EEUU: La Doctrina Trump y el Nuevo Imperialismo MAGA

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Trump y la fantasía de un 'Genocidio Blanco'

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***La semana pasada, cuando las imágenes de cuerpos carbonizados y hospitales bombardeados en Gaza deberían haber dominado los titulares internacionales, la puesta en escena de la política estadounidense ofreció en cambio una grotesca exhibición de desviación.

Mientras más de 53.000 palestinos (el 70% de ellos mujeres y niños) han sido asesinados y cientos de miles han resultado heridos, el presidente Donald Trump decidió centrarse en una crisis inventada al otro lado del mundo: el supuesto “genocidio blanco” de los agricultores afrikáneres en Sudáfrica.

Tras el Resolute Desk, Trump montó una actuación. Con imágenes manipuladas y titulares sensacionalistas, confrontó al presidente sudafricano Cyril Ramaphosa con una fantasía.

Un video mostraba cruces blancas simbólicas —pensadas como arte de protesta— distorsionadas como un cementerio. Otro fue tomado de un episodio no relacionado de violencia rebelde en la República Democrática del Congo. 

Sin embargo, Trump insistió: los sudafricanos blancos fueron víctimas de genocidio, y Estados Unidos debe actuar.

Y así fue. La semana pasada, unos 50 "refugiados" afrikáneres llegaron al Aeropuerto Internacional de Dulles y recibieron una bienvenida ordenada y patriótica. 

No huían de ninguna guerra, ni de ninguna violencia masiva, ni de ninguna persecución estatal. Pero encajaban en una narrativa. Todos eran blancos.

Una crisis fabricada

El mito del "genocidio blanco" en Sudáfrica no es nuevo. Propagado por sectores de extrema derecha de internet y repetido por figuras como Elon Musk, nacido en Sudáfrica, afirma una campaña deliberada para exterminar a los agricultores blancos. Pero las propias estadísticas de Sudáfrica lo desmienten.

Entre octubre y diciembre de 2024, solo 12 personas murieron en ataques relacionados con granjas. 

Solo una de ellas era un agricultor blanco. Los asesinatos en comunidades agrícolas representan una pequeña fracción de la alta tasa de criminalidad del país.

La legislación de reforma agraria —otro fantasma invocado por Trump— no ha provocado ninguna confiscación de tierras sin compensación. 

Es una política diseñada para corregir el despojo de la época del apartheid y refleja prácticas de expropiación forzosa comunes en Estados Unidos. 

Sin embargo, Trump la utilizó como prueba de una "limpieza étnica".

Ramaphosa, acompañado de una delegación diversa que incluía al ministro de Agricultura, John Steenhuisen, de raza blanca, intentó aclarar esto. Trump los desestimó. «Los agricultores no son negros», espetó, reduciendo una compleja realidad nacional a un teatro de agravios raciales.

Las acciones de su administración siguieron el mismo ejemplo.

 A pesar de que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados no encontró evidencia de persecución, Trump aceleró la concesión del estatus de refugiado a los afrikáners. 

Al mismo tiempo, su administración continuó negando asilo a intérpretes afganos, migrantes haitianos y palestinos desplazados por la guerra.

Mientras Washington generaba pánico moral por una campaña inexistente en Sudáfrica, Gaza se hundía cada vez más en el horror.

Los hospitales han colapsado. Escasean los alimentos y el agua. 

Los muertos están enterrados bajo los escombros. 

Más de 53.000 personas han perecido, mientras la ONU advierte de hambruna y grupos de derechos humanos citan crímenes de guerra. 

Los civiles, no los combatientes, son los más afectados. Un verdadero genocidio está ocurriendo mientras el mundo mira hacia otro lado.

Sin embargo, no hay vuelos chárter desde Gaza. No hay banderas rojas, blancas y azules que den la bienvenida a los supervivientes. No hay reuniones informativas en el Despacho Oval con carteles de escuelas bombardeadas. 

En cambio, la administración de Trump ha permitido activamente la masacre: recortando drásticamente la financiación a la UNRWA, vetando resoluciones de alto el fuego en la ONU y suministrando las mismas bombas que devastan Rafah y Jabalia.

