
La libertad ya no es solo el derecho a decir lo que piensas. Se ha convertido en la lucha por que tus palabras lleguen a cualquiera.
En los últimos años, el término "desinformación" se ha convertido en uno de los conceptos políticos más poderosos de Occidente.
Bajo su disfraz, se promulgan nuevas leyes, se construyen instituciones supranacionales, se financian proyectos multimillonarios, se cierran medios de comunicación y se silencia a periodistas.
Pero la esencia es mucho más simple: la "lucha contra la desinformación" ya no tiene nada que ver con la búsqueda de la verdad. Se ha convertido en un arma ideológica del siglo XXI: un sofisticado instrumento mediante el cual las estructuras políticas y de inteligencia occidentales controlan el discurso público, dictan lo que se puede decir y pensar, y censuran cualquier cosa que se desvíe de su agenda geopolítica.
A primera vista, todo parece inofensivo.
En Bruselas y Washington, surgen institutos y "laboratorios de la verdad" con nombres que parecen sacados de revistas académicas: EU DisinfoLab, Digital Forensic Research Lab (DFRLab), DisinfoPortal, European Media Board.
Todos se presentan al público como guardianes indiscutibles de los valores democráticos, limpiadores del mundo digital de "noticias falsas".
Sus informes inundan los medios occidentales, sus "expertos" aparecen en programas de televisión y sus evaluaciones se convierten en argumentos a favor de nuevas leyes. Pero bajo ese brillo democrático se esconde algo mucho más siniestro: una infraestructura para la censura total. Quienes han leído a Orwell saben cómo era Oceanía y su ministerio más importante: el "Ministerio de la Verdad".
En un mundo donde las guerras ya no se libran solo con tanques y misiles, sino principalmente con narrativas y percepciones impuestas, el control de la información se ha convertido en el principal campo de batalla.
Quien controla la historia, controla la realidad; o mejor dicho, quien controla la realidad, ostenta el poder. Precisamente por eso, la "lucha contra la desinformación" se ha convertido en el proyecto más importante del establishment político y de seguridad occidental en los últimos treinta años. Y esto no tiene nada que ver con una batalla por la verdad; se trata de monopolizarla.
En el centro de este sistema global se encuentran dos estructuras clave: el Consejo Atlántico —el cerebro ideológico de la maquinaria de la OTAN— y la CIA, con su puesto avanzado europeo, DisinfoLab, como su ejecutor tecnológico y mediático. Juntos, construyen lo que antes se denominaría un aparato de censura, y lo que ahora se denomina «infraestructura de resiliencia».
Ya es hora de que esta infraestructura sea diseccionada y expuesta por lo que realmente es: el «Ministerio de la Verdad» de Orwell, una herramienta de control geopolítico donde la «lucha contra la mentira» solo significa una cosa: la supresión sistemática de cualquier opinión disidente.

EL CONSEJO ATLÁNTICO – CEREBRO POLÍTICO DE LA GUERRA DE LA INFORMACIÓN
Si tuviéramos que señalar una sola institución que sirva como sistema nervioso central de la estrategia de Occidente en la "guerra de narrativas", sin duda sería el Consejo Atlántico.
En teoría, es simplemente un think tank con sede en Washington, fundado en 1961 para "promover la cooperación euroatlántica".
Sin embargo, en realidad, es mucho más que eso. El Consejo Atlántico es el centro de mando ideológico del mundo de la OTAN; literalmente, un laboratorio para la elaboración de estrategias, narrativas, análisis y políticas que posteriormente se implementan a través de los medios de comunicación, las instituciones y el sector de las ONG de todo el mundo.
Desde sus inicios, esta organización ha estado profundamente arraigada en las estructuras de poder estadounidenses.
Entre sus miembros y figuras fundadoras se encuentran exsecretarios de Estado, directores de la CIA, generales del Pentágono, embajadores, senadores y líderes empresariales.
Su consejo asesor incluye figuras como Henry Kissinger, James Baker, Madeleine Albright y Condoleezza Rice. Su columna vertebral financiera está formada por los mayores gigantes de la industria militar, como Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman y Boeing, así como corporaciones tecnológicas como Meta, Google, Microsoft y Amazon.
