Esa bomba periodística de tiempo que es Wikileaks también ha contribuido a desinflar un poco más al grotesco títere estadounidense bautizado con el nombre de Yoani Sánchez.
Al fracasar reiteradamente en su intento de sacar del sombrero una figura que encabece a la titulada “oposición cubana”, Washington decidió echar mano a cualquier cosa para lograrlo.
Así nació la idea de convertir a una ciudadana totalmente desconocida en el país que abandonó, y al que luego curiosamente regresó, en una suerte de heroína de las letras y la resistencia política.
Le trazaron el plan de iniciar un blog en Internet, como hizo en abril de 2007, y después esperar porque sus administradores norteamericanos hicieran el resto.
Y lo han hecho sin escatimar dinero ni esfuerzos. Tanto que se han excedido hasta mostrar a plena luz sus verdaderas intenciones subversivas.
Uno de los cables filtrados por Wikileaks, y reproducido el domingo último por el sitio estadounidense Along the Malecón, dice que el jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, Jonathan Farrar, notificó el 25 de septiembre de 2009 al Departamento de Estado que la bloguera Sánchez aprovechó entonces la visita a La Habana de la subsecretaria de Estado adjunta, Bisa Williams, para solicitarle la autorización de hacer compras por Internet que Washington prohíbe a la isla.
Según el texto firmado por el diplomático, Yoani Sánchez le dice a Williams: “Sabe cuánto más podríamos hacer?”, una clara insinuación respecto a las maquinaciones que llevan a cabo para derrocar al gobierno cubano por vía del acceso libre al mercado on line.
Otros documentos también divulgados por Wikileaks afirman que las autoridades norteamericanas cifran en Yoani grandes esperanzas y que la utilizan como rostro visible de su retórica contra La Habana.
El Nuevo Herald señaló el 9 de abril pasado que el gobierno de Estados Unidos envió a Cuba hasta fines de 2009 entre dos y cinco “contratistas” todos los meses para entregar distintos recursos técnicos y financieros a sus blogueros.
La abundante cantidad de dinero que la Casa Blanca envía a quienes llama disidentes, así como a sus blogueros, fue divulgada ampliamente en fecha reciente por Internet.
De los 15 millones de dólares que el presidente Obama les otorgó en 2009 bajo el supuesto de ser “una ayuda a la democracia en Cuba”, 200 mil fueron a nombre de Yoani Sánchez y su esposo Reinaldo Escobar.
A este último lo conocí en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, cuando ambos estudiábamos esa carrera allá por la década del 70 del siglo pasado.
Un personaje tan estrafalario y vacío que no merece una referencia mayor. Baste decir que le hace un favor a la Revolución militando en las filas de sus enemigos, porque así, por contraste, enaltece aún más a quienes la defienden.
No extraña, en medio de un escenario como ese, que Washington haya incurrido en el craso error de ordenar conferir sonados honores internacionales a su empleada de La Habana.
Por ejemplo, unos meses después de haber comenzado a operar su blog, ya le conferían el Premio Ortega y Gasset en Periodismo, gestionado por el Grupo Prisa, de España, según Wikileks, a menos de un año de su primer post en Internet y sin antecedente alguno como periodista o en los círculos literarios de Cuba.
Fue a esa ilustre señora a quien la revista norteamericana Time se atrevió sin el menor pudor en colocar a su juicio entre las cien personas más influyentes del mundo. ¿Hasta dónde se desplomó ese día la credibilidad de esta importante publicación de Estados Unidos?
Por si todo no resultase suficiente para saber quién es la señora Sánchez, baste recordar el espectáculo que monto alrededor de una supuesta golpiza que recibió a manos de policías cubanos, hecho que, según ella, le ocasionó moretones y hasta heridas, saldo que no pudo presentar ni en fotografías ni en otras pruebas, como quedó evidenciado en una larga entrevista que el 17 de abril del presente año le hizo el periodista francés Salim Lamrani.
Ella hizo recordar así el caso de otro muy renombrado “disidente” cubano también fabricado por la Casa Blanca, el supuesto inválido y poeta (“Desde mi silla de ruedas”) llamado Armando Valladares, divulgado durante años a través del mundo como un sufrido intelectual salvajemente torturado en cárceles de la isla.
Pero salió caminando por el aeropuerto de La Habana cuando viajó hacia Paris, donde una muchedumbre de periodistas, escritores y hombres de la televisión y el cine, a contrapelo de lo que esperaban, vieron llegar a una persona saludable y de gestos y andar atléticos..
Años después, una “joven disidente de fama controvertida”, Yoani Sánchez, al decir de Lamrani, denunció haber sido victima de una suerte de masacre personal a manos de policías cubanos, pero -y así de simple- se negó a probarlo.
Nicanor León Cotayo
La Habana
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