En un marcado contraste, Sudáfrica —desestimada por Trump como presunto perseguidor— ha presentado una demanda de genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia. 

¿Sus pruebas? Ataques sistemáticos contra civiles, destrucción de infraestructura y un bloqueo diseñado para someter a una población por hambre.

Humanitarismo hueco

Esta dualidad no es sólo hipocresía, es una forma de gobernar racializada.

La adopción por parte de Trump de la narrativa de los refugiados afrikáneres no es casual. Atiende a una base alimentada por años de política de agravios y nostalgia racial. 

Su administración sueña con inmigrantes noruegos mientras prohíbe la entrada de viajeros de países de mayoría musulmana; que deporta masivamente a migrantes negros y morenos mientras extiende la alfombra roja a los sudafricanos blancos que no son apátridas ni están en peligro.

Incluso importantes voces afrikáneres en Sudáfrica se han opuesto a estos temores exagerados. «No somos víctimas», escribió el periodista afrikáans Max du Preez .

No hay genocidio.

Sin embargo, esta invención se ha convertido en parte de la política migratoria de Estados Unidos. La pantomima de preocupación humanitaria de Trump por los blancos privilegiados, aunque niega la existencia de un genocidio donde cientos de personas mueren a diario, no es sólo insensible, sino hipócrita.

La disparidad visual lo dice todo. En el Aeropuerto Dulles, recepciones ordenadas y fanfarria mediática. En Gaza, los restos carbonizados de niños rescatados de edificios derrumbados. A un grupo se le concede el estatus de refugiado por temores sin fundamento. 

El otro sufre los embates de los drones, los bloqueos y el frío lenguaje de los "daños colaterales".

La actuación de Trump con Ramaphosa resultó surrealista. Se parecía a su trato con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski no hace mucho. 

Esta táctica desvió la atención de la complicidad estadounidense en una de las crisis humanitarias más devastadoras de la actualidad.

Incluso mientras Ramaphosa intentaba hablar de comercio, cooperación y las aspiraciones democráticas multirraciales de Sudáfrica, Trump se aferró a sus ficciones. Esto no es diplomacia; es demagogia.

Una vuelta al racismo

La obsesión de Trump con Sudáfrica revela una animadversión más profunda. La hostilidad de su administración hacia el país —recortando la ayuda, expulsando embajadores, amenazando con aranceles— ha sido un racismo apenas disimulado disfrazado de política exterior. 

El compromiso de Sudáfrica con el no racismo tras el apartheid contrasta marcadamente con la política etnonacionalista que promueve Trump.

Su desdén no se limita a Sudáfrica. Ha expresado admiración por sociedades "ordenadas" como Noruega, mientras que llama a las naciones africanas "países de mierda".

 Ha mostrado más compasión por los soldados rusos que por los refugiados sudaneses. Sus políticas reflejan esta visión del mundo.

En Gaza, el costo de esta empatía selectiva se mide en vidas.

Cuando el santuario se extiende no a quienes están en peligro, sino a quienes resultan electoralmente convenientes, ¿qué queda del liderazgo moral estadounidense? 

Si se puede ignorar el genocidio mientras la fantasía se convierte en política exterior, entonces el humanitarismo se vacía: se envuelve en banderas, se ahoga en hipocresía y se convierte en un arma contra las mismas personas que dice proteger.

Lo que ha hecho Trump al poner de relieve la fantasía del “genocidio blanco” mientras ignora el verdadero genocidio en Gaza no es sólo un abandono de la verdad: es una abdicación de la responsabilidad, un colapso moral.

Estados Unidos no puede pretender liderar si ni siquiera ve. Gaza no necesita la compasión de Estados Unidos; necesita su protección. Que no reciba ninguna de las dos es más que un fracaso político.

La ironía ha muerto. Está enterrada en Gaza, bajo los escombros que Occidente ayudó a crear.

ED Mathew es un ex portavoz de la ONU.

https://mronline.org/2025/06/03/trump-and-the-fantasy-of-a-white-genocide/

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