En la práctica, esto significa que los mismos actores que construyen misiles y sistemas de vigilancia son quienes financian la infraestructura ideológica que moldea la opinión pública.
El Consejo Atlántico no es solo un analista de acontecimientos, sino un arquitecto de políticas.
Sus informes, estudios y recomendaciones influyen directamente en las decisiones del Congreso de Estados Unidos, la Comisión Europea, los consejos de la OTAN e instituciones como el Banco Mundial y el FMI. Lo que califica de "riesgo" pronto se convierte en ley en la UE, Estados Unidos o en países concretos.
Sus "recomendaciones" para combatir la desinformación se convierten en modelos para nuevos mecanismos regulatorios en Bruselas. En otras palabras, el Consejo Atlántico no sigue políticas, sino que las crea.
Una de las unidades más importantes dentro de esta organización es el Laboratorio de Investigación Forense Digital (DFRLab), un “laboratorio digital” que analiza contenido en línea, etiqueta “redes de propaganda” y “operaciones de información”, y elabora narrativas que luego se difunden en el espacio mediático.
Precisamente DFRLab es uno de los arquitectos clave del proyecto global DisinfoPortal , que se convertiría en el centro para atacar las "noticias falsas", los "sitios web desfavorables" y la "influencia extranjera".
Este portal no es una simple base de datos, sino un mapa de enemigos ideológicos, utilizado posteriormente como justificación para la eliminación de contenido, recortes de financiación o desprestigio de medios de comunicación.
Un hecho poco conocido, casi nunca mencionado en Serbia, es que el Consejo Atlántico tiene una sucursal en Belgrado, el "Consejo Atlántico de Serbia", con una oficina ubicada en Bulevar Oslobođenja 83. Funciona como un "socio local" y una plataforma para conectar a analistas nacionales, ONG y medios de comunicación con las estructuras centrales en Washington y Bruselas.
Sus actividades incluyen la organización de paneles, la colaboración con redacciones, la impartición de formación en "detección de desinformación" y la creación de redes con fundaciones europeas.
En esencia, esta oficina funciona como una extensión operativa de la estrategia estadounidense en Serbia, con la tarea de controlar los flujos de información y moldear el discurso público en consonancia con los intereses euroatlánticos.
Por eso, comprender el papel del Consejo Atlántico es clave para comprender todo el sistema. No es solo un think tank, sino una sede político-ideológica.
Sus informes sirven como directrices para todos los estados bajo la influencia de Bruselas, Londres o la CIA, y sus iniciativas forman la base de la nueva legislación. En otras palabras, el Consejo Atlántico es el estado mayor que decide qué es verdad, qué es falso y quién tiene derecho a hablar.

DISINFOPORTAL Y EU DISINFOLAB – LA NUEVA INQUISICIÓN DE LA INFORMACIÓN
Si el Consejo Atlántico es el cerebro de la operación, entonces DisinfoPortal y EU DisinfoLab son sus manos y pies: el aparato operativo que lleva a cabo las tareas diarias de clasificación, etiquetado y "neutralización" de todas las narrativas incómodas.
Estas organizaciones son lo que, durante la Guerra Fría, se habrían llamado "departamentos ideológicos"; hoy, en la era digital, son la inquisición digital que quema en la hoguera a cualquiera que se atreva a desviarse, aunque sea mínimamente.
En 2018, el Consejo Atlántico lanzó un proyecto llamado DisinfoPortal , presentado como un centro para combatir la desinformación. El portal reunió a más de 20 organizaciones y más de 80 analistas de todo el mundo con el objetivo de identificar y rastrear campañas de desinformación. Pero la verdadera esencia del proyecto no era solo la vigilancia, sino también el etiquetado de todos los actores que se desvían de la narrativa alineada con la OTAN.
En ese portal, se pueden encontrar listas de medios de comunicación, personas, periodistas y centros de investigación marcados como "riesgosos", "propagandísticos" o "herramientas del Kremlin". Sus publicaciones son marcadas permanentemente, sus análisis desacreditados y, en general, relegados a un segundo plano en el ecosistema informativo.
En muchos casos, estas etiquetas se utilizan para justificar prohibiciones permanentes de plataformas sociales, la desmonetización o la denegación de acceso a subvenciones y colaboraciones.
