
***El Congreso estadounidense ha aprobado in extremis el megaproyecto de ley promovido por el presidente Trump, que prevé recortes fiscales financiados con la seguridad social de los ciudadanos estadounidenses. Aprobada con 218 votos a favor y 214 en contra, la ley aumenta enormemente el gasto público para permitir el mayor banquete de la historia a las grandes empresas sistémicas.
Fabrizio Casari
Para Trump, representa una victoria importante pero frágil: dado el amplio margen de su mayoría, se observa al menos una fractura dentro del Partido Republicano.
El núcleo del paquete consiste en 4,5 billones de dólares en recortes fiscales para los más ricos, ya aprobados en 2017 durante el primer mandato de Trump. También se contempla un enorme gasto, de aproximadamente 350.000 millones de dólares, para la seguridad nacional, el programa de deportaciones de Trump y el desarrollo del sistema defensivo estadounidense “Golden Dome”.
Para transferir dinero de las arcas públicas a las multinacionales, se recortan 1,2 billones de dólares al Medicaid, el programa público de seguro médico del que dependen millones de ciudadanos de bajos ingresos.
También se prevé una drástica reducción del programa de asistencia alimentaria y la eliminación de los incentivos fiscales para las energías renovables. Astutamente, los recortes más severos comenzarán justo después de las próximas elecciones de medio término.
Según la Oficina de Presupuesto del Congreso, estas medidas implicarán la pérdida de cobertura médica para unos 12 millones de personas. La misma oficina estima que el paquete añadirá 3,5 billones de dólares a la deuda pública en la próxima década y que otros 11,8 millones de personas quedarán sin cobertura médica.
Según el Penn Wharton Budget Model de la Universidad de Pensilvania, la “gran y espléndida ley” – como la describe la narrativa infantil y distópica del presidente – podría traducirse en un preocupante déficit presupuestario, una auténtica hacha sobre el cuello de la economía estadounidense.
No todo es fácil para el déspota de ego enfermo.
El presidente de la FED, Jerome Powell, el banquero central más importante del mundo, se ha convertido en un problema, ya que se niega a bajar el coste del dinero, algo que solo puede hacerse en una economía con inflación decreciente, no creciente como la estadounidense.
Trump está furioso y busca la manera de destituirlo.
Sin embargo, la deuda federal ha pasado de 35 billones de dólares en junio de 2024 a casi 36,5 billones en la actualidad, debido principalmente al coste de los intereses.
Mientras tanto, el dólar ha perdido el 10% de su valor, situándose en 0,85 euros. Esto significa que ya no es posible para Estados Unidos financiar su deuda emitiendo nuevos dólares, lo que implicaría también el colapso del aparato estatal.
Por ello, Powell expresó sus preocupaciones en la cumbre de bancos centrales en Sintra, donde calificó la deuda estadounidense de “insostenible”.
En resumen, Estados Unidos corre el riesgo de insolvencia.
La principal preocupación de la FED es que la deuda estadounidense se sostiene mediante la venta de bonos del Tesoro considerados por los inversores como un “activo refugio”; bonos que, aunque sostienen una economía moribunda, generan intereses significativos.
Pero precisamente esos intereses, al volverse cada vez más onerosos, podrían transformar el salvavidas en una piedra al cuello.
El Tesoro estadounidense podría no ser capaz de honrar los compromisos asumidos a través de la venta de bonos, debido a un aumento adicional de los intereses que haría la deuda impagable.
Aunque los inversores no tengan otra opción que esperar una recuperación económica para recuperar sus inversiones, la mera posibilidad marcaría el fin de la credibilidad financiera de EE.UU.
La pérdida de confianza en la economía estadounidense también se refleja en la disminución del uso del dólar como activo refugio: la proporción de dólares en las reservas de divisas de los bancos centrales ha caído del 72% en 2000 al 59% actual.
Finalmente, existe la peor de las hipótesis: declarar la insolvencia de la deuda y tratar de gestionar el proceso de default resultante. Se crearía una situación completamente inédita en la historia: la mayor potencia capitalista del mundo no podría cumplir con sus compromisos. Sería, ni más ni menos, el colapso del capitalismo financiero a escala planetaria.
El riesgo de default en EE.UU.
A las políticas draconianas de presupuesto, con las que se elimina lo poco que quedaba del estado de bienestar para transferir recursos a los bolsillos de los multimillonarios amigos de Trump, se suma la política de aranceles, que introduce otro elemento devastador para la economía estadounidense.
Con la introducción de aranceles, mediante los cuales Trump pretende que el resto del mundo pague la deuda externa de Estados Unidos, se crea un problema en lugar de una solución.
Trump denuncia el desequilibrio entre importaciones y exportaciones estadounidenses, pero esto es solo parcialmente cierto.
En primer lugar, el desequilibrio se debe al abandono de las políticas industriales en favor de la especulación financiera como motor de riqueza. EE.UU. presenta, en cambio, un fuerte superávit en inversiones de capital en su mercado bursátil – el menos regulado del mundo – que permite a los inversores operar con márgenes altísimos gracias a la escasez de restricciones.
Solo desde Europa llegan cada año más de 450.000 millones de euros a los títulos estadounidenses: si la UE tuviera un sistema tan permisivo como el de EE.UU., ese capital no saldría del viejo continente para operar en América.
En el plano comercial, los aranceles son un disparo en el pie.
¿Por qué? Porque las empresas extranjeras que hoy exportan a EE.UU. representan un importante apoyo a su economía; compran dólares en el mercado internacional y fomentan el consumo interno.
Pero con la introducción de aranceles, exportar a EE.UU. será menos rentable, ya que afectarán negativamente al precio final de los productos.
Estos últimos, debido a un aumento medio del 15% en los precios provocado por los aranceles, y a una inflación cercana al 10%, costarán hasta un 25% más al consumidor respecto al año anterior. Es fácil prever una reducción en la compra de algunos productos y la desaparición de otros.
Como consecuencia, una reducción de las compras conllevará una disminución de las exportaciones por parte de las empresas extranjeras.
¿Qué significa esto, desde el punto de vista estratégico monetario, para la economía estadounidense?
Que si las empresas extranjeras decidieran redirigir sus exportaciones hacia regiones del mundo donde no existen aranceles ni inestabilidad, ya no necesitarán comprar dólares, reduciendo así el volumen (y por tanto el valor) del dólar en circulación y, en consecuencia, su dominio en los mercados y la capacidad de sostener la deuda mediante su emisión.
Menor demanda implica menor emisión, y menor emisión reduce la incidencia del dólar como refugio de la economía estadounidense y como moneda del comercio internacional.
A esto se suma el golpe recibido por parte de los BRICS, que promueven el comercio en monedas locales desvinculadas del dólar estadounidense.
No solo por la progresiva erosión del PIB mundial y el alejamiento de quienes utilizan el dólar como garrote contra las economías emergentes, sino también porque los BRICS representan una propuesta de asociación bien acogida a nivel internacional, que crece cada día y se perfila como una alternativa seria a ese Occidente colectivo fagocitado por los intereses estratégicos de EE.UU.
A seguir las locuras de Trump queda solo la Unión Europea, que le jura fidelidad y corre en su auxilio a cambio de algunos misiles para Kiev, aun sabiendo que el colapso de toda la economía capitalista sería inevitable.
La Comisión Europea sueña con una resurrección a través del rearme y, como con Ucrania, se niega a mirar la realidad de frente. Oponen la fe a la lógica. Parecen más una secta evangélica que el gobierno del continente más rico del mundo.
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