAO ha advertido que existe un equilibrio entre el suministro mundial de alimentos y la demanda, y suficientes existencias de cereales para garantizar una situación menos grave que la de 2008. 

Sin embargo, la volatilidad de los precios del petróleo unido a los intereses de las grandes transnacionales, productores y distribuidores de los alimentos básicos, conducen por el camino del mal.

Especulación e inflación son los términos más usados en estos casos, y dos de las realidades que los Estados más débiles no pueden combatir. 

No son pocos los que aseguran que la comercialización especulativa de productos de primera necesidad resulta una de las más poderosas causas de la actual volatilidad en los precios de los comestibles que beneficia, únicamente, a las grandes transnacionales.

Datos aportados por PL ilustran el fenómeno: la Ong GRAIN refiere que el dinero especulativo en alimentos creció de los 5 000 millones de dólares en el 2000, a los 175 000 millones en el 2007.

Hilda Ochoa-Brillembourg, presidenta del Strategic Investment Group —un grupo de asesores de inversiones del Banco Mundial—, estima que desde el 2008 la demanda especulativa de futuros de productos agrícolas ha crecido entre el 40 y el 80 por ciento.

Para que se tenga una noción —confirmó PL— solo la firma inglesa Armajaro Holdings Ltd compró, en una jornada del pasado año, 240 000 toneladas de cacao valoradas en 720 millones de euros, que representan el siete por ciento de la producción mundial. Así consiguió disparar el precio de la tonelada de ese grano hasta los 3 223 euros, la cifra más alta desde 1977.

Clima vs. hambre

A estos factores subjetivos del desabastecimiento nutricional se suman otros de carácter más objetivo y en los cuales la mano del hombre también ha influido notablemente.

Las grandes destrucciones que propina al medio ambiente y que, cada vez con más ímpetu, se revierten contra él, también reafirman esta tendencia al alza y escasez de los alimentos.

En Rusia, por ejemplo, el Gobierno vetó la exportación de cereales hasta finales del 2011 por varios meses, como medida para hacer frente al drástico declive de las cosechas luego de los devastadores incendios que afectaron al centro y oeste del país desde comienzos del verano pasado y la pertinaz sequía, la peor en décadas.

Las inundaciones que azotaron a Paquistán, también en 2010, harán que este país tenga que importar alimentos durante 2011, porque el Punjab, una de las áreas devastadas, produce el 80 por ciento del grano que se consume en esa nación asiática. 

Ahora, en lo que va de año, China enfrenta una de sus peores sequías. Según estimados, en el norte del país, donde se produce el 80 por ciento del trigo que se consume en esa nación, 6,4 millones de hectáreas de tierra cultivada se están perdiendo por la falta de precipitaciones.

Toda la zona de África del sur está en franco peligro por las intensas lluvias que la azotan. La FAO advirtió que las inundaciones y tormentas ya han dañado miles de hectáreas de tierras agrícolas y cultivos en naciones como Botswana, Lesotho, Mozambique, Namibia, Zambia, Zimbabwe y Sudáfrica. Al parecer la subida de precios se hace inevitable.

Protestas sociales

La FAO también alertó q ue la tendencia alcista persistirá y se registrarán aún más significativos aumentos en 2011. Esto incide en las convulsiones sociales en cualquier confín del mundo. 

No pocos economistas y expertos en seguridad alimentaria han advertido varias veces en los últimos años, que esta explosión en el costo de la comida podría desencadenar el mismo tipo de estallido de ira ciudadana.

Durante la crisis de 2008 se reportaron manifestaciones sociales en 30 países.

A mediados de 2010, protestas contra el alza de los precios de los alimentos en distintos países de África corroboraron que la situación vuelve a ser explosiva, y no debe descartarse que hayan constituido un ingrediente adicional en los remezones experimentados en las últimas semanas en la región árabe.

De esta manera, como un nudo gordiano, en lo que resulta el círculo vicioso más dilatado de la historia de la humanidad, danzan las crisis económica, ambiental y alimentaria, arrasando en su ira con los excluidos.

Como ha seguido alertando Fidel: «Es hora ya de hacer algo». 

El panorama se muestra desolador en lo que a crisis alimentaria se refiere, pues son precisamente los más ricos los encargados de cambiar una situación que se torna cada vez más peligrosa para la existencia de la raza humana.

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