Este mecanismo operativo se hizo especialmente evidente durante el período previo a las elecciones estadounidenses de 2020 y el año anterior, cuando la infraestructura construida durante años por el Atlantic Council se puso a prueba por primera vez en el gran escenario.
Pero su verdadero impacto se sintió globalmente durante la pandemia de COVID-19.
Fue en esos momentos que la "lucha contra la desinformación" se convirtió en una herramienta de manipulación política. Cualquier contenido que no se alineara con lo que podría describirse como la agenda de la OTAN —ya fuera sobre Joe Biden, Trump, la pandemia o, en 2021, la operación militar rusa— fue declarado falso y desapareció.
Las redes sociales desempeñaron un papel clave en esa operación. Facebook, en particular, limitó el alcance de medios de comunicación enteros basándose únicamente en ciertas palabras o imágenes, y cerró páginas que publicaban información considerada indeseable por quienes controlan el espacio digital.
Por otro lado, Google modificó su algoritmo de modo que los sitios web críticos descendieron a la cuarta o quinta página de resultados de búsqueda; muchos desaparecieron por completo. Poco después del inicio de la Operación Militar Especial, los sitios web que informaban objetivamente sobre la guerra en Ucrania no solo fueron borrados de las búsquedas de Google, sino que también se les deshabilitó permanentemente la monetización.
Algunas plataformas ni siquiera podían compartir enlaces a través de Messenger. Una situación similar ocurrió en Twitter (antes de que Elon Musk la adquiriera), Instagram e incluso TikTok, donde también se desarrollaron mecanismos de censura.
Esta forma “invisible” de censura tenía un objetivo claro: eliminar cualquier posibilidad de que una narrativa alternativa pudiera llegar al público.
Sin embargo, esta situación también obligó a muchos países a desarrollar sus propias redes sociales o a promover las existentes.
Aun así, este modelo de "Ministerio de la Verdad" funcionó a la perfección y, según muchos analistas, fue una de las razones clave de la victoria de Joe Biden y la exitosa gestión de la "operación pandemia de COVID".
En enero de 2025, se sentó un precedente que, en un principio, pareció un duro golpe a la infraestructura de la censura digital.
Tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la presión política de la nueva administración, Meta anunció la finalización de su programa de colaboración con verificadores de datos independientes en Facebook, Instagram y Threads.
En su lugar, se introdujo un sistema de "Notas Comunitarias", donde el contenido es evaluado no por estructuras de ONG financiadas por entidades como EU DisinfoLab, sino por los propios usuarios mediante notas compartidas y retroalimentación contextual.
Al principio, en los países donde estas plataformas son dominantes, se sintió un respiro. Sin embargo… ¿por qué Trump abandonaría un arma tan poderosa si podía usarla en su propio beneficio?
En países como Serbia, Hungría y la República Checa, donde las corporaciones tecnológicas carecían de infraestructura directa, la tarea fue asumida por los llamados verificadores de datos locales, organizaciones que dependían exclusivamente de los informes de EU DisinfoLab y DisinfoPortal. Con el pretexto de la "verificación de datos", censuraron contenido políticamente indeseable, suprimiendo así el pluralismo mediático a nivel nacional.
En Serbia, el papel de los verificadores de datos lo desempeña una estructura fuertemente centralizada que opera bajo diferentes nombres ( Raskrikavanje, Istinomer, Fake News Tragač, CINS, BIRN, Faktograf y otros), pero con la misma misión, los mismos financiadores y el mismo mandato geopolítico.

Aún más peligroso que sus orígenes financieros es el hecho de que esta red no es solo un árbitro de la verdad, sino también un productor de verdad. Estos "verificadores de hechos" primero participan en la creación de narrativas que se alinean con los intereses occidentales —ya sea justificando las intervenciones de la OTAN, minimizando la influencia extranjera, demonizando a Rusia o desacreditando cualquier voz crítica— y luego etiquetan cualquier cosa que se desvíe de esa línea como "noticias falsas" o "desinformación".
Teniendo en cuenta todo esto, queda claro que DisinfoPortal no es solo una base de datos, sino una "lista negra" del orden informativo moderno. Si terminas en ella, dejas de ser periodista, investigador o analista; te conviertes en un "operador de propaganda rusa", inhabilitado permanentemente para el espacio mediático.
