
***El 4 de junio, comienza una de las mayores concentraciones religiosas del planeta: el Hach o peregrinación a La Meca, una práctica obligatoria para todos los musulmanes que puedan permitírselo física y económicamente, según los mandatos del islam.
Se espera que entre el 4 y el 9 de junio, unos tres millones de personas se amontonen en el sofocante calor del desierto saudí, en una serie de rituales cuyo origen se pierde entre la mitología, la superstición y —por supuesto— el control religioso.
Uno de los momentos “culminantes” de esta peregrinación es el Tawaf, que consiste en dar siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor de la Kaaba, ese misterioso y reverenciado cubo negro ubicado en el patio de la mezquita Masjid al-Haram.
¿Qué tiene de especial esta estructura de piedra cúbica de unos 13 metros de altura?
Pues que, según la fe islámica, fue originalmente construida por Abraham (sí, el mismo patriarca del judaísmo y el cristianismo, los primos hermanos del islam), junto a su hijo Ismael, bajo órdenes de “Dios”.
Porque al parecer, la divinidad todopoderosa necesitaba urgentemente un sitio de adoración en el desierto de Arabia.
Pero no sólo eso: en una de las esquinas de la Kaaba se encuentra la famosa “Piedra Negra”, que, según la tradición, cayó del cielo (tal vez en un meteorito, como creen algunos arqueólogos) y que habría sido blanca originalmente, pero que se volvió negra al absorber los pecados de la humanidad.
Por eso, cada año millones de personas se pelean —literalmente— por tocarla o besarla, como si de una especie de borrador cósmico se tratara.
No importa que nadie tenga evidencia de la intervención divina en su instalación, ni del supuesto poder espiritual de la roca: la fe ciega hace el resto.
Durante la peregrinación los fieles también visitan el valle de Mina, una explanada desértica transformada en un campamento gigante de tiendas blancas, donde los peregrinos pasan una noche de oración.
Desde allí, se desplazan al monte Arafat, donde Mahoma habría pronunciado su último sermón.
Y en otro momento del rito, los peregrinos recogen piedras para lanzarlas contra unas columnas que representan a Satanás, en una curiosa muestra de animosidad simbólica contra un ser imaginario.
A veces en este ritual han ocurrido estampidas trágicas —como en 2015— que han costado cientos de vidas. Pero nada parece disuadir a los creyentes de repetir cada año esta coreografía milenaria.
El clímax llega con el Aid al-Kabir, también conocido como la Fiesta del Sacrificio, que conmemora la (absurda y siniestra) disposición de Abraham de sacrificar a su hijo —Ismael según el islam, Isaac según el judaísmo— simplemente porque una voz en su cabeza se lo pidió. Finalmente “Dios” detiene en el último momento el cuchillo que iba a cortar la garganta del niño, y acepta un carnero su lugar.
Una historia grotesca de obediencia ciega que se celebra sacrificando literalmente millones de animales (ovejas, cabras, vacas o camellos), cuyos cuerpos y sangre inundan los mataderos temporales de medio mundo musulmán.
Según las autoridades islámicas, la carne es repartida entre familiares, vecinos y pobres... aunque el espectáculo sangriento, transmitido cada año por televisión, deja mucho que desear en cuanto a compasión.
Y así, mientras los fieles lloran, oran, sudan y lanzan piedras, la monarquía saudí se llena los bolsillos. Porque no olvidemos que este gigantesco circo espiritual es también un negocio multimillonario. Alojamiento, transporte, certificados, impuestos... todo se cobra y todo se controla.
Como en toda religión organizada, detrás del misticismo siempre hay alguien contando billetes.
En un mundo con sondas en Marte, edición genética y computación cuántica, resulta difícil entender cómo millones de personas siguen creyendo que caminar en círculos alrededor de una piedra negra les acerca a un ser invisible que vive fuera del tiempo y del espacio. Pero ahí están.
Y estarán cada año, porque la tradición, el miedo al castigo divino y la presión social, son herramientas mucho más efectivas que cualquier razonamiento lógico.
¿Progreso? Sí, pero sólo en la ciencia. En cuestiones de fe, seguimos orbitando rocas del desierto como en la Edad del Bronce.
[Godless Freeman]