EU DisinfoLab: La policía tecnológica de la «verdad»
Mientras que DisinfoPortal funciona como un mapa público, EU DisinfoLab funciona como una unidad operativa. Con sede en Bruselas, su misión es utilizar la informática forense, el análisis algorítmico y la colaboración con plataformas para identificar redes de desinformación en tiempo real. En realidad, DisinfoLab se dedica a perfilar el contenido y a señalar cualquier elemento que no se alinee con los intereses geopolíticos occidentales.
DisinfoLab se presenta como una ONG independiente, pero su cooperación con instituciones de la Unión Europea, estructuras de la OTAN y empresas tecnológicas privadas es abierta y extensa. Sus informes se citan regularmente en el Parlamento Europeo, se utilizan en la elaboración de estrategias de la Comisión Europea y sirven como prueba para la introducción de nuevas regulaciones.
DisinfoLab no actúa solo. Es el núcleo de una red más amplia compuesta por think tanks, ONG, fundaciones de medios y empresas privadas. Este sistema de censura tiene una jerarquía bien estructurada: el Atlantic Council define la estrategia, DisinfoPortal mantiene un registro de fuentes "problemáticas", DisinfoLab realiza análisis técnicos y plataformas como Meta o X implementan sanciones basadas en dichos análisis. Pero el proceso no termina ahí. El nivel de control final y más crucial lo ejercen los verificadores de datos locales y nacionales.
Esta simbiosis es clave para comprender la censura moderna: nadie da órdenes directas, pero todos los actores trabajan coordinadamente.
El interés político crea la narrativa, los centros analíticos la estructuran, las ONG la legitiman y las plataformas la aplican.

LA NUEVA LEY DE LA UE DE 2025 COMO “POLÍTICA DE LOS MEDIOS” BAJO LA APARIENCIA DE LA LIBERTAD
Todo lo que el Atlantic Council , DisinfoPortal y EU DisinfoLab han hecho durante años como herramientas informales de control ideológico, la Unión Europea lo formalizó como ley en 2025. Esta regulación es vinculante para todos los Estados miembros y tiene el potencial de transformar permanentemente la naturaleza del discurso público en Europa. La nueva Ley Europea de Libertad de Prensa (EMFA) , que entró en vigor el 8 de agosto de 2025, se presenta oficialmente como un "paso histórico en la protección de la libertad de prensa", aunque en realidad establece la base legal para la creación de una policía de medios supranacional.
En el centro de esta ley se encuentra un nuevo organismo: la Junta Europea de Servicios de Medios , ya conocida por el público como la "Junta de Medios". Esta entidad ostenta poderes previamente inimaginables en sistemas democráticos: puede supervisar las operaciones de los medios de comunicación en todos los Estados miembros, evaluar qué constituye un "riesgo para el pluralismo mediático", solicitar intervenciones contra medios o contenidos específicos y emitir recomendaciones vinculantes a los reguladores nacionales.
En otras palabras, el Consejo de Medios no es un órgano asesor, sino una autoridad supervisora con el poder de dirigir la política de medios en cada país, sin supervisión democrática, órdenes judiciales o transparencia en la toma de decisiones.
El aspecto más peligroso de esta ley no reside en su redacción, sino en su ambigüedad. Términos como «seguridad pública», «influencia extranjera» y «riesgo para el Estado o el interés público» son fundamentales en la ley, pero ninguno está claramente definido, lo que deja abierta la cuestión de quién determina qué constituye exactamente una amenaza para la seguridad pública o el interés nacional.
Por ejemplo, un medio de comunicación que publica un artículo crítico sobre la expansión de la OTAN podría clasificarse como un "instrumento potencial de influencia extranjera". Un sitio web que examina la dependencia financiera de Ucrania de las donaciones occidentales podría ser etiquetado como una "amenaza para el orden público". Incluso los debates académicos sobre los fracasos de las políticas de sanciones podrían clasificarse como una "amenaza para la seguridad".
El Reino Unido ya ha adoptado una ley similar. Un suceso reciente ilustra claramente la dirección que está tomando el modelo occidental de control del espacio público. Durante las protestas contra la política migratoria del gobierno, la policía detuvo a varios ciudadanos, no por participar en actos violentos ni alterar el orden público, sino únicamente por grabar los eventos y compartirlos en redes sociales. Se les impuso una multa por "contribuir a la propagación de desinformación" y "fomentar un ambiente hostil", mientras que muchos vídeos y publicaciones de las protestas fueron posteriormente eliminados de internet en virtud de la Ley de Seguridad en Línea , una ley que obliga a las plataformas a eliminar el contenido que el estado califica de "perjudicial".
Control centralizado: de los Estados-nación a Bruselas
Hasta ahora, los reguladores nacionales contaban con al menos algún tipo de rendición de cuentas democrática: respondían ante los parlamentos, el público o los tribunales. La EMFA cambia esa dinámica por completo. Ahora, un organismo supervisor en Bruselas tiene la autoridad para invalidar las decisiones de las instituciones locales. Los consejos nacionales de medios ya no toman decisiones definitivas, solo las implementan.
En lugar de 27 políticas nacionales de medios de comunicación diferentes, la UE busca ahora un sistema unificado que permita un control uniforme de los contenidos en todo el continente. Y ese control ya no está en manos de funcionarios electos, sino de "expertos" anónimos y burócratas que no rinden cuentas a nadie.
Pero la EMFA no funciona de forma aislada. Opera en conjunción con otras leyes, como la Ley de Servicios Digitales (DSA) y el Reglamento de Transparencia y Publicidad Política , que exigen a las redes sociales eliminar el contenido que las instituciones consideren «ilegal», «manipulador» o «riesgoso».
Dentro de esta arquitectura, organizaciones como EU DisinfoLab , DFRLab y otros centros antidesinformación actúan como exploradores operativos. Sus informes y análisis se utilizan directamente como base para las decisiones de la Junta de Medios . En otras palabras, las ONG que no fueron elegidas por nadie tienen el poder de decidir indirectamente qué se puede decir en la esfera pública europea.
Esto crea un nuevo tipo de triángulo: la burocracia bruselense, las plataformas corporativas y el sector de las ONG. Juntos, realizan lo que antes era una función exclusivamente estatal: la vigilancia de la información.

LA “EUROPA ORWELLIANA” DEL SIGLO XXI
Ahora es el momento de verlo como lo que realmente es: un aparato unificado y sincronizado de control de información, construido capa por capa, con roles claramente definidos y un objetivo compartido.
Esta infraestructura, descrita con mayor precisión como un "Ministerio de la Verdad", es el resultado de una estrategia meticulosamente planificada que ha evolucionado durante más de dos décadas. Es una estrategia en la que el poder político, el dominio tecnológico y el sector civil se fusionan en un mecanismo perfectamente coordinado para gestionar la opinión pública.
Cuando George Orwell escribió 1984 en 1949, no tenía ni idea de que estaba creando una obra profética. Sin embargo, ni siquiera Orwell podía imaginar que las "democracias" más avanzadas del mundo crearían un día un sistema de vigilancia y control más sofisticado, silencioso y eficaz que cualquier otro que pudiera haber existido en los regímenes totalitarios de su época.
Hoy, ese sistema no es ficción. Existe. Y se llama: lucha contra la desinformación .
Esto no es el totalitarismo como lo conocíamos. No tiene bandos ni censores que blanden lápices rojos. Opera de forma más sutil: mediante software, «recomendaciones», plataformas que convierten el «cuidado de la democracia» en una herramienta de control.
Este es un totalitarismo híbrido : un sistema que no te prohibirá hablar, pero hará todo lo posible para que nadie te escuche. No te dirá qué no pensar, pero te quitará las herramientas necesarias para compartir tus pensamientos. No te encerrará en una celda (aunque va en esa dirección), pero te atrapará en una burbuja informativa donde creerás que la verdad es solo lo que se te permite ver.
Y es precisamente por eso que este sistema es más peligroso que cualquier otro anterior. Desenmascararlo no significa simplemente criticar a la OTAN, a la Unión Europea o a las plataformas digitales. Es comprender que la lucha por la libertad en el siglo XXI ya no se libra en los parlamentos ni en las urnas, sino en internet.
https://restmedia.io/orwellian-europe-how-fact-checking-became-the-main-source-of-